Partido Comunista Internacional



El petróleo, los monopolios y el imperialismo

(Il Partito Comunista, nn. 357, 2013 - 373, 2015)



1. La fiebre del oro negro y los monopolios - 2. El petróleo en Rusia - 3. El juego se extiende a Asia - 4. Concentración y monopolios - 5. Nuestra brújula: Lenin - 6. La nueva función de los bancos - 7. El capital financiero - 8. Exportación de capital - 9. El reparto del mundo entre los grandes trust - 10. La contienda entre las potencias imperiales - 11. El lugar del imperialismo en la historia - 12. El enfrentamiento por el petróleo del Medio Oriente - 13. Los ladrones de Bagdad - 14. Pruebas de guerra entre hermanos - 15. Imperialismo y Revolución en Rusia - 16. Época usurera del Dólar - 17. Una Línea Roja sobre el Medio Oriente - 18. La dictadura de las Siete Hermanas - 19. Las abejas sobre la miel - 20. ¿Inmoralidad o renta de la tierra? - 21. Italia, vasija de barro - 22. México y Venezuela - 23. La crisis de 1929 - 24. Una Alemania en seco - 25. Irán, encrucijada del enfrentamiento entre imperialismos - 26. Japón y el petróleo - 27. El gran negocio de la Segunda Guerra - 28. El nuevo orden mundial - 29. USA-URSS: colaboración y contención - 30. Puerta abierta a EEUU - 31. La quimera del panarabismo - 32. El enfrentamiento por el petróleo argelino - 33. Sobreproducción y nacimiento de la OPEP - 34. La Guerra de los Seis Días - 35. El empujón de Gadafi - 36. La crisis económica mundial de 1973: el primer shock petrolífero - 37. 1979: el segundo shock - 38. El petróleo del Caspio - 39. En África - 40. En Irak - 41. El precio del crudo - 42. Productores, producciones, consumos - 43. Las reservas - 44. Una sola alternativa: la revolución



Hoy como ayer, un factor no secundario en la contienda entre las potencias imperialistas lo constituye el control de las materias primas y de las fuentes de energía indispensables para el funcionamiento de la maquinaria productiva capitalista. En particular, la historia del petróleo está llena de enseñanzas sobre los conflictos por el reparto de las ganancias y de las rentas, y del poder, entre los monopolios y entre los Estados.

Se puede dividir esta historia en dos grandes etapas separadas por la divisoria de aguas de la Segunda Guerra Mundial. En la primera asistimos a la formación de los grandes monopolios petroleros, a las luchas sin cuartel por el control de los mercados internacionales, a las guerras de reparto colonial, a la búsqueda de nuevos yacimientos –desde Venezuela a México y desde la antigua Persia a Indonesia.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la historia del petróleo se entrelaza con la presencia del imperialismo occidental en el Medio Oriente. Esta área, con su petróleo barato y las expectativas de inmensos beneficios, se convertirá en presa de todos los imperialismos: aquí las grandes industrias petroleras internacionales, sobre todo con base en EEUU, a remolque de las intervenciones militares de las potencias a las que pertenecen, se apoderarán de las riquezas de los países productores.

Las revueltas sociales que en el curso de 2011 sacudieron Egipto, Túnez, Libia y otros países sujetos a las potencias imperialistas, determinadas por la crisis económica general que atenaza al capitalismo, encontraron en el área del Medio Oriente un terreno fértil: es aquí donde se anudan los intereses políticos, económicos y estratégicos del capital financiero mundial. Si las sacudidas por ahora han respetado a países como Argelia y Marruecos, esto se debe al hecho de que las burguesías locales han utilizado la riqueza petrolera o han recurrido a un masivo endeudamiento para satisfacer las necesidades de una parte de la clase media, comprándose la paz social, siguiendo el ejemplo de las burguesías de los países occidentales, donde el oportunismo ha echado sus sólidas raíces desde hace siglo y medio.

Dejando de lado aquí los aspectos de naturaleza política consecuentes a la penetración económica, esta lucha por la conquista de los mercados se ha vuelto encarnizada a raíz de los cambios en el mercado mundial a partir de principios del siglo XX y caracterizados por la importancia adquirida por la exportación de capitales respecto a la exportación de mercancías, por el predominio del capital financiero en el campo internacional y por la periódica repartición del mundo entre los grandes Estados. Detrás de estos importantísimos cambios respecto a la época del capitalismo competitivo, y que Lenin definirá como imperialismo, no hay que ver una particular política económica de agresión, sino una fase del capitalismo en la que prevalece una estructura monopolística de la sociedad.

El modo de producción capitalista, nacido en el siglo XVI, al final del feudalismo, con la creación del mercado mundial, se caracteriza por una ley intangible: producir por producir. La necesidad de la acumulación empuja al capital a bajar los costes de producción y aumentar la productividad del trabajo. A la inicial división técnica del trabajo basada en la cooperación y la manufactura, seguirá el desarrollo del maquinismo y un consecuente cambio de las fuentes de energía utilizadas en la producción: hasta entonces seguían siendo las de la Edad Media: agua, leña, viento, fuerza animal.

La primera revolución técnica tuvo lugar a mediados del siglo XVIII, en Inglaterra, con el paso al carbón y la invención de la máquina de vapor que permitió al capitalismo iniciar el proceso mundial de industrialización y desarrollar una técnica adecuada a su específico modo de producción. Como escribe Marx en El Capital, el genio de Watt se revela en el hecho de que presenta su máquina de vapor no como una invención para fines particulares, sino como agente general de la gran industria.

A finales del siglo XIX, otras dos grandes innovaciones técnicas, la electricidad, una energía fácilmente transportable, y el motor de combustión interna, darán alas a la producción y a los transportes. El motor de explosión y el motor eléctrico determinan el abandono de los motores accionados por vapor.

Antes de la difusión masiva del automóvil y de los consumos domésticos y productivos de la electricidad, el petróleo es solo la materia prima de la que se obtiene el queroseno para iluminación y calefacción, del cual cubre no más del 4% de la necesidad mundial. Solo con la Primera Guerra Mundial se advertirá su importancia estratégica como fuente de carburante para los motores terrestres, navales y aéreos. Hoy, con una cuota diez veces mayor, el petróleo es la primera fuente mundial de energía.


1. Fiebre del oro negro y monopolios

La historia del petróleo en la era capitalista comienza en 1859 a orillas del Oil Creek, cerca de la pequeña ciudad de Titusville en Pensilvania, en el noreste de los Estados Unidos, cuando el petróleo brotó de un pozo excavado por el legendario coronel Edwin L. Drake con una nueva técnica de perforación. La noticia se extendió rápidamente e hizo acudir a miles de buscadores que en el oro negro veían una alternativa al aceite de ballena o al gas natural, que se habían vuelto demasiado costosos para la iluminación. Por otra parte, los nativos y los primeros colonos ya lo utilizaban para este propósito.

Conocido desde la antigüedad (asirios, bizantinos, etc.), pero utilizado como brea y betún, ahora el crudo fue destilado por primera vez. Un estudio del profesor Silliman, químico de la Universidad de Yale, determinó que el petróleo podía llevarse a varios grados de ebullición destilando de manera fraccionada aquellos compuestos de carbono e hidrógeno: la primera fracción, la gasolina, sería considerada durante mucho tiempo un subproducto; la segunda fracción, llamada queroseno, encontraría empleo inmediato en la iluminación.

Hubo una carrera por acaparar los terrenos para perforar, surgieron ciudades, ferrocarriles, refinerías, oleoductos. La Guerra de Secesión que entonces ensangrentaba los Estados Unidos no solo no fue un obstáculo al frenesí general por el petróleo, sino que representó un estímulo para el desarrollo de los negocios. Pero la nueva industria estaba sujeta, mucho más que la del carbón, a los excedentes de producción y, por lo tanto, a repentinos colapsos de los mercados: la curva del precio era inversa a la del número de pozos perforados y las ambiciones de los primeros desinhibidos empresarios del sector no se dirigieron tanto al control directo de los yacimientos como al de las redes de transporte (sobre todo ferroviario) y de venta.

Un hombre, cuyo nombre se ha convertido en el símbolo del animal spirit del capitalismo americano, el industrial de origen francés John D. Rockefeller (su verdadero nombre era Roquefeuille, y su padre, ferviente calvinista, ya era un filibustero del comercio), se vio envuelto en el auge del naciente mercado del petróleo, del que intuyó de inmediato las enormes potencialidades económicas. Como muchos empresarios de la época, Rockefeller, con poco más de veinte años, había fundado junto con su socio Maurice Clark una sociedad que operaba en el territorio de Cleveland, donde se comerciaba con todo lo que tuviera un precio, pero sobre todo en los mercados de la carne y el trigo. Se lanzaron al campo de las lámparas de petróleo y pusieron en marcha algunas pequeñas industrias de refinación y distribución de nafta y queroseno a lo largo del ferrocarril de Cleveland. El transporte por ferrocarril era la única manera de transportar el crudo desde los lugares de extracción a los grandes mercados del Este, y la ciudad de Cleveland se encontraba en una posición geográfica favorable, además de ser una ciudad muy activa que había obtenido grandes ventajas de la guerra y ahora se preparaba para explotar el boom petrolífero.

Las elevadas ganancias provenientes de la refinación convencieron a Rockefeller de dedicarse exclusivamente al petróleo. En breve liquidó a su socio y se entregó a una política comercial ambiciosa y agresiva. En la refinación operaban diversas sociedades en competencia entre sí y Rockefeller ambicionaba el control monopolístico de todo el mercado. Definió el contexto como “el gran juego”: las empresas estaban dirigidas por hombres que se desafiaban en los negocios como en ásperas guerras personales sin exclusión de golpes.

Pero el entusiasmo en la fiebre del petróleo se resolvió rápidamente en una situación de sobreproducción y entre 1865 y 1870 el precio se redujo a la mitad, causando pérdidas económicas tanto a los productores-extractores como a las empresas de refinación. El típico pánico que sigue a una fase de gran entusiasmo llevó a muchos inversores a malvender. Rockefeller comprendió la importancia del momento, una ocasión única para comprar las industrias de refinación competidoras. En 1870, utilizando métodos de guerra comercial poco ortodoxos, muy alejados de la moral “puritana” que ostentaba seguir, unificó las miles de pequeñas Compañías de Pensilvania fundando la sociedad anónima Standard Oil Company de Nueva Jersey. Con la venta de las acciones, Rockefeller logró obtener nueva liquidez y pudo comprar las empresas competidoras en liquidación. A principios de 1872, en plena depresión, Rockefeller tuvo el coraje de ir a contracorriente realizando una serie de grandes fusiones industriales con el fin de alcanzar el predominio en la refinación del petróleo. Constituyó para ello un Consorcio que tomó el nombre de South Improvement Company.

Fue la cercanía al ferrocarril lo que dio la gran oportunidad: la sociedad se acordó secretamente con las compañías ferroviarias, ya organizadas en monopolio, para obtener descuentos en los fletes para las grandes cantidades de petróleo a enviar. La Standard Oil se convirtió en poco tiempo en la industria de refinación más fuerte del mercado americano, llegando a controlar, a finales de los años setenta, el 90% de la capacidad de refinación de los Estados Unidos. En aquella época, casi todo el petróleo consumido en el mundo era americano, y de las 36 millones de toneladas de petróleo producidas en las refinerías americanas, nada menos que 33 provenían de las instalaciones de la Standard Oil. Para atravesar los mares, el petróleo viajaba entonces en veleros, al principio dentro de barriles y luego en cisternas.

La Standard tenía su propia red de representantes que recorrían Europa y Asia de punta a punta, y un propio servicio de información y espionaje para descubrir con antelación las iniciativas de las sociedades competidoras y de los gobiernos. En caso necesario, los mercados, como el chino, fueron inundados de lámparas a precios de ganga o incluso gratuitas para inducir a la población a comprar el aceite de iluminación. De esta manera, la Compañía estrangulaba a los competidores.

A principios de los años ochenta, Rockefeller controlaba cuarenta sociedades diferentes que gestionaba a través del Standard Oil Trust: los accionistas de las diversas sociedades se limitaban a conceder su “confianza” (trust) a un directorio de nueve miembros que de hecho gestionaba el holding. En otras palabras, se trataba de un sistema por el cual una sociedad “madre” de cabecera controlaba un cierto número de sociedades “hijas” mediante la posesión de participaciones accionarias. La Standard mantenía en administración fiduciaria los títulos en nombre de los pequeños accionistas de las diversas sociedades, que se limitaban a cobrar los dividendos. De esta manera, eludía las leyes que regulaban la libre competencia y nadie podía acusar a la Standard de poseer y controlar directamente otras sociedades.

En este período, casi todos los Estados recurrieron al proteccionismo, expresión de la competencia internacional entre los capitales y de la lucha por el control del mercado mundial. La política del libre comercio fue dejada de lado para los productos agrícolas cuando aparecieron más baratos desde ultramar, luego, poco a poco, el proteccionismo se extendió también a la industria. El capitalismo debía defender el mercado interno contra la invasión de mercancías extranjeras para proteger la base de sus sobreganancias monopolísticas. Al proteccionismo recurrieron Alemania (1879), Rusia (1881), Italia (1887), EEUU (1890) y Francia (1892). Solo Inglaterra, ya exportadora más de capitales que de mercancías, permanecía fiel al librecambismo.

Al mismo tiempo, los imperialismos emergentes adoptaban una política “antimonopolística”, no con el fin de obstaculizar el proceso de centralización iniciado por los monopolios nacionales dentro de los distintos Estados, sino para oponerse a la penetración de los capitales extranjeros. Un ejemplo lo proporciona la llamada “Sherman Act” estadounidense, una ley federal de 1890 para contrarrestar la formación de cárteles, trusts y monopolios que las empresas constituían para evitar la competencia y la caída de los precios de venta. La ley declaró ilegales los trusts y los acuerdos tendientes a frenar el comercio y la producción, ¡considerados un “atentado a la libertad del comercio”! Era el triunfo de la hipocresía: el puritanismo americano no podía admitir que la libre competencia es en realidad solo una etapa en el desarrollo del capitalismo, ¡un medio en manos de los más fuertes para eliminar a los más débiles! ¡No podía confesar que bajo el capitalismo el monopolio es ineludible! De hecho, la ley no puso ninguna limitación a las sociedades para poseer acciones de otras empresas, y esto permitió una oleada de fusiones y un aumento de las concentraciones. La consecuencia será que los costes de esta política neo-mercantilista recaerán sobre los trabajadores, que no podrán disfrutar de eventuales bajas de los precios.

Cuando a principios del siglo XX el petróleo en Pensilvania se agotó, sumiendo a la región en la crisis, los pioneros se dispersaron por decenas de miles hacia los estados del Sur, que en breve se cubrieron de torres de perforación. Hubo importantes hallazgos en Kansas, Texas, Luisiana, pero sobre todo en California. Este estado, con 73 millones de barriles (el 22% de la producción mundial), se convertirá en el mayor productor estadounidense. Con el descubrimiento de los nuevos yacimientos nacieron nuevas Compañías: en California la principal era Unocal, la única gran Compañía que había logrado sustraerse al abrazo mortal de la Standard Oil; en Texas en 1901 se constituyó la Gulf Oil y en 1902 la Texas Company (la futura Texaco), la cual, gracias al apoyo de políticos texanos, adquirió muchas concesiones y asumirá un papel de primer plano en el campo de la investigación y la producción.

En 1910, la Standard Oil de la familia Rockefeller reinaba sobre un imperio ilimitado: comercializaba el 84% del crudo estadounidense y refinaba 35 mil barriles de petróleo al día; distribuía el 80% de la producción de queroseno doméstico; tenía el monopolio de los suministros de aceite lubricante a los ferrocarriles; era propietaria de más de la mitad de los vagones cisterna que viajaban por América; disponía de una flota de cien barcos, casi todos a vapor; era dueña de varios bancos y de 150 mil kilómetros de oleoductos.

La prensa comenzó a tocar a bombo y platillo la supuesta lesión a la “libre competencia”, acusando a los monopolios de controlar el gobierno a través de corrupciones e intercambios de favores. Se desempolvaron las leyes anti-trust con la creación de una Sección especial de control, que en 1906 entabló un nutrido número de procesos contra la Standard sobre la base de la ley Sherman. En 1911, después de siete años de investigaciones, de recursos de apelación y de aplazamientos, la Corte Suprema de Justicia decretó que en un plazo de seis meses la Standard estaba obligada a separarse de las otras sociedades por ella controladas. Sobre la ola emotiva de la sentencia, el Congreso aprobó una nueva ley antimonopólica.

Pero también esta vez la consecuencia fue un fortalecimiento de las empresas monopólicas. Bastaron dos meses a Rockefeller y socios para parar el golpe. El imperio fue fragmentado en varias sociedades gestionadas por testaferros: la primera y más importante, con casi la mitad de la facturación total, fue la ex Standard Oil de Nueva Jersey que se llamó Exxon, destinada a convertirse en el emblema mismo de la potencia petrolera americana; la segunda, con el 10% del valor patrimonial total, fue la Standard Oil de Nueva York (la futura Mobil). A estas se unieron la Standard Oil de California (la futura Socal), la Standard Oil de Indiana (que asumirá el nombre de Amoco), la Continental Oil (que se llamará Conoco), la Standard Oil de Ohio, etc. A fin de cuentas, las nuevas empresas, aun teniendo consejos de administración autónomos, mantuvieron sus respectivos mercados y marcas de fábrica; es más, la fragmentación del antiguo holding impulsó a las distintas sociedades a rejuvenecer el grupo dirigente y a volverse más agresivas en los mercados.

Rockefeller incentivó su política de expansión mundial y apuntó en primer lugar hacia América del Sur (México, Venezuela) utilizando todos los medios lícitos e ilícitos contra propietarios privados y gobiernos para hacerse con las tierras con olor a petróleo. John D. Rockefeller vivirá felizmente hasta la edad de 98 años, dueño de un imperio ramificado en todos los sectores, desde los bancos hasta la política, orgulloso símbolo de la fortuna construida por un oscuro contable, y del cual el imponente Rockefeller Center de Manhattan en Nueva York representa la potencia visible y la viva enseñanza de cómo la libre competencia lleva al... ¡monopolio!

El desarrollo de la electricidad asestó un golpe fatal al mercado del petróleo para iluminación. Pero si un mercado se cerraba, otro se abría. En 1907, el imperio de Rockefeller había sido salvado por el naciente del industrial Henry Ford, de cuyas fábricas comenzaban a salir los primeros automóviles en serie: la Standard Oil se convirtió a la gasolina. Las primeras máquinas estaban destinadas no a la ciudad sino a la gran producción agrícola en sustitución de la tracción animal (¡las máquinas agrícolas todavía eran accionadas por tiros incluso de 40-50 caballos!) y los surcos de los campos fueron abiertos por los primeros tractores de gasolina con la marca Ford.

Como la electricidad se revelará perfecta para la iluminación, así el petróleo encontrará su salida en el sector automovilístico, cuyo auge fue fenomenal: en EEUU las matriculaciones pasaron de 8 mil en 1900 a 900 mil en 1910. El mismo desarrollo se dio en los países más avanzados de Europa: en 1914 en Francia circularán 700 mil vehículos a motor. El advenimiento del motor de combustión interna hará de la gasolina el producto principal de la producción de las refinerías, junto con el gasoil, que comenzaba a encontrar uso en las calderas, los camiones, los trenes y los barcos. Al alba del siglo XX, con el desarrollo mundial de la industria y del capitalismo, la carrera por la nueva fuente de energía, que se revelará no solo mucho más económica que el carbón sino también más eficiente y que responde mejor a las exigencias de la industria moderna, se transformará muy pronto en un desafío sin cuartel entre los mayores imperialismos.


2. El petróleo en Rusia

En Rusia, la refinación de petróleo había comenzado ya en 1820 en Bakú, en el Azerbaiyán ruso, donde la existencia de pozos era conocida al menos desde el siglo XVII, pero la industria era primitiva, los pozos excavados a mano y la producción escasa. La explotación intensiva de los yacimientos no comenzó hasta los años setenta del siglo XIX, cuando el gobierno ruso abrió las puertas a la iniciativa privada. Las concesiones subastadas por el zar terminaron al principio en manos de ricos empresarios tártaros y armenios, que se enriquecieron rápidamente y dilapidaron sus beneficios en palacios y banquetes. Las condiciones de trabajo de los obreros tártaros y georgianos, fueran siervos o trabajadores libres (un tío de Stalin estaba entre ellos), eran espantosas: tratados como bestias, presa del alcohol, eran salvajemente reprimidos por los cosacos cada vez que intentaban rebelarse a sus miserables condiciones.

A partir de 1873, los Nobel, suecos emigrados a San Petersburgo y que presumían de vínculos con el zarismo, dieron el primer impulso a la industria petrolera rusa. Poseían inmensas concesiones y numerosas refinerías conectadas al ferrocarril mediante oleoductos: el petróleo era transportado a través de Rusia hasta Riga, en el Báltico, y desde allí a Suecia. En Bakú también operaban los hermanos Rothschild, banqueros franceses grandes exportadores de capitales a Rusia. En 1886 habían adquirido yacimientos de petróleo y fundado la Compañía Petrolífera del Mar Caspio y del Mar Negro para la distribución del queroseno ruso. En 1893, sus capitales sirvieron para financiar la construcción de un ferrocarril que conectaba Bakú con el puerto de Batum en el Mar Negro. Batum era entonces uno de los puertos más importantes del mundo (aquí se formarían el joven comunista Stalin y otros líderes bolcheviques). El crudo, mediante buques petroleros, era transportado desde Batum hasta el puerto de Trieste, donde los Rothschild poseían una refinería. También los Nobel se asociaron a la operación a cambio de acciones de su Compañía cedidas a los Rothschild. En 1888, las sociedades de los Nobel y de los Rothschild, que constituían un verdadero frente ruso del petróleo, tenían una producción equivalente al 80% de la del gigante americano Standard Oil. Pronto Rusia comenzará a exportar su petróleo a Europa, poniendo en riesgo el predominio americano.


3. El juego se extiende a Asia

La creciente producción mundial requerirá siempre nuevos mercados de salida y obligará a los nuevos gigantes del petróleo a una guerra económica permanente. Y Europa se convertirá muy pronto en un terreno de caza demasiado restringido. En 1891, los Rothschild, para eludir el enorme poder de Rockefeller, se asociaron con los comerciantes ingleses Sam y Marcus Samuel, quienes practicaban la importación y exportación en Asia y estaban especializados en el comercio de productos exóticos y de conchas (Shell) que servían para cubrir pequeñas cajas, entonces muy de moda en la Inglaterra victoriana. En Asia, los dos hermanos Samuel poseían depósitos en puntos estratégicos y una consolidada red comercial.

Convertido en agente general de Bnito, el Consorcio petrolífero de los Rothschild en Rusia, Marcus comenzó a transportar con sus cargueros el petróleo ruso destinado a Asia. Con una política comercial muy agresiva, los Samuel pusieron en secreto en construcción una flota de nueve petroleros con los requisitos exigidos por los responsables ingleses del Canal de Suez: en 1892, el primer petrolero con nombre de concha, el Murex, atravesó el canal con destino al Extremo Oriente. La nueva ruta acortaba enormemente el recorrido y aumentaba la ventaja competitiva sobre la Standard.

El éxito del proyecto puso al descubierto el retraso de la Standard en el sistema de transporte hacia Asia, con el petróleo que aún viajaba en barriles. Pero la guerra de precios desatada por Rockefeller en todo el mundo, si bien causó la quiebra de cientos de pequeños productores, no logró mellar el control sobre el petróleo ruso de los Samuel, fuerte de sus petroleros y de una consolidada red de puntos comerciales clave. Al contrario, ampliaron su imperio: en 1897, después de obtener una concesión en Borneo, fundaron la Shell Transport and Trading Company. A principios del siglo XX, después de que en Londres se supiera del nuevo yacimiento texano de Spindletop, Marcus desembarcó incluso en América. Shell, por un lado, quería liberarse de la dependencia del petróleo ruso, y por otro, echar mano del crudo texano que, aunque de baja calidad para la iluminación, era adecuado para producir nafta para los barcos. Samuel firmó un contrato con Gulf por el cual se comprometía durante veinte años a retirar a un precio fijo 100 mil toneladas de petróleo al año, la mitad de toda la producción.

Marcus Samuel no fue el primero en haber puesto los ojos en Indonesia. Otra sociedad más pequeña, fundada en Rotterdam en 1885 por August Kessler, la Royal Dutch, había descubierto yacimientos petrolíferos en la isla de Sumatra, en la Indonesia holandesa, y había construido un oleoducto y una refinería para comercializar en los mercados asiáticos el petróleo con la marca Crow Oil. La Compañía estaba bajo el ala protectora del rey de Holanda en persona, Guillermo III, quien había concedido el uso del título “Royal” en la razón social y prohibía el atraque de los barcos de los Samuel en los puertos de las Indias Neerlandesas.

Esta sociedad, que controlaba el tercer polo petrolífero mundial, atrajo el interés de la Standard Oil, que necesitaba absolutamente una fuente de petróleo más cercana al mercado asiático. Pero la propuesta americana de cuadruplicar el capital de la Royal Dutch, a condición de poseer las acciones suplementarias y, por lo tanto, el control, no fue aceptada por los directivos holandeses, evidentemente no ajenos a los métodos utilizados por Rockefeller para apoderarse de las empresas competidoras. En este punto, los hombres de Rockefeller, cada vez más decididos a neutralizar al molesto intruso, intentaron un acuerdo con Marcus Samuel. Pero este último prefirió acordar con la Royal Dutch, también para poner fin a su ruinosa guerra comercial con esta sociedad en los mercados asiáticos.

Pero había hecho mal los cálculos, porque el juego al final fue conducido a las condiciones de Henry Deterding, un joven y brillante contable de Singapur elegido por Kessler como experto en el mundo del petróleo y que en 1900, con solo veintinueve años, había sido nombrado director de la Compañía holandesa, y que pasaría a la historia como el arquitecto de la ruina de Shell. Deterding tenía la falta de escrúpulos y la decisión que ya le faltaban a Sir Marcus Samuel quien, convertido en baronet del petróleo y alcalde de Londres, estaba ya en la cima de su carrera, distraído de los negocios por los compromisos mundanos y la vida de caballero de campo. Deterding, en cambio, que controlaba reservas de enorme valor en las Indias Orientales, era capaz de pagar dividendos del 50% contra apenas el 5% pagado por Shell. Además, había logrado consorciar a los otros principales productores en una nueva concentración liderada por su Compañía, fiel al lema de Kessler: la colaboración hace la fuerza.

Por si fuera poco, el yacimiento de Spindletop se agotó y Gulf no pudo honrar el contrato, por lo que Sir Marcus se encontró ante una peligrosa escasez de suministro de petróleo y tuvo que convertir los petroleros Shell en barcos de carga de ganado. Cuando en 1907 las dos sociedades se fusionaron dando vida al holding Royal Dutch-Shell, con Deterding convertido en director general, las acciones de las filiales fueron en un 60% para Royal Dutch y en un 40% para la vieja Shell de Marcus. La operación hará de Shell la principal competidora de la americana Standard Oil y durante un cuarto de siglo de Deterding el petrolero más poderoso del mundo que desde su oficina en la City de Londres ejercía su indiscutible autoridad sobre todos los asuntos de la Compañía.

En 1911, para responder a la Standard, que había creado su propia filial en Holanda con el fin de obtener concesiones en Sumatra, la Royal Dutch-Shell llevó la guerra al corazón mismo de América. El objetivo era socavar la ventaja competitiva de la que gozaban los americanos, quienes, gracias a los altos precios (y altos beneficios) practicados en los Estados Unidos, podían permitirse vender a precios rebajados en Europa, aplicando esa forma de proteccionismo activo conocido como dumping. La Compañía anglo-holandesa desembarcó primero en la costa oeste, insertándose en la producción de California, luego se trasladó al interior del continente para explotar el auge petrolífero en Oklahoma. Los letreros de Shell –el “peligro amarillo”, como se les llamaba– comenzaron a invadir las calles de América.

Por otra parte, Shell siempre se había visto obligada a buscar petróleo en el extranjero: poseía campos petroleros en Egipto, en la zona de los Urales, en México y en Venezuela. Shell se convertirá en el primer productor de la industria petrolera en Rumanía gracias a los yacimientos descubiertos en los Cárpatos, suplantando al imperialismo germánico del Deutsche Bank. El proyecto de Deterding de formar la primera multinacional del petróleo junto con el Deutsche Bank y la familia Rothschild fue torpedeado por Rockefeller mediante una feroz campaña de prensa y la habitual guerra de precios. A la luz de los acontecimientos posteriores, la elección de Deterding de no querer depender demasiado del petróleo ruso se revelará previsora, no solo porque la industria petrolífera de Bakú continuará declinando hasta la Primera Guerra Mundial (también a raíz de la revolución de 1905, que había puesto fuera de servicio casi dos tercios de las instalaciones petroleras), sino sobre todo porque la nacionalización de las instalaciones dispuesta por los bolcheviques en 1918 hará perder a Shell una gran parte de sus suministros.

A principios de siglo, la mayor parte de la producción petrolera provenía de tres regiones: los Estados Unidos, Rusia e Indonesia. Extrañamente, Medio Oriente, donde también el nafta era conocido desde la más remota antigüedad, llegará al petróleo muy tarde, mucho después de los Estados Unidos y Rusia, pero también después de Rumanía y México. En cambio, el área se convertirá en el campo predilecto de enfrentamiento de los imperialismos. Después del descubrimiento de los grandes yacimientos iraquíes en los años veinte y de los saudíes y kuwaitíes en los años treinta, la historia del petróleo y de las luchas entre petroleros ya no se distinguirá de la global por el dominio del mundo.


4. Concentración y monopolios

En 1916, teniendo en cuenta la censura zarista, Lenin escribió el fundamental ensayo “El imperialismo, fase superior del capitalismo”. Este libro, faro de continua referencia, nos indica cómo evitar los peligrosos escollos del kautskismo, del democratismo y del pacifismo pequeño-burgués que, hoy como entonces, intentan ocultar la profundidad de las contradicciones del capitalismo y la inevitabilidad de la crisis revolucionaria que de ellas deriva.

El capital monopolista no elimina la lucha de competencia entre las grandes potencias, que se desarrolla en un trabajo de Sísifo hecho de maniobras diplomáticas, de chantajes económicos y financieros, y finalmente de guerras locales y mundiales. Afirma Marx:

«Conceptualmente, la competencia no es otra cosa que la naturaleza interna del capital, su determinación esencial que se presenta y se realiza como interacción recíproca de los muchos capitales, la tendencia interna como necesidad externa (...) Un capital universal que no tenga frente a sí otros capitales con los que intercambiar (...) es, por lo tanto, un absurdo» (“Lineamientos fundamentales...”).

Si no se aclaran las raíces económicas del fenómeno “imperialismo”, si no se evalúa su importancia política y social, no es posible comprender ni la crisis actual ni las causas de la guerra y la futura revolución social.

Lenin describe el proceso que desde la libre competencia evoluciona inevitablemente hacia el monopolio. Explica cómo precisamente esa libre competencia, que hoy tan a destiempo invocan reformistas y pequeño-burgueses de toda laya contra la potencia “criminal” de los monopolios, representa el camino principal que lleva al monopolio y es el instrumento más idóneo para el fortalecimiento de los monopolios ya existentes. El proceso de concentración y de centralización de las producciones y del capital no es una patología, sino una necesidad inmanente al modo de producción capitalista, y encuentra su razón de ser en su normal funcionamiento, que requiere economías de escala y un incremento de las dimensiones mínimas de inversión.

Ya Marx había observado en El Capital que:

«Contemporáneamente a la caída de la tasa de ganancia aumenta el mínimo de capital necesario al capitalista individual para la utilización productiva del trabajo (...) y al mismo tiempo se acelera la concentración porque, más allá de ciertos límites, un gran capital con una baja tasa de ganancia acumula más rápidamente que un capital pequeño con una elevada tasa de ganancia».

Dialécticamente, el monopolio crea las bases de la sociedad comunista porque representa enormes progresos en la socialización de la producción y de la innovación técnica. El desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social es la tarea histórica del capital, que precisamente mediante tal desarrollo crea, inconscientemente, las condiciones materiales de una forma de producción más elevada. Pero, en régimen capitalista, a la producción cada vez más social se contrapone la apropiación privada basada en el capital, en el trabajo asalariado y en el valor de cambio.

Estas relaciones de propiedad son desesperadamente defendidas por huestes de parásitos, para mantener a la humanidad trabajadora bajo su intolerable yugo. La destrucción de estas relaciones es la misión histórica del proletariado.


5. Nuestra brújula: Lenin

Escribe Lenin en “El Imperialismo”:

«Uno de los rasgos más característicos del capitalismo lo constituye el inmenso incremento de la industria y el rapidísimo proceso de concentración de la producción en empresas cada vez más grandes (...)

«Los agrupamientos de monopolios capitalistas –cárteles, sindicatos, trusts– se dividen en primer lugar el mercado interno, apoderándose, más o menos completamente, de la producción del país. Pero, en régimen capitalista, el mercado interno está necesariamente ligado al mercado exterior. El mercado mundial es ya una creación consolidada del capitalismo. Y, a medida que crece la exportación de capitales, a medida que se extienden en todas las formas las relaciones con los países extranjeros y con las colonias, a medida que se consolidan las “zonas de influencia” de los grandes grupos monopolísticos, las cosas “de manera completamente natural” proceden hacia un entendimiento general entre ellos y hacia la creación de cárteles internacionales (...)

«Las etapas principales de la historia de los monopolios pueden resumirse así: 1) 1860‑70: apogeo de la libre competencia. Los monopolios están solo en embrión. 2) Después de la crisis de 1873, amplio desarrollo de los cárteles, que representan, sin embargo, todavía la excepción y carecen de estabilidad; son todavía un fenómeno de transición. 3) Ascenso de los negocios a finales del siglo XIX y crisis de 1900-1903: los cárteles se convierten en una de las bases de toda la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo (...) Los cárteles se ponen de acuerdo sobre las condiciones de venta, sobre los términos de pago, etc. Se reparten los mercados, establecen la cantidad de mercancías a producir, fijan los precios, reparten los beneficios entre las distintas empresas, etc.

«En Alemania, el número de cárteles ascendía a unos 250 en 1896 y a 385 en 1905, y participaban en ellos unas 12.000 empresas. Pero generalmente se admite que estas cifras quedan por debajo de la realidad. De los datos de la estadística industrial alemana para 1907 resulta que 12.000 grandes empresas disponían seguramente de más de la mitad de toda la fuerza-vapor y de la energía eléctrica del país. En los Estados Unidos de América, el número de trusts se estimaba en 185 en 1900 y en 250 en 1907. La estadística americana subdivide todas las empresas industriales según pertenezcan a individuos, a sociedades o a corporaciones. A estas últimas pertenecía en 1904 el 23,6% y en 1909 el 25,9% (es decir, un cuarto) del número total de empresas. Estas empresas ocupaban en 1904 el 70,6% y en 1909 el 75,6% (es decir, las tres cuartas partes) del número total de obreros, y su producción ascendía respectivamente a 10.900 millones de dólares y a 16.300 millones, es decir, al 73,7% y al 79% del valor total de la producción de los Estados Unidos.

«En los cárteles y en los trusts se concentran a veces las siete u ocho décimas partes de toda la producción de un determinado ramo industrial. En 1893, año de su fundación, el sindicato carbonífero de Renania-Westfalia suministraba el 86,7% y en 1910 ya el 95,4% de toda la producción de carbón de la región. El monopolio así creado asegura beneficios gigantescos y conduce a la formación de unidades técnicas de producción de enormes dimensiones.

«El famoso trust del petróleo de los Estados Unidos (Standard Oil Company) fue fundado en 1900. Su capital declarado ascendía a 150 millones de dólares. Se emitieron 100 millones de dólares de acciones ordinarias y 106 millones de dólares de acciones preferentes. A estas se pagaron, entre 1900 y 1907, dividendos del 48, 48, 45, 44, 36, 40, 40, 40 por ciento, por un total de 367 millones de dólares. Entre 1882 y finales de 1906, de los 889 millones de dólares de beneficio neto obtenidos, se distribuyeron 606 millones de dividendos y el resto se asignó a las reservas. En 1907, en el conjunto de las empresas del trust del acero (United States Steel Corporation) estaban empleados no menos de 210.180 obreros y empleados (...)

«La competencia se transforma en monopolio. De ello resulta un inmenso proceso de socialización de la producción. En particular, se socializa el proceso de las mejoras e invenciones técnicas. Esto es ya algo muy diferente de la vieja libre competencia entre empresarios dispersos y desconocidos entre sí, que producían para la venta en mercados ignorados. La concentración ha hecho progresos tales que ya se puede hacer un inventario aproximado de casi todas las fuentes de materias primas (por ejemplo, los minerales de hierro) de un país dado, incluso, como veremos, de una serie de países e incluso de todo el mundo. Y no solo se procede a tal inventario, sino que esas fuentes son acaparadas por colosales consorcios monopolísticos. Se calcula aproximadamente la capacidad de absorción de los mercados que estos consorcios “se reparten” en base a acuerdos. Se monopoliza la mano de obra cualificada, se acaparan los mejores técnicos, se echan mano de los medios de comunicación y de transporte: los ferrocarriles en América, las compañías de navegación en América y en Europa. El capitalismo en su fase imperialista llega al umbral de la socialización integral de la producción; arrastra, por decirlo así, a los capitalistas, a pesar de su voluntad y sin que ellos tengan conciencia de ello, hacia un nuevo ordenamiento social, que marca el paso de la completa libertad de competencia a la socialización universal.

«Se socializa la producción, pero la apropiación sigue siendo privada. Los medios sociales de producción siguen siendo propiedad privada de un reducido número de individuos. Permanece intacto el marco general de la libre competencia formalmente reconocida, pero la opresión que los pocos monopolistas ejercen sobre el resto de la población se hace cien veces peor, más gravosa, más insoportable (...)

«Es sumamente instructivo echar al menos una mirada a la lista de los medios de la actual, moderna y civilizada “lucha por la organización” a los que recurren los consorcios monopolísticos: 1) privación de las materias primas (... “uno de los métodos coercitivos más importantes para imponer la adhesión a los cárteles”); 2) privación de la mano de obra mediante “alianzas” (es decir, acuerdos entre los capitalistas y los sindicatos obreros por los que estos últimos se obligan a trabajar solo para las empresas cartelizadas); 3) privación de los medios de transporte; 4) cierre de las salidas; 5) acaparamiento de los clientes mediante cláusulas de exclusividad; 6) sistemática reducción de los precios con el fin de arruinar a los “outsiders”, es decir, a las empresas independientes que no quieren someterse a los monopolios; se tiran millones vendiendo durante algún tiempo por debajo del precio de coste (en la industria de la gasolina se han dado casos de reducción de 40 a 22 marcos, es decir, casi la mitad); 7) privación de los créditos; 8) boicot. Esta no es ya la lucha de competencia entre empresas pequeñas y grandes, entre empresas técnicamente atrasadas y empresas progresadas, sino el estrangulamiento, por obra de los monopolios, de cualquiera que intente sustraerse al monopolio, a su opresión, a su arbitrio».


6. La nueva función de los bancos

Lenin aborda luego el nuevo papel asumido por los bancos después de los grandes procesos de concentración, así como la importancia que el acceso a capitales reviste para los monopolios industriales. En la base del proceso productivo está la necesidad de un capital inicial y se convierte en una necesidad económica apoderarse de un gran capital. Un instrumento esencial en este campo son las sociedades anónimas. Pero la sed de capital con fines de acumulación no puede ser satisfecha recurriendo solo a este instrumento: es necesario tener el dominio de las masas de capitales flotantes no establemente invertidos, así como de los ahorros que se forman entre los consumidores. De ahí la necesidad de esos particulares institutos llamados bancos. El banco debe concentrar la riqueza monetaria en el mercado y retransformar en capital la plusvalía que circula en forma de dinero. La centralización del capital monetario está estrechamente ligada al proceso de concentración del capital industrial.

En la fase imperialista, más aún que en la fase competitiva, el capital se vuelve indiferente a lo que se produce. El objetivo de quien detenta el “paquete de control” es obtener la máxima ganancia, no invirtiendo necesariamente en la empresa productiva principal, si puede obtener una ganancia mayor desplazando las inversiones a otros sectores. El banco deja de ser un simple intermediario del crédito, un aparato de intermediación en la circulación de las mercancías, para convertirse en creador de crédito y de moneda, domina la vida productiva y el mismo mundo industrial. Los bancos se convierten en los centros operativos en los que se efectúan las inversiones más relevantes y las especulaciones más desinhibidas, dirigidas a la circulación del capital y a su acumulación basada en el aumento de la producción agrícola e industrial en todo el mundo.

Se ha impuesto la fusión de capital productivo y capital bancario, es decir, ha prevalecido ese tipo particular de capital que se llama financiero, superación de la antítesis entre las dos fracciones del capital en una unidad superior. No solo por el hecho de que cada banco está estrechamente ligado a determinados sectores monopólicos, no solo porque el dominio de las empresas se ejerce a través de instituciones financieras (Investment Trust, Holding, etc.), sino por el hecho de que determina una dirección específica en todos los campos de la producción y de la sociedad.

En los primeros años del siglo XX triunfaba, sobre todo en Alemania, el modelo del llamado “banco mixto” que, además de las funciones de recoger el ahorro y ejercer el crédito comercial a corto plazo, desempeñaba la función de crédito a largo plazo a las industrias y actuaba como banco de inversión asumiendo participaciones accionarias en las empresas. De este modo, los bancos no se limitaban a financiar las empresas, sino que se sentaban en los consejos de administración y orientaban su gestión. También en los Estados Unidos el resultado fue esencialmente el mismo: los banqueros tuvieron la parte principal en la compra de las acciones y por tal vía consiguieron una posición predominante en la estructura de las sociedades. Para dar una idea, basta pensar que el banco Morgan controlaba un tercio de los ferrocarriles americanos, en una época en que los ferrocarriles detentaban el 60% de todas las acciones de la Bolsa de Nueva York, el 70% del sector del acero y las tres principales Compañías aseguradoras. En 1907, cuando la Reserva Federal aún no existía, Morgan salvó Wall Street del colapso desempeñando funciones de banco central.

El modelo del banco mixto resistirá hasta la crisis de 1929 y la consiguiente Steagall-Glass Act de 1933, una ley que separará los bancos comerciales de los de inversión industrial; pero volverá a dominar a finales del siglo pasado, cuando caerán los vínculos normativos erigidos contra el banco mixto: en 1999 el Steagall-Glass Act es oficialmente abrogado.

Dejemos hablar a Lenin:

«La concentración de los capitales y el aumento del volumen de negocios han modificado radicalmente el papel de los bancos. En lugar de los capitalistas separados surge un único capitalista colectivo. El banco, llevando la cuenta corriente de varios capitalistas, cumple aparentemente una función puramente técnica, exclusivamente auxiliar. Pero tan pronto como estas operaciones asumen dimensiones gigantescas, resulta que un puñado de monopolistas se someten las operaciones industriales y comerciales de toda la sociedad capitalista, ya que, mediante sus relaciones bancarias, cuentas corrientes y otras operaciones financieras, consiguen la posibilidad, en primer lugar, de estar exactamente informados sobre la marcha de los negocios de los distintos capitalistas, luego de controlarlos, de influir sobre ellos, ampliando o restringiendo el crédito, facilitándolo u obstaculizándolo, y finalmente de decidir completamente su suerte, de fijar su rentabilidad, de sustraerles el capital o de darles la posibilidad de aumentarlo rápidamente y en enormes proporciones, y así sucesivamente (...)

«Naturalmente, entre los pocos bancos que, gracias al proceso de concentración, se mantienen a la cabeza de la economía capitalista, se hace cada vez más fuerte la tendencia a entrar en recíprocos acuerdos monopolísticos, a formar un trust de bancos. En América, no ya nueve bancos, sino dos de los mayores, los de los millonarios Rockefeller y Morgan, dominan un capital de 11 mil millones de marcos».

Prosigue Lenin:

«Pero precisamente en el íntimo nexo entre los bancos y la industria aparece, del modo más evidente, la nueva función de los bancos. Cuando el banco descuenta las letras de cambio de un determinado industrial, le abre una cuenta corriente, etc., estas operaciones, consideradas aisladamente, no disminuyen ni un ápice la independencia de aquel industrial, y el banco permanece dentro de los modestos límites de una agencia de mediación. Pero tan pronto como tales operaciones se hacen frecuentes y se consolidan, tan pronto como el banco “reúne” en sus manos capitales enormes, tan pronto como llevar de la cuenta corriente de un determinado empresario pone al banco en condiciones de conocer, cada vez más exacta y completamente, la situación económica de su cliente –y esto es precisamente lo que está sucediendo–, entonces resulta una dependencia cada vez más completa del capitalista-industrial del banco.

«Al mismo tiempo se desarrolla, por decirlo así, una unión personal del banco con las mayores empresas industriales y comerciales, una fusión de las mismas mediante la posesión de acciones o la entrada de los directores de los bancos en los Consejos de administración de las empresas industriales y comerciales, y viceversa».


7. El capital financiero

Existe un nexo evidente entre el proceso de concentración y de centralización de los capitales, es decir, de la formación de los monopolios, y su creciente dependencia del mundo de las finanzas. Los recursos financieros excedentes a los disponibles empresarialmente para la acumulación son proporcionados por el mercado internacional de capitales a condición de que de las políticas industriales deriven beneficios adecuados al capital invertido. Es fácil entender cómo, de este modo, el control de los proyectos y de las estrategias empresariales pasa de los decisores empresariales a los famosos “mercados”. Lenin afirma que el imperialismo es el dominio del capital financiero sobre todas las demás formas de capital:

«En general, el capitalismo tiene la propiedad de separar la posesión del capital del empleo del mismo en la producción, de separar el capital-dinero del capital industrial o productivo, de separar al rentier, que vive solo de la renta obtenida del capital-dinero, del empresario y de todos los que participan directamente en el empleo del capital. El imperialismo, es decir, el dominio del capital financiero, es aquella fase superior del capitalismo en la que tal separación alcanza dimensiones enormes. La supremacía del capital financiero sobre todas las restantes formas del capital significa la hegemonía del rentier y de la oligarquía financiera, significa una situación privilegiada para un pequeño número de Estados financieramente más “sólidos” que los demás.
     «En qué proporciones se verifica tal proceso nos lo demuestra la estadística de las emisiones de títulos de toda clase (...) Se advierte enseguida por estos datos cuán neta es la separación entre los cuatro países capitalistas más ricos, que poseen títulos por un importe de unos 100-150 mil millones de francos cada uno, y los demás países. Entre ellos, dos son los países capitalistas más ricos en colonias, es decir, Inglaterra y Francia; los otros dos son los países capitalistas más avanzados en relación con la rapidez de desarrollo y la amplitud de difusión del monopolio capitalista en la producción, es decir, los Estados Unidos y Alemania. Estos cuatro países juntos poseen 479 mil millones de francos, es decir, alrededor del 80% del capital financiero internacional. Casi todo el resto del mundo, de una u otra forma, hace el papel de deudor o de tributario de estos Estados, que actúan como banqueros internacionales de estas cuatro “columnas” del capital financiero mundial».


8. Exportación de capital

Lenin explica cómo a principios del siglo XX la exportación de capitales alcanzó picos espectaculares, sobre todo en los tres principales países: Inglaterra, que en 1910 destinaba sus capitales por mitad a las empresas industriales americanas y por la otra mitad a sus colonias de ultramar; Francia, cuyos préstamos estatales estaban dirigidos sobre todo a Rusia: típico caso de capitalismo usurario; Alemania que, siendo pobre en colonias, dividía equitativamente sus capitales entre América y Europa.

En la precedente época del capitalismo competitivo, cada empresa era impulsada a producir al menor coste posible y a vender la máxima cantidad de mercancías, es decir, a extender el mercado porque la exportación de mercancías tenía la absoluta preeminencia económica; dada la baja composición orgánica del capital, las tasas de ganancia no presentan grandísimas diferencias.   Pero la competencia lleva al aumento de la composición orgánica, a la disminución de la tasa de ganancia y al aumento de la diferencia entre los beneficios en los distintos países, es decir, entre los países avanzados capitalísticamente y los atrasados. En los primeros, en un cierto momento, la tasa de ganancia disminuye hasta el punto de hacer disminuir las inversiones y provocar el estancamiento. La lucha por la competencia se agudiza y para cada capital se convierte en cuestión de vida o muerte ampliar los mercados a expensas de los demás, tanto como salida de la producción como fuente de materias primas.

La burguesía monopolista, teniendo a disposición una plétora de capitales que buscan nuevos campos de inversión, ya no tiene hambre de nuevos capitales, tiene hambre de sobreganancias. Ya no dispone del monopolio de la productividad que le asegure la conquista “pacífica” de los mercados mundiales, sino que debe vérselas con competidores que producen en condiciones de productividad idénticas si no superiores: comienza la lucha por el dominio del mundo por parte de los países capitalistas mayores. Pero dominar significa invertir capitales, apoderarse de las minas y explotarlas, crear bancos, estimular el nacimiento de nuevas industrias. A esto se es impulsado tanto por la diferencia de la tasa de ganancia, más alta en los países atrasados, los cuales tienen bajos salarios y baja composición orgánica, como por razones de dominio. La exportación de capitales adquiere un papel central y se verifica en varias formas: préstamos hechos por particulares o por entes públicos, aporte directo de bienes instrumentales con pago aplazado, transporte de empresas enteras o de partes de ellas con concesión de patentes, participación en empresas locales, etcétera.

La necesidad de la exportación de capitales está determinada por el hecho de que en algunos países con un capitalismo más que maduro la valorización encuentra cada vez mayores dificultades. El capital sin inversión se procura así una serie de canales de salida: al extranjero con la exportación de capital, al interior con la especulación bursátil. Los flujos financieros internacionales se convierten en un múltiplo cada vez mayor de los flujos comerciales: en 1998 las transacciones financieras diarias se cifraban en torno a los dos billones de dólares, de los cuales solo un centésimo se referían a intercambios de mercancías.

Volvamos a Lenin:

«Para el viejo capitalismo, bajo el reinado de la libre competencia, era característica la exportación de mercancías; para el capitalismo más reciente, bajo el dominio de los monopolios, se ha convertido en característica la exportación de capital (...) En el umbral del siglo XX encontramos la formación de nuevos tipos de monopolio: en primer lugar, asociaciones monopolísticas de los capitalistas en todos los países con capitalismo avanzado; en segundo lugar, la posición monopólica de los pocos países más ricos, en los cuales la acumulación de capital ha alcanzado dimensiones gigantescas. Se determinó en los países más avanzados un enorme “excedente de capitales” (...)

«Mientras el capitalismo siga siendo tal, el excedente de capitales no se empleará en elevar el nivel de vida de las masas en un país dado, porque ello comportaría una disminución de los beneficios para los capitalistas, sino en elevar tales beneficios mediante la exportación de capitales al extranjero, a los países menos desarrollados. En estos últimos, los beneficios ordinariamente son muy altos, porque hay escasez de capitales, la tierra es relativamente barata, los salarios bajos y las materias primas a bajo precio. La posibilidad de la exportación de capitales está asegurada por el hecho de que una serie de países atrasados ya está atraída a la órbita del capitalismo mundial, que en ellos ya se han construido o están en vías de construcción redes ferroviarias, que están aseguradas las condiciones elementales para el desarrollo de la industria, etc. La necesidad de la exportación de capital se debe a la “madurez excesiva” del capitalismo en algunos países y al hecho de que al capital (dado el atraso de la agricultura y la pobreza de las masas) le faltan las inversiones “rentables”».

Evidentemente, estas exportaciones de capital al extranjero se producen siempre en beneficio del prestamista:

«En estos negocios internacionales siempre toca algo a los acreedores, o una ventaja de política comercial, o un yacimiento de carbón, o la construcción de un puerto, o una pingüe concesión, o una comisión de cañones (...) Lo más frecuente en la concesión de créditos es poner como condición que una parte del dinero prestado deba emplearse en la compra de productos del país que concede el préstamo, especialmente de material de guerra, barcos, etc.»

La alemana Deutsche Bank, a cambio de los préstamos concedidos a Turquía, obtuvo la exclusiva para la construcción de la línea ferroviaria Berlín-Bagdad, además de importantes concesiones petrolíferas. Y Lenin concluye:

«Los países exportadores de capitales se han repartido el mundo sobre el papel, pero el capital financiero ha conducido también a una repartición del mundo real y efectiva».


9. El reparto del mundo entre los grandes trusts

El reparto del mundo por obra de unos pocos grandes trusts tuvo su prototipo, a principios del siglo XX, en la industria eléctrica, en la cual el proceso de concentración fue tan rápido que llevó en breve a la formación de dos enormes consorcios, uno americano y el otro alemán. Escribe Lenin:

«La industria eléctrica es la que mejor que ninguna otra representa los últimos progresos realizados por la técnica y por el capitalismo entre finales del siglo XIX y principios del XX. Se ha desarrollado sobre todo en los dos nuevos países capitalistas más avanzados, los Estados Unidos y Alemania. En Alemania especialmente la crisis de 1900 ejerció una gran influencia en el incremento de la concentración en este campo. Los bancos, ya bastante fusionados con la industria, durante esta crisis aceleraron y profundizaron en altísimo grado la ruina de las empresas relativamente pequeñas y su absorción por las grandes empresas. “Los bancos –escribe Jeidels– retiraban sus ayudas precisamente a las empresas más necesitadas de capital, promoviendo así primero un desarrollo prodigioso y luego una bancarrota desesperada de las sociedades no ligadas a ellos estrecha y duraderamente” (...) Pero naturalmente la división del mundo entre dos poderosos trusts no excluye que pueda ocurrir una nueva división, tan pronto como cambie la relación de fuerzas como consecuencia de la desigualdad en el desarrollo, por efecto de guerras, de cracks, etc.
     «Un ejemplo instructivo de semejante nueva división y de las luchas que provoca lo ofrece la industria del petróleo. “El mercado mundial del petróleo –escribía Jeidels en 1905– está hoy sustancialmente repartido entre dos grandes grupos financieros: la Standard Oil Co. de Rockefeller y los dueños del petróleo ruso de Bakú, Rothschild y Nobel. Estos dos grupos están estrechamente ligados, pero desde hace algunos años están amenazados en sus posiciones de monopolio por cinco adversarios”: 1) el agotamiento de las fuentes petrolíferas americanas; 2) la competencia de la firma Mantashev y Co. de Bakú [representante del gran capital armenio, que tuvo prácticamente el monopolio del petróleo de Bakú desde 1850 hasta 1872]; 3) los recursos de petróleo en Austria y 4) en Rumanía; 5) las fuentes petrolíferas transoceánicas, especialmente en las colonias holandesas (las riquísimas firmas Samuel y Shell, ligadas también al capital inglés). Estos tres últimos grupos de empresas están ligados a los grandes bancos alemanes con a la cabeza el más grande, el Deutsche Bank. Estos bancos han promovido de modo sistemático e independiente la industria del petróleo, por ejemplo en Rumanía, con el fin de tener sus “propios” puntos de apoyo. En 1907 se calculaba en 185 millones de francos el capital extranjero empleado en la industria petrolífera rumana, y de ellos 74 millones eran de origen alemán.
     «Comenzó entonces una lucha que, en la literatura económica, se definirá como lucha por la “división del mundo”. Por un lado, el trust petrolífero de Rockefeller, que aspiraba a apoderarse de todo, fundó en la misma Holanda una “sociedad filial”, con el fin de acaparar los recursos de petróleo de las Indias Neerlandesas y golpear así de muerte a su principal adversario, el trust anglo-holandés Shell. Por otro lado, el Deutsche Bank y los otros grandes bancos de Berlín trataron de “salvaguardar” Rumanía y asociarla a Rusia contra Rockefeller. Este último disponía de capitales infinitamente superiores y de una excelente organización de transporte y de distribución. La lucha, por lo tanto, debía terminar y terminó, en 1907, con la completa derrota del Deutsche Bank, al que no le quedó otra opción que liquidar sus “intereses petrolíferos” perdiendo millones o someterse. El Deutsche Bank eligió esta última alternativa y concluyó con la Standard Oil un acuerdo muy desventajoso, con el que se comprometía a “no emprender nada en detrimento de los intereses americanos”, con la cláusula, sin embargo, de que el tratado perdería su valor en caso de que Alemania hubiera introducido, por vía legislativa, el monopolio estatal sobre el petróleo.
     «Y entonces comenzó la “comedia del petróleo”. Uno de los reyes de las finanzas germánicas, von Gwinner, director del Deutsche Bank, a través de su secretario privado Stauss, inició una agitación a favor del monopolio estatal del petróleo. Todo el gigantesco aparato del máximo banco de Berlín, todas sus infinitas “relaciones” se pusieron en movimiento; la prensa, llena de indignación “patriótica”, hinchó las mejillas contra el “yugo” del trust americano, y el 15 de marzo de 1911 el Reichstag, casi por unanimidad, aprobó una moción que invitaba al gobierno a preparar un proyecto de ley sobre el monopolio del petróleo. El gobierno aprovechó al vuelo esta idea, convertida ya en “popular”, y pareció que el juego del Deutsche Bank, que quería engañar a sus contratantes americanos y mejorar sus propios negocios con la ayuda del monopolio estatal, había tenido éxito. A los magnates alemanes del petróleo se les hacía la boca agua al prever los gigantescos beneficios que no tendrían nada que envidiar a los de los industriales rusos del azúcar (...) Pero, en lo mejor, los grandes bancos alemanes se pelearon por el reparto del botín y la Disconto-Gesellschaft reveló los egoístas intereses del Deutsche Bank. En este punto, el gobierno no se sintió con fuerzas para iniciar una lucha contra Rockefeller, porque parecía muy dudoso que, sin él, Alemania pudiera conseguir el petróleo (la producción de Rumanía era modesta). Y cuando, en 1913, se aprobó la asignación de mil millones destinados a armamentos, el proyecto de monopolio fue abandonado. La Standard Oil de Rockefeller salió, por entonces, vencedora de la lucha.
     «A este respecto, la revista berlinesa Die Bank escribía que Alemania podría combatir a la Standard Oil solo mediante el monopolio de la corriente eléctrica y la transformación de la fuerza hidráulica en electricidad barata. “Pero –añadía el autor del artículo– el monopolio de la electricidad se tendrá en el momento en que los productores lo necesiten, es decir, cuando sea inminente un nuevo gran crack de la industria eléctrica, cuando las grandiosas y costosas estaciones eléctricas, que ahora los consorcios privados de la industria eléctrica van fundando por todas partes, y a favor de las cuales obtienen monopolios parciales de las ciudades, de los Estados, etc., ya no sean capaces de trabajar con ganancias. Entonces habrá que recurrir a las fuerzas hidráulicas; pero estas no podrán ser transformadas en electricidad barata directamente por el Estado, sino que habrá que concederlas de nuevo a un ‘monopolio privado controlado por el Estado’, porque la industria privada ya ha concluido una serie de negocios y se ha reservado, contractualmente, fuertes indemnizaciones (...) Así ha ocurrido con el monopolio de la potasa, así con el monopolio del petróleo, y así ocurrirá también con el monopolio de la electricidad. Nuestros socialistas de Estado, que se dejan cegar por las bellas teorías, deberían finalmente darse cuenta de que en Alemania los monopolios nunca han tenido ni el objetivo ni el resultado de beneficiar a los consumidores ni tampoco el de asegurar al Estado una parte de las ganancias de la empresa, sino que siempre han servido solo para sanear, a expensas del Estado, las industrias privadas al borde de la bancarrota”.
     «¡A qué valiosas confesiones se ven obligados los economistas burgueses de Alemania! De ellas emerge claramente cómo, en la edad del capital financiero, los monopolios estatales y privados se compenetran unos con otros, y cómo tanto unos como otros son simplemente eslabones individuales de la cadena de la lucha imperialista por la división del mundo (...) La época del capitalismo moderno nos demuestra cómo entre los grupos capitalistas se establecen determinadas relaciones basadas en la división económica del mundo, y cómo, a la par con tal fenómeno y en conexión con él, se establecen también entre las agrupaciones políticas, es decir, los Estados, determinadas relaciones basadas en la división territorial del mundo, en la lucha por las colonias, en la “lucha por los territorios económicos”».


10. La contienda entre las potencias imperiales

Pero el reparto del mundo entre los monopolios capitalistas, en primer lugar los monopolios financieros, está estrechamente ligados a los antagonismos entre las potencias. El motivo central de la política exterior de los países capitalistas a partir de los años ochenta del siglo XIX consiste en la conquista de territorios extranjeros, cerrándolos a la competencia exterior, como mercados de productos acabados, fuentes de materias primas y de mano de obra barata o campos de inversión de capitales a exportar. Lenin prosigue:

«Para Inglaterra, el período de las mayores conquistas coloniales se sitúa entre 1860 y 1880, y estas son todavía considerables en los últimos veinte años del siglo XIX. Para Francia y Alemania son importantes especialmente estos últimos veinte años. Ya hemos visto que el período de máximo desarrollo del capitalismo pre-monopolista, con el predominio de la libre competencia, se sitúa entre la sexta y la séptima década. Ahora vemos que especialmente después de tal período se inicia un prodigioso “desarrollo” de las conquistas coloniales y se agudiza al extremo la lucha por la redistribución territorial del mundo. Es, por lo tanto, indiscutible el hecho de que el paso del capitalismo a su fase monopolista, al capital financiero, está ligado a una agudización de la lucha por la división del mundo (...)

«En el umbral del siglo XX, la división del mundo ya estaba “terminada”. Las posesiones coloniales crecieron desmesuradamente después de 1876, pasando de 40 a 65 millones de kilómetros cuadrados para las seis mayores potencias. El aumento de 25 millones de kilómetros cuadrados corresponde a una vez y media la superficie de la metrópoli (16 millones y medio). En 1876, tres potencias no tenían ninguna colonia, y una cuarta, Francia, casi ninguna. En 1914, estos cuatro países poseían colonias por 14,1 millones de kilómetros cuadrados, es decir, alrededor de una vez y media la superficie de Europa, con una población de unos 100 millones (...)

«Lo que caracteriza fundamentalmente al modernísimo capitalismo es el dominio de los grupos monopólicos constituidos por los mayores empresarios. Tales monopolios son sobre todo sólidos cuando todas las fuentes de materias primas se concentran en sus manos. Hemos visto el ardor con que los grupos capitalistas internacionales se esfuerzan, por cualquier medio, en arrebatar a los adversarios toda posibilidad de competencia, en acaparar las minas de hierro y los yacimientos de petróleo, etc. Solo la posesión de las colonias asegura al monopolio completas garantías de éxito contra los riesgos de la lucha con los rivales, incluso en el caso de que estos últimos decidan atrincherarse tras alguna ley de monopolio estatal. Cuanto más desarrollado está el capitalismo, cuanto más sensible es la escasez de materias primas, cuanto más aguda es en todo el mundo la competencia y la caza de las fuentes de materias primas, tanto más feroz es la lucha por la conquista de las colonias (...)

«Para el capital financiero son importantes no solo las fuentes de materias primas ya descubiertas, sino también las que eventualmente aún quedan por descubrir, ya que en nuestros días la técnica realiza progresos vertiginosos y terrenos hoy inutilizables pueden mañana ser puestos en valor, apenas se hayan encontrado nuevos métodos (y para tal fin el gran banco puede organizar expediciones especiales de ingenieros, agrónomos, etc.) y apenas se hayan empleado capitales más fuertes. Lo mismo se puede decir de las exploraciones en busca de nuevas riquezas mineras, del descubrimiento de nuevos métodos de elaboración y de utilización de esta o aquella materia prima, etc. De ello nace inevitablemente la tendencia del capital financiero a ampliar su territorio económico, y también su territorio en general.
     «Del mismo modo en que los trusts capitalizan su propiedad valorándola dos o tres veces por encima de su valor, ya que hacen asignación de los beneficios “posibles” futuros (y no de los actuales) y de los ulteriores resultados del monopolio, así el capital financiero, en general, se esfuerza en arrebatar cuanto más territorio sea posible, como sea y donde sea, buscando solo posibles fuentes de materias primas, temiendo quedarse atrás en la lucha enloquecida por el último pedazo de esfera terrestre aún no dividido, o por una nueva división de los territorios ya divididos».


11. El lugar del imperialismo en la historia

Lenin recuerda los rasgos esenciales del monopolio y del imperialismo, resaltando cómo este, aun siendo parasitario y putrefacto, lleva a cabo sin embargo un grado muy elevado de socialización de la producción:

«En primer lugar, el monopolio surgió de la concentración de la producción, llegada a un grado muy elevado de desarrollo. Se formaron grupos monopolísticos de capitalistas: cárteles, sindicatos patronales y trusts (...) A principios del siglo XX adquirieron una supremacía absoluta en los países avanzados: y si los primeros pasos en el camino de la cartelización fueron dados por países con altos aranceles proteccionistas (Alemania, Nortamérica), poco tiempo después también Inglaterra, con todo su sistema de libertad de comercio, mostraba el mismo fenómeno fundamental, es decir, el surgimiento de los monopolios a partir de la concentración de la producción.
     «En segundo lugar, los monopolios han llevado al acaparamiento intensivo de las principales fuentes de materias primas, especialmente en la industria más importante y más cartelizada de la sociedad capitalista, la siderúrgico-minera. La posesión monopólica de las más importantes fuentes de la materia prima ha aumentado inmensamente el poder del gran capital y agudizado el antagonismo entre la industria cartelizada y la industria no cartelizada.
     «En tercer lugar, los monopolios surgieron de los bancos. Estos se transformaron de modestas empresas de mediación en detentadores monopólicos del capital financiero. Tres o cinco grandes bancos, de cualquiera de los países más evolucionados, han llevado a cabo la “unión personal” del capital bancario y del capital industrial, y han concentrado en sus manos miles y miles de millones que constituyen la mayor parte de los capitales y de los ingresos en dinero de todo el país. La manifestación más llamativa de tal monopolio es la oligarquía financiera que estrecha, sin excepción, en su densa red de relaciones de dependencia todas las instituciones económicas y políticas de la moderna sociedad burguesa.
     «En cuarto lugar, el monopolio surgió de la política colonial. A los numerosos “antiguos” motivos de la política colonial, el capital financiero ha añadido la lucha por las fuentes de materias primas, la lucha por la exportación de capitales, la lucha por las “esferas de influencia”, es decir, por las regiones que ofrecen ventajosos negocios, concesiones, beneficios monopolísticos, etc., y finalmente la lucha por el territorio económico en general. Cuando, por ejemplo, las potencias europeas ocupaban con sus colonias solo una décima parte de África, como era el caso todavía en 1876, la política colonial podía entonces desarrollarse en forma no monopólica, en la forma, por decirlo así, de una “libre toma de posesión” de territorio. Pero, acaparados ya nueve décimas partes de África (hacia 1900) y terminada la división del mundo, entonces, como era inevitable, comenzó la era de la posesión monopolística de las colonias, y por lo tanto también de una lucha particularmente intensa por la partición y repartición del mundo.
     «Es conocido por todos cuánto el capital monopolista ha agudizado todos los antagonismos del capitalismo. Basta mencionar el encarecimiento de los precios y la presión de los cárteles. Esta agudización de los antagonismos constituye la más potente fuerza motriz del período histórico de transición, iniciado con la definitiva victoria del capital financiero mundial. Monopolios, oligarquía, tendencia al dominio en lugar de a la libertad, explotación de un número cada vez mayor de naciones pequeñas y débiles por obra de pocas naciones más ricas o poderosas: son las características del imperialismo, que lo convierten en un capitalismo parasitario y en putrefacción (...)

«Pero sería un error creer que tal tendencia a la putrefacción excluye el rápido incremento del capitalismo: todo lo contrario. En la edad del imperialismo, ramas individuales de la industria, estratos individuales de la burguesía o países individuales manifiestan, con mayor o menor fuerza, una u otra de esas tendencias. En conjunto, el capitalismo crece mucho más rápidamente que antes, solo que tal incremento no solo se vuelve en general más desigual, sino que tal desigualdad se manifiesta particularmente en la putrefacción de los países capitalísticamente más ricos en capital (Inglaterra) (...)

«Cuando una gran empresa asume dimensiones gigantescas y, sobre la base de una exacta evaluación de datos innumerables, organiza sistemáticamente el suministro de la materia prima básica en la proporción de dos tercios o de tres cuartas partes de toda la necesidad de una población de más de decenas de millones; cuando está organizado sistemáticamente el transporte de esta materia prima a los centros de producción más oportunos, a veces separados unos de otros por cientos o miles de kilómetros; cuando un único centro dirige todas las sucesivas fases de elaboración de la materia prima, hasta la producción de los más variados productos acabados; cuando la distribución de tales productos, entre los cientos de millones de consumidores, se realiza según un preciso plan (por ejemplo, la venta del petróleo en América y Alemania por parte de la Standard Oil), entonces se hace claro que se está en presencia de una socialización de la producción y no ya de un simple “entrelazamiento”; que las relaciones de economía privada y de propiedad privada forman una envoltura que ya no corresponde al contenido, envoltura que debe inevitablemente entrar en putrefacción si se obstaculiza artificialmente su eliminación [¡y es lo que desgraciadamente sucede desde hace más de un siglo!], y en estado de putrefacción podrá quizás durar por un tiempo relativamente largo (en el peor de los casos, si la brújula oportunista tarda en estallar), pero finalmente será fatalmente eliminado».

El imperialismo está ligado al oportunismo porque:

«Los elevados beneficios que los capitalistas de una cierta rama de la industria o de un cierto país obtienen del monopolio les da la posibilidad económica de corromper a algunos estratos obreros (...) conquistados a la causa de la burguesía de aquella rama o de aquel país, y de contraponerlos a todos los demás».

El paréntesis de la Segunda Guerra Mundial representará para el capitalismo un baño de juventud, llevando momentáneamente hacia atrás la composición orgánica del capital. Pero la acumulación ha proseguido luego de forma infernal hasta la crisis general de superproducción de 1973, que aún no ha encontrado su desenlace: en Europa, en América del Norte, en Rusia, en China la sociedad burguesa es hoy un cadáver putrefacto.


12. El choque por el petróleo del Medio Oriente

ì Con el bagaje del extraordinario texto de Lenin, retomemos ahora la historia del petróleo, o mejor dicho, de los modernos monopolios.

Según Lenin, en vísperas de la Primera Guerra Mundial las grandes potencias emergentes eran Estados Unidos y Alemania. En Europa, Alemania se encontraba sofocada por los viejos capitalismos inglés y francés, y esto hacía inevitable, tarde o temprano, una guerra por una nueva división del mundo. Veamos las cosas un poco más de cerca.

A principios de siglo, la venta de petróleo en el mundo y en Europa estaba en manos de los cárteles de la Shell y la Standard Oil. Gran Bretaña, aún la primera potencia mundial, no disponía, a diferencia de Estados Unidos y Rusia, de reservas de petróleo en su propio territorio, y por lo tanto estaba obligada a buscarlo en los lugares más remotos.

Para los ingleses, el negocio del petróleo estuvo desde sus inicios estrechamente ligado a la política diplomática. En 1901, la iniciativa del empresario británico William D’Arcy, que había adquirido del Sha de Persia una concesión petrolífera sexagenal para la prospección y la explotación de los yacimientos en tres cuartas partes del país, respondía bien a las necesidades británicas en función anti-rusa. En Persia, los ingleses detentaban sólidas posiciones, que los rusos trataban de socavar. Con el nuevo siglo, Rusia había aumentado su presión sobre Persia y establecido una fuerza naval propia en el Golfo Pérsico, que amenazaba a la India y las vías que a ella conducían. Precisamente para evitar roces prematuros con Rusia, se habían excluido de la concesión de D’Arcy los territorios septentrionales, en la frontera con el imperio zarista.

Finalmente, en 1908, la perseverancia de D’Arcy fue recompensada al encontrarse petróleo y descubrirse el rico yacimiento de Masjed Soleyman, uno de los más importantes del país. Se hizo necesaria la creación de una estructura societaria para explotar al máximo la concesión: así nació la Anglo-Persian Oil Company (Apoc, la futura British Petroleum). Lord Strathcona, proveniente del Foreign Office, fue nombrado presidente y D’Arcy director general.

En 1912, Churchill, entonces Lord del Almirantazgo, decidió modernizar la flota de guerra y dotar a los barcos de la Royal Navy de calderas de fuel en sustitución de las de carbón para hacerlos más ágiles, rápidos y flexibles que los alemanes y americanos. El incidente de Agadir del año anterior, cuando una cañonera alemana había entrado en el puerto marroquí con fines demostrativos, era un claro mensaje de que Alemania perseguía fines expansionistas y desafiaba el dominio inglés sobre los mares. Además, la flota inglesa dependía entonces del petróleo americano, y esto era visto con preocupación por un gobierno celoso de la independencia nacional y de su política marítima en el mundo. Churchill fue uno de los pocos en identificar entonces la estrecha relación entre el control estatal del petróleo y la potencia militar. Apostar por un recurso que se encontraba en territorios fuera de la influencia británica requería, de hecho, un preciso compromiso político y militar.

Así, para proteger sus propios intereses estratégicos y poner bajo el control directo de la marina las ricas reservas del Medio Oriente, el gobierno británico había propuesto la parcial nacionalización de la recién nacida Anglo-Persian, convirtiéndose en accionista mayoritario. La posición conquistada por la Compañía se verá reforzada por los trabajos necesarios para la explotación de los yacimientos en los que pronto se lanzarán los ingleses. Para transportar el petróleo persa, el capital financiero que tenía el control de la sociedad inició trabajos faraónicos para la construcción del puerto de Abadan, en el Golfo Pérsico, además de carreteras en los territorios montañosos del país que entonces estaban infestados de bandidos, y sobre todo de un oleoducto de varios cientos de kilómetros para conectar los pozos de petróleo con el puerto, sede entonces de una de las refinerías más grandes del mundo. En vísperas de la guerra, los campos petrolíferos persas producían una producción anual de 89 mil toneladas de crudo.

En el Medio Oriente, las rivalidades entre las potencias estaban en curso mucho antes de que comenzara la explotación intensiva del petróleo. El Imperio Otomano, extendido en tres continentes, ocupaba una posición estratégica en las relaciones internacionales, y era un aliado indispensable sobre todo para Gran Bretaña por su acceso a la India.

A finales del siglo XIX, la novedad fue que también los alemanes comenzaron a infiltrarse en la zona por diversas vías: exploraciones arqueológicas y científicas, misiones comerciales, líneas de navegación, etc. El petróleo hará su entrada en 1903, cuando el Kaiser obtuvo del sultán la autorización para la construcción del ferrocarril Berlín-Bagdad. El Gran Visir prometió al Deutsche Bank el derecho de explotar los recursos petrolíferos situados a lo largo de la línea en una franja de veinte kilómetros a los lados de la vía férrea.

Las rivalidades en el Medio Oriente son la prolongación de una competencia naval y comercial general cada vez más áspera entre las potencias europeas, sobre todo después de la Entente Cordiale (1904) con la que ingleses y franceses se habían repartido descaradamente la hegemonía sobre el Mediterráneo. En 1908-1909, la revolución de los Jóvenes Turcos modificará aún más la situación: la noticia de la caída del sultán Abdul Hamid fue recibida con satisfacción en Londres y París porque parecía preludiar la completa defenestración de Alemania de la región.

Los ingleses nunca habían ocultado su voluntad de hacer de Constantinopla un centro de influencia financiera exclusivamente británico. La ocasión favorable se presentó en 1910 cuando, con la ayuda de Calouste Gulbenkian, consejero económico y financiero de las embajadas turcas en París y Londres, se fundó el National Bank of Turkey con capital íntegramente inglés. En enero de 1911, el mismo Gulbenkian, convertido entretanto en director del banco en Londres, impulsó a los fundadores a lanzarse al negocio petrolífero otomano con la fundación de la Turkish Petroleum Company Ltd., en la que participaron Sir Ernest Cassel, embajador de Gran Bretaña en Constantinopla (40% del capital), Gulbenkian (40%) y el National Bank of Turkey (20%). En la época, Gulbenkian, armenio de nacionalidad otomana, no era un desconocido en el mundo del petróleo. Hijo y nieto de grandes importadores de petróleo ruso, había cursado sus estudios en Londres, en el King’s College, de donde salió con la licenciatura en ingeniería. Su padre lo había enviado entonces a curtirse en la industria petrolífera de Bakú, donde había iniciado importantes relaciones comerciales y estrechado lazos con el ministro del gobierno otomano para el petróleo y con los representantes locales de los Rothschild y de la Shell.

Pero desafortunadamente eran aún los alemanes quienes detentaban las concesiones mineras en Mesopotamia, y esto impuso a los ingleses, volens nolens, un acercamiento táctico con los alemanes, tanto más cuanto que también los americanos trataban de entrar en el juego, aprovechando la revolución de los Jóvenes Turcos. Por un fenómeno solo aparentemente anómalo, los Estados Unidos, aun habiendo ascendido a máximos productores de petróleo y regulando de hecho el mercado petrolero mundial en cuanto poseían una organización muy avanzada para todas las fases de la producción y de la venta de los productos petrolíferos, habían sido hasta ahora excluidos de los juegos mediorientales.

En realidad, la política de los EEUU no es la de apostar por el control directo de las colonias: teniendo a disposición un inmenso territorio rico en materias primas y un ilimitado mercado interno, necesitan más bien nuevos mercados de salida para las mercancías y los capitales. La política imperialista americana apunta a presiones económicas y a intervenciones militares ad hoc para crear un área favorable al dólar. Cuando los americanos hacen muestra de querer defender la integridad territorial de algunos países apelando a la política de la “puerta abierta” (¡a los intereses estadounidenses!), lo hacen para mantener fuera a los competidores.

A principios de 1910, los Estados Unidos habían enviado al contraalmirante Chester a ofrecer a los turcos un vasto programa de obras públicas y de desarrollo económico proponiendo, entre otros proyectos, la construcción de tres ferrocarriles a condición de obtener las mismas condiciones que los alemanes. En marzo, hombres de negocios americanos habían creado la Ottoman American Development Co., depositando en el Banco de Turquía la suma de 88 mil libras esterlinas. Las negociaciones fueron apoyadas oficialmente por el subsecretario de Estado Wilson, que viajó a Constantinopla con ocasión de la coronación del nuevo sultán Muhammad V.

Pero la contraofensiva diplomática alemana e inglesa contra la penetración americana convencerá a los otomanos de dejar caer las negociaciones en curso. Alemanes e ingleses tenían buenas cartas que jugar ante el nuevo gobierno, ya que gozaban de fuertes disponibilidades de capitales y de una consolidada hegemonía comercial y política en la zona. Después de dos años de extenuantes negociaciones, el 19 de marzo de 1914, se creó, bajo la égida de los gobiernos británico y alemán, un Consorcio denominado Turkish Petroleum Company (TPC), cuyo capital era poseído por mitad por la Anglo-Persian (controlada por el gobierno británico) y por la otra mitad por el Deutsche Bank (en representación del gobierno alemán) y por la Royal Dutch Shell.

Atrapado en la pinza de intereses más grandes que él, Gulbenkian verá reconocido a duras penas el 5% de participación en los beneficios sin derecho a voto; el interés del 5% le será pagado por mitad por el grupo D’Arcy y por mitad por la sociedad de Deterding, deducido de sus respectivas cuotas. En sus memorias, Gulbenkian no ocultará su rencor: «La injusticia de este acuerdo es un ejemplo de lo que pueden hacer los grupos petroleros para influir en los ambientes gubernamentales gracias a las palancas de las que disponen».

Estaban madurando las condiciones favorables para aquella guerra contra el competidor alemán que los gobiernos inglés y francés esperaban desde hacía décadas y que los marxistas habían predicho desde la derrota francesa de 1871.

La época del desarrollo imperialista (1875-1914) se caracteriza al principio por la existencia de un gran número de nuevos campos de inversión para los capitales, luego por la contienda por estas inversiones por parte de las diversas potencias. En la fase monopólica del capitalismo, las economías nacionales están estrechamente ligadas a las fracciones nacionales del capital financiero y se encuentran en competencia entre sí tanto para defenderse de la recíproca competencia como para disputarse el mercado mundial. En un cierto momento, la lucha entre los capitales monopólicos se convierte en guerra imperialista entre los Estados a los que los capitales hacen referencia.

Las dos fases son evidentes en los acontecimientos que precedieron a la Primera Guerra Mundial. Después de una primera fase de expansión relativamente pacífica del capitalismo europeo (pacífica en las relaciones entre potencias, homicida en las relaciones con los países colonizados) sancionada por la Conferencia internacional de Berlín de 1885 que había regulado la división del África central, en particular la cuenca del Congo riquísima en materias primas, se llegó inevitablemente al choque entre las potencias, en un crecimiento impresionante: 1898, conflicto evitado por poco entre Gran Bretaña y Francia en Sudán y en Níger y guerra hispano-americana; 1899-1902, guerra anglo-bóer y política de la “puerta abierta” en China; 1904-05, guerra ruso-japonesa; 1905 y 1911, crisis marroquíes; 1908, contrastes entre Rusia y Gran Bretaña por Afganistán, y entre Rusia y Austria por los Balcanes; 1912-13, guerras balcánicas.

En esta división del mundo, Gran Bretaña se lleva la parte del león gracias a su, aún por poco tiempo, indiscutida superioridad industrial y financiera: domina a la India, Malasia, Birmania, una serie de puntos clave en el camino hacia la India desde Port Said hasta Ciudad del Cabo, extiende su imperio sobre la mitad de las islas del Pacífico y conserva sus colonias en América, en Australia y en Nueva Zelanda. Francia se apropia de territorios en África del Norte y en África occidental y ecuatorial, además de Madagascar, Vietnam y algunas islas del Pacífico. La pequeña Bélgica adquiere el inmenso imperio del Congo. Holanda consolida su dominación sobre Indonesia y las Indias Occidentales. Alemania se apodera de valiosas colonias en África occidental y oriental, en Asia y en Oceanía. Rusia se expande hacia el este, en Siberia, y hacia el sur. Japón ocupa Formosa y posiciones en el continente asiático (Port Arthur, Corea). Italia obtiene algunas colonias en África. También los EEUU participan en la división del mundo: centran su atención en el control de los océanos arrebatando a los españoles bocados de su antiguo imperio: Cuba, Puerto Rico, Guam, Hawái y Filipinas, importantes para la proyección hacia China.

La entrada en guerra del Imperio Otomano junto a Alemania y su definitivo desmembramiento después de la derrota harán que los recursos petrolíferos de la llanura del Tigris y del Éufrates se conviertan en la manzana de la discordia entre los grandes imperialismos. Las rivalidades derivadas de los enormes intereses económicos y financieros de las Compañías, que a menudo dictarán la agenda de los gobiernos, actuarán como multiplicador de los antagonismos políticos. Los enfrentamientos entre el capital alemán, que trataba de crear un mercado unificado en los Balcanes y en el área del Imperio Otomano (ferrocarril Berlín-Bagdad), y el capital francés e inglés que se oponían a este proyecto, serán el preludio a la primera carnicería imperialista de 1914.

La guerra sancionará de hecho la victoria definitiva del petróleo sobre el carbón. En 1914, los ejércitos que se enfrentaban eran aún los del siglo XIX, pero pronto la mecanización y el amplio empleo del motor de explosión modificarán el aparato bélico y la conducción misma de la guerra, tanto en el mar con la introducción de los barcos con motor de fuel, como en tierra y en el aire con los automóviles, los carros de combate, los explosivos y finalmente los aviones. El general francés Gallieni requisó todos los taxis de París para transportar en el plazo de 48 horas siete mil hombres y sus municiones al frente del Marne, deteniendo el avance alemán. Durante la batalla de Verdún, la “vía sagrada” que allí conducía era una única serpentina de camiones cargados de hombres y de municiones. El aprovisionamiento de petróleo se convertirá en el nudo crucial de la guerra. Las reservas inglesas eran alimentadas por la Anglo-Persian, mientras que Alemania había invertido enormes cantidades de capitales para la explotación de los yacimientos de Rumanía. En cuanto a Francia, para satisfacer su sed de petróleo se vio obligada a dirigirse al presidente americano Wilson y por lo tanto al monopolio Standard Oil.

La ayuda financiera y material de la potencia americana (capitales, energía, materias primas, productos alimenticios e industriales, como los camiones de la Ford, etc.) será decisiva para la victoria de los aliados. Pero cuando la guerra submarina alemana ponga en riesgo los suministros europeos de petróleo, en ciertos ambientes se abrirá camino la idea de que no se puede hablar de independencia política sin el control del aprovisionamiento de las fuentes de energía. Como señalará en 1917 el senador Henry Bérenger, presidente del recién constituido Comité Général du Pétrole, «la cuestión del petróleo se encamina a convertirse en una cuestión de política internacional». Mientras que el ex revolucionario y ahora vampiro Clemenceau dirá en 1918 que «una gota de petróleo vale una gota de sangre».

Los americanos estaban impacientes por echar mano al pastel petrolífero del Medio Oriente. La ocasión para entrar en guerra por la puerta principal se la dio precisamente la guerra submarina emprendida por Alemania contra los “neutrales” barcos estadounidenses, además de los intentos llevados a cabo siempre por los alemanes para reclutar a México en función anti-americana con la promesa de la restitución de Texas. Así, en abril de 1917, más de cuatro millones de soldados americanos, con flores democráticas en las bocas de sus fusiles, fueron enviados a los campos de batalla para defender el capital americano en Europa y en el Medio Oriente.

Aquí, mientras tanto, ingleses, franceses y rusos, fieles a la regla de vender la piel del oso antes de haberlo cazado, ya tejían febriles negociaciones para repartirse el botín del Imperio Otomano, y cada uno trataba de adquirir posiciones y alianzas ventajosas para hacerlas valer en la mesa de las futuras negociaciones. En 1916, la administración británica, para debilitar a Turquía, había impulsado a Hussein, el jerife hachemita de La Meca, a liderar la revuelta árabe contra el sultán, prometiéndole a él y a su familia la hegemonía sobre los diversos componentes árabes presentes en el Imperio, y puso a su lado varios “colaboradores” ingleses, el más célebre de los cuales pasará a la historia como Lawrence de Arabia. También en 1916 se firmó el acuerdo secreto anglo-francés de Sykes-Picot que delimitaba las respectivas zonas de influencia a hacer valer al final de la guerra.

Al enterarse de estos acuerdos, que dejaban a los Estados Unidos fuera de la zona, Rockefeller se había sentido tentado de cerrar el grifo del petróleo. Pero al final prevaleció la sabiduría del antiguo proverbio: más vale pájaro en mano que ciento volando. Así continuó vendiendo petróleo a ambas partes beligerantes sin pestañear, incluso después de la entrada en guerra de los Estados Unidos al lado de los Aliados. ¡Después de todo, los negocios son los negocios! Por otra parte, la Standard Oil no fue la única Compañía en colaborar con las autoridades alemanas durante la guerra; así se comportó la homóloga anglo-holandesa, la Renania, que no era otra que la filial alemana de la Shell holandesa; aunque los Países Bajos permanecieron neutrales hasta el final de la guerra. La sedicente “inmoralidad” de los monopolios es pan para dientes pequeño-burgueses. Nosotros sabemos con Lenin que los intereses de los monopolios alemanes y americanos estaban estrechamente entrelazados ya antes de esta guerra y, añadimos nosotros, continuarán estándolo también durante la Segunda.


13. Los ladrones de Bagdad

Ya en el otoño de 1914, las tropas británicas habían desembarcado en el Shatt al-Arab y remontado hacia Basora con la orden de garantizar la seguridad de los campos petroleros, de las refinerías y del oleoducto. Pronto las derrotas sufridas por los ejércitos zaristas, y luego la revolución de 1917, distraerán a los rusos de la región donde los ingleses permanecerán por un buen tiempo como dueños indiscutibles.

La revuelta árabe liderada por Hussein, con el apoyo de las tropas británicas, había hecho posible en 1918 la conquista de los países árabes a expensas de Turquía. Pero el sueño de los hachemitas de crear un vasto Estado árabe independiente chocaba contra los intereses territoriales anglo-franceses, tal como habían sido formalizados en los acuerdos de 1916. En base a ellos, Francia administraría, además de Cilicia, la costa siria y libanesa hasta Acre, mientras que a Gran Bretaña le corresponderían la Mesopotamia meridional, incluida Bagdad, y en Palestina los puertos de Acre y Haifa. Además, el 2 de noviembre de 1917, Balfour, en nombre del gobierno inglés, había anunciado la fundación en Palestina de un “hogar nacional judío”. Desafiando el ridículo, se ideó la fórmula de los mandatos: Francia e Inglaterra recibían de la Sociedad de las Naciones el mandato de administrar los territorios de la Media Luna Fértil, ¡para llevarlos a la... completa independencia!

Después de dos años de hipócritas negociaciones, una convención franco-británica para el petróleo fue firmada en abril de 1920 en San Remo, dentro de la Conferencia convocada para concluir el tratado de paz con Turquía, a espaldas de los americanos. El tratado atribuía a Francia el mandato sobre Siria, Líbano incluido, y a Inglaterra sobre Palestina e Irak. Cabe destacar que el tratado asignó a Irak y no a Siria el distrito petrolífero de Mosul, que los acuerdos de 1916 habían colocado en la zona de influencia francesa. Francia hizo de tripas corazón porque esperaba el apoyo de Gran Bretaña para la ocupación del Ruhr. Como contrapartida, obtuvo de todos modos la cuota alemana (23,75%) de la Turkish Petroleum, a cambio del compromiso de facilitar la construcción de un oleoducto hasta el Mediterráneo a través de Siria.

El gobierno francés tenía prisa por urdir una política del petróleo. En 1923, el presidente del Consejo Poincaré confió a algunos hombres de negocios la tarea de establecer una política nacional del petróleo y de constituir una sociedad con el fin de gestionar las acciones de la Turkish, aún bajo secuestro en Londres. En la primavera de 1924 se creó la Compagnie Française des Pétroles (Cfp), en la que también entró el Estado con una cuota del 25%. La industria automovilística francesa estaba entonces en pleno desarrollo: el parque de vehículos alcanzaba el millón y Citroën era el primer constructor de Europa. El gobierno francés puso al frente de la Compañía a un célebre científico del Politécnico, Ernest Mercier, y dio a la sociedad una protección particular, construyendo refinerías para el crudo proveniente del Medio Oriente. Pero la Cfp nunca tendrá una producción de escala comparable a la de sus competidores anglo-americanos, y el resentimiento francés contra su dominio siempre arderá bajo las cenizas, con periódicas explosiones.


14. Pruebas de guerra entre hermanos

Gran Bretaña había obtenido el pleno control de Irak, pero la región se encaminaba a convertirse en teatro de un nuevo choque entre los imperialismos. Ya en el verano de 1920, los ingleses tuvieron que hacer frente a una imponente revuelta en la región del Éufrates, para reprimir la cual usaron gases asfixiantes y bombas de retardo, que dejaron sobre el terreno noventa mil muertos. En marzo de 1921, una conferencia reunida en El Cairo decidió crear un reino hereditario en Irak y confiar la corona al príncipe hachemita Faysal, al que los ingleses habían puesto en el trono de Siria en 1919 y que los franceses habían destronado al año siguiente. Para Inglaterra, que necesitaba estabilidad para continuar en paz sus investigaciones petrolíferas, la elección de un gobierno árabe de fachada que gobernara en su nombre era perfecta.

Que el rey era un títere de los ingleses quedó demostrado por la cuestión de Mosul. Este territorio, rico en petróleo, poblado mayoritariamente por kurdos, árabes musulmanes y árabes cristianos, era reclamado tanto por Turquía como por Irak. Inglaterra naturalmente prefería ver las regiones petrolíferas en manos de los iraquíes antes que de los turcos. Así, en 1924, el coronel Lawrence “sugirió” a Faysal que reclamara la soberanía sobre el territorio kurdo. Los ingleses llevaron la controversia ante la Sociedad de las Naciones, que atribuyó a Irak la mayor parte del vilayato de Mosul. Los tímidos intentos del rey Faysal de legitimarse –extranjero impuesto en el trono desde el exterior– en el nuevo Estado compuesto fracasarán. En 1932, Irak alcanzará la independencia formal, el primero de los Estados en el sistema de mandatos, pero de hecho los británicos conservarán el pleno uso de las bases militares y un control directo del ejército por medio de consejeros militares.

Los Estados Unidos, deliberadamente excluidos de los acuerdos de San Remo con el pretexto de que no habían declarado la guerra a Turquía, impugnaron duramente el tratado: el embajador americano en Londres entregó una nota de protesta al Foreign Office en la que implícitamente se acusaba a Inglaterra de querer ejercer una forma de monopolio para la producción de una materia esencial como el petróleo, en violación del principio de igualdad en las relaciones internacionales. Con lenguaje pomposo, la nota recordaba la contribución dada por América a la victoria y su derecho a participar en la división del botín. Era la vieja historia del lobo que acusaba al cordero (en este caso otro lobo que perdía el pelo) de enturbiar el agua aun bebiendo río abajo. El ministro de exteriores inglés lord Curzon recordó a los americanos que el petróleo proveniente de Persia representaba solo el 4,5% de la producción mundial, mientras que los Estados Unidos controlaban el 70%. Era la primera vez que se enfrentaban directamente el Foreign Office y el Departamento de Estado de Washington: hasta entonces, las Compañías inglesas y americanas habían regulado sus diferencias por vía privada, sin hacer intervenir a sus respectivos gobiernos.

Los ingleses sospechaban que detrás de los rebeldes iraquíes estaban los dólares americanos.

Pero para el Departamento de Estado, la política de la “puerta abierta” (en el sentido de remover los obstáculos a la entrada de los americanos y permitir así a las poderosísimas sociedades estadounidenses eliminar a los competidores menos equipados) aún no debía atentar contra la supremacía británica para no poner en riesgo la estabilidad de la zona. Al final, la Anglo-Persian y la Shell se dejaron persuadir por el gobierno de que la cooptación de los americanos entraba en el interés nacional británico y que el capital y la tecnología americanos acelerarían el proceso de desarrollo petrolífero del país y reforzarían el gobierno pro-británico.


15. Imperialismo y Revolución en Rusia

La revolución bolchevique de 1917 había planteado a los Aliados serios problemas tanto en lo referente a las relaciones que debían mantener con el nuevo gobierno soviético como en lo concerniente a las fronteras del nuevo Estado. Cuando en noviembre de 1918 los bolcheviques denunciaron el tratado de Brest-Litovsk, que había sellado la paz con Alemania en marzo anterior, los Aliados vacilaron entre tres soluciones: la negociación, la lucha armada, la política del “cordón sanitario”. En un primer momento se eligió la opción armada: el 1 de diciembre de 1918 el almirante Kolchak, con el apoyo inglés, se apoderó del gobierno panruso de Siberia, mientras que el general Berthelot, al mando de las tropas aliadas en Rumanía, anunció el envío de 150 mil hombres y suministros militares a Odesa.

Pero esta actitud cambió después de la reconquista por parte de los bolcheviques de Ucrania, de la Rusia Blanca y de los Países Bálticos, y la derrota de Kolchak en Siberia. Lloyd George, Wilson y Clemenceau optaron entonces por una conferencia de paz, y con este fin enviaron a Rusia a William Bullit para preparar el terreno. Después de numerosos encuentros, el 14 de marzo de 1919 Bullit y Lenin acordaron un proyecto de paz que preveía que todos los gobiernos de Rusia conservarían sus territorios, que se reanudarían las relaciones comerciales y que las tropas aliadas se retirarían inmediatamente de Rusia. Pero en París el plan fue bellamente ignorado, probablemente debido a los intentos revolucionarios que estallaron entretanto en Alemania con los espartaquistas y en Hungría con Bela Kun. Tampoco debió ser particularmente grato a los occidentales el anuncio en Moscú de la creación de la Tercera Internacional, en marzo de 1919. La nueva política que se eligió aplicar contra los bolcheviques fue la del “cordón sanitario”, es decir, el apoyo a los ejércitos contrarrevolucionarios de los rusos blancos sin intervención directa de las tropas occidentales.

No nos detendremos en los terribles años de la guerra civil, cuando los bolcheviques se vieron obligados a recurrir al petrolero americano Hammer para intercambiar obras de arte a cambio de grano y carburantes. Diremos solamente que el fracaso de la política aliada de apoyo armado a los rusos blancos fue compensado por algunos éxitos occidentales en lo referente a la delimitación de las fronteras soviéticas con Finlandia, con las regiones bálticas, Polonia y Siberia.

En cuanto al problema de las fronteras meridionales de los Soviets, la cuestión fue bastante compleja. La revolución rusa había dado inicio a movimientos nacionalistas en las regiones fronterizas del Cáucaso. En abril de 1918 se creó una Federación Transcaucásica que luego se dividió en los tres Estados independientes de Azerbaiyán, Armenia y Georgia.

Destacamentos ingleses del ejército del Medio Oriente marcharon inmediatamente hacia los campos petrolíferos de Bakú, pronto imitados por los alemanes y por los Jóvenes Turcos de Mustafá Kemal, que enviaron sus tropas con el pretexto de la lucha en curso entre azeríes (una población de origen turco que puebla la región) y armenios. En abril de 1920, persiguiendo al ejército de Denikin, el ejército rojo invadió Azerbaiyán, Armenia y Georgia: al entrar en Bakú, los bolcheviques expulsaron a las tropas inglesas, alemanas y turcas que habían llegado hasta allí para apoderarse del petróleo y, como primer acto, nacionalizaron las cuatrocientas Compañías petroleras presentes en la zona. Esto causó un notable daño sobre todo a la Shell, que del Cáucaso obtenía la mitad de sus suministros. Pero también la Exxon de Walter Teagle se enfrentó por primera vez al espectro de la nacionalización, que pronto perturbaría el sueño de los petroleros de todo el mundo.

La revolución de Octubre había causado una reorganización de las fichas y muchas Compañías habían ocupado la escena esperando hacer negocios aprovechando la confusión del momento. Los hermanos Nobel ofrecieron a Teagle la compra de un tercio de sus intereses en Bakú y –increíble decirlo– la Exxon continuó las negociaciones incluso después de que el ejército rojo confiscara los pozos: evidentemente apostaba por la próxima caída de los bolcheviques. El acuerdo se firmó en junio de 1920 por una cifra de 11,5 millones de dólares. También la Shell y la BP, competidoras de la Exxon, trataban de hacer negocios con los soviéticos. Mientras tanto, los rusos producían petróleo en gran abundancia y lo ofrecían a bajo precio, haciendo cernirse sobre los americanos la ley del contrapaso: la pesadilla de la inundación de los mercados europeos con petróleo ruso barato. Al final, Teagle y Deterding acordaron crear una sociedad con el objetivo de intentar acuerdos separados con los soviéticos «para la reconstrucción de toda la industria petrolífera rusa». Pero el acuerdo nunca llegó a buen puerto, tanto por las elevadas demandas de dinero por parte de Teagle, como porque otra Compañía americana, la Mobil, lanzó una campaña de bajos precios en el mercado indio para desplazar a la Shell. Deterding respondió desatando una violenta campaña de prensa en la que acusaba a la Standard Oil de colaboración con el comunismo. Al final, los rusos habían logrado hacer emerger las irreconciliables rivalidades que desde siempre habían desgarrado a las Compañías occidentales.

El 28 de abril de 1920 se constituyó la República Socialista Soviética de Azerbaiyán. El 8 de mayo, el gobierno soviético reconoció formalmente la independencia de Georgia, pero organizó en ella un movimiento revolucionario que al año siguiente llevó a la proclamación de la República Socialista Soviética, bajo la protección del Ejército Rojo. En cuanto a Armenia, el 18 de abril de 1921 las tropas soviéticas entraron en la capital Ereván proclamando allí la República Soviética. El tratado ruso-turco de Kars de octubre de 1921 sancionó el dominio soviético definitivo en Transcaucasia. Respecto al imperio de los zares, los soviéticos perdían solo los distritos de Kars y Ardahan cedidos a Turquía.


16. Época usuraria del Dólar

En el II Congreso de la Internacional Comunista en el verano de 1920, Lenin traza un cuadro de la situación post-bélica al que es bueno referirse para encuadrar el fenómeno del surgimiento, gracias a la carnicería mundial, del imperialismo americano. Lenin ya ve, mientras los acontecimientos aún están candentes, lo que se hará claro solo después: el fin de la primacía imperialista de Inglaterra y la retrocesión de la Europa burguesa empresarial y comercial frente a la América banquera y financiera. A la cabeza de los Estados que, a la luz de la crítica marxista, aparecen como los verdaderos vencedores del conflicto, él coloca no a Inglaterra, que en 1914 era la potencia hegemónica, sino a los recién llegados a la jungla capitalista, los Estados Unidos; y en segundo lugar a Japón, el gran beneficiario de las guerras provocadas en Asia por el imperialismo europeo. La clave de esta transformación reside esencialmente en el hecho de que los EEUU se habían convertido en “el arsenal de las democracias”, como demostrará definitivamente la réplica a gran escala de la Segunda Guerra Mundial.

La libre república de la estrella no se limitaba a fabricar y a vender armas a los beligerantes, era también la despensa de los ejércitos en guerra: Europa tenía hambre de armas, con las que alimentar la carnicería, y de víveres para sostener a las tropas, dado que el “frente interno” no bastaba para llevar la producción a la altura de las necesidades de los Estados mayores. Así Europa se convirtió en cliente de los Estados Unidos y pidió la venta a crédito de colosales pedidos a quien, hasta 1914, había sido su deudor.

Mientras la guerra desangraba a las naciones europeas, la economía americana daba un salto gigantesco. Las instalaciones industriales sufrían una pronta transformación en el campo técnico y en el de la gestión, mientras que las industrias europeas marcaban el paso. En la agricultura se incrementaron los cultivos industriales y grandes extensiones de tierra inculta fueron roturadas y puestas a cultivo. Ríos de productos industriales y de víveres se vertían desde las costas atlánticas de los Estados Unidos a Europa, donde la fragua de la guerra engullía todas aquellas riquezas compradas pero no pagadas. El saldo de las deudas se aplazaba hasta el final de las hostilidades.

Lo que más que ninguna otra cosa denuncia el giro radical realizado por el capitalismo es el hecho, del todo inédito, de que la guerra imperialista, y por ella la dominación del capital financiero, reducía al estado de colonia no solo países semicivilizados, sino incluso las más progresadas naciones del mundo. El tratado de Versalles impondrá a los pueblos avanzados de Alemania, de Austria-Hungría, de Bulgaria condiciones que los precipitarán en una situación de sujeción colonial, de miseria, de hambre y de ruina, encadenándolos por numerosas generaciones. Este es el verdadero rostro del super-colonialismo capitalista surgido de la Primera Guerra, la paz de los usureros que gravaría a las generaciones futuras, provocando tremendas catástrofes. Al día siguiente de la guerra, todos los mayores Estados están endeudados; solo los Estados Unidos se encuentran en una situación absolutamente independiente. Inglaterra, que también cuenta con créditos con Francia, Italia y Rusia, es deudora con los EEUU por la cifra astronómica de 21 mil millones de libras esterlinas-oro.

Si se considera que las potencias endeudadas con los Estados Unidos eran las cúpulas de inmensos imperios coloniales y controlaban a través de sus bancos la mayor parte del mundo habitado, uno se da cuenta de cómo los EEUU ya al final de la guerra se habían puesto en el camino de la hegemonía planetaria, que conquistarán definitivamente con la Segunda Guerra Mundial. Se puede decir que la condena del viejo colonialismo se decreta en el momento en que los bancos estadounidenses han visto a las mayores potencias de la vieja Europa acudir a sus ventanillas, aunque para ver sus efectos políticos y revolucionarios habrá que esperar a que el viejo edificio social se pudra aún más.


17. Una Línea Roja sobre el Medio Oriente

La guerra comercial entre la Standard Oil y la Turkish Petroleum se prolongará hasta 1928, cuando un grupo de Compañías americanas, apoyadas por el gobierno, logrará obtener una participación en la Anglo-Persian. Decisivos fueron los masivos descubrimientos cerca de Kirkuk, en 1927, que impulsaron a las Compañías al compromiso. El 31 de julio de 1928 se firmó en Ostende, Bélgica, un acuerdo entre los antiguos accionistas de la Turkish y los grupos americanos reunidos en la Near East Development Corporation (Nedc). Después de la nueva reorganización de las cartas, el paquete accionario de la Iraq Petroleum Company (nuevo nombre de la Compañía) pertenecerá en un 47,5% a capitales ingleses (23,75% cada uno a la Royal Dutch-Shell y a la Anglo-Persian), en un 23,75% a capitales americanos, en un 23,75% a capitales franceses, y el restante 5% a nuestro viejo conocido Calouste Gulbenkian, el primero de los empresarios solitarios destinado a enriquecerse a expensas del Medio Oriente.

Contemporáneamente, para evitar roces dentro de la nueva Compañía que pudieran poner en peligro el equilibrio del Medio Oriente, se establecieron algunas simples reglas comunes a todos los contratantes, sobre la base del antiguo postulado: lobo no come lobo. El acuerdo pasó a la historia como Acuerdo de la Línea Roja, porque Gulbenkian tuvo el honor de marcar en un mapa con un lápiz rojo el área geográfica dentro de la cual los socios se comprometían a no realizar actividades de investigación si no conjuntamente, así como a hacer frente común para impedir cualquier intrusión de competidores. La Línea Roja contorneaba los actuales territorios de Turquía, Siria, Líbano, Israel, Jordania, Irak y toda la península arábiga, dejando fuera Kuwait y Persia.

Pero el acuerdo se firmó en vísperas de la crisis económica mundial y después de un decidido derrumbe de los precios, que en 1928 habían caído un 60% respecto a unos años antes. De hecho, la guerra de precios que Deterding había desatado en la India pronto se había extendido por todo el mundo y lo que había comenzado como una disputa en torno al petróleo ruso terminó por convertirse en una crisis general de la industria petrolera, dejando fuera del mercado a las sociedades menores y disminuyendo los beneficios de todos. Pero nadie estaba seguro de ganar porque se encontraban ante una situación de sobreproducción que, además de por la contracción del consumo automovilístico, estaba determinada por las nuevas cuotas de producción de países como Irak, Venezuela y México.


18. La dictadura de las Siete Hermanas

Enfrascadas en una competencia despiadada, algunas Compañías internacionales tenían en sus manos toda la cadena del ciclo del petróleo, desde los pozos de extracción hasta las industrias que lo refinaban, pasando por las sociedades que distribuían el producto terminado a las gasolineras, obteniendo ganancias gigantescas. Se trataba de verdaderos monstruos económico-financieros, en cuyos territorios nunca se ponía el sol, que hacían y deshacían gobiernos, compraban jefes de Estado y ministros. Eran, y siguen siendo, pocas. Cinco americanas (la Standard Oil of New Jersey, más conocida como Exxon o Esso; la Texas Oil Company, más conocida como Texaco; la Gulf; la Mobil y la Standard Oil of California o Socal). Una era inglesa, la Anglo-Persian Oil Company (que se convertiría en British Petroleum o Bp). La última, la Shell, era, como hemos visto, mitad inglesa y mitad holandesa. A estas siete grandes Compañías, que Enrico Mattei en los años cincuenta bautizaría como las Siete Hermanas, se añade la francesa Cfp (la futura Total), que era una industria estatal y aspirará en vano a convertirse en la octava hermana.

Para poner fin a la guerra de precios urgía un acuerdo. Así, menos de dos meses después del acuerdo de la Línea Roja, en agosto de 1928, se perfeccionó otro acuerdo, que se revelará determinante para los destinos del mundo. Esta vez el lugar elegido para el encuentro fue el castillo escocés de Achnacarry, alquilado por el recién nombrado barón Henry Deterding, patrón de la Shell. El motivo oficial de la reunión era la pesca de la trucha. Entre cabalgatas y banquetes que duraron dos semanas, los grandes del petróleo (además del citado Deterding estaban John Cadman de la Bp, Walter Teagle de la Exxon, William Mellon de la Gulf, y los representantes de la Mobil, de la Texaco y de la Jersey) firmaron una declaración de principios, llamada Pool Association, que se conoció con el nombre de “As-is”, es decir, “Tal como está”, y que permaneció secreta hasta 1952. En síntesis, se convino que, constatados los efectos destructivos de la excesiva competencia entre las Compañías, que había llevado a la actual tremenda sobreproducción, era mejor dejar las relaciones de fuerza tal como estaban: nadie trataría de expandirse, nadie aumentaría unilateralmente la producción. Al contrario, el acuerdo establecía el uso común de las instalaciones para evitar la construcción de nuevas refinerías, y el intercambio de petróleo entre las Compañías para abastecer los mercados más cercanos.

Pero la decisión más importante fue que de entonces en adelante habría un solo precio del petróleo, válido para todo el mundo, calculado con un sistema muy simple: el precio oficial sería el del petróleo americano proveniente del golfo de México aumentado de los costes de transporte y flete desde los puertos del golfo de México a los países destinatarios. En el cálculo no se tenía en ninguna consideración la procedencia del crudo: cualquiera que fuera, costaría como si viniera del golfo de México. Los precios americanos se convertían en los precios mundiales.

Tras el descubrimiento de los enormes yacimientos en el Medio Oriente en los años treinta, donde la extracción de petróleo costaba cinco veces menos que en Texas (veinte centavos contra aproximadamente un dólar), las Compañías del cártel petrolífero obtuvieron enormes sobreganancias. El precio de mercado de un mineral no es el que realiza la ganancia media, sino que es tal que permite a la empresa que trabaja con la más baja productividad percibir la tasa media de ganancia. La diferencia entre el coste de producción individual y el del productor menos productivo constituye la renta diferencial. Así, los suministros de petróleo tanto a los Estados Unidos como a Europa occidental, pagados no sobre la base del precio de producción del petróleo del Medio Oriente sino sobre el del golfo de México, aumentado de los gastos de transporte “virtuales”, harán acumular miles de millones de dólares de renta diferencial a las sociedades sindicadas.

Sin embargo, el precio del petróleo durante un cuarto de siglo no superará el dólar por barril, favoreciendo el crecimiento de la economía occidental.

El acuerdo superará indemne la crisis del 29 y la Segunda Guerra Mundial, y durará en esencia hasta los años sesenta, asegurando a las Compañías del cártel un predominio absoluto en el mercado. Una vez establecido el precio sobre el papel (el famoso Posted Price), el único problema para las Compañías consistía en mantener bajo control los factores que podrían determinar una caída del precio real respecto al precio fijado, asegurándose de que la producción no excediera la demanda. Este control fue posible gracias a la capacidad de las Compañías para dominar toda la cadena y al dominio de las concesiones a través del entramado de las participaciones. Una confirmación grandiosa de la tesis de Lenin, según la cual la transformación de la competencia en monopolio es uno de los fenómenos más importantes –si no el más importante– de la economía del capitalismo moderno.

Dos factores contribuyeron al éxito del acuerdo de Achnacarry en detener el colapso de los precios: el mayor consumo industrial ruso y el cupo de la producción petrolífera americana. Esto en 1930 se había hecho necesario tras el descubrimiento de nuevos yacimientos en Texas: para evitar nuevas perforaciones y la sobreproducción, los gobernadores de Oklahoma y Texas proclamaron la ley marcial e hicieron ocupar los pozos por la Guardia Nacional. La llegada a la presidencia de Roosevelt hizo de la deflación petrolera uno de los puntos de la lucha contra la Gran Depresión, fijando por ley un techo a la producción. Los monopolios habían ganado: entre 1934 y el 39 el precio del petróleo se situó establemente alrededor de un dólar por barril.


19. Las abejas sobre la miel

El encanto ejercido por el petróleo del Medio Oriente era irresistible y no perdonaba a nadie, porque la economía de ningún país podía prescindir de aquella linfa vital, de aquel líquido maloliente que el capitalismo necesita para mantener viva su máquina insaciable. En 1932 se había descubierto petróleo en Baréin, una cadena de islas frente a la costa saudita, que entonces era un protectorado británico y un apéndice del imperio Indio (su moneda legal era de hecho la rupia). Los ingleses estaban, por lo tanto, bien posicionados. Pero la Anglo-Persian en ese momento tenía petróleo en abundancia en Persia e Irak y no estaba demasiado interesada en Baréin. Igualmente desinteresadas se mostraron la Exxon y la Gulf, esta última sobre todo porque, como miembro de la IPC, se había comprometido a no realizar exploraciones en el área de la Línea Roja.

Le tocó a un outsider, la Standard Oil of California (Socal), aprovechar las indecisiones de las hermanas mayores. Para superar las dificultades interpuestas por el gobierno británico, el Departamento de Estado americano invocó una vez más el principio de la “puerta abierta”. Al año siguiente, la Compañía comenzó el cortejo también a Arabia Saudita, y la cosa llegó a buen puerto gracias a Harry Philby, un ex funcionario inglés convertido a la religión musulmana y que se había hecho íntimo del rey Ibn Saud. El rey saudita necesitaba oro contante y sonante y, tras el descubrimiento de petróleo en el vecino Baréin, no fue difícil convencerlo de abrir las fronteras a los capitales extranjeros. Philby se convirtió en consultor de la Socal y le hizo obtener la primera concesión saudita de la historia, dejando fuera a los ingleses.

El establecimiento en Arabia Saudita de una Compañía exclusivamente americana estaba destinado a cambiar todo el equilibrio político en todo el Medio Oriente. Cuando las perforaciones comenzaron a dar sus frutos en Baréin, la Socal, desde su posición aislada, se dio cuenta de que carecía tanto de capitales como de mercados de salida, firmemente en manos de la Exxon. Así se vio obligada a dirigirse a la única de las Siete Hermanas que no estaba vinculada a la Línea Roja, la Texaco, la cual disponía de una red comercial en Asia y en la España de Franco, y que estuvo muy contenta de encontrar una nueva fuente de crudo. En 1935 de su unión nació la Aramco (Arabian American Oil Company) y tres años después de los fabulosos campos petrolíferos árabes comenzó a brotar el primer petróleo. La concesión puesta a disposición por el rey saudita tenía una superficie como la de Texas, Luisiana, Oklahoma y Nuevo México juntos.

En el mismo período, también Kuwait hizo su entrada en el escenario de la comedia del petróleo: la batalla entre los intereses británicos y americanos se libró principalmente entre bastidores, entre los respectivos gobiernos. Los ingleses de la Anglo-Persian aprendieron la lección del revés sufrido en Arabia Saudita y en la carrera por las concesiones kuwaitíes constituyeron una sociedad paritaria con la Gulf, la Kuwait Oil Company. En 1938, después de dos años de perforaciones en los lugares equivocados, la Compañía mixta descubrió finalmente un rico yacimiento, que sin embargo permaneció sin explotar durante varios años tanto por el estallido de la Segunda Guerra Mundial como por la resistencia de los ingleses, los cuales no querían hacer competencia a su petróleo iraquí y persa.


20. ¿Inmoralidad o renta de la tierra?

En 1952, el gobierno americano reveló que una cláusula en el acuerdo de Achnacarry excluía su aplicación al mercado interno americano y a las exportaciones provenientes de los EEUU La intención era obligar a los petroleros a bajar los precios e impedir que los créditos del Plan Marshall terminaran sobre todo en sus bolsillos. Pero ciertamente no se trataba de una declaración de guerra al lobby petrolero. Cuando los “honestos” demócratas denuncian, en nombre de su “moral”, el aspecto “escandaloso” de las sobreganancias de los petroleros, olvidan que las sobreganancias y las rentas de los monopolios provienen solo de la plusvalía producida por las clases trabajadoras. Marx hace más de un siglo demostró que esta “malversación” es una ley económica inexorable del sistema capitalista y lleva el nombre de renta de la tierra. El precio del petróleo no se debe a la inmoralidad y a la rapacidad de los petroleros, sino a la ley de la renta de la tierra, que pesa como una losa sobre los hombros de la fuerza de trabajo del proletariado.

Escribimos en “Il Programma Comunista”, n. 8, 1955, “El cártel del petróleo y las bases de la conservación capitalista”:

«El problema no se plantea en términos de naciones sino en términos de clases. Esto se comprende apenas uno se da cuenta de que una política diferente del Consorcio es imposible porque marcaría la ruina, manteniéndose las leyes de la economía mercantil y monetaria, de la industria del petróleo, de lo cual se derivaría una amenaza de muerte para la misma conservación de la clase burguesa (...) El petróleo, como otros artículos de monopolio, mientras siga siendo mercancía intercambiable por dinero, es decir, mientras siga existiendo el capitalismo, será vendido en las condiciones de soga al cuello impuestas por el cártel internacional. Las leyes del mercado prohíben que el mismo artículo de monopolio pueda ser vendido a precios diferentes, aunque determinadas condiciones económicas permitan producir a costes diferenciados. El petróleo, por el diferente grado de eficiencia de los pozos según la configuración geológica del yacimiento y la edad de su explotación, se produce a costes diferentes. Ciertos pozos en vías de agotamiento tienen un rendimiento muy bajo y por lo tanto producen a altos costes (...) Siendo así las cosas, se comprende fácilmente que, si el precio de venta del petróleo fuera equiparado al precio de producción del crudo extraído de los pozos de alto rendimiento, una segura condena a muerte pesaría sobre los pozos de baja producción (...) En consecuencia, el cártel internacional viene a realizar, además del beneficio normal, enormes sobreganancias (la renta diferencial de Marx) que están dadas precisamente por la diferencia entre los costes de producción (...) y el precio de mercado (...)

«No es Europa, término que socialmente no dice nada, sino las masas trabajadoras de Europa las que, en última instancia, pagan las desmesuradas sobreganancias del cártel del petróleo (...) Las burguesías europeas son ellas mismas partes contratantes del Consorcio internacional o a la política de este ligan indirectamente (producción y ventas de los refinados, transportes del crudo, etc.) inmensos intereses. Si pues el capitalismo europeo participa en el pantagruélico banquete de las sobreganancias petrolíferas, está claro que estas deben salir del trabajo y de la sangre de masas trabajadoras europeas. Por eso nosotros decimos que el principal objeto de la explotación y la más rica colonia del trust del petróleo son, mucho más que la sutil capa salarial indígena que trabaja en los pozos del Medio Oriente, las masas asalariadas de Europa occidental (...) El capital manejado por el trust del petróleo no es, a rigor, ni americano, ni inglés, ni francés, ni holandés; es, al contrario, una potencia sin nombre e internacional».

Y de nuevo en “¿Volcán de la producción o pantano del mercado?” de 1954:

«No es por lo tanto la competencia libre el carácter de base de la economía burguesa, sino el sistema de los monopolios, que permite vender toda una gama de productos, entre los que se encuentran los preeminentes de la tierra agraria y de la industria extractiva, a precios superiores al valor, es decir, a la suma de esfuerzo social que ellos cuestan, después de haber pagado también el beneficio normal de la industria “libre”. La teoría cuantitativa de la cuestión agraria y de la renta es por lo tanto la completa y exhaustiva teoría de todo monopolio y de toda sobreganancia de monopolio, para todo fenómeno que establezca los precios corrientes por encima del valor social. Y esto ocurre cuando el Estado monopoliza los cigarrillos, como cuando un poderoso trust o sindicato monopoliza, pongamos, los pozos de petróleo de toda una región del globo, como cuando se forma un pool internacional capitalista del carbón o del acero o, como será mañana, del uranio. Por lo tanto, el sentido general del capitalismo es este: históricamente comienza con el abaratamiento de lo que se podría decir el índice del trabajo social para una dada cantidad de producto manufacturado, lo que conduciría a la sociedad a consumir los mismos productos, e incluso productos aumentados, con un menor empleo de trabajo, y por lo tanto disminuyendo las horas de trabajo de la jornada solar (...)

«No pudiendo detenerse el ritmo infernal de la acumulación, esta humanidad, parásita de sí misma, quema y destruye sobreganancias y sobrevalores en un círculo de locura y hace cada vez más incómodas e insensatas sus condiciones de existencia. La acumulación que la hizo sabia y poderosa la vuelve ahora destrozada y estupidizada, hasta que no sea dialécticamente invertida la relación, la función histórica que ella ha tenido (...)

«No es casualidad que un análogo ciclo del capitalismo haya conducido a la presente situación de monstruoso volumen de una producción por nueve décimas inútil para la sana vida de la especie humana, y haya determinado una superestructura doctrinal que recuerda la posición de Malthus, invocando, a costa de pedírselos a las fuerzas infernales, consumidores que engullan sin cesar cuanto la acumulación eructa. La escuela del bienestar, con su pretensión de que la absorción individual de consumo pueda subir más allá de todo límite, llenando las pocas horas, que el trabajo obligado y el reposo dejan a cada uno, de fastos y ritos y morbosas locuras igualmente obligadas, expresa en realidad el malestar de una sociedad en ruinas, y queriendo escribir las leyes de su supervivencia no hace más que confirmar el decurso, quizás desigual, pero inexorable, de su horrible agonía»


21. Italia, vasija de barro

En Francia, en la época del Frente Popular, el automóvil se “democratizaba”: la Alemania nazi había inventado el “Volkswagen”, Citroën el “Dos caballos”. La gasolina era entonces abundante y barata gracias a la participación francesa en el Iraq Petroleum, con las cuotas arrebatadas al Deutsche Bank.

Lo mismo no se podía decir de Italia que, excluida totalmente del rico pasto petrolífero del Medio Oriente, estaba obligada a abastecerse de combustible en Rumanía. La sociedad Agip (Azienda Generale Italiana Petroli) había sido creada con un real decreto del 3 de abril de 1926 para el desarrollo de la actividad relativa a la industria y al comercio de los productos petrolíferos. La empresa nacía bajo la forma de sociedad anónima, pero de hecho era un ente público: el capital social era aportado en un 60% por el Ministerio del Tesoro, en un 20% por el Instituto Nacional de Seguros (Ina) y en el restante 20% por las Aseguradoras Sociales. En 1927 se promulgó la llamada “ley minera”, que atribuía la propiedad del subsuelo al patrimonio del Estado e imponía por lo tanto que cualquier actividad petrolífera estuviera sujeta a autorización o concesión gubernativa. La sociedad atravesó dificultades después de la crisis de 1929, pero volvió a desarrollarse en los años treinta. En 1933 se promulgó una norma proteccionista en materia de refinerías y la Agip pudo operar con mayor facilidad también en este sector.

Algunos años antes, la Agip había logrado entrar en un consorcio financiero inglés, ajeno al Iraq Petroleum, que había constituido la British Oil Development (Bod) con el objetivo de perseguir la política de la “puerta abierta” en Mesopotamia y entrar en el negocio del petróleo iraquí. El capital se repartió así: 51% al grupo inglés, 25% a la Agip, el resto a un grupo alemán del que formaban parte los Krupp. En 1932, tras obtener una importante concesión en la zona de Mosul, la sociedad tomó el nombre de Mosul Oilfields: en ella, la empresa estatal italiana, adquiriendo cuotas adicionales, había logrado convertirse en socio mayoritario.

 Por un instante pareció invertirse la miope tendencia de la política exterior italiana, que después del revés de los acuerdos de San Remo, cuando Italia fue excluida del reparto del Medio Oriente, estaba más inclinada a meras reivindicaciones territoriales que al dominio económico asegurado por el control del petróleo. Pero en agosto de 1936, justo cuando la producción petrolífera iraquí se acercaba a los cinco millones de barriles, por directiva del gobierno italiano toda la cuota de capital fue incomprensiblemente cedida a las Compañías anglo-americanas del Iraq Petroleum. No se entendería el cambio de rumbo italiano sin mencionar los coetáneos acontecimientos africanos.

En 1935, Mussolini, aprovechando un incidente ocurrido en la frontera eritrea donde treinta soldados italianos habían sido asesinados en un enfrentamiento con los abisinios, había roto el pacto de solidaridad anglo-franco-italiano de Stresa, dejando claramente entender su intención de apoderarse de Etiopía, un país miembro de la Sociedad de las Naciones. Los gobiernos francés e inglés se encontraron en una situación embarazosa: ¿era mejor hacer la vista gorda para asegurarse la ayuda italiana contra Alemania o convenía apoyar a Etiopía? Preocupada estaba sobre todo Inglaterra: la conquista italiana era una amenaza para la irrigación de Egipto, que ella ocupaba, además de para el futuro del Sudán anglo-egipcio, que separaba Etiopía de Libia. Además, una gran África Oriental italiana corría el riesgo de amenazar la ruta de las Indias. Todos los intentos diplomáticos para allanar el asunto fracasaron, como también la demostración de fuerza de la flota inglesa que concentró en el Mediterráneo barcos de guerra por un tonelaje doble respecto al italiano. Pero Mussolini, vista la indecisión de la Sociedad de las Naciones, contaba evidentemente con el hecho de que Inglaterra difícilmente se embarcaría en una guerra en la que se encontrara sola.

Así, el 3 de octubre de 1935 comenzaron las operaciones militares italianas que concluyeron el 5 de mayo de 1936, cuando las tropas entraron en Addis Abeba. Etiopía no tenía esperanza contra un ejército de 200 mil hombres dotado de armas modernas, incluidos los gases asfixiantes. Comenzó la farsa de las sanciones. Se rechazó la idea de aplicar sanciones militares, tanto es así que Gran Bretaña llevó sus escrúpulos hasta el punto de negarse a cerrar el canal de Suez para impedir que las tropas italianas llegaran a Etiopía, apelando a la convención de 1888 que preveía la libertad de navegación en el canal incluso en tiempo de guerra. Contra Italia se adoptaron sanciones financieras y económicas, que sin embargo no comprendían hierro, acero, cobre, plomo, zinc, algodón, lana y... ¡petróleo! Quizás la cesión de la cuota de la Agip, además de aportar dinero fresco a las arcas estatales que la guerra de España y la campaña de Etiopía habían agotado, había evitado aquel embargo petrolero integral que habría sido letal para los sueños imperiales de la burguesía itálica.


22. México y Venezuela

La lucha por el control de las fuentes energéticas no perdonó a Sudamérica, es más, fue precisamente en esta parte del mundo donde el nacionalismo se enfrentó por primera vez a las Compañías petrolíferas.

En México, el petróleo había sido descubierto en 1903 e inmediatamente las Compañías inglesas y americanas se habían acomodado bajo el ala protectora del dictador de turno. Inútil decir que la seguridad de las instalaciones era inexistente y las condiciones de trabajo terribles. La primera gran catástrofe de la historia del petróleo data de 1908, cuando explotó un pozo cerca del puerto mexicano de Tampico, lanzando una columna de fuego de 500 metros de altura que continuó ardiendo durante 59 días y causó un número indeterminado de muertos.

Durante la guerra mundial, México fue una fuente esencial para los suministros americanos, hasta que un nuevo presidente aumentó los impuestos de las Compañías y nacionalizó los pozos. La respuesta de las Sociedades estadounidenses fue clásica: reducción de la producción y asesinato del presidente. Esto pondrá en ventaja de Venezuela, cuyo régimen, para atraer capitales del extranjero, confiará a la misma Standard Oil (y a la Shell) la tarea de redactar la Ley petrolera, antes de entregar directamente a las dos Compañías las llaves de la producción. En los años veinte, México y Venezuela se convertirán respectivamente en el segundo y el tercer productor mundial. El México petrolero se vio sacudido en 1937 por una oleada de huelgas generales por el aumento de los salarios, que afectó sobre todo a las instalaciones de la Shell.

Pero en los diez años anteriores, la cuota de producción petrolífera mexicana había caído del 11 al 2,5% mundial. En 1938, para tratar de detener este declive, el gobierno mexicano expropió las Compañías extranjeras y nacionalizó el petróleo, arriesgando por poco una guerra con Gran Bretaña. Pero las Compañías, con la ayuda de los servicios secretos británicos, prefirieron la vía del golpe de Estado, alarmando no poco al gobierno estadounidense. Sometido al embargo, el petróleo mexicano no encontró más compradores. La producción se redujo a la mitad y el Estado habría corrido el riesgo de bancarrota si no hubieran intervenido los pedidos alemanes, italianos y japoneses. La Compañía nacional Pemex pudo así sobrevivir hasta el estallido de la guerra, cuando se le abrió de par en par el mercado americano.

De nuevo, los acontecimientos mexicanos beneficiarán a Venezuela. Este país, con una superficie superior a la de Texas y una población de solo seis millones de habitantes, se convertirá durante la guerra en el principal exportador de crudo del mundo y en un recurso vital para las tres Compañías que allí dictaban ley: Exxon, Shell y Gulf. La guerra en Europa, aunque la opinión pública no se dará cuenta, dependerá precisamente del petróleo de Venezuela. Gracias al petróleo, Venezuela se había convertido en la nación más rica de América Latina y su capital, Caracas, en veinte años se había llenado de automóviles y la población se había duplicado.

Como ya ocurrió en México, las relaciones entre las Compañías y los diversos gobiernos nunca fueron sencillas, debido a las exorbitantes ganancias embolsadas por las Sociedades estadounidenses y a las miserables condiciones en que vivían los trabajadores de los campos petroleros. En 1938, los venezolanos, tras la caída del dictador Gómez, pidieron, a cambio de la renovación de las concesiones, una revisión de los contratos, mayores regalías e impuestos. La alternativa era la nacionalización. A pesar del inicial malestar de las Compañías, por presiones del Departamento de Estado americano, se introdujo una nueva ley que, a cambio de regalías más altas, concedía a las Compañías nuevas concesiones y contratos de duración cuarentenal. En poco tiempo, la producción petrolera se duplicó.

En 1945, el partido radical Acción Democrática tomó el poder en Venezuela y Pérez Alfonzo, un nacionalista cosmopolita que conocía a fondo la economía del sector al haberse formado en los Estados Unidos y que estaba destinado a convertirse en el futuro arquitecto de la OPEP, se convirtió en nuevo ministro del petróleo. En 1948, aprovechando las durísimas huelgas que estallaron entre los trabajadores petroleros, hizo aprobar una nueva ley que concedía al gobierno venezolano una participación del 50% en las ganancias derivadas del petróleo, pero sobre todo que las regalías fueran pagadas en petróleo, que el gobierno vendería directamente, quitando de este modo a las Compañías la exclusiva “por derecho divino” de la comercialización. Había nacido la fórmula del fifty-fifty. Pronto se convertirá en una exigencia general y cruzará el Atlántico.


23. La crisis de 1929

Alemania estaba deseosa de revancha después de que, al final de la primera carnicería mundial, los aliados, Gran Bretaña, Francia y EEUU, para librarse de un peligroso competidor, le habían arrebatado todas las concesiones petrolíferas e impuesto durísimas reparaciones de guerra. Es decir, le habían impuesto “reparar” a los vencedores de los daños sufridos en una guerra cuya responsabilidad fue atribuida, por los diversos Wilson, Lloyd George, Clemenceau, Orlando, exclusivamente a Alemania. El artículo 231 del tratado de Versalles establecía que «Alemania reconoce ser responsable, por haberlos causado, de todos los daños sufridos por los gobiernos Aliados y Asociados y por sus ciudadanos como consecuencia de una guerra que les fue impuesta por su agresión». ¡Alemania fue también obligada a una declaración de “culpabilidad moral”!

Pero el mismo tratado, que saqueaba su economía en beneficio de los vencedores, ponía a Alemania en la imposibilidad de poner en pie su maquinaria productiva destrozada por la guerra y, por lo tanto, de hacer frente a los compromisos. Entonces intervino, deus ex machina, el genio financiero de los banqueros americanos, que parió la idea de que las reparaciones de guerra alemanas serían reembolsadas gracias a los créditos concedidos por los mismos bancos americanos. ¿Me debes reembolsar una deuda y no ganas lo suficiente para pagarme? No te preocupes: yo te adelanto una suma suplementaria que te servirá para explotar a un mayor número de obreros y por lo tanto te permitirá reembolsarme con el beneficio obtenido el préstamo antiguo y el nuevo, además de los intereses sobre ambos. En el fondo, el gran banquero rodeado de una multitud de científicos de la economía burguesa no se comporta de manera muy diferente del clásico usurero querido por la literatura mundial.

Así, en 1924 se elaboró el Plan Dawes, en referencia al nombre del general americano Charles P. Dawes, hombre de confianza de las finanzas americanas y hábil especulador él mismo. La Comisión de Reparaciones, como en la mejor tradición del capitalismo monopólico, estaba repleta de banqueros que eran al mismo tiempo industriales, sin excluir a los representantes alemanes de los bancos y del cártel del acero. Evidentemente, la gran finanza consideraba las ruinas del viejo continente terreno ideal para incrementar sus negocios. La Comisión no fue de hecho una reunión de benefactores: el capital americano, a cambio del préstamo de 800 millones de marcos oro para la reconstrucción económica del país, puso una hipoteca sobre los bienes y las fábricas alemanas.

El plan Dawes reducía drásticamente la soberanía del Estado y ponía en manos de los hombres de Wall Street la dirección económica del país. Los préstamos más conspicuos fueron concedidos por los bancos internacionales para ayudar a los mayores cárteles germano-americanos (Aeg/General Electric, Vereinigte Stahlwerke/United Steel, IG Farben/American IG Chemical), en cuyos consejos de administración se sentaban banqueros americanos y representantes de la Standard Oil. Casi colonia de la Bolsa de Nueva York, Alemania se convirtió en el paraíso de la finanza internacional: ¡en 1928 estaba endeudada con el extranjero por 25 mil millones! De hecho, los préstamos destinados a la reconstrucción de Alemania, más que a restablecer la paz, ¡tuvieron la tarea de sentar las bases de la futura guerra mundial!

El plan Young, que tomó el nombre de otro banquero americano, fue lanzado poco antes de que estallara la crisis en Wall Street, en la primavera de 1929. Sustituía al plan Dawes y se fijaba dos objetivos: llegar a una estimación de la deuda debida por Alemania por las reparaciones, que hasta entonces había permanecido indeterminada, y eliminar los controles extranjeros sobre la economía alemana. La suma total se repartió en cincuenta y dos anualidades, con una media de dos mil millones de marcos al año. Pareció que Alemania volvía a ser dueña de sí misma: los ferrocarriles y el Reichsbank volvieron a manos del Estado, la Entente evacuó Renania. En realidad, era más esclava que nunca, estando obligada a pagar las cuotas hasta 1988 (¡año de la futura y lejana reunificación!) y no pudiendo sustraerse al despojo porque su economía dependía totalmente de los préstamos anglosajones.

Tanto es así que, cuando los financiadores americanos, golpeados por la crisis, reclamaron sus capitales, una tremenda catástrofe se abatió sobre Alemania. Las industrias se detuvieron. Multitudes de desempleados llenaron las calles: tres millones y medio en 1929-30, seis millones en 1931.

¿Qué circunstancias habían provocado la crisis en los Estados Unidos? Las mismas que habían favorecido el crecimiento anormal de la producción americana, es decir, los estrechos lazos financieros y comerciales establecidos entre Europa y América. Después de la guerra, el capitalismo americano no se había detenido en su loca carrera: en creciente aumento estaban la producción industrial, la producción agrícola, los beneficios, las inversiones, las ventas. El país rebosaba de capitales que se ofrecían en préstamo. En 1928, la balanza comercial americana registraba un activo extraordinario: las exportaciones superaban a las importaciones por un valor de 800 millones de dólares. En 1929, la producción anual de acero había alcanzado la cuota de 50 millones de toneladas. Por las calles de la Unión circulaban 5 millones de automóviles. Los préstamos al extranjero alcanzaron la cifra extraordinaria de 1,26 mil millones de dólares. ¡Dólares de 1928!

Fue precisamente esta enorme masa de dinero la que provocó la crisis. Mientras que en América la orgía de las ventas a plazos, de las aperturas de crédito, de la especulación mantenía altos los costes de producción provocando fenómenos inflacionarios, en Europa, gracias a la lluvia de dólares, las economías se recuperaban, la producción superaba los niveles de antes de la guerra, el comercio exterior reanudaba sus hilos. Sin embargo, no había que olvidar que había que pagar los intereses de los préstamos. De ahí la tendencia a reducir las importaciones de América para no hacer crecer demasiado el monto de la deuda. Además, contra las importaciones americanas, que a la larga habrían terminado por dañar la agricultura y la industria de los países europeos, se trabajaba en erigir barreras al comercio exterior. La gran riada de las exportaciones americanas comenzaba a refluir. Los productos agrícolas fueron los primeros en amontonarse en los almacenes. Del campo, tradicionalmente el eslabón débil de la economía capitalista, la crisis se extendió a la industria. Cerraban las fábricas de automóviles, las acerías, los astilleros, los talleres. La catástrofe explotó cuando la enfermedad atacó el corazón de la economía americana: la finanza, los grandes bancos privados, las entidades de crédito público, la Bolsa. Cuando estas instituciones decidieron cubrirse exigiendo, dentro del país y en el extranjero, el reembolso de los créditos, la crisis se extendió al mundo entero.

En el refugio general de los gobiernos tras las trincheras del proteccionismo, dos son los acontecimientos de extrema importancia que se derivan de la crisis económica mundial y que moldearán la historia futura. El primero es la ocupación en el verano de 1931 de Manchuria por parte de Japón. Si el capitalismo nipón se decidió al gran paso, aun sabiendo que se atraería la hostilidad de las potencias anglosajonas, esto ocurrió porque la crisis había estrangulado el comercio exterior japonés restringiendo los mercados de salida. El segundo acontecimiento fue el ascenso al poder del régimen nazi en Alemania debido a dos condiciones objetivas: la desesperación de las multitudes, que la parálisis de las industrias arrojaba a la miseria y al hambre, y la traición del estalinismo internacional que se negó a llamar a las masas obreras a la acción revolucionaria.


24. Una Alemania seca

La política europea en los años veinte y treinta estaba dictada por los grandes bancos de Londres y Nueva York, y el ascenso al poder de Hitler fue apoyado por los grandes cárteles alemanes, que veían en él una carta a la que apostar para defender sus ganancias.

Para Alemania, que al final de la guerra había sido despojada de todas las concesiones petrolíferas, la necesidad de producir petróleo autónomamente se convirtió en una cuestión de vida o muerte. Depender de otros para el petróleo con el riesgo de encontrarse bajo el chantaje de un embargo no podía sino perturbar los sueños de quienes tenían en sus manos el destino del país. Aunque se había suscrito con la Unión Soviética un acuerdo secreto para el suministro de petróleo, se buscaban otras fuentes de energía.

Pronto se apostó por la tecnología química para la producción de carburantes sintéticos, cuya patente era propiedad de la IG Farben (International Gesellschaft Farben Industrie). Este cártel había nacido en 1925 de la fusión de seis industrias químicas alemanas y la operación había llegado a buen puerto gracias a la intervención de capitales americanos, en particular de la Standard Oil-Exxon. Esta última adquirió los derechos de la patente de hidrogenación del carbón fuera de Alemania a cambio de la cesión a la IG Farben del 2% de su capital, acordando un plan de colaboración que continuará hasta 1941 y que le costará a la Standard la acusación de traición por parte del presidente Truman.

Pero, aparte de la habitual hipocresía puritana, la reindustrialización alemana, como ya había sucedido durante la guerra mundial, no habría sido posible sin la ayuda de las grandes empresas estadounidenses, favorables, a pesar de los nazis, a los buenos negocios. Los dos monopolios alemán y americano crearán una filial común en los Estados Unidos especializada en investigaciones petroquímicas: el sector desarrollado por la IG Farben, con patente americana, será el del caucho sintético, un producto importante para la industria bélica. Hitler se había comprometido a apoyar el proyecto de hidrogenación del carbón de la IG Farben desde 1932 y, una vez canciller, lanzó la motorización y la construcción de la red de autopistas alemanas. El régimen nazi comprometió al Estado en la construcción de las estructuras necesarias para el proyecto de autonomía energética, de cuyo logro dependerían los destinos del futuro e inevitable conflicto.

Alemania necesitaba tetraetilo de plomo para producir gasolina de alto octanaje para hacer volar los aviones y aumentar la eficacia de los motores terrestres. La Standard y la General Motors crearon la sociedad Ethyl Gasoline Corporation para comercializar este producto del que poseían la patente (de paso: el tetraetilo de plomo en la gasolina será prohibido, debido a su toxicidad, en 1985 en EEUU y solo en 2001 en Europa). En 1935 esta tecnología fue transferida a Alemania donde se construyeron fábricas específicas, que permitirán a los alemanes producir tetraetilo de plomo durante la guerra. Sin el etilo, la Luftwaffe nunca habría podido despegar. En vísperas de la invasión de Polonia, en septiembre de 1939, estaban en funcionamiento en territorio alemán catorce plantas de hidrogenación y otras seis estaban en construcción.

Entre 1937 y 1938, por su importancia estratégica, la IG Farben pasó bajo el control del Estado. Contaba con cuotas de participación en 380 otras industrias alemanas y en 500 empresas extranjeras, además de más de dos mil acuerdos de cártel con la Standard Oil, con la Dupont de Nemours, con la General Motors, etc. El imperio IG Farben poseía sus propias minas de carbón, centrales eléctricas, altos hornos, bancos, centros de investigación, una propia red comercial. Además del caucho y el petróleo sintéticos, producía gases letales, entre ellos el tristemente célebre Zyklon B. Además, gracias al sistema de interdependencia técnica y financiera con la industria americana, la IG Farben y el cártel del acero fabricaban el 95% de los explosivos alemanes. Los dos grandes productores de carros de asalto alemanes fueron la Opel, propiedad de la General Motors (también controlada por uno de los bancos americanos acreedores de Alemania), y la Ford AG, sucursal alemana de la fábrica de Detroit (Henry Ford será condecorado por los nazis por los servicios prestados a Alemania).

Pero, a pesar de los grandes avances realizados en la producción de carburantes sintéticos, el petróleo seguía siendo una de las principales preocupaciones de Hitler. El 23 de agosto de 1939 Alemania suscribió un pacto de no agresión con la URSS: Moscú, además de poner a disposición sus fábricas para la producción de armamento, en el bienio 1939-41 suministró a Alemania 65 millones de barriles de petróleo, que se sumaron a las enormes reservas ya acumuladas. Sin los suministros rusos y americanos (estos últimos llegaban secretamente a Alemania a través de países “neutrales” como Suecia y España), los panzer alemanes no habrían podido invadir Europa.

La falta de producción petrolífera interna no fue seguramente ajena a la formulación del concepto estratégico de “guerra relámpago”. Se hacían necesarias batallas de corta duración, con el uso concentrado de fuerzas motorizadas y victorias decisivas antes de que pudieran surgir problemas de combustible. Al principio la estrategia funcionó: en 1939 con Polonia y en 1940 con la invasión de Noruega, los Países Bajos y Francia. La aviación alemana arrasó las instalaciones petrolíferas del puerto de Rotterdam y las instalaciones francesas al norte del Loira, incluida la refinería de Port Jerome, la más grande de Europa. Muchas instalaciones fueron desmanteladas y transportadas a Alemania, mientras que la confiscación de los depósitos de petróleo mejoró temporalmente la situación energética alemana.

Cualesquiera que fueran los planes estratégicos generales de Alemania, cuyo análisis escapa a los propósitos de este trabajo, para los alemanes era de vital importancia proyectarse hacia el petróleo de los países del Este y del Medio Oriente. En particular, el control de los yacimientos petrolíferos del Cáucaso, entre los más importantes del mundo, era una motivación prioritaria no tanto para el mantenimiento del statu quo, sino con vistas a una larga duración del conflicto y a su probable e inminente alargamiento.

El hecho de que en junio de 1940 Stalin hubiera ocupado gran parte de Rumanía nororiental y llevado las tropas cerca de los yacimientos petrolíferos de Ploiesti, había alarmado no poco a los burgueses alemanes, dado que el petróleo rumano cubría más de la mitad de sus necesidades. El 22 de enero de 1941, Hitler, a pesar del pacto de amistad sellado con Stalin, comenzó la preparación de la invasión de Rusia. El plan preveía un ataque en pinza para apoderarse simultáneamente del petróleo del Cáucaso y del Medio Oriente: una primera ofensiva se desplegaría sobre el eje Rostov-Stalingrado-Bakú, mientras que el Afrikakorp liderado por Rommel, partiendo de Libia, invadiría Egipto y, a través de Palestina, Irak e Irán, se reuniría con las tropas alemanas que combatían en el Cáucaso. De este modo, Inglaterra quedaría aislada de los suministros de petróleo.

Los alemanes pensaban que sería una repetición de las otras ofensivas relámpago ya vistas en Europa. Pero no será así. El ataque a Rusia comenzó el 22 de junio de 1941, el día anterior al aniversario del inicio de la invasión napoleónica de 1812. El paso demostrará ser tan fatal para Hitler como lo había sido para su célebre predecesor, aunque el final no será tan rápido: Napoleón se retiró de Rusia antes de fin de año, Hitler resistió hasta principios de 1943, cuando las tropas alemanas fueron obligadas a retirarse del Cáucaso y el ejército de Von Paulus, reducido al extremo, se rindió en Stalingrado. Otra derrota, igualmente decisiva, la sufrieron los alemanes en África septentrional, en la frontera entre Libia y Egipto. El curso de la guerra dependía ya de las fuerzas mecanizadas, y para el ejército germánico, derrotado en El Alamein, fue dramáticamente determinante la penuria de petróleo.


25. Irán, encrucijada del choque entre imperialismos

Ya antes de la guerra, Irán se había abierto a la influencia alemana: Reza Pahlavi la reforzó para emancipar al país del dominio económico y político de los rusos y sobre todo de los ingleses. La cuota de Alemania en el comercio exterior iraní había pasado del 8% en 1932 al 45% en 1941. Empresas alemanas habían construido ferrocarriles y fábricas, incluidas las de armamento, y el 80% de la maquinaria importada provenía de Alemania. Más de tres mil alemanes residían en Irán con una quinta columna muy activa. Los ingleses temían por sus líneas de comunicación y por la explotación petrolífera de la Anglo-Persian. El problema de asegurar la seguridad de las vías de acceso se agudizó para los aliados después del ataque de Alemania a Rusia, porque por Irán pasaban los suministros al ejército rojo en el Cáucaso.

En agosto de 1941, los gobiernos ruso e inglés, de común acuerdo, reclamaron al Sha la expulsión de los alemanes. Ante su negativa, motivada por la neutralidad de Irán, entraron en el país afirmando, con notable descaro, no querer atentar contra su integridad territorial ni independencia. Ingleses y rusos exigieron al gobierno facilidades para el transporte de material bélico a través del país y la entrega de los ciudadanos alemanes a las autoridades militares aliadas. Reza Sha pensaba poder mantener el trono, a pesar de sus sentimientos filogermanos, engañado en esto por la respuesta amistosa de Roosevelt a quien había pedido sus buenos oficios en las negociaciones entre Irán y los ocupantes. Pero el 16 de septiembre, a raíz de una violenta propaganda inglesa y rusa dirigida contra él, fue obligado a abdicar en favor de su hijo. Al día siguiente, las tropas británicas y rusas entraron en Teherán. El ex soberano fue deportado primero a las islas Mauricio y luego a Sudáfrica, donde morirá tres años después.

El nuevo gobierno aceptó, a regañadientes, convertirse en aliado de las potencias ocupantes y se vio obligado a desenvolverse ante la nueva situación de soberanía reducida, en la que el papel de sus tropas quedaría “limitado al mantenimiento de la seguridad interna” (acuerdo del 29 de enero de 1942). En septiembre de 1943, el Sha tuvo que humillarse hasta declarar, aunque solo nominalmente, la guerra a Alemania. En noviembre de 1943, los “Tres Grandes”, Churchill, Roosevelt y Stalin, eligieron precisamente Teherán como sede de su primer encuentro, en el curso del cual reiteraron el compromiso de asistencia a Irán contra el enemigo común y reafirmaron el deseo de mantener la independencia, la soberanía y la integridad territorial del país. Pero muy pronto el problema del petróleo hará aflorar los intereses contrapuestos de las grandes potencias, porque la geografía colocaba a Irán en la encrucijada de sus zonas de influencia.


26. Japón y el petróleo

La Primera Guerra Mundial dependió del petróleo, pero mucho más del carbón, cuyas fuentes estaban distribuidas de manera bastante equitativa entre los contendientes. En la Segunda, el petróleo tuvo un papel decisivo, haciendo dramática la situación de aquellos países, como Japón, carentes de recursos energéticos en su territorio nacional. Desde que Japón había derrotado a la flota rusa en Tsushima, el enfrentamiento con los Estados Unidos por el dominio del Pacífico era solo cuestión de tiempo. Lo que siempre había interesado a los Estados Unidos era el mantenimiento de la política de la “puerta abierta” en China. En función de esta política, EEUU había ocupado una serie de islas del Pacífico: Hawái, Wake, Guam, Filipinas debían constituir un sistema de escalas, de bases de reabastecimiento, de estaciones telegráficas en la ruta de la penetración y del dominio del fabuloso mercado chino.

En 1931 Japón invadió Manchuria y en 1935 atacó China, entrando en directo contraste con EEUU. El esfuerzo militar japonés requería petróleo, y este llegaba en su mayor parte de Indochina, que estaba bajo control occidental. Sin adentrarnos en los problemas políticos más complejos, se puede decir que, bajo muchos aspectos, la guerra contra Occidente no fue sino una prolongación de la guerra que los japoneses ya estaban librando en China; en gran parte, el ataque japonés a Pearl Harbor y la invasión del sudeste asiático fueron el desarrollo natural de la penetración militar en China. También los Estados Unidos entrarán en guerra por China, además de para marginar a Japón.

Aunque gran parte del Sudeste Asiático se encontraba bajo el control de las potencias europeas, para Japón el interlocutor privilegiado, con quien entablar las principales negociaciones, eran los EEUU debido al papel clave que estos tenían en el comercio japonés, sobre todo en el sector de las materias primas estratégicas. Mientras que Inglaterra, acogiendo las peticiones de Tokio, para aislar al régimen nacionalista chino había cerrado la ruta desde Birmania a China, de vital importancia para el Kuomintang, y Francia permitió a las tropas japonesas estacionarse en el norte de Indochina, fueron los Estados Unidos quienes crearon graves dificultades a los japoneses en julio de 1940, introduciendo un bloqueo de las exportaciones de algunos productos de uso común en Japón. En septiembre de 1940, coincidiendo con la ocupación japonesa de Indochina septentrional, a la lista se añadieron dos productos fundamentales: el petróleo y la chatarra de hierro. El 26 de julio de 1941, el presidente Roosevelt firmó el embargo total, inmediatamente apoyado por los gobiernos inglés y holandés que bloquearon por completo las exportaciones de petróleo desde Indochina hacia Japón.

El petróleo del Sudeste Asiático representaba para los japoneses lo que para los alemanes era el petróleo del Cáucaso: la posibilidad de la autonomía energética como base de la proyección de poder, que para Alemania era Rusia y para Japón China. El embargo fue vivido por los japoneses como una calamidad que ponía en peligro la vida misma del Imperio, una pesadilla que influirá en todas las decisiones, sobre todo las bélicas, llevando al general Hideki Tojo, jefe del gobierno durante la guerra, a sostener que el destino del Imperio japonés dependía del petróleo.

Japón ofreció un acuerdo para poner fin a toda discriminación en las relaciones comerciales en el área del Pacífico, incluida China, pero América en el otoño de 1941 rechazó la propuesta de una cumbre entre el primer ministro japonés y Roosevelt, empujando a Japón a desempeñar el papel de agresor. Al amanecer del 7 de diciembre de 1941, para romper el embargo petrolífero, Japón atacó la base americana de Pearl Harbor, en Hawái, dando la ocasión para la entrada en guerra de los Estados Unidos. La operación contra Pearl Harbor tenía el propósito de inutilizar la flota americana que no tomara de flanco a las tropas japonesas durante la invasión del Sudeste Asiático y de los yacimientos petrolíferos de las Indias Holandesas. Inexplicablemente, los japoneses dejaron intactos los tanques de combustible en Pearl Harbor que contenían reservas suficientes para abastecer a la flota americana durante dos años.

Durante la guerra, EEUU suministrará grandes cantidades de combustible a la China nacionalista a través del Tíbet, con gran empleo de hombres y medios.


27. El gran negocio de la Segunda Guerra

Con la entrada en guerra de EEUU, la sed de petróleo experimentó un fuerte aumento, con grave daño sobre todo para Alemania, que hasta entonces había sido abastecida de contrabando por la Texaco a través de España. Los recursos alemanes corrían el riesgo de agotarse porque los únicos pozos de Rumanía no eran suficientes para las necesidades de la industria y del ejército. Forzosamente, la Europa nazi se llenó de fábricas para la hidrogenación del carbón, proveniente tanto de las minas de Alemania como de las de Francia y Bélgica. La destrucción de las reservas alemanas de combustible se convirtió, por lo tanto, en una prioridad para los aliados. A su vez, los más de mil submarinos alemanes hicieron todo lo posible por hundir los petroleros que cruzaban el Atlántico, pero nada pudieron contra la inmensa capacidad de los astilleros estadounidenses, que lograban producir más barcos de los que los alemanes hundían.

A partir de 1943, los bombarderos de la Raf y de la Us Air Force comenzaron a atacar los pozos rumanos, reduciendo en tres cuartas partes su capacidad. En la primavera de 1944, en previsión del desembarco en Normandía, miles de aviones aliados martillearon durante dos meses los depósitos de combustible y las líneas de comunicación de la Wehrmacht en Francia, mientras que en la retaguardia los “resistentes” sabotearon puentes y líneas ferroviarias. A pesar de los masivos bombardeos aliados, las fábricas de combustible sintético seguirán funcionando en Alemania hasta el último momento, logrando milagrosamente hacer frente al 57% de la demanda nacional de energía y produciendo el 92% de la gasolina para la aviación. Pero ya la derrota de Alemania era solo cuestión de tiempo, escrita también en su dramática carencia de petróleo.

El segundo conflicto mundial permitirá un enriquecimiento sin precedentes para los grandes grupos monopólicos. Los Estados nacionales se convertirán en los mayores clientes de las industrias del sector bélico, de la siderurgia, de la química y de la mecánica, garantizándoles el suministro de materias primas y precios de monopolio. ¡El petróleo de las refinerías de Abadan costará muy caro a las burguesías aliadas, cedido, según los acuerdos de Achnacarry, a un precio superior en cinco veces a su coste, y los gobiernos inglés y americano se cuidarán mucho de pedir descuentos a los petroleros de sus países!

Pero la guerra fue un negocio colosal no solo para los petroleros. Ya antes de su entrada en guerra, los Estados Unidos habían iniciado una producción intensiva de material bélico. En pocos meses se convertirán, junto con Canadá, en “el arsenal de las democracias”, llegando a producir el 50% de los armamentos totales. Las industrias de punta convirtieron su producción y aplicaron sistemáticamente la estandarización de los procesos laborales: Ford y Chrysler interrumpieron la fabricación de automóviles para dedicarse al ensamblaje de aviones y carros de combate, mientras se acondicionaban los astilleros. La estandarización permitió fabricar un buque de guerra en 15 semanas (contra las 35 semanas de 1939) y un petrolero en 45 días (contra los 244 días de tres años antes).

Para abastecer de gasolina la enorme cantidad de vehículos que el 6 de junio de 1944 desembarcaron en las playas de Normandía, se colocaron bajo el Canal de la Mancha algo así como veintidós tuberías de acero flexible que permitieron un flujo ininterrumpido de combustible desde Gran Bretaña hacia Cherburgo y Boulogne. Las pipe-line se alargarán según las necesidades de la ofensiva en los territorios conquistados, alcanzando Bélgica, Holanda y Alemania. Este sistema evitó el empleo de miles de camiones cisterna.

En diciembre de 1944, los alemanes, aprovechando la niebla que obligaba a la aviación enemiga a permanecer en tierra, intentaron una contraofensiva desesperada en las Ardenas. El verdadero objetivo eran los depósitos de gasolina del puerto belga de Amberes, pero, por ironía del destino, los panzer fueron bloqueados en el Mosa precisamente por la falta de combustible, a pocos kilómetros de un enorme depósito de gasolina americano. También las divisiones acorazadas soviéticas, que desde el este se lanzaron a través de Alemania, llevaban consigo una enorme cantidad de vagones de ferrocarril llenos de combustible proveniente de los pozos rusos, iraníes e incluso americanos.

Las bombas atómicas americanas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945, más que determinar el fin de la guerra, sonarán a muerte para las veleidades rusas en el área asiática y afirmarán la supremacía económica mundial del capital de base estadounidense. La política rooseveltiana, dejando de lado el aislacionismo, había permitido a los Estados Unidos ascender al rango de primera potencia imperialista, dando a las fuerzas armadas americanas el control de Europa occidental y la absoluta hegemonía marítima.

Sin embargo, la contienda que vio al campo imperialista económicamente más fuerte salir victorioso de la inmensa masacre, no es explicable, ni mucho menos resoluble, en los módulos de las libertades nacionales, ni de la victoria de la democracia sobre la barbarie, como les habría gustado a vencidos y vencedores. Son interpretables solamente en los módulos de la lucha mortal entre las clases, en la cual el proletariado mundial había tenido que pagar el precio más alto, inmolado a la contrarrevolución democrática-estalinista y para satisfacer la sed de beneficio del capital financiero internacional. El plan de división del mundo fraguado en Yalta y Potsdam pretendía constreñir el magma social en los confines de la contienda interimperialista.

Pero, mientras Europa quedaba atrapada en las garras de la ocupación militar, los otros continentes pronto entrarían en ebullición por el incontenible movimiento de revuelta de las poblaciones más pobres, más oprimidas, más hambrientas del mundo. En particular, fracasarán los planes neocoloniales japonés y americano de expansión en el inmenso y populoso espacio chino.


28. El nuevo orden mundial

Se había llegado así a una nueva partición del mundo entre potencias imperiales en función de la fuerza económica y militar de cada una, siempre en relaciones de rivalidad y de conflicto entre sus Estados nacionales, gendarmes en defensa de máquinas productivas fundadas en la sumisión de la clase obrera.

Los ejércitos americano y ruso, encontrándose en el corazón de Alemania, habían puesto fin a la primacía imperialista de la Europa burguesa.

En los países europeos “liberados”, la industria petrolera estaba prácticamente aniquilada después de los desmantelamientos operados por los alemanes y los bombardeos aliados, por lo que los petroleros angloamericanos se encontraron en una posición de fuerza.

Un acuerdo para un “nuevo orden mundial” financiero y monetario fue negociado entre ingleses y americanos y firmado en Bretton Woods en julio de 1944. En la pequeña ciudad americana, cuarenta y cuatro jefes de Estado, hombres de gobierno y economistas de todo el mundo, entre ellos Lord Maynard Keynes, hicieron de mayordomos de la potencia que podía presumir del control de la mayor parte de los capitales mundiales y de la economía más productiva: los Estados Unidos. No es de extrañar que el dólar fuera entonces promovido a eje de la economía mundial. En aquella época, los americanos poseían dos tercios de todo el oro del mundo capitalista y, por lo tanto, les interesaba establecer un nuevo sistema monetario internacional basado en el oro.

Para Europa, destruida por la guerra y casi sin medios internacionales de pago, un sistema basado en el oro habría sido atractivo si este oro hubiera sido de alguna manera redistribuido; pero los americanos prefirieron distribuir dólares en forma de donaciones o préstamos a bajo tipo de interés (Plan Marshall), imponiendo que su moneda fuera considerada un medio de pago internacional a la par del oro, comprometiéndose a cambiar los dólares por oro al precio fijo de 35 dólares la onza. La supremacía del dólar respecto a las otras monedas tiene, pues, su origen en la posición especial que el dólar asumió en el sistema monetario internacional en la posguerra.

EEUU comprará en el extranjero mercancías, servicios y capitales, pagando las deudas con la moneda nacional; los demás países deberán aceptar los dólares en pago y ponerlos en sus reservas junto al oro.

Las cosas irán bien hasta que haya una proporción razonable entre la suma de dólares acumulados fuera de EEUU y su reserva de oro. Pero a principios de los años sesenta las cosas cambiaron porque esta proporción se desequilibró en detrimento de la reserva de oro y los bancos centrales no americanos comenzaron a exigir al banco central americano el cambio en oro de los dólares en su poder. La muerte del sistema del Gold Exchange Standard se certificará el 15 de agosto de 1971, cuando Nixon declare la inconvertibilidad del dólar en oro.

La arquitectura financiera construida en Bretton Woods, y que había permitido a EEUU gestionar en su propio beneficio durante al menos un ventenio las recurrentes crisis de la deuda, los tipos de cambio y la política petrolífera mundial, se basaba en el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Gatt y otras instituciones internacionales. Originalmente, los objetivos del FMI eran asegurar la estabilidad monetaria en una economía mundial abierta, haciendo las veces de la paridad oro que había cumplido su función hasta 1914. Debería haber asegurado a los países que se encontraran en situaciones de exceso o déficit en la balanza de pagos la liquidez necesaria para aplicar medidas correctivas. Pero después de la introducción del sistema de fluctuación de las monedas, a finales de los años sesenta, la función del Fondo se volvió técnicamente superflua, y ha sobrevivido como simple ejecutor de las estrategias de los Grandes (G4, G5, G7, etc.) tanto en lo que respecta a la gestión de los ajustes estructurales impuestos unilateralmente a los países del Sur, como en lo que respecta a la integración en el sistema monetario internacional de los países del Este.

En cuanto al Banco Mundial, fue concebido como un ente complementario al FMI para conceder crédito a largo plazo con vistas al proyecto de “desarrollo” del Tercer Mundo, mientras que la reconstrucción económica europea fue asunto privado de Washington a través del Plan Marshall. A grandes rasgos podemos decir que el Banco, más que ser una institución pública en competencia con el capital privado de las multinacionales, ha sido más bien un agente encargado de sostener su penetración en los mercados del Tercer Mundo, esforzándose por destruir las economías de subsistencia a través de la concesión de créditos ad hoc y actuando como asegurador político contra el riesgo de nacionalizaciones.

Además, se sentaron las bases para un acuerdo general sobre aranceles y comercio, destinado a sostener el “libre mercado”, de modo que se desmantelaran todas las resistencias aduaneras, tarifarias, proteccionistas de los países dominados, que impedían que las mercancías y los capitales hicieran del mundo un único mercado. Junto a las instituciones financieras, la Organización Mundial del Comercio desempeñaba un papel fundamental para que el capital pudiera encontrar nuevos espacios de valorización. En su aparente omnipotencia, los tres Grandes victoriosos celebraron, pues, una cumbre en Yalta, en Crimea, del 4 al 11 de febrero de 1945, con el fin de repartirse el planeta y sus fuentes de energía.

Ya la fragua de la guerra, con sus inmensas destrucciones y la expansión de la industria debida a los pedidos estatales y a la sed de suministros, había dado a la economía una decisiva aceleración. De ahora en adelante, el consumo de petróleo no podía sino aumentar, en consideración del previsible desarrollo de la industria automovilística, de la mecanización de las empresas capitalistas en la agricultura, de la fabricación de tejidos sintéticos, del empleo de las materias plásticas a gran escala. Para la industria petrolera americana era esencial poder sostener la explosión de la demanda de crudo.

En esta perspectiva, se hizo irrenunciable una mayor presencia en el Medio Oriente. De regreso de Yalta, el presidente Roosevelt hará escala en Arabia Saudita (donde ya operaba la Compañía petrolera americana Aramco) para sellar los lazos con los principales países productores de petróleo y asegurar así la supremacía del capital financiero de base americana, a cambio de la protección política y militar de los Estados Unidos.

Comenzó la habitual comedia, con probable guion del gobierno de Washington, para eliminar los obstáculos que entorpecían el libre movimiento de las Compañías americanas. La Standard of New Jersey y la Mobil querían entrar en la vieja Aramco, una joint-venture que operaba entre la Socal y la Texaco, a la que se necesitaban capitales frescos para explotar los inmensos yacimientos sauditas que tenía en concesión. Pero existía el obstáculo del acuerdo de la Línea Roja que ataba las manos a los socios del Iraq Petroleum (al que pertenecían tanto la Jersey como la Mobil), impidiéndoles actuar autónomamente. Ni hablar de llevarse consigo a los otros socios, entre los que se encontraban la Anglo-Persian, la Shell y la francesa Cfp. Mejor intentar que caducara el acuerdo de 1928. El resquicio legal encontrado por los americanos fue este: durante la guerra, la Compañía francesa Cfp se había encontrado en territorio bajo control alemán, por lo que debía considerarse “enemiga” y, por lo tanto, motivo de ilegalidad sobrevenida del acuerdo.

Las cuatro Compañías americanas de la Aramco iniciaron la construcción del famoso Tap-Line (Trans-Arabian Pipeline), que además de constituir el oleoducto más grande del momento era también el proyecto privado más costoso del mundo. Su construcción se llevó a cabo en dos años (se terminó en 1950) y requirió el empleo de las técnicas más modernas para ensamblar los 1.700 kilómetros de tubos que conectaban los pozos sauditas al puerto libanés de Saida. Se iba delineando la futura estrategia petrolífera estadounidense, que haría pivote sobre tres países: Arabia Saudita, Venezuela e Irán.


29. EEUU-Urss: colaboración y contención

Hacia el final de la guerra, la carrera por el acaparamiento de territorios ricos en reservas energéticas sufrió una aceleración.

Azerbaiyán, con capital en Bakú, que durante siglos había sido escenario de encarnizadas luchas entre Rusia, Persia y el Imperio Otomano, desde principios del siglo XIX estaba controlado en parte por Rusia, que se apoyaba en la minoría armenia contra la mayoría azerí turcófona, y en parte por Irán.

Como hemos visto, en 1941 los soviéticos, de acuerdo con los ingleses que habían ocupado el sur de Irán, penetraron en la parte iraní de Azerbaiyán: los pactos establecían que ambos abandonarían el país seis meses después del final de la guerra. El 19 de mayo de 1945, a petición del gobierno iraní, los británicos aceptaron evacuar el país, a excepción de la zona petrolífera meridional, mientras que los soviéticos hicieron como si nada y mantuvieron sus fuerzas: la región era un nudo estratégico demasiado importante y, además, rica en petróleo.

En agosto, mientras las bombas atómicas caían sobre Hiroshima y Nagasaki, en Azerbaiyán el partido filo-comunista Tudeh, convertido poco después en Partido Democrático de Azerbaiyán, organizó una revuelta de carácter nacional apoyada por el ejército ruso, que llevó en diciembre a la proclamación de la República autónoma con Pischevari, veterano del Comintern, a la cabeza.

En la conferencia de Moscú del 15 de diciembre de 1945, Molotov rechazó la propuesta inglesa de instituir una comisión de los Tres Grandes sobre Irán, así como rechazó la propuesta angloamericana de evacuar el país, pretextando el Tratado de 1921. De hecho, los rusos permanecieron en todos los territorios iraníes que ocupaban desde 1941 e incluso enviaron refuerzos. Esto hizo nacer la sospecha de que Stalin quisiera hacer del puesto avanzado iraní un trampolín hacia la meca petrolífera del Golfo Pérsico. El 19 de enero de 1946, el Consejo de Seguridad, investido de la cuestión, decidió confiar la solución a negociaciones directas ruso-iraníes, lo que representaba una confesión de impotencia. El 4 de abril se concluyó el acuerdo ruso-iraní que estipulaba: a) la evacuación del ejército ruso; b) la creación de una Compañía petrolífera iraní-soviética, con la mayoría del capital en manos del gobierno ruso, cuyo estatuto debería ser ratificado por el Parlamento iraní (Majlis); c) negociaciones directas entre Irán y Azerbaiyán.

Para obtener la ratificación del Majlis, Rusia favoreció un acuerdo entre Irán y Azerbaiyán, firmado en Tabriz el 14 de junio, en virtud del cual Azerbaiyán se convertiría en una provincia autónoma de Irán obligada a pagarle una cuarta parte de los impuestos. El 2 de agosto, el primer ministro iraní Ghavam Sultaneh introducía a tres miembros del partido Tudeh en el gobierno. Irán parecía cada vez más atraído hacia Rusia, o quizás solo estaba tratando de subir el precio.

Pero a partir del 3 de agosto, los ingleses reaccionaron enviando tropas a Basora, donde había estallado una sangrienta huelga general en la zona de la Anglo-Iranian. Muchas tribus del sur, instigadas por los ingleses y por los líderes religiosos musulmanes, se levantaron contra el Tudeh y amenazaron con ponerse bajo la soberanía de Irak. El resultado fue que el 17 de octubre Ghavam despidió a los tres ministros del Tudeh y constituyó un gobierno sin comunistas. Además, declaró que Azerbaiyán debía ser sometido al gobierno central. Con el apoyo británico y estadounidense, el primer ministro abandonó su postura pro-soviética: el 24 de noviembre, por sugerencia del nuevo embajador americano Allen, ordenó a las tropas marchar sobre Tabriz, donde la población de Azerbaiyán acogió con entusiasmo al ejército iraní. El 14 de diciembre, en Azerbaiyán, el gobierno comunista fue derrocado y varios ministros fueron arrestados y fusilados. La inercia de los rusos en esta ocasión quizás se explica por la voluntad de facilitar la ratificación del acuerdo petrolero o quizás por el hecho de que Stalin tenía otros planes para Europa oriental.

El Majlis, bajo los buenos auspicios del embajador americano Allen y contra la violenta oposición al acuerdo encabezada por Mossadeq, rechazó la ratificación con 102 votos contra 2. La puerta persa esta vez estaba definitivamente abierta para EEUU, que en virtud del tratado del 20 de junio de 1947 enviará a Irán los primeros observadores y un ingente suministro de material militar.

En el mismo período, también se habían producido las primeras tomas de posición concretas de los Estados Unidos contra la presión expansionista soviética hacia el Mediterráneo (Grecia y Turquía). El 20 de marzo de 1945, Rusia había denunciado el Tratado de neutralidad y amistad firmado con Turquía en 1935, pidiendo la restitución de territorios ex rusos de Kars y Ardahan y la revisión de los acuerdos de Montreux sobre los Estrechos de 1936. En pocas palabras, Stalin quería que la defensa de los Estrechos fuera asegurada conjuntamente por Turquía y Rusia. Naturalmente, los anglosajones y los turcos rechazaron este principio que habría permitido a los soviéticos realizar el antiguo sueño de los zares.

El pulso continuó, con escaramuzas más o menos disimuladas, hasta principios de 1947, cuando EEUU decidió quitarse la máscara y no ocultar más la situación real tras fórmulas optimistas. En enero, el secretario de Estado Byrnes fue sustituido por el general Marshall, cuyo nombramiento correspondía a la voluntad del presidente Truman de aplicar una política más enérgica. Los inspiradores de este cambio de rumbo fueron el diplomático George Kennan, especialista en cuestiones soviéticas, futuro embajador en Moscú, y el subsecretario de Estado Acheson. El 12 de marzo de 1947, Truman ilustró al Congreso la gravedad de la situación internacional y pidió que se votara una ayuda de 400 millones de dólares para hacer frente a la guerra civil en Grecia y a la amenaza de los comunistas en Turquía: en el fondo, no se trataba más que de la milésima parte de la suma de 341 mil millones de dólares que la Segunda Guerra Mundial le había costado a los Estados Unidos. El objetivo era impedir que se repitiera en otras áreas lo que había sucedido en Polonia, Bulgaria y Rumanía.

Esta iniciativa americana representó la inauguración oficial de la rivalidad posbélica entre América y Rusia que tomará el nombre de “guerra fría”, y que nada tendrá que ver con una fantasmagórica lucha de clases entre capitalismo y comunismo: ¡no fue una lucha por cambiar el mundo, sino por repartírselo! Las dos superpotencias no representaban dos mundos diferentes y opuestos, el capitalismo y el socialismo, un Estado imperialista burgués y el de la clase obrera. Era absurdo incluso imaginar que el estalinismo, enterrador de la izquierda revolucionaria de la Tercera Internacional, pudiera reanudar la guerra de clases contra las potencias capitalistas con las que había sellado una alianza durante la guerra. Fue precisamente la alianza con el régimen ruso, acompañada de una adecuada exaltación propagandística, lo que permitió a Londres y Washington llevar a término la guerra sin que el proletariado se diera cuenta de que su sacrificio iba en total beneficio de sus explotadores. Después, sin el estalinismo, el capitalismo americano y europeo no habría logrado que las fuerzas del trabajo soportaran todos los gastos de la reconstrucción del aparato económico, político y militar que salió destrozado del conflicto. Washington se opuso a Moscú reprochándole no capitanear la revolución mundial, sino obstaculizar el expansionismo del dólar.


30. Puerta abierta a EEUU

A partir de los años cincuenta comenzó a manifestarse abiertamente la divergencia de intereses entre los países árabes productores y las naciones industrializadas occidentales, porque un aumento del precio del barril era una condición sine qua non para el desarrollo económico y social de los países árabes más populosos. Hasta entonces habían sido las Compañías las que detentaban el derecho absoluto de buscar, perforar, extraer, construir oleoductos, comercializar el crudo en base a sus propias necesidades y no a las de los países productores. Los beneficios obtenidos por las Compañías del cártel sobre los bajos costes del petróleo del Medio Oriente respecto al petróleo producido en el hemisferio occidental resultaban enormemente desproporcionados respecto a las compensaciones previstas para los países productores, regalías fijadas en porcentaje sobre los bajos costes de producción. Las siete Compañías privadas que reinaban soberanas sobre el mundo del petróleo no redistribuían más que el 30% de sus beneficios a los países productores. La pérdida del control directo de las fuentes petrolíferas habría abierto nuevos escenarios que implicaban la intervención militar de las grandes potencias que dirigían el juego en el campo imperialista.

Una primera ruptura del sistema que regulaba los acuerdos petrolíferos se produjo, como hemos visto, en 1948 en Venezuela, donde el ministro del petróleo Pérez Alfonzo había logrado arrancar a las Compañías una participación paritaria en los beneficios. En 1950, el espíritu del fifty-fifty, mitad para cada uno, desembarcó en Arabia Saudita, donde los dirigentes americanos de la Aramco, presionados por la competencia de los petroleros independientes y de las Compañías japonesas y temiendo perder las concesiones, cedieron a las reivindicaciones sauditas por una distribución más equitativa de las rentas. Al acuerdo no fue ajeno el Departamento de Estado de EEUU, que presionó a las Compañías en nombre de la monarquía saudita en vista de los intereses a largo plazo de los Estados Unidos.

La política prevaleció entonces sobre las consideraciones económicas a corto plazo de las Compañías porque, a pesar de todo, el imperialismo no dormía tranquilo. Las alarmadas invocaciones al “peligro rojo” y la novela de las infiltraciones rusas en el Medio Oriente servían para ocultar el verdadero temor de las burguesías europeas, y con ellas del imperialismo americano, o sea, un efectivo progreso del movimiento de unificación árabe.

De todos modos, el compromiso de las Compañías estadounidenses fue adecuadamente recompensado por el gobierno con la promulgación de una ley que asimilaba a impuestos pagados en el extranjero lo pagado a los países productores, lo que comportaba un notable beneficio fiscal sobre los beneficios totales: lo destinado a Riad se deduciría de la declaración de impuestos. El artilugio sustraía al Tesoro americano cifras ingentes transferidas directamente al rey saudita: un buen sistema para financiar “en negro” un país estratégicamente importante sin tener que pasar por la aprobación del Congreso. Pero también las otras Compañías prefirieron invertir en el extranjero en lugar de en América para pagar menos impuestos: en 1973, las cinco Hermanas estadounidenses obtendrán dos tercios de sus beneficios en el extranjero.

La adopción del fifty-fifty desató la primera crisis petrolífera posbélica. Mientras que otros países del Medio Oriente obtenían su aplicación, Irán vio cómo la Anglo-Iranian, que por otra parte era la única Compañía titular de concesiones en el país, le negaba el mismo trato. Siendo el gobierno británico accionista mayoritario de la Aioc desde 1914, la cuestión afectó al problema más general de las relaciones entre Irán y Gran Bretaña. La negociación llegó en un momento en que Irán estaba agitado por manifestaciones populares antioccidentales, porque las actuales dificultades económicas se atribuían a la ocupación aliada sufrida durante la guerra mundial. La polémica sobre las pretensiones de la Anglo-Iranian se transformó muy pronto en una encendida batalla contra el robo imperialista, batalla cuyo abanderado era Mohammed Mossadeq, jefe del frente nacionalista y presidente de la comisión de petróleo en el Majlis. Mossadeq, ante el desconcierto de los petroleros internacionales, avanzó la propuesta de nacionalización del petróleo. La oferta de un acuerdo basado en el fifty-fifty ya no bastaba a los nacionalistas iraníes: “el petróleo para la patria”. Bajo la presión de las masas populares, el 15 de marzo de 1951 el Majlis tomó por unanimidad la decisión de nacionalizar la industria petrolera y en particular los bienes de la Anglo-Iranian. El Sha no pudo hacer otra cosa que ratificar la ley y la ola de entusiasmo popular el 2 de mayo llevó a Mossadeq a la cabeza del gobierno.

La iniciativa constituía un golpe mortal para el tambaleante prestigio inglés en el Medio Oriente, pero aún más para sus reservas petrolíferas: más de la mitad de su producción estaba concentrada en Irán y perderla significaba desaparecer del escenario mundial del petróleo. El gobierno británico echó chispas: amenazó con invadir Irán, envió tres buques de guerra al Golfo Pérsico, pidió la solidaridad de las Compañías petroleras de todo el mundo. Pero el Imperio colonial de la Corona se estaba ya desmoronando y la intervención militar solo habría arriesgado acelerar este proceso. Además, la intervención británica podría haber provocado una invasión soviética desde el norte en virtud del tratado de 1921. Los ingleses permanecieron durante mucho tiempo indecisos sobre si usar las cañoneras o la diplomacia. Los americanos, con la excusa de su compromiso en Corea, les negaron cualquier apoyo militar y los convencieron de que desistieran.

Se eligió entonces una estrategia de largo alcance que preveía el embargo total del crudo iraní y la repatriación de la mayor parte de los técnicos, además del cierre de las refinerías de Abadan. Todas las mayores Compañías petroleras se adhirieron al bloqueo con entusiasmo, visto que en ese momento había sobreabundancia de petróleo en el mercado. Pero el cierre de las refinerías creó no pocos problemas a los americanos porque Abadan servía entonces de base de reabastecimiento para la aviación estadounidense hacia Corea. Durante veinte meses no salió de Irán ni una gota de petróleo. En 1952, Irán estaba al borde del desastre: los pozos, por falta de mantenimiento, se incendiaban y para apagarlos se debió recurrir a técnicos texanos, pagándolos a precio de oro.

Cuando el gobierno Mossadeq, ante el agotamiento de las finanzas estatales huérfanas de las royalties, dio señales de apoyarse en el Tudeh (el Partido comunista iraní de estricta observancia estalinista), Estados Unidos no parecía realmente capaz de intervenir. A los americanos, que hasta ese momento habían permanecido al margen del petróleo iraní, se les presentaba la ocasión para abrir de una vez por todas la famosa “puerta persa”, aprovechando la debilidad británica en el país. Se alcanzó un acuerdo secreto angloamericano sobre la base de la creación de un Consorcio internacional denominado Iranian Oil Company, más conocido como “Consortium” o “Consorcio de Abadan”, que debería garantizar el desarrollo y la comercialización del petróleo iraní, y en el que participaron por primera vez en la historia todas las Siete Hermanas. De hecho, el Consorcio estaba controlado por la ex Anglo-Iranian, transformada en British Petroleum, por la Shell, por dos grupos americanos, uno formado por las cinco principales Compañías petrolíferas estadounidenses (Esso, Socal, Mobil, Gulf, Texaco) y el otro por nueve pequeñas Compañías “independientes”, y finalmente por la Compañía Francesa de Petróleos. La hegemonía británica se mantuvo sustancialmente por el momento porque la BP y la Shell tuvieron juntas el 54% de las acciones.

A este punto no quedaba más que deshacerse de Mossadeq con el pretexto de la lucha contra el comunismo. Como demostraron los documentos de la CIA publicados veinte años después, el Departamento de Estado puso en marcha lo que se llamó en clave “operación Aiax”. La intervención oculta fue confiada por la CIA a Kermit Roosevelt, nieto del difunto presidente, que al final de la operación dimitirá de la CIA y se convertirá en vicepresidente de la Gulf. En abril de 1953, el Sha intentó hacer arrestar a Mossadeq, apoyado por el Partido comunista, pero el primer ministro, con un golpe de Estado, asumió plenos poderes obligando al Sha a huir a Roma. Pero las vacaciones romanas del joven rey duraron poco. Cuando también las masas comenzaron a moverse, la burguesía iraní, asustada por la radicalización del proletariado, permitió al ejército arrestar a Mossadeq, arrojándose así en los brazos del imperialismo americano. Después del regreso del Sha el 24 de agosto de 1953, la represión fue feroz: 5.000 opositores fueron pasados por las armas. Moscú se cuidó mucho de intervenir, dadas también las relaciones de fuerza, y puso un bozal al Tudeh. ¡EEUU agradeció a la dócil burguesía iraní y a su Sha extendiendo su ayuda financiera y llenando el país de nuevos armamentos! Desde entonces, la burguesía iraní ha agotado todo su carácter progresista.

El asunto Mossadeq, si por una parte sancionó la derrota inapelable de Gran Bretaña, ya incapaz de controlar por sí sola al Medio Oriente, y aceleró la penetración americana en la zona, por otra demostró que el viento estaba cambiando en el mundo del petróleo y que el enorme poder de las Compañías debía comenzar a tener en cuenta las nuevas conciencias nacionales. Los grandes monopolios privados angloamericanos estarán destinados a desempeñar en parte un papel de suplencia del gobierno en la consecución de los objetivos de política exterior, tal como fueron definidos por el máximo órgano de seguridad de EEUU, el “Consejo de Seguridad Nacional”: «Dado que el Medio Oriente y Venezuela son las únicas fuentes capaces de satisfacer la demanda de petróleo del mundo libre, estas fuentes son necesarias para continuar los esfuerzos militares y económicos del mundo libre. De ello se deduce que a nadie se le puede permitir interferir de manera sustancial con la disponibilidad de petróleo de estas fuentes». El Departamento de Estado estadounidense apostará precisamente por Arabia Saudita, Irak, Irán e Israel para extender su influencia sobre todo el Medio Oriente, que ocupará un puesto cada vez más decisivo en el tablero diplomático.

Por lo que respecta a Israel, es conocido que el 15 de mayo de 1948, finalizado el mandato inglés, el Estado de Israel se autoproclamó independiente y fue inmediatamente reconocido por Rusia y por los Estados Unidos. En su fundación participaron todos los imperialismos, para hacer de él, a su servicio en general y de las Compañías petroleras en particular, un obstáculo a la unidad árabe. El Estado de Israel es una base americana incrustada en el corazón del Medio Oriente, con las cabezas nucleares apuntando hacia los países árabes y hacia Irán. Cuatro guerras israelí-árabes, todas perdidas por los ejércitos árabes, marcarán en la segunda posguerra la historia del Medio Oriente y de su petróleo. La controversia entre los dos bloques este-oeste se desarrollaba por Estados interpuestos y a través de estas guerras por procuración: la guerra de 1948 por la creación del Estado israelí, la guerra de 1956 por el canal de Suez, la guerra de 1967 llamada de los Seis Días, la guerra de 1973 llamada del Yom Kippur, que actuará como detonante del primer choque petrolífero global.


31. La quimera del panarabismo

Atado de pies y manos al carro del vencedor, Irán se adhirió en octubre de 1955 al pacto de Bagdad que ya comprendía a Irak, Turquía, Pakistán e Inglaterra. EEUU e Inglaterra obtuvieron dos resultados: apoderarse de los pozos petroleros e incluir a Persia en el despliegue atlántico. El paso no era descontado porque Rusia, ante el movimiento occidental, podría haber invocado las cláusulas del tratado ruso-persa de 1921, que autorizaba al gobierno ruso a ocupar la parte septentrional de Persia si se perfilaba el peligro de una intervención de una tercera potencia en el país. Pero la probada técnica anglosajona de obligar al adversario a golpear primero para imputarle la acusación de agresor funcionó también esta vez: el 2 de octubre Nasser confirmaba por radio las noticias sobre los suministros de armas checas y rusas; el 12, el Sha anunció al parlamento la adhesión al pacto de Bagdad. Moscú se limitó a protestar violentamente, pero se adaptó queriéndolo o no al hecho consumado.

El Pacto, firmado en la capital iraquí el 24 de febrero de 1955, fue originalmente un tratado bilateral entre Turquía e Irak ideado y querido por la diplomacia angloamericana, que de este modo lograba sembrar discordia y escisión en la Liga Árabe, cuyos miembros se habían comprometido con el pacto de seguridad interárabe de septiembre de 1950 a no adherirse a coaliciones militares ajenas. Por lo tanto, fue un primer golpe asestado al renacido panarabismo, y sobre todo a Egipto, que se erigía en potencia guía del mundo árabe. El Egipto de Nasser se negó de hecho a adherirse al pacto, considerándolo una expresión de los intereses imperialistas de Occidente. Tampoco Siria se adhirió porque temía el expansionismo de Irak, donde reinaba la dinastía hachemita, la misma a la que pertenecía la casa real de Jordania.

La oposición de Rusia al pacto se explica fácilmente teniendo presente que este sancionaba una alianza militar hostil a sus fronteras meridionales, por añadidura conectada, a través de Turquía, al pacto Atlántico. Con la adhesión, Inglaterra demostraba mantener cierta influencia en el Medio Oriente. En septiembre entró a formar parte del pacto Pakistán, que en los años precedentes había estipulado acuerdos con Turquía y los Estados Unidos.

Pieza a pieza, las potencias occidentales iban completando un poderoso bloqueo en las vías de acceso rusas al Medio Oriente. La cesión de armas a Egipto era el intento de Rusia de romper el cerco y de situarse a espaldas del enemigo. De ahí el contraataque angloamericano en Persia, la única potencia limítrofe con Rusia que todavía se mantenía fuera del pacto anglo-turco-iraquí-pakistaní.

Mientras que en Europa la línea de demarcación entre los dos bloques estaba claramente trazada y establecida, no se puede decir lo mismo del área del Medio Oriente, donde los Estados árabes, por su posición estratégica y las inmensas reservas de petróleo, constituían la apuesta de las rivalidades entre los bloques. Los Estados Unidos intentarán, al menos al principio, prevalecer con la ayuda económica y con las alianzas militares indirectas, mientras que Rusia apoyará a Siria y Egipto sobre todo con el suministro de armas.

En el mundo árabe, a pesar de la unidad étnica y lingüística, la centralización del poder político estaba lejos de ser una realidad. Los árabes estaban encerrados dentro de Estados prefabricados, es decir, fabricados por el imperialismo y sus agentes, divididos por innobles cuestiones dinásticas, mezquinamente aferrados a sus intereses particulares, devorados vivos por los matones de los monopolios capitalistas extranjeros, enredados en las mortíferas alianzas militares del imperialismo. Los Estados árabes no solo no infundirán temor a los imperialistas, sino que se convertirán en peones de sus juegos.

La elevación de la “nación árabe” a un Estado unitario extendido desde Irak hasta Marruecos habría sido ciertamente –en el marco burgués– una aspiración revolucionaria. Pero la ideología y la política del panarabismo de tipo nasseriano distaban mucho de representar un movimiento revolucionario de masas: no se acompañó de ninguna revolución social, limitándose a injertar en la misma estructura social sobre la que se apoyaba la monarquía, un régimen político que difería del antiguo solo en las orientaciones de política exterior, a su vez posibilitadas únicamente por la urgencia de nuevas relaciones de fuerza entre las grandes potencias mundiales. La pretendida revolución de 1952 ni siquiera rozó los estratos profundos de la sociedad egipcia, que continuaron viviendo en la jaula de relaciones productivas muy atrasadas, y ni siquiera expresó la prepotente voluntad de ascenso de una burguesía digna de ese nombre.

Es incontrovertible que contra la dominación de la aristocracia latifundista, cuyos representantes vivían en el lujo en El Cairo y Alejandría, el régimen no levantó un dedo. La redención de los fellah en los miserables pueblos nilóticos, donde arrastraban una existencia atroz asediada por el hambre y las enfermedades, se confió a un problemático plan de colosales obras de irrigación que debería haber aumentado en un futuro incierto la tierra cultivable. Una revolución burguesa “hasta el final” en la época del imperialismo es aún más irrealizable que en el pasado si los nuevos poderes que suceden a los viejos no nacen sobre la ola de grandiosos movimientos de masas explotadas y no se apoyan en su fuerza armada. En realidad, en los países del Medio Oriente muchas monarquías feudales se transformarán sin grandes sacudidas en monarquías burguesas continuando gobernando bajo nuevas apariencias. E incluso donde la monarquía ha sido sustituida por la república, el acontecimiento debe considerarse el fruto de revueltas militares restringidas más que de movimientos políticos de masas.

Siguiendo el hilo de los acontecimientos de los años cincuenta, que vieron numerosas huelgas obreras en Líbano, Irak, Jordania, el hecho más importante es el de julio de 1952, cuando en Egipto, después de varios meses de grandes manifestaciones populares e importantes huelgas obreras culminadas en la huelga general de enero, el rey Faruk es obligado a abdicar por el levantamiento del ejército liderado por el grupo de los Oficiales Libres. También en 1952, en Líbano, llega al poder Camille Chamoun, personaje estrechamente vinculado a Occidente y muy amigo del rey Abdullah de Jordania, asesinado un año antes por un árabe palestino.

Con la llegada al poder de Nasser, la política de nacionalización de la república egipcia retoma la bandera del panarabismo, de la gran patria árabe unida, trata de revigorizar la Liga Árabe constituida ya en 1945 entre Egipto, Arabia Saudita, Yemen, Transjordania, Irak, Líbano y Siria, que había mostrado toda su impotencia e ineficacia, los límites del federalismo en la guerra de 1948 contra Israel.

El primer golpe al renacido panarabismo lo dará, como hemos visto, Irak cuando en 1954 se alió a Turquía, que había entrado dos años antes en la OTAN, para luego adherirse, en 1955, al pacto de Bagdad. En febrero de 1954, una revuelta derroca en Siria la dictadura de Shishakli, abriendo un período de inestabilidad política. En Jordania, en 1955, hubo vastos movimientos populares contra la adhesión al pacto de Bagdad y las elecciones de 1956 dieron origen a un gobierno filo-nasseriano.

No menos espinosas controversias dinásticas y territoriales oponen a Arabia Saudita a Jordania, la pupila de los ingleses, que ocupa los territorios de Maan y Aqaba, de los cuales la primera se considera defraudada. Una mención aparte merece la cuestión del oasis de Buraimi, reivindicado tanto por Arabia Saudita como por el Emirato de Abu Dhabi. Mientras que el petróleo de Arabia Saudita estaba en manos de las Compañías americanas, los ingleses tenían bajo su protección el Emirato. En 1952, el oasis, que se suponía rico en petróleo y que efectivamente se descubrirá allí en 1958, fue ocupado por las tropas sauditas. Gran Bretaña llevó la cuestión ante una corte arbitral y, a finales de año, formaciones militares de Abu Dhabi, lideradas por oficiales ingleses, expulsaron a las tropas sauditas de Buraimi. La ocupación militar británica obtuvo el doble propósito de dar una respuesta intimidatoria a Arabia Saudita, que en esos días estipulaba el tratado de alianza con Egipto, y de hacerse con una zona de interés petrolífero.

El 26 de julio de 1956, Nasser nacionalizó el canal de Suez, sentando las premisas para la segunda guerra árabe-israelí. Egipto estaba atrapado en las garras de los grandes imperialismos. El antecedente fue el rechazo, el 19 de julio de 1956, por parte de EEUU de la financiación para la construcción de una gran presa en Asuán. El verdadero motivo era sin duda la llegada de modernas armas rusas y checoslovacas a Egipto y el anuncio de una conferencia “neutralista” que reunió en la isla yugoslava de Brioni (18-20 de julio) a Nasser, Tito y Nehru. El rechazo americano fue un golpe grave al prestigio de Nasser, y en cualquier caso el fracaso de una obra capaz de irrigar un millón de hectáreas y aumentar el nivel de vida de cientos de miles de familias. Así, Nasser el 26 de julio nacionalizó la Compañía del canal de Suez, prohibiendo el paso a los barcos israelíes y a aquellos que transportaban mercancías hacia Israel.

El despliegue de las potencias fue inmediato. Presiones para hacer retirar la nacionalización llegaron enseguida de los gobiernos francés, consciente del papel de Nasser en la guerra de Argelia y por el hecho de que Francia detentaba numerosas acciones de la Compañía, y británico, contrariado al ver tomar esta decisión menos de dos meses después de la partida del último soldado de Su Majestad de Egipto y por la importancia del canal para Gran Bretaña. Los Estados Unidos permanecieron un poco al margen, estando más interesados en el mantenimiento de buenas relaciones con los países árabes productores de petróleo que en el tránsito por el canal. Rusia, por el contrario, apoyó inmediatamente la nacionalización.

Mientras que en el campo internacional hervían encuentros y conferencias para resolver el problema, a finales de septiembre se verificaron incidentes en la frontera jordano-israelí. Jordania, vacilante entre Nasser y los Estados hachemitas, estaba muy agitada y tropas iraquíes estacionaban en el norte del país, con gran disgusto de Israel. El 24 de octubre, inmediatamente después de las elecciones, que habían visto el triunfo de los antioccidentales, Jordania firmó un acuerdo con Siria y Egipto que preveía la creación de un mando militar común. Aún más grave era para Israel la presencia en el territorio egipcio del Sinaí de depósitos de armas de procedencia soviética. En este punto tomó cuerpo la lógica de la guerra por el petróleo junto con el extremo intento de Francia e Inglaterra de volver a entrar por la ventana en su antigua área histórica.

El 24 de octubre, diplomáticos y altos oficiales británicos y franceses se reunieron cerca de París con representantes del gobierno israelí, del que formaban parte Ben Gurion, Moshe Dayan y Shimon Peres, para acordar una estrategia común. En la noche entre el 29 y el 30 de octubre, aprovechando su superioridad militar, el gobierno de Ben Gurion decidió invadir el Sinaí. La expedición israelí reveló inmediatamente la extrema debilidad militar de Egipto. El 30 de octubre, Francia e Inglaterra, poniendo como pretexto la parálisis del Consejo de Seguridad, lanzaron un ultimátum a los dos beligerantes para que cesaran las hostilidades y retiraran sus tropas a 16 kilómetros del canal. Israel aceptó inmediatamente el ultimátum que Egipto, en cambio, rechazó. Franceses e ingleses esperaban forzar la mano a Nasser, contando con la abstención de los Estados Unidos –que no habían sido consultados– y de Rusia, presa de las serias dificultades causadas por la revuelta húngara.

El 5 de noviembre, Israel había alcanzado todos sus objetivos militares en el Sinaí. Ya el 1 de noviembre El Cairo había pedido a Siria que hiciera volar los oleoductos, lo que se hizo inmediatamente. Los egipcios hundieron numerosos barcos en el canal, pero después de una semana de bombardeos de los aeropuertos egipcios, que no opusieron resistencia alguna (un buque de guerra egipcio se rindió incluso, sin combatir, a los israelíes), el 5 de noviembre los paracaidistas franco-británicos ocuparon Puerto Saíd, y luego desembarcaron las tropas.

En este punto, el presidente estadounidense Eisenhower comenzó a tocar el tambor: la intervención franco-británica significaba la ruptura del frente atlántico, era “un golpe fatal asestado a las Naciones Unidas”, una deslealtad hacia Washington, una manifestación de colonialismo hacia los países árabes y asiáticos. A su vez, Rusia, después de haber propuesto en vano a los Estados Unidos una intervención militar conjunta, el 5 de noviembre a las 23:30 lanzó un ultimátum a Francia, Gran Bretaña e Israel. El mariscal Bulganin denunció la agresión y ventiló la posibilidad de usar las más modernas armas ofensivas, sobre todo misiles, contra los tres países. El 7 de noviembre, la Asamblea General de la ONU votó con 64 votos y 12 abstenciones la creación de una fuerza internacional encargada de sustituir a los franco-británicos. Estos últimos habían fracasado, demostrando que la autonomía de intervención de las potencias medias era ya casi nula. La intervención anglo-francesa, en lugar de asegurar el control internacional del canal, se concluyó con su cierre temporal debido al hundimiento de varios barcos y a la interrupción de los oleoductos. Por primera vez, Europa occidental probó las restricciones y fue obligada a importar carburante de Texas. El resultado principal de la guerra por Suez fue la eliminación casi total de la influencia francesa y británica en esa región clave.

A principios de 1957, los Estados Unidos vuelven a la carga para consolidar su influencia en la zona. El 5 de enero, Eisenhower presenta al Congreso un plan para la política americana en el Medio Oriente que se articulaba en 3 puntos: intervenir con masivas ayudas en apoyo de los gobiernos amigos; proporcionar, a arbitrio del propio presidente, un apoyo militar a Estados o grupos de Estados que lo solicitaran; preparar fuerzas militares americanas para intervenir directamente al lado de los Estados del Medio Oriente amenazados por el “comunismo internacional”.

Esta política se concretará en los meses siguientes en Jordania y en Líbano. En Jordania, un golpe de Estado del ejército apoyado por el rey liquidó el gobierno filonasseriano de Nabulsi, mientras que la Sexta Flota americana, estacionada en el Mediterráneo, se declaraba lista para intervenir para salvar “la integridad e independencia” de Jordania. Diez millones de dólares fueron el premio concedido por Washington al soberano hachemita a cambio de la fidelidad a Occidente. En Líbano, en mayo del ‘58, como reacción al gobierno dictatorial de Chamoun, estalló una huelga general que se transformó en una verdadera insurrección que incendió todo el país.

En Irak, al amanecer del 14 de julio de 1958, dos brigadas del ejército iraquí comandadas por el coronel Abdel el-Kassem, respaldadas por el apoyo popular y por los partidos clandestinos, se apoderaron de los puntos estratégicos de la capital mientras la radio transmitía las notas de la Marsellesa. La familia real fue fusilada y el ministro Nuri al-Said, capturado por la multitud, linchado. La proclamación de la República ponía fin, junto con la monarquía, al proyecto inglés de una federación de monarquías árabes. Kassem retiró a Irak del Pacto de Bagdad y denunció los pre-existentes acuerdos petroleros, limitando las concesiones a las compañías extranjeras. Además, se acercó a Rusia y a los comunistas iraquíes.

Para circunscribir el contagio, las potencias occidentales decidieron proceder a una operación militar de vastas proporciones. El 15 de julio, una flota de unas cincuenta naves americanas, entre ellas dos portaaviones, desembarcaron en Líbano 10.000 soldados, mientras fuertes contingentes de paracaidistas ingleses llegaban a Amán, llamados por el rey Hussein de Jordania, que se enfrentaba a grandes levantamientos populares, sobre todo de los refugiados palestinos que constituían la gran mayoría de la población jordana. Sin embargo, ingleses y americanos no osaron atacar directamente la nueva república iraquí temiendo una guerra larga y desgastante.

Kassem gobernará durante cinco años tomando algunas medidas populistas a favor de las clases menos pudientes, pero sin ningún cambio real de la situación social. Era sobre todo un nacionalista iraquí y por eso su política exterior fue hostil a Egipto, que precisamente en 1958 había constituido la República Árabe Unida con Siria. También para Kassem, como para Nasser, valía el principio de la politique d’abord, es decir, utilizar la política exterior solo como espectáculo contra la oposición interna y para ocultar los fracasos de las reformas sociales. Hostil a una unión con la RAU, Kassem combatió al Baath y a los nacionalistas filoegipcios que se organizaban en el interior. En 1959, el presidente reabrió una controversia fronteriza con Irán por el control del Golfo Pérsico y en 1961 intentó en vano tanto anexar Kuwait como acabar con la insurrección kurda, anticipando la que será la política de Saddam Hussein en los años ochenta. El coronel financió generosamente al FLN argelino con los fondos provenientes del Iraq Petroleum, del cual nacionalizó el 90% de los yacimientos que la Compañía tenía en concesión. Kassem recibió la asistencia de los técnicos rusos, pero el boicot del petróleo iraquí por parte del frente unido de las Siete Hermanas hizo caer al país en una crisis espantosa. En 1963 tomaron el poder los militares del Baath y fue puesto a la cabeza del Estado Abd al-Salam Arif, otro protagonista de la revolución del 14 de julio, que sucedía a Kassem, asesinado en el curso del golpe.


32. El enfrentamiento por el petróleo argelino

El nuevo orden petrolero posbélico estaba centrado en el Medio Oriente y, dentro de él, las compañías angloamericanas se habían autoinvestido de la tarea de satisfacer la creciente demanda mundial de petróleo. Ya en 1949, las Siete Hermanas controlaban el 82% de la producción y el 76% de la refinación de todo el hemisferio occidental, excluidos los Estados Unidos. Quien no tenía sangre puritana en las venas encontraba enormes dificultades para desarrollar una industria petrolera mínimamente independiente.

Inmediatamente después de la guerra, la Francia del general De Gaulle había creado el Bureau des Recherches Pétrolières (Brp) con el objetivo de reconstruir la industria del petróleo destruida y satisfacer la demanda nacional a través de las investigaciones petrolíferas dentro del imperio colonial francés en África. No pudiendo contar con la histórica Compagnie française des pétroles (desde 1985 Total), comprometida entonces en defender sus posiciones en la Iraq Petroleum Company y en el Medio Oriente, el gobierno confió la tarea a otras compañías estatales, entre ellas la Société Nationale des Pétroles d’Aquitaine (Snpa), que después de algunos años hicieron modestos descubrimientos de petróleo en Gabón.

Pero la noticia que encendió a Francia fue el descubrimiento, en 1956, coincidiendo con el estallido de la rebelión argelina, de una consistente capa de rocas impregnadas de petróleo en el Sahara oriental francés, en la zona de Hassi Messaoud. Los franceses vislumbraron la posibilidad concreta de emanciparse del petróleo del Medio Oriente y de la influencia angloamericana. Francia, a pesar de las grandes dificultades ambientales, había iniciado la construcción de algunos oleoductos para conectar los pozos de Hassi Messaoud con los puertos argelinos y tunecinos, desde donde el petróleo, cargado en petroleros, pudiera llegar a Marsella. El esfuerzo francés por alcanzar la independencia energética fue recompensado: en 1961, el petróleo producido en varias partes del mundo por las Compañías francesas privadas o bajo control estatal cubría más del 90% de la demanda nacional. En la idea de De Gaulle, el logro de este objetivo estaba ligado a un relanzamiento de la grandeur francesa, que se concretó en una histórica apertura hacia Alemania y en la firma de un acuerdo entre los dos Estados en Rambouillet.

Pero, contrariamente a los deseos franceses, los argelinos consideraban el Sahara parte integrante de su territorio. La guerra de independencia de Argelia y los despliegues que la financiaban estuvieron desde el principio entrelazados con los intereses petrolíferos. Las Compañías americanas habían comenzado a financiar el Frente de Liberación Nacional inmediatamente después del descubrimiento de los nuevos yacimientos: el entonces senador John Kennedy, importante accionista de la Standard Oil, había pedido públicamente que los Estados Unidos salieran al encuentro «de la ansiedad de libertad e independencia de los patriotas argelinos sofocados por la Francia colonialista». De Gaulle tuvo que amenazar con salir de la OTAN para hacer cesar la financiación americana. Pero para hacer incierto el futuro del petróleo sahariano estaban también las maniobras llevadas a cabo por la Eni para abrirse un canal preferencial hacia el gas y el petróleo argelinos.

En Italia, en la posguerra, los vencedores habían encargado a Enrico Mattei, proveniente de la resistencia católica, desmantelar la Agip, la compañía petrolera nacional criatura del régimen fascista. En la nueva lógica de poder posbélica, las compañías angloamericanas se opusieron con todos los medios a que se desarrollara en Europa una industria petrolera autónoma. Un claro ejemplo de esta política fue precisamente la exclusión de la Agip de la financiación prevista por el Plan Marshall que, no lo olvidemos, será reembolsado por las compras de petróleo suministrado por las compañías americanas. En Italia había poco petróleo, pero en cambio en la llanura padana había abundancia de gas y Mattei, aprovechando la red de ventas puesta a su disposición por la BP, dio vida a esa industria extractiva multiplicando las perforaciones y construyendo gasoductos con la ayuda de las más modernas tecnologías. En solo dos años, el norte de Italia se cubrió con una red de seis mil kilómetros de gasoductos. En 1953, la Agip se transformó en una holding, la Eni (Ente Nazionale Idrocarburi), a la que pusieron a la cabeza todas las actividades nacionales e internacionales ligadas al petróleo.

Para alimentar el enorme complejo petrolífero del que Italia se había dotado, Mattei terminó pisando los callos al cártel de las grandes compañías. Los primeros avisos se tuvieron en Irán en 1954, cuando la Exxon rechazó categóricamente la entrada de la Eni en el Consorcio internacional para la explotación del petróleo iraní, a pesar de que Mattei no había hecho nada que se desviara de la línea angloamericana en los días del embargo petrolero contra Irán, no había buscado contactos con los agentes de Mossadeq ni tomado en consideración las ofertas de petróleo a bajísimo precio.

El veto de las grandes compañías a la entrada del Estado italiano en el Consorcio fue considerado por Mattei un “insultante rechazo”, que empujará a la Eni a una política de pinchazos contra las multinacionales que gobernaban el mundo del petróleo. De estas actitudes se embriagaron los nacional-estalinistas italianos de la época, los cuales, sin importarle mucho que los principales beneficiarios de las actividades de Eni fueran ramas industriales gestionadas por empresarios privados, se alinearon contra las compañías italoamericanas que gozaban de concesiones en Italia, sacando a relucir las no nuevas fórmulas de la nacionalización y de la lucha “nacional” contra el imperialismo. Humo en los ojos con fines electoralistas. Que el Estado se embolse una parte o incluso todos los beneficios no autoriza a considerar al ente estatal en un plano social diferente del que se mueven las empresas privadas. Las relaciones de producción dentro de las cuales la Eni desarrollaba su actividad se concretaban en el hecho de gestionar las fuerzas productivas según leyes económicas puramente capitalistas, pagando la mano de obra con salario, produciendo para el mercado y persiguiendo la ganancia. Considerados en este terreno común, la Gulf Oil valía lo que Eni.

Para hacerse espacio entre los gigantes angloamericanos, el intento de competencia puesto en marcha por el capitalismo monopolístico estatal de la Eni tuvo que inventarse una política innovadora hacia los países exportadores. En 1957, aprovechando el vacío de iniciativas seguido a la crisis de Suez, Mattei perfeccionó con el gobierno iraní un acuerdo basado no ya en el fifty-fifty, sino en una fórmula que preveía el anticipo de todos los gastos para la investigación a cargo de la Eni y, una vez encontrado el yacimiento, la posibilidad para el Estado productor de convertirse en socio paritario versando la mitad de los gastos. Además, sobre los beneficios divididos a la mitad, la Eni habría añadido otro 50% en impuestos, llegando así a un porcentaje global 75/25 a favor de Irán. El acuerdo enfureció a americanos e ingleses, quienes protestaron ante el gobierno italiano denunciando que la desestabilización de la fórmula del fifty-fifty arriesgaba con poner en peligro la estabilidad del Medio Oriente y los propios suministros a Europa.

Mattei, o por lo menos ciertos ambientes cercanos a él, era consciente de que no puede haber independencia política sin independencia económica, pero esto significaba romper los equilibrios del mercado petrolífero y desvincularse del imperialismo americano, que había dejado a Italia fuera del juego. El enfrentamiento entre la Eni y las Siete Hermanas prosiguió en todos los frentes, desde el Norte de África hasta Rusia. En 1960, en plena guerra fría, Mattei rompió el embargo comercial y económico contra los rusos, firmando un acuerdo en virtud del cual la URSS ofrecía a la Eni 12 millones de toneladas de crudo en cuatro años a un precio de poco más de un dólar por barril. A cambio, Italia exportaría a Rusia 50 mil toneladas de caucho sintético, 240 mil toneladas de tubos de la Finsider y equipos de la Nuovo Pignone. El tipo de contrato, basado en el intercambio de mercancías, constituía una novedad introducida por Mattei en el mundo del petróleo. Los tubos Finsider y las bombas Pignone debían servir a Rusia para la construcción de un oleoducto hacia Europa central.

Mattei fue acusado de haber arrojado a Italia en manos de los comunistas. Comenzaron campañas de prensa y disputas legales puestas en marcha por el cártel de las Siete Hermanas en connivencia con los adversarios italianos de Mattei, que se había hecho muchos enemigos, y que se encontraban tanto en el campo de la política como en el de los intereses privados industriales y financieros, representados principalmente por las sociedades Montecatini y Edison, activas en los sectores de la química, gas y electricidad.

Pero la gota que colmó el vaso fue el frente argelino. A partir de 1959, Mattei había comenzado, en el ámbito de su estrategia de penetración en África septentrional, a enviar ayudas, sobre todo en especie, al Frente de Liberación Nacional (de paso, la sede para Europa del Frente estaba precisamente en Roma, en locales puestos a disposición por la Eni), así como a facilitar los trámites diplomáticos de los argelinos hacia Europa y formar a sus técnicos petrolíferos. El apoyo más importante proporcionado por Mattei fue el de elaborar junto con el FLN las estrategias petrolíferas societarias y normativas que debían hacerse valer frente a Francia. La estrategia de la Eni no excluía prejuiciosamente la presencia francesa, pero planteaba una titularidad directa argelina del subsuelo y la constitución de una empresa estatal en la que pudieran colaborar franceses e italianos.

Esta política perturbaba a las Compañías americanas y a la francesa, entonces en busca de un acuerdo para la explotación de todo el Sahara francés. Para De Gaulle, el Sahara argelino era “una ficción jurídica y nacionalista sin fundamento histórico”. Nada más fácil que los servicios secretos americanos y franceses supieran que los expedientes argelinos habían sido preparados por la Eni. En junio de 1961, americanos y franceses ofrecieron a la Eni entrar a formar parte del pool, pero Mattei rechazó, contando con su posición de fuerza ante el Frente para hacerla valer al final de la guerra. A este período se remontan las amenazas de muerte recibidas por Mattei por parte de la OAS francesa. Él se apresuró a conceder una entrevista al semanario Nouvel Observateur significativamente titulada “¿Soy yo un enemigo de Francia?”, en la que reiteraba haber rechazado las ofertas de las Compañías francesas y americanas para no comprometer la posición no colonialista de Italia hacia los países productores de petróleo.

Después de que De Gaulle, en marzo de 1962, decidiera poner fin al conflicto y se produjera la proclamación de la República argelina, Mattei abrió las negociaciones para un acuerdo petrolero con el nuevo gobierno independiente que comprendía el habitual “paquete” (75/25 a favor de Argelia) y preveía la creación de una sociedad mixta y la construcción de una refinería en Argelia. En las negociaciones participó también un alto funcionario francés, Claude Cheysson, futuro ministro de Asuntos Exteriores de Mitterrand. Además de la participación a tres en los yacimientos petrolíferos y de metano, el acuerdo preveía realizar un gasoducto intercontinental que desde el Sahara, a través del Estrecho de Gibraltar y España, llegara hasta Francia e Italia. Un proyecto para extenderse posteriormente a otros países del tercer mundo.

Pero el acuerdo, que debía ser ratificado en el encuentro con Ben Bella del 6 de noviembre de 1962, nunca será firmado: ¡Mattei morirá en su avión, que se estrelló por un atentado en octubre de ese año!

En febrero de 1963, el vicepresidente de la Eni, Eugenio Cefis, firmó con la americana Esso un acuerdo para la compra de gas de Libia y todo el delicado trabajo de colaboración tejido con los franceses y los argelinos se perdió. Los periódicos argelinos y de todo el tercer mundo acusaron a Cefis de traición y de filoamericanismo. Enrico Mattei obtendrá una victoria póstuma quince años después de su muerte, cuando la Eni firmará un acuerdo con la compañía estatal argelina Sonatrach para la importación de gas a Italia.


33. Sobreproducción y nacimiento de la OPEP

A finales de los años cincuenta, la sobreproducción petrolera apareció como un hecho estructural. En todo el mundo se practicaban reducciones de precios mientras Rusia inundaba los mercados a buen precio. En Italia, Mattei acababa de concluir con los rusos un acuerdo para la compra de crudo a sesenta centavos menos del precio practicado en el Medio Oriente. En Japón, el petróleo se vendía a precio de saldo. El petróleo ruso estaba invadiendo la India, como había sucedido en la guerra de precios desatada por Deterding en los años veinte: cuando el gobierno indio anunció a las refinerías de tres de las Siete Hermanas que se le había ofrecido crudo ruso más barato, estas fueron obligadas a bajar los precios. A la situación de sobreproducción mundial de crudo contribuyó el descubrimiento de nuevos grandes yacimientos en Libia, cuya producción pasó de 180 mil b/d en 1962 a 3,3 millones en 1970, convirtiendo al país en el tercer productor de la OPEP.

Durante todos los años sesenta, los precios de lista permanecieron prácticamente estables, mientras que los precios efectivos a los que el crudo se vendía a las industrias de refinación tendían a bajar. La Exxon y las otras Hermanas se encontraron en medio de la encrucijada: por un lado, estaban obligadas a practicar en el mercado precios competitivos; por otro, estando ligadas al posted price, que constituía la base de cálculo para los impuestos, terminaban pagando a los países productores más del fifty-fifty acordado. Gracias a los bajos precios, en el período 1950-1970 la demanda global se quintuplicó y el petróleo se convirtió en la primera fuente energética consumida a nivel mundial.

En 1959, Eisenhower decidió imponer un programa de limitación a las importaciones de petróleo del Medio Oriente, cediendo a las presiones de las pequeñas y medianas compañías estadounidenses que dependían de la más costosa producción nacional y que corrían el riesgo de ser excluidas del mercado. Estas hicieron vislumbrar el peligro de que una reducida autonomía productiva expondría a EEUU al chantaje de países lejanos e inestables. En este punto, las grandes compañías, al verse cerrado el mayor mercado de consumo en un mundo en el que ya había un exceso de oferta, respondieron con la bajada de 18 centavos del precio del barril para poder pagar menos impuestos a los países productores. Esto significaba, sin embargo, recortar las rentas a Estados que dependían de media en un 80% de los ingresos petroleros.

Lo que no pudo la política, lo pudo el petróleo: entre los productores, la reducción de los precios generó un sobresalto de solidaridad entre reinos feudales, países antimonárquicos y Estados ajenos al mundo árabe. En 1960, los representantes de Arabia Saudita, Irak, Irán, Kuwait y Venezuela se reunieron en Bagdad en una atmósfera de renovada confianza, dando vida a la OPEP (Organización de Países Productores y Exportadores de Petróleo), es decir, a un nuevo cártel para contrarrestar el de las Siete Hermanas. La decisión unilateral de la poderosa Exxon (que era socia simultáneamente de la Aramco, del Consorcio iraní y también del Iraq Petroleum) había empujado a los países del petróleo a responder del mismo modo: probablemente la OPEP nunca habría nacido sin el cártel de las Siete Hermanas.

La primera resolución votada identificaba al principal enemigo en las compañías y establecía que los miembros no podían permanecer indiferentes a la política de precios adoptada por las sociedades petroleras y que todos debían activarse para llevar los precios a los niveles anteriores. La OPEP alcanzó inmediatamente el objetivo de prevenir otras reducciones de los precios oficiales, pero nunca logrará restablecer los precios originales; no solo eso, sus miembros no poseían los instrumentos para fijar los precios o para disminuir la producción, que estaban en manos de quienes controlaban el mercado. De hecho, la renovada unidad de los países productores se ahogó muy pronto en la abundancia de petróleo ruso y del nuevo petróleo nigeriano y libio que impidieron cualquier apoyo artificial de los precios, mientras que las compañías continuaban tratando separadamente con cada gobierno para intentar ponerlos unos contra otros. Paradójicamente, frente a las Compañías que trataban de frenar la producción para impedir el colapso de los precios, cada país de la OPEP aspiraba a aumentar la propia para asegurarse mayores ingresos.

El Sha era el más intolerante a cualquier restricción, comprometido en su ambicioso cuarto plan quinquenal y en los crecientes gastos militares. Estaba convencido de que el acuerdo del Consorcio iraní era más restrictivo que el de la Aramco y amenazó a las compañías con la retirada de las concesiones. En efecto, las cláusulas secretas intervenidas entre las Siete Hermanas preveían para Irán, en caso de excedente productivo, penalizaciones mayores que las de Arabia Saudita. Por otro lado, el mecanismo por el cual cada sociedad no podía retirar proporcionalmente más de su propia cuota sin pagar una penalización, dejaba insatisfechas también a sociedades como la Mobil o la Cfp que tenían una participación más baja respecto a Exxon, Socal o Texaco. A la larga, estos acuerdos restrictivos se volverán contra los países productores, cuyo crecimiento económico debía ser objeto de negociación en los pasillos de las compañías privadas.


34. La guerra de los Seis Días

En ese mismo período, la creciente tensión entre el Estado de Israel y los Estados árabes amenazaba con detonar toda la región. La segunda guerra árabe-israelí de 1956 había mantenido las líneas de frontera establecidas al final de la primera guerra de 1948. La vigilancia de las fronteras había sido confiada a las tropas de la ONU. Nunca se había aportado ninguna solución al problema de los refugiados que habían abandonado la Palestina judía en 1948 y vivían desde entonces, sobre todo en Jordania y en Egipto, en campos de concentración en condiciones de vida miserables. El canal de Suez permanecía cerrado a Israel, que sin embargo podía comunicarse con el Mar Rojo a través del puerto de Eilat situado al fondo del golfo de Aqaba: la entrada del golfo estaba controlada por Egipto, pero los cascos azules de la ONU aseguraban el paso de los barcos israelíes.

Una iniciativa de Nasser, probablemente bajo presión de Rusia, puso fin a esta situación, poniendo en peligro la economía de Israel: el 18 de mayo de 1967, a petición de Nasser, el secretario de la ONU U-Thant retiró los cascos azules, permitiéndole bloquear el acceso al golfo de Aqaba no solo a los barcos israelíes sino también a aquellos que transportaban productos estratégicos para Israel, incluido el petróleo.

El 5 de junio de 1967, Israel invadió Egipto dando inicio a la guerra llamada de los Seis Días. Su ejército, el Tsahal, atacó el grueso del ejército egipcio concentrado al norte del Sinaí, mientras que la aviación destruía en tierra gran parte de la aviación egipcia de fabricación soviética. La sorpresa fue total: el 6 de junio, el estado mayor israelí anunció la conquista de Gaza; el 7, la de Sharm el Sheikh, que controlaba la entrada del golfo de Aqaba en el extremo meridional del Sinaí. Además, los israelíes ocuparon la península desértica del Sinaí, lo que les permitió apoderarse de toda la orilla oriental del canal de Suez, mucho más allá de las líneas de 1956. El ejército israelí ocupó la ciudad vieja de Jerusalén, que pertenecía a Jordania, y prosiguió la ofensiva ocupando toda la orilla occidental del Jordán. Finalmente, las fuerzas israelíes se apoderaron de importantes posiciones estratégicas en Siria. En seis días, lo que debería haber sido la revancha de los Estados árabes se había transformado en su total derrota: Siria había perdido las alturas del Golán, además de gran parte de su aviación; Jordania había tenido que renunciar a toda Cisjordania, a su aviación y a gran parte de su equipamiento militar. Quien había sufrido, sin embargo, el golpe letal había sido Egipto: su ejército había sufrido casi 15.000 bajas, enormes pérdidas de armas y municiones, su aviación había sido casi totalmente destruida y, sobre todo, Israel le había arrebatado todo el Sinaí. Nasser, abrumado por la derrota, presentó su dimisión la noche del 9 de junio.

Desde hacía tiempo, los países árabes amenazaban con usar el arma del petróleo contra Occidente y la ocasión se les brindó precisamente con la guerra. El 6 de junio, el día siguiente al ataque israelí, la OPEP decidió aplicar el embargo petrolero hacia los países que apoyaban a Israel, agravando la crisis provocada por el cierre del canal de Suez y de los oleoductos. El bloqueo afectó sobre todo a Europa, que del Medio Oriente y del Norte de África dependía para las tres cuartas partes de sus importaciones. Hacia finales de junio, también Nigeria, que entonces se enfrentaba a la revuelta de Biafra, cesó sus exportaciones, sustrayendo a un mercado ya en condiciones críticas otros 500.000 barriles al día.

Pero el boicot demostró ser un fuego de paja, dado que Irán y Libia continuaron tranquilamente vendiendo su petróleo, no solo a los países occidentales sino también a Israel, mientras que Venezuela incluso aumentó la producción. El rey Faisal, que se encontraba ante una inminente crisis financiera, por consejo del ministro del petróleo Yamani, limitó el embargo a Estados Unidos e Inglaterra, considerados países agresores (por lo demás, ninguna de las dos potencias retiraba entonces mucho petróleo de Arabia Saudita). De hecho, por la ausencia de un frente común de los países árabes productores, el embargo no obtuvo los efectos deseados. Ya después de un mes, los países que lo habían decretado comenzaron a dar señales de inquietud por la disminución de los ingresos, Arabia Saudita y Egipto a la cabeza. A principios de septiembre, el embargo fue anulado, para completa vergüenza del mundo árabe, que a la humillación militar añadía la impotencia política.


35. El empujón de Gadafi

Pero la situación estaba destinada a cambiar a principios de los años setenta, cuando los acontecimientos libios brindaron la ocasión para impulsar el ascenso de la OPEP (que ahora comprendía doce países miembros: a los cinco originales se habían añadido Qatar, Emiratos Árabes, Libia, Argelia, Indonesia, Nigeria, Gabón) y dictar a las compañías nuevas condiciones contractuales.

En 1955, un petróleo de alta calidad –el llamado light– había brotado en Libia. A decir verdad, ya en los años veinte el geólogo francés Conrad Kilian había descubierto petróleo en la región del Fezzan, en el sur de Libia, con la total indiferencia de Francia, pero no de los servicios secretos británicos y del general de gaullista Leclerc. Este último, en 1942, abandonando Libia, había dejado una guarnición para defender los yacimientos cartografiados por Kilian, con la perspectiva de anexar el Fezzan al Sahara francés. En noviembre de 1947, mientras Leclerc inspeccionaba las fronteras libias, el avión en el que viajaba se estrelló (como le sucederá a Mattei) en circunstancias que permanecieron misteriosas. En 1951, las ambiciones francesas se vieron definitivamente frustradas por la decisión de la ONU, bajo presión de los ingleses, de decretar la independencia de Libia y poner en el trono a Idris al Senussi, cuya primera medida fue la concesión a EEUU de una base militar y la entrega a las compañías angloamericanas de los permisos para realizar investigaciones petrolíferas en el territorio libio. Seis de las Siete Hermanas y otras ocho compañías independientes se acapararon las concesiones, y finalmente en 1955 el nuevo petróleo libio comenzó a navegar hacia EEUU en los petroleros de la Exxon. Graciosamente, las compañías americanas dejaron algunas migajas a la italiana Eni y a la francesa Cfp.

Mientras permaneció en el poder el corrupto régimen del rey Idris, las compañías petroleras no fueron seriamente amenazadas. El rey se lamentaba del bajo precio del petróleo, pero para mantenerlo tranquilo bastaba el ejemplo de Mossadeq. Todo cambió en el momento en que, el 1 de septiembre de 1969, Idris fue depuesto por un grupo de jóvenes oficiales del ejército liderados por el coronel Muamar Gadafi. El grupo, decidido a usar el petróleo como arma contra Israel y Occidente, entrará inevitablemente en colisión con el imperialismo americano y las Siete Hermanas. La primera medida puesta en práctica por los jóvenes coroneles fue ordenar a los americanos evacuar su mayor base militar del Norte de África y abandonar el país.

Al principio, el nuevo gobierno, más que hacia la nacionalización de las compañías, se orientó hacia un aumento del precio del barril: el 20 de enero de 1970, Gadafi dio inicio a las negociaciones con cada una de las veintiuna sociedades que operaban en Libia, anunciando que si no aceptaban aumentar los precios en 40 centavos de dólar por barril, actuaría unilateralmente. Afirmó con arrogancia que «el pueblo libio había vivido sin petróleo durante cinco mil años y podía seguir prescindiendo de él durante algunos años más con tal de ver reconocidos sus derechos». En el fondo, la petición era razonable, en consideración de la alta calidad del crudo (con bajo contenido de azufre y, por lo tanto, particularmente adecuado para la transformación en combustible para automóviles y aviones) y de la cercanía de Libia a los mercados europeos. Este hecho se volverá aún más importante después de mayo de 1970, cuando un sabotaje interrumpirá en Siria la Tap-line proveniente de Arabia Saudita. Los gobernantes libios recibieron una ayuda inesperada del experto en petróleo del Departamento de Estado James Akins, quien, preocupado por las perspectivas de una crisis energética, instó a las compañías a llegar a un acuerdo con Gadafi.

La petición fue rechazada de plano por las grandes Sociedades, con la Exxon a la cabeza, pero en Libia el eslabón débil de la cadena estaba constituido por las compañías independientes que no podían permitirse perder sus concesiones como amenazaba Gadafi en caso de no llegar a un acuerdo. La primera en ceder fue la Occidental Petroleum del multimillonario estadounidense Hammer, en ese momento bajo los focos por haber sido acusado de corromper a algunos funcionarios del antiguo régimen libio. Negociando separadamente, también la Continental había roto el frente de los operadores. Las Siete Hermanas, después de haber pedido en vano la intervención del Departamento de Estado y del Foreign Office, capitularon en octubre, aceptando las condiciones impuestas a la Occidental.

Muy pronto, las peticiones de aumento de precio se difundieron más allá de las fronteras de Libia: Irak, Argelia, Kuwait e Irán pidieron todos un aumento del tipo impositivo del 50 al 55%. En la conferencia de Caracas del 12 de diciembre de 1970, la OPEP sancionó el principio de que los 30 centavos de aumento obtenidos por Libia se convertían en el precio oficial de referencia para todos los países miembros. A principios de 1971, la Libia de Gadafi se encontraba en una posición de absoluta ventaja frente a las compañías, que de hecho habían perdido el control sobre los volúmenes de producción y estaban sujetas al juego al alza de los precios y expuestas a la amenaza de nacionalizaciones.

Las Major, bajo la guía de la BP, formaron un frente común de “defensa”: los representantes de veintitrés compañías suscribieron en Nueva York, en el cuartel general de la Mobil, una carta a la OPEP en la que se solicitaba un acuerdo general entre las compañías y el conjunto de los Estados, con el fin de evitar negociaciones separadas. Nada mal, si se piensa que solo diez años antes las Compañías se habían negado a reconocer la existencia misma de la OPEP. Además, se firmó un documento, que permaneció secreto durante tres años, con el que cada firmante prometía no concluir ningún acuerdo con el gobierno libio sin el consentimiento de todos los demás y se comprometía a un intercambio de ayuda recíproca. Para la ocasión, el Departamento de Justicia, encargado del anti-trust, giró la mirada hacia otro lado.

En respuesta a la carta de las Compañías, el Sha convocó una conferencia de la OPEP en Teherán al término de la cual, el día de San Valentín, el 14 de febrero de 1971, se firmó un acuerdo que reconocía un extra de 30 centavos sobre el precio oficial del barril, que se elevaría a 50 a partir de 1975. Pero solo los Estados del Golfo fueron totalmente favorables: el acuerdo excluía específicamente cualquier compromiso para los precios del petróleo en el Mediterráneo. Libia, Venezuela y otros Estados “radicales” se declararon contrarios porque consideraban que el acuerdo limitaba el margen de acción de los distintos Estados miembros frente a las compañías.

A solo cuatro días de la reunión de Teherán, el gobierno de Trípoli, con el apoyo de Argelia, Irak y Arabia Saudita, inició nuevas negociaciones separadas con las compañías presentes en el país y logró arrancar un aumento de 76 centavos, llevando el precio base a 3,30 dólares por barril, además del aumento de los impuestos gubernamentales al 60%. El acuerdo de Trípoli abrió una brecha entre Libia y los Estados del Golfo favorables a Teherán.


36. La crisis económica mundial - 1973: el primer shock petrolero

En diciembre de 1972, en el ámbito del G-10, se llegó a un acuerdo, que el presidente norteamericano Nixon enfatizó como “el más importante en la historia del mundo”, en base al cual los tipos de cambio de las monedas podían tener una banda de oscilación del 2,25% respecto a la paridad. Pero esto no impidió una segunda devaluación del dólar en febrero de 1973.

Grave fue el disgusto sobre todo de los países productores de petróleo, dado que impuestos y royalties se calculaban en dólares. La dependencia de estos países del dólar se acentuaba por el hecho de que el superávit acumulado solo podía ser absorbido por el mercado financiero americano y que la gran parte de los títulos financieros detentados fuera de EEUU estaban también denominados en dólares.

Esta dependencia absoluta de la divisa norteamericana y la necesidad de proteger sus propias inversiones había empujado a la OPEP, después del desmantelamiento del sistema de Bretton Woods, a concentrar sus esfuerzos en la renegociación del precio del petróleo. El aumento que hubo en octubre de 1973, por elevado que fuera en términos absolutos, fue en realidad contenido si se refiere al valor del oro. Hasta 1971, de hecho, el valor del oro en petróleo nunca había salido del intervalo de 10-15 barriles por onza, mientras que en vísperas del shock de octubre de 1973 la relación había llegado a 34 barriles de petróleo por una onza de oro.

Pero vayamos por orden. El 6 de octubre de 1973, día de la festividad judía del Yom Kippur, Egipto y Siria, fuertes de los armamentos suministrados por la URSS y probablemente por inspiración de los consejeros soviéticos presentes en ambos países, abrieron las hostilidades contra Israel pensando en tomar desprevenido al enemigo. Pero también este conflicto, desde el punto de vista militar, se resolverá con una derrota de los árabes: los israelíes, equipados con armas norteamericanas, al final de la guerra habían sustraído territorio estratégico tanto a Siria en las alturas del Golán como a Egipto en la orilla occidental del canal de Suez.

Los acontecimientos bélicos estuvieron estrechamente entrelazados con la Conferencia de los países OPEP que en esos mismos primeros días de octubre se celebraba en Viena para discutir con las Major una revisión general de los precios del crudo. El día 9, ante la oferta de las compañías de un aumento del 15% del posted price (el precio formal de lista) y de un ajuste al alza de la indexación sobre la inflación, el Cártel había contraatacado pidiendo un aumento del 100% y un anclaje a la inflación basado en el índice general de precios.

El 10 de octubre, los Estados Unidos propusieron el alto el fuego en todas las líneas de combate: pero tanto Israel como Egipto opusieron su rechazo. Desde ese momento, la Unión Soviética tomó una posición más decidida en el conflicto organizando un puente aéreo para abastecer y socorrer sobre todo a Siria, que estaba en dificultades contra las fuerzas israelíes. También Washington decidió implementar un puente aéreo de apoyo a Israel.

La llegada a Israel de los primeros cargueros norteamericanos cargados de armas provocó la interrupción de las negociaciones vienesas. El 16 de octubre, los delegados de los países del Golfo (cinco árabes y un iraní) reunidos en Kuwait City anunciaron unilateralmente la decisión de un aumento del 70% del precio del crudo (de 2,90 dólares a 5,12), alineándolo con los precios del mercado libre. La propuesta iraquí de nacionalizar las compañías norteamericanas, retirar los capitales de los bancos estadounidenses e instituir el embargo contra los Estados Unidos y los demás amigos de Israel no encontró el apoyo de Arabia Saudita, contraria a una abierta declaración de guerra económica a los norteamericanos.

El 17 de octubre, mientras las fuerzas israelíes avanzaban hacia Siria, los ministros árabes reunidos en Kuwait decidieron usar el petróleo como arma política procediendo a un recorte de la producción en la medida del 5% al mes. Dos días después, el 19 de octubre, en respuesta a un paquete de ayuda militar proporcionado por EEUU a Israel por valor de 2.200 millones de dólares, Libia estableció el embargo total del transporte de petróleo hacia los Estados Unidos (extendido luego a Holanda, Portugal, Dinamarca, Sudáfrica y Zaire por ser aliados de Israel) y la reducción del transporte hacia otros países “no amigos”, a mantener hasta que el Estado hebreo se retirara de los territorios ocupados en la guerra de 1967. El día 20, una medida análoga fue tomada por Arabia Saudita y los demás Estados árabes.

El 21 de octubre, el Consejo de Seguridad aprobó la Resolución nº 338 que imponía el alto el fuego en las líneas alcanzadas en ese momento por ambos ejércitos. Pero no fue suficiente para detener los combates porque los israelíes prosiguieron su ofensiva en el frente del Sinaí, decididos a encerrar en una trampa al tercer ejército egipcio y a no ceder la ventaja obtenida en el campo. Se necesitaron otras dos Resoluciones (la 339 del 23 de octubre y la 340 del 25) para llegar finalmente a bloquear las operaciones militares, también por la amenaza de una posible intervención soviética al lado de los árabes.

Estos agitados acontecimientos fueron la ocasión tan esperada por los países productores para inclinar la balanza a su favor y dar una respuesta concreta a la devaluación de la moneda norteamericana. La pretensión de las compañías de negociar los precios directamente con los países productores era ya un recuerdo del pasado. Esta conmoción pasó a la historia con el término de primer shock petrolero, primero de una serie, pues: el segundo seguirá en 1979 coincidiendo con la guerra Irán-Irak, el tercero en 2008 cuando el precio del petróleo alcanzará el pico de 145 dólares/barril, en parte por motivos de pura especulación. En el período 2001-2007, de hecho, mientras la demanda mundial de petróleo aumentará en nueve millones de barriles/día, el cártel de los países productores no aplicará ninguna intervención de apoyo a la demanda y los países no OPEP aumentarán la extracción de crudo en menos del 50% de la demanda.

Aquella primera e imprevista subida de precios provocó el pánico generalizado: cada país trató de acumular reservas negociando separadamente con los países árabes productores. El 24 de octubre de 1973, la Comunidad Europea y Japón aprobaron, en desacuerdo con EEUU, la resolución 242 de la ONU que condenaba a Israel y exigía su retirada de los territorios ocupados. Los países europeos, fuertemente dependientes del petróleo del Medio Oriente, estaban listos para disociarse de las posiciones norteamericanas para abrazar la causa de los países árabes, con Inglaterra y Francia deseosas de tomarse la revancha por el revés sufrido por los norteamericanos durante la crisis de Suez de veinte años antes.

Ante los precios crecientes y las pesimistas previsiones del Club de Roma sobre los límites del desarrollo basado en las fuentes de energía fósil no renovables, los países industrializados comenzaron a imponer políticas de ahorro energético y de desarrollo de fuentes alternativas de energía. Francia introdujo medidas draconianas de restricción, sobre todo en materia de energía eléctrica, aunque Argelia continuó los suministros; es más, aprovechando la ocasión, se lanzó muy pronto a un masivo programa de construcción de centrales nucleares recurriendo al uranio de Nigeria y Kazajistán. En Italia todo se redujo a los famosos “domingos a pie”. También Holanda practicó el racionamiento de combustibles, ¡a pesar de que Rotterdam poseía las mayores reservas petroleras del mundo!

En realidad, en ningún momento hubo una verdadera escasez de petróleo. Los analistas coinciden en considerar que la carencia efectiva no fue superior al 5-7% respecto al período anterior a la crisis, y en parte fue compensada por el hecho de que las compañías repartieron sus existencias acumuladas más o menos hacia todos los mercados, sin obviamente tener en cuenta el embargo impuesto por la OPEP. Por otro lado, el embargo fue demasiado breve para tener serias repercusiones en las economías de los países afectados, sobre todo en aquellos países como Francia e Inglaterra que, gracias a sus propias compañías nacionales, tenían acceso directo a la producción del Medio Oriente y podían así abastecer sus respectivos mercados. Para las compañías norteamericanas, en cambio, las directivas oficiales fueron las de mantener una política de neutralidad y distribuir el crudo “de la manera más equitativa posible” (lo que significaba llevar hacia los Estados Unidos la mayor cantidad de petróleo posible). Entre los países de la OPEP, Irán incluso no solo no respetó el embargo, sino que aumentó su producción, ¡mientras el precio del barril seguía subiendo! La comedia terminó en marzo de 1974, cuando el embargo fue oficialmente anulado, después de que a finales de enero Israel y Egipto, con la mediación del Secretario de Estado norteamericano Kissinger, habían comenzado a negociar los términos para la retirada de las tropas israelíes del Sinaí.

Los altos precios del petróleo fueron una bendición para las compañías, e hicieron ventajosas las inversiones en áreas y campos que de otro modo serían antieconómicos debido a las dificultades técnicas y a los elevados costes de producción. Las multinacionales del petróleo comenzaron a explotar de forma intensiva sobre todo los pozos del golfo de México (Texas), del mar del Norte y de Alaska. El crudo de Alaska, descubierto en los años sesenta por la Exxon y la BP, canalizado a través de un oleoducto de 1.280 km que entró en funcionamiento en 1977, con sus 2 millones de barriles/día llegará a cubrir un cuarto de la producción total de petróleo de los Estados Unidos.

Desde el mar del Norte, el primer cargamento de crudo, proveniente de los grandes yacimientos de Forties y de Brent (que desde entonces dará nombre al crudo de referencia de los mercados), llegó a una refinería británica en junio de 1975. A principios de los años ochenta, la producción superó los dos millones de barriles/día. El mar del Norte se convirtió en la nueva frontera petrolífera fuera del control de la OPEP, además de lugar de experimentación de nuevos sistemas de investigación y de extracción de hidrocarburos. Entre 1990 y 1995, esta área cubrirá más del 50% del incremento en la demanda mundial de petróleo pero, a pesar de esta hazaña, el mar del Norte tiene reservas de apenas 16 mil millones de barriles (equivalentes al 1,5% de las reservas mundiales).

En cuanto a México, después de la nacionalización del petróleo ocurrida en los años treinta, había permanecido al margen del sistema petrolero mundial. El cambio de rumbo se produjo en 1974 con el descubrimiento de enormes campos petroleros offshore en la bahía de Campeche: la afluencia de ingentes inversiones y préstamos internacionales llevará la producción mexicana a casi dos millones de barriles/día.

La guerra árabe-israelí había sido el clásico señuelo, porque en la base de los acontecimientos de entonces estaba la crisis de sobreproducción que había madurado en todo el mundo capitalista (y que aún hoy no está resuelta) que provocó una desaceleración en el consumo de petróleo, después de los vertiginosos aumentos de las décadas anteriores. Bajo los golpes de la recesión que daba la vuelta al mundo, la prensa occidental se interrogaba sobre el papel efectivamente desempeñado por las compañías petroleras en la explosión de la crisis, mientras que los Estados Unidos eran señalados como los principales responsables del aumento de los precios porque en esos meses importaron más del doble de su demanda interna, poniendo fin a años de racionamiento.

Como consecuencia de esta decisión, la demanda estadounidense de crudo del Medio Oriente creció rápidamente, mucho más de lo que disminuían las exportaciones árabes y más que contrarrestando la caída de las importaciones europeas y japonesas. Probablemente, con una política americana diferente, la crisis petrolera de 1973 se habría resuelto en poco tiempo y con aumentos de precio insignificantes. Al final, después de mucho clamor, las compañías salieron indemnes de una investigación promovida por el Senado norteamericano para determinar sus posibles responsabilidades en el estallido de la crisis. Pero el viento había cambiado, y las compañías tuvieron que decir adiós a las grandes concesiones petrolíferas del Medio Oriente que habían sido la base de su expansión mundial, y también a esa suerte de régimen extraterritorial que habían establecido en esas regiones.

El aumento de los precios permitió una transferencia de la propiedad de los yacimientos de las compañías a los gobiernos árabes, los cuales, a cambio de la expropiación, concedieron a las sociedades extranjeras compensaciones y acuerdos de cooperación en la gestión de los propios yacimientos. En otros términos, el dominio de la OPEP en el período de 1973 a 1985 fue posible gracias a las decisiones estratégicas del mayor país consumidor, los Estados Unidos, y a la continua cooperación de Washington con las grandes Compañías.

Después de las concesiones iraquíes y libias, en 1974 cayó la de la Kuwait Oil Company, participada por BP y Gulf: el gobierno kuwaití adquirió, mediante indemnización, primero el 60% de la compañía y luego, en marzo de 1975, el restante 40%. Luego fue el turno de la concesión más rica, la de la Aramco en Arabia Saudita: fundada en 1947 por voluntad de la administración estadounidense por las cuatro mayores compañías petroleras norteamericanas, Exxon, Texaco, Mobil, Chevron, poseía por sí sola más de un cuarto de las reservas petrolíferas entonces existentes. En junio de 1974, después de repetidas presiones del gobierno de Riad que pretendía una distribución más equitativa de los beneficios, la cuota de capital saudita pasó del 25 al 60%. En diciembre del mismo año, Arabia Saudita manifestó la intención de llevar a cabo una completa nacionalización de la sociedad, concediendo a las cuatro compañías ex-propietarias condiciones muy ventajosas: la posibilidad de seguir prestando asistencia técnica para la extracción del crudo recibiendo veintiún centavos de dólar por barril extraído y la oportunidad de comercializar el 80% del petróleo producido comprándolo a precio de favor.

Sin embargo, esta política de exclusión de las compañías occidentales de las reservas del Medio Oriente y de cierre de la mayoría de los países de la OPEP a las inversiones extranjeras empujará a la industria petrolera a concentrar las investigaciones en otras partes del mundo, haciendo disminuir drásticamente la cuota de mercado controlada por la OPEP. También las guerras del Medio Oriente, sobre todo la de Irán e Irak, contribuirán a crear un mercado de exportadores externos al Cártel de Viena (hoy en día, alrededor del 60% del petróleo vendido en el mundo proviene de áreas no OPEP).

Sin embargo, la OPEP, a pesar de la puesta fuera de juego de las compañías occidentales, no tenía la cohesión interna necesaria para gestionar la cuestión de los precios. A partir de 1976, con la recuperación de la demanda mundial, los países productores que habían acumulado excedentes en los años de bajos consumos comenzaron a vender petróleo por debajo de la mesa para hacer caja, alimentando así los llamados mercados “libres” (o “spot”), alternativos y en competencia con el mercado gestionado por la OPEP. El más importante entre estos mercados era sin duda el centrado en el puerto de Rotterdam, activo desde los años treinta pero que hasta el nacimiento de la OPEP siempre había desempeñado un papel secundario en la planificación de los suministros de productos refinados por parte de las compañías. A principios de los años setenta, el mercado spot cubría alrededor del 1% del comercio mundial de crudo, con cargas transportadas por barco sobre todo por operadores independientes que lucraban con los diferenciales de precio. Con la entrada en escena de nuevos actores –Compañías petroleras nacionales de los países árabes, Compañías públicas y privadas de los países consumidores, sociedades de trading y de mediación, mercados financieros– Rotterdam se convertirá en poco tiempo en el mercado petrolero de referencia a nivel mundial y funcionará como una verdadera y propia Bolsa del petróleo, por modestas que fueran las cantidades intercambiadas (llegará a gestionar el 5% del volumen mundial de los intercambios).

La formación del precio del petróleo es algo bastante complejo en lo que entran muchos factores, no siendo los últimos la consistencia de las reservas y la especulación. Los productores manipulan el precio a través de la gestión de las reservas y la disponibilidad del bien. El precio se determina en los mercados spot y en los mercados financieros. En los mercados spot, como el de Rotterdam, se compran volúmenes físicos de crudo al margen de cualquier acuerdo de suministro. En los mercados financieros, en cambio, se intercambian barriles de papel: lo que se intercambia en una serie más o menos larga de compraventas no es una cantidad determinada de crudo, sino un compromiso de compra futura de un volumen dado de crudo. Los títulos intercambiados son futures, swaps y opciones. En el mercado de futures se computa el riesgo sobre las oscilaciones de precio.

Todas las multinacionales del petróleo poseen refinerías propias en Rotterdam, haciendo que este mercado constituya un barómetro para las cotizaciones mundiales del crudo y un lugar privilegiado de observación para las situaciones de superávit o de escasez de la materia prima. Conocer con antelación, antes que los demás, las áreas donde el petróleo escasea da alas a la especulación: los compradores se disputan el producto y los precios suben. En caso de escasez, los países productores prefieren vender a un precio más caro en los mercados spot que a sus clientes habituales al precio fijado. Sin olvidar que muchos países de la OPEP utilizan estos mercados precisamente para superar su cuota de producción asignada por el cártel.

En 1973-74, el aumento de los precios, más que a la escasez de petróleo, se debió a este tipo de especulación, dado que cada país consumidor actuaba por su cuenta y recurría al mercado de Rotterdam para acumular reservas. Esto hizo la fortuna de los comerciantes independientes, brókeres o intermediarios, quienes se convirtieron en los dueños incontestables del mercado petrolero mundial. Por ejemplo, abastecerán a los países afectados por el embargo (Israel, Sudáfrica, etc.) alquilando los cargueros de armadores independientes. Uno de ellos era el griego Aristóteles Onassis, en actividad desde 1938, quien en la posguerra no dudará en entrar en conflicto con las compañías norteamericanas dotándose de una flota de superpetroleros.

Dada la diferente calidad de los crudos, cada área geográfica tiene su precio de referencia. Actualmente, los precios más importantes son los del Brent del Mar del Norte, muy apreciado y de referencia para Europa, África y el Mediterráneo, siendo también la principal referencia a nivel mundial, y el WTI de Texas, crudo de referencia para Norteamérica en el circuito de las cotizaciones de la bolsa de materias primas Nymex. Estos dos petróleos, al contrario del crudo de la cesta OPEP, tienen la ventaja de ser “ligeros”, es decir, pobres en azufre y de baja viscosidad, lo que facilita su transporte y, en la fase de refinación, permite obtener un mayor rendimiento en productos terminados, por ejemplo, gasolina y queroseno.


37. 1979, el segundo shock

1979 es el año de los clamorosos vuelcos de frente en el campo de las alianzas políticas en la región del Golfo. El año se abrió con la huida del sha Reza Palhevi, el 16 de enero, y la llegada al poder del ayatolá Jomeini, determinando un verdadero revés estratégico para EEUU y los árabes sunitas.

El 26 de marzo tuvo lugar la firma oficial, estampada en Washington, del tratado de paz entre Egipto e Israel, que coronó la larga marcha de acercamiento del presidente egipcio Sadat a los Estados Unidos. Las etapas precedentes habían sido la guerra del Yom Kippur de 1973, la visita a Washington de octubre de 1975 para pedir ayudas económicas y militares, el viaje a Jerusalén de noviembre de 1977 concluido con el famoso discurso a la Knesset, lleno de referencias a las comunes raíces religiosas del judaísmo y el islam, y finalmente los acuerdos de Camp David de septiembre de 1978, fuertemente impulsados por EEUU, que preveían la restitución del Sinaí a Egipto (pero no de la Franja de Gaza) a cambio de la paz y la libertad de navegación para los barcos israelíes en el Mar Rojo. Los meses transcurridos entre las conversaciones y la firma oficial del tratado fueron escenario de furiosas polémicas tanto en Israel como en los países árabes y entre los palestinos. Baste decir que todos los Estados árabes rompieron las relaciones diplomáticas con Egipto, la Liga Árabe trasladó su sede de El Cairo a Túnez y la Conferencia Islámica, la máxima autoridad en el campo musulmán, expulsó a Egipto.

El 16 de julio, el presidente iraquí Hassan al-Bakr se retiró dejando el puesto a su primo Saddam Hussein.

El turbulento 1979 se cerró con la invasión soviética de Afganistán iniciada en vísperas de Navidad. El gobierno estadounidense, interviniendo activamente en el conflicto en ayuda de la yihad afgana, sentará las bases para el nacimiento de la futura Al Qaeda de Bin Laden.

En septiembre de 1980, Saddam Hussein, apoyado militarmente por los Estados Unidos y Francia, atacó Irán, que pensaba sumido en el caos, persiguiendo un diseño de poder regional en el que también entraba el petróleo: el crudo iraquí y el iraní juntos habrían transformado Irak en el mayor productor mundial. Así comenzó una tragedia destinada a durar ocho años con un balance terrorífico en términos de víctimas (un millón de muertos) y de daños a las infraestructuras. Acabaron bajo las bombas, en Irak, la gran refinería de Basora, la terminal de Fao, las instalaciones petroleras de Kirkuk y los oleoductos que a través de Siria y Turquía llevaban el petróleo hasta el Mediterráneo; en Irán, las terminales de la isla de Kharg y de Bandar Jomeini, además del gran complejo de Abadan.

A causa de la guerra, desapareció del mercado el 10% de la demanda mundial de petróleo, lo que provocó naturalmente el pánico generalizado y un aumento de los precios. Todos querían acumular existencias dirigiéndose principalmente al mercado libre de Rotterdam. Pero también esta vez la escasez fue solo momentánea porque las compañías tenían enormes partidas de crudo almacenadas, que naturalmente aumentaron de valor y fueron vendidas a los mejores postores. Y también esta vez no faltó quien se escandalizó por esas sobreganancias: en los Estados Unidos, parlamentarios del calibre de un Ted Kennedy organizaron inútiles investigaciones por la violación de las leyes antimonopolio, mientras que en Francia el intento de perseguir a las compañías que se negaban a poner el petróleo en el mercado o que llevaron a cabo acuerdos ilícitos en detrimento de las menores se atascó en tecnicismos legales.

En 1983, también en Francia, el escándalo de los aviones “de reconocimiento”, “olfateadores” en un periódico satírico, volvió a poner sobre la mesa el problema del poder de las compañías petroleras: en los años anteriores se habían pagado enormes sumas de dinero público a Elf-Aquitaine para la experimentación de aviones capaces de localizar los yacimientos de petróleo. Naturalmente, se trataba de una estafa. El destino de las sumas pagadas nunca se aclaró, aunque hay razones para pensar que una buena parte acabó en los fondos negros de la derecha francesa. ¿Pero acaso las compañías no actuaban por el bien del Estado?

En Italia, ya con ocasión del primer shock de 1973, mientras las escuelas estaban frías, salió a la luz que el gasoil para calefacción había sido acaparado para crear una falsa escasez y hacer subir los precios. Detrás de la operación estaban los sobornos pagados a políticos democristianos y socialistas por parte de compañías americanas. En 1978, la Guardia di Finanza, que precisamente tendría el encargo institucional de vigilar los impuestos y los impuestos especiales sobre el petróleo, se vio involucrada en la investigación abierta por los jueces de Treviso contra la conducta fraudulenta de petroleros y mayoristas de Turín, Venecia y Milán. Salió a la luz un fraude fiscal de enormes proporciones que involucraba a altos funcionarios de la Guardia di Finanza y, casualmente, a políticos de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista. La investigación judicial puso de manifiesto por primera vez también los vínculos entre el mundo de la política, el mundo de los negocios, los servicios secretos y la logia masónica P2. En 1979 fue la Eni la que acabó en un nuevo escándalo político-financiero: la sociedad había concluido un acuerdo con Arabia Saudita gracias a los servicios de la logia P2 y mediante el pago de un soborno del 7% a uno de los príncipes de la casa Saud y de varios sobornos a los habituales políticos italianos.

A partir del invierno de 1981, a causa de la nueva recesión global, los mercados se vieron inundados por un enorme excedente de materia prima. En dos años, el consumo mundial de petróleo cayó en una cuarta parte: Europa consumió menos, mientras que los Estados Unidos redujeron sus importaciones del 50 al 30%, incrementando la producción interna. Países como Irán, Nigeria, Libia, México y Venezuela superaron sus cuotas de producción y apostaron por la bajada de los precios en contra de las indicaciones de la OPEP. Como respuesta, ingleses, noruegos y rusos, estos últimos primeros productores mundiales a la caza de divisas fuertes, ¡propusieron un precio aún más bajo! Mundialmente, la capacidad de refinación era entonces de 80 millones de barriles/día contra un consumo estimado en 60 millones: un tercio de más respecto a la demanda. El bloqueo de la producción iraní e iraquí en esos años no resultó perjudicial, pues. En 1984, en el ámbito de la OPEP, Kuwait declaró reservas equivalentes a 65 mil millones de barriles, que al año siguiente aumentaron en un 50%: nada extraño si se piensa que las cuotas de producción impuestas por el Cártel son proporcionales a las reservas declaradas. Pero todos tienen interés en inflar ciertas estimaciones hechas circular en los mercados, y declarar la existencia de reservas y capacidades extractivas superiores a las reales. Los datos proporcionados son en su mayoría arbitrarios y están destinados a atraer inversiones, obtener préstamos y aumentar las exportaciones. Así, las cantidades exactas de crudo extraídas de cada yacimiento, las condiciones de los propios yacimientos y los métodos utilizados siguen siendo un secreto celosamente guardado. Tanto más cuanto que las reservas son una parte determinante para la formación del precio, el secreto de los datos es un mecanismo adicional de manipulación del precio.

Otros factores, además de la recesión, contribuyeron a la desaceleración de la demanda global de petróleo: la progresiva reducción del uso del gasoil para calefacción, que en Francia, por ejemplo, ha sido sustituido por la energía nuclear, y la utilización cada vez más masiva de gas natural (hoy en día, una cuarta parte de los suministros de gas a Europa está garantizada por el gigante ruso Gazprom a través del gasoducto North Stream que conecta los yacimientos de Siberia occidental con Alemania).

Pero, a pesar de los altibajos del mercado, el volumen de negocios en torno a esta materia prima estratégica sigue siendo colosal, con facturaciones de vértigo: los impuestos sobre el petróleo en los países consumidores superan el billón de dólares y las rentas los 500 mil millones.

A principios de los años ochenta se produjo una fase en la que el desplome de los precios y el ascenso de las compañías nacionales en los países productores impusieron a las Sociedades petrolíferas una reestructuración y diversificación, recortando costes y proyectos de inversión, reduciendo el personal para concentrarse en las actividades estratégicas, el famoso core business. La reorganización industrial y financiera de las compañías fue el resultado de una verdadera guerra a golpe de fusiones, OPAs y adquisiciones que no perdonó nada ni a nadie. En aquella época hicieron ruido la adquisición de Conoco –una de las grandes compañías independientes americanas– por parte del grupo químico DuPont y de Gulf –una de las Siete Hermanas históricas– por parte de Chevron.


38. El petróleo del Caspio

En aquella época, mientras que las áreas con grandes reservas de hidrocarburos se volvían raras frente a los aumentados costes de exploración y producción, se hicieron muy apetecibles los yacimientos vírgenes ricos en petróleo y gas situados en la zona del Caspio. En 1989, tras la caída del muro de Berlín y el desmantelamiento del imperio soviético atenazado por una profunda crisis económica, los países de la región, Azerbaiyán, Kazajistán y Turkmenistán, se convirtieron en objeto de deseo de los mayores Estados imperialistas, cada vez más sedientos de las materias primas indispensables para la vida de la economía. La política de carroñeo de las compañías y de las diversas diplomacias, sin desdeñar ningún medio de acción por perverso que sea, apunta a apoderarse de los pozos y de los oleoductos.

La “liberalización” de la economía rusa, iniciada bajo Gorbachov ya a partir de 1987 gracias a la llegada de capitales extranjeros (EEUU, Banco Mundial, Banco Europeo), sufrió una aceleración bajo Yeltsin, quien dio inicio a una vasta oleada de privatizaciones en los sectores de la energía, los metales y las telecomunicaciones (en 1994 más del 60% del PIB provenía del sector privado). Sobre este terreno de “libre competencia” germinaron los monopolios bancarios e industriales de los infames “oligarcas” rusos, a quienes en 2000 Putin tuvo buen juego en poner en la mira, señalándolos ante la opinión pública como responsables del agravamiento de las ya desastrosas condiciones de vida del proletariado ruso. El clan de Putin logró así tanto deshacerse de alguna compañía extranjera demasiado emprendedora como incorporar a su clan la renta del petróleo y el gas rusos, recompaginando el control político y la gestión financiera de los inmensos recursos energéticos del país.

Desde 1994, la ciudad de Bakú, capital de Azerbaiyán, se ha convertido en el Dubái ultramoderno del Caspio, donde todas las grandes compañías han abierto oficinas e iniciado prometedoras prospecciones offshore.

El Oso ruso no deja de apoyar, contra Bakú, a la vecina Armenia, desde donde el petróleo del Caspio está a tiro de cañón.

La euforia de las grandes Compañías por Azerbaiyán pronto se extendió también a Kazajistán, en la orilla asiática del Caspio, y a sus minas de uranio y potasio. En el 2000 se descubrió en Kashagan, en el norte del Caspio, uno de los mayores yacimientos petrolíferos offshore existentes en el mundo por obra de un Consorcio de ocho sociedades (entre ellas las habituales Shell, Exxon, Total, Eni). Aún no está claro cuánto de este petróleo será recuperable, dadas las notables dificultades técnicas, los costes de las instalaciones y los riesgos ambientales (en caso de accidentes, la emisión de gas sulfhídrico sería mortal para los trabajadores y para la población). Los costes medios de producción del área rondan los 6-8 dólares/barril frente a los 3 del Golfo Pérsico, sin contar los mayores costes de transporte y derechos de tránsito. Mientras tanto, una cosa es cierta: se necesitarán décadas para sanear las deudas que el país ha contraído. Desde 2005, una parte del petróleo kazajo fluye hacia China a través del oleoducto que conecta los yacimientos de Atasu con la provincia china de Xinjiang, región turcófona musulmana en revuelta contra Pekín. Ya en el Cáucaso, como en otros lugares, la partida de la energía la juegan tres imperialismos: americano, ruso y chino.


39. En Africa

En 1971, el presidente Boumédiène nacionalizó el petróleo argelino, obligando a las compañías francesas Total y Elf a interesarse por otras áreas petrolíferas, sobre todo el Mar del Norte y el Golfo de Guinea. En Gabón, Total instaló un dictador títere para gestionar mejor sus negocios, mientras que Elf se concentró en Nigeria, que era rica en yacimientos offshore.

El petróleo había sido descubierto en Nigeria en 1956, en el delta del río Níger, en el extremo sur del país, por Shell-Bp, multinacional anglo-holandesa que en aquel tiempo era la única concesionaria de los derechos de extracción. Desde entonces, la historia de Nigeria está fuertemente condicionada por el petróleo. Cuando en 1967 Biafra proclamó la independencia de Nigeria, fue inmediatamente apoyada por Francia y Elf: el conflicto que siguió, instigado por las potencias occidentales para saquear las riquezas del país, fue desastroso y causó la muerte de más de dos millones de hombres, la mayoría de los cuales por hambre. Después de la independencia de Gran Bretaña en 1960, el país ha estado casi siempre bajo régimen militar, pero el verdadero poder ha sido ejercido de facto por las compañías petrolíferas (sobre todo Shell, que detenta el 40% de las cuotas del Consorcio petrolero, y luego Exxon, Chevron, Eni y Total), que tienen a sueldo a hombres en cada ministerio y en cada estructura.

La producción de petróleo asciende hoy en Nigeria, que desde 1971 es miembro de la OPEP, a 2,3 millones de barriles/día (duodécimo productor mundial, primero en África). Los pozos en tierra firme tienen una producción decreciente desde principios de los años ochenta, mientras que adquieren cada vez más importancia los yacimientos situados en aguas profundas. Nigeria ocupa el segundo lugar en África después de Libia por reservas probadas (37 mil millones de barriles) y el primer lugar por reservas de gas natural (5.000 mil millones de metros cúbicos). Nigeria reviste gran interés para el capital internacional, no solo en el campo petrolero sino también en el de las infraestructuras. El país es el más poblado de África con 173 millones de habitantes en 2014 y la primera economía del continente, por lo que es un potencial mercado enorme. Según las previsiones, Nigeria en los próximos diez años absorberá el 40% de todos los gastos en infraestructuras que se invertirán en el África subsahariana.

No es extraño, por lo tanto, el creciente protagonismo mostrado hacia el país por los grandes imperialismos. En 2003, el presidente norteamericano fue a proponer ayudas financieras a cambio de petróleo, siguiendo el criterio de la diversificación de los suministros para no depender demasiado de algunas áreas, véase Medio Oriente, tanto más cuanto que lo único que separa a los Estados Unidos de África es el Atlántico. Hay que decir, sin embargo, que si los Estados Unidos siempre han sido en el pasado el principal comprador del petróleo nigeriano, en los últimos años, tras el masivo plan nacional de extracción de petróleo de esquistos bituminosos, las importaciones de Nigeria se han reducido cada vez más hasta desaparecer en 2014.

Pero en primera fila está seguramente el capital chino, que muestra un fuerte interés estratégico hacia todo el continente africano, y que ha estrechado lazos comerciales con Nigeria, Angola, Etiopía y Sudán. Desde hace 15 años existe a nivel institucional un foro para la cooperación China-África. En Chad, el imperialismo chino no ha dudado en apoyar una rebelión local, mientras que en Níger ya operan directamente compañías petroleras chinas. China es el primer exportador a Nigeria, sobre todo de productos electrónicos, maquinaria y bienes de consumo: como consecuencia de los fuertes lazos comerciales entre ambos países, recientemente el Banco Central de Nigeria ha convertido parte de sus reservas de dólares estadounidenses a yuanes chinos. También la falta de ingresos nigerianos por el cierre del mercado estadounidense ha sido rápidamente sustituida por el compromiso chino de aumentar las importaciones petroleras de Nigeria, también para atenuar por parte de China la dependencia del petróleo angoleño, que por sí solo representa la mitad de su importación petrolera. En conjunto, la demanda china de productos energéticos en la última década casi se ha duplicado, y ya representa una sexta parte de la mundial.


40. En Irak

La historia de Irak de las últimas décadas evidencia de manera ejemplar las dinámicas geopolíticas ligadas al petróleo. En 1988, al final de la guerra contra Irán, el país estaba material y financieramente en la ruina y fuertemente endeudado con las petromonarquías “amigas”, Arabia Saudita, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos, que reclamaban créditos superiores a los 60 mil millones de dólares. Irak, que sostenía haberse sacrificado “en nombre de todos los árabes”, reclamó la cancelación de la deuda, además de una compensación consistente en el derecho de perforación en los yacimientos situados al norte de Kuwait. Además, como explicó el vicepresidente iraquí Tareq Aziz, estos países desde 1980 habían extraído 2,1 millones de barriles/día en lugar de los previstos 1,5, haciendo perder a Irak 89 mil millones de dólares en diez años a causa del precio mantenido bajo por la sobreproducción. En particular, precisamente Kuwait se había aprovechado de la guerra para aumentar su producción en un 20%, haciendo desplomar el precio del petróleo y creando ulteriores problemas al ya martirizado Irak.

Cabe recordar que Kuwait era reserva de caza personal de los Bush, que habían hecho fortuna gracias a la Zapata Petroleum Company, la empresa familiar que había explotado primero el petróleo offshore texano en los años cincuenta y posteriormente el kuwaití.

Kuwait, cuyas inversiones en el extranjero en 1986 habían superado los ingresos petroleros, y que por lo tanto no estaba interesado en actuar sobre el precio del crudo mediante una disminución de la producción, permaneció sordo a las reivindicaciones iraquíes. Saddam vio en el rechazo opuesto por el emir de Kuwait una declaración de guerra, y el 2 de agosto de 1990, tras el fracaso de las negociaciones de Jeddah, dio la orden a sus tropas de invadir el país. A la arriesgada iniciativa no fue ajena la actitud de la embajadora estadounidense en Bagdad, April Glaspie, quien dio a entender que los Estados Unidos no se inmiscuirían en disputas entre árabes.

La invasión alarmó a la comunidad internacional porque, al ocupar Kuwait, Irak habría controlado el 20% de las reservas mundiales de crudo. Por iniciativa estadounidense se activó la operación Desert Shield (Escudo en el desierto), oficialmente para la protección de Arabia Saudita, y comenzaron a afluir al reino 200.000 militares. Simultáneamente, se orquestó la comedia de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU con las que se condenaba la invasión y se intimaba a Irak a la retirada inmediata. El 6 de agosto, el mismo Consejo votó contra Bagdad el embargo económico más extenso jamás impuesto a un país, comprometiendo a todos los Estados miembros de la ONU a suspender cualquier tipo de intercambio comercial con Irak, y nombró una comisión especial para controlar la aplicación de las sanciones. El embargo comprendía los medicamentos, los fertilizantes y muchísimos productos alimenticios.

En respuesta, el 8 de agosto, el Consejo de la Revolución iraquí aprobó la anexión de Kuwait a Irak como decimonovena provincia: históricamente, el emirato, antes de convertirse en un protectorado británico en 1899, había formado parte de la provincia iraquí de Basora dentro del Imperio Otomano.

El 10 de agosto, en el curso de la Conferencia en la cumbre celebrada en El Cairo, doce países árabes se adhirieron a la alianza anti-iraquí encabezada por la casa Saud; todos los demás, a excepción de Libia, se abstuvieron.

La administración Bush padre involucró en la operación a Gran Bretaña, Francia, Italia, Holanda, Canadá y la URSS. De la propaganda orquestada durante meses por EEUU al estilo del marketing comercial, que tendía a presentar a Saddam Hussein como un dictador despiadado y sanguinario y a EEUU con el noble objetivo de restaurar la paz y la libertad en el Medio Oriente, se pasó en la noche entre el 16 y el 17 de enero de 1991 a los bombardeos aéreos de Bagdad por parte de la coalición, dando inicio a la guerra que pasará a la historia con el nombre de Desert Storm (Tormenta del desierto). Después de seis semanas de bombardeos y pocos días de operaciones terrestres, que llevaron a los aliados a 240 kilómetros de Bagdad, terminó lo que se llamó la Primera Guerra del Golfo.

Kuwait fue “liberado”, pero el régimen de Saddam permaneció en pie en un país casi destruido: derrocar entonces al Baaz habría arriesgado desestabilizar todo el Medio Oriente, con pesadas repercusiones en el frente del petróleo. La guerra fue el primer intento por parte de los Estados Unidos de imponer el Nuevo Orden Mundial sobre el área del Golfo después del fin de la Guerra Fría.

Irak se convirtió en un bocado para ser devorado por todas partes: las revueltas tribales, rebautizadas intifada, chiita en el sur y kurda en el norte, fomentadas por los norteamericanos, las sanciones mantenidas íntegramente incluso después de la liberación de Kuwait, las condiciones draconianas impuestas por la ONU, entre ellas la institución de una no-fly zone, es decir, de un área prohibida a la aviación iraquí en el Kurdistán iraquí y en el sur chiita, que de hecho sustrajo esos territorios al control del gobierno central, la indemnización de los daños de guerra, la imposición de las inspecciones de la ONU sobre los arsenales iraquíes. Estas medidas acabaron por hundir definitivamente la idealidad y la posibilidad de Naciones independientes trabajosamente propagandeadas en el siglo XX.

EEUU imprimió una nueva aceleración tras la elección como presidente de George Bush hijo, cuyos vínculos con el mundo de las petroleras eran bien conocidos. El 28 de enero de 2000, apenas elegido, Bush hizo poner en la agenda del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el problema del Medio Oriente, en previsión de una desregulación de la energía. Una Comisión creada ad hoc bajo la dirección del fiel Dick Cheney (también él ligado al ambiente del petróleo) y formada por miembros del grupo Enron, entonces uno de los grandes mundiales de la energía, fue encargada de la viabilidad del proyecto. Cuando en 2003 la Corte Suprema puso las manos sobre los documentos producidos por la Comisión (entretanto Enron había estado en el centro de una clamorosa quiebra), descubrió un mapa de Irak que databa de marzo de 2001 en el que se evidenciaba una zona en la frontera con Arabia Saudita, extendida por aproximadamente un tercio de todo el país, fraccionada en ocho lotes a efectos de la explotación petrolífera. Nada extraño que Irak fuera visto como una fuente petrolífera auxiliar a las reservas del aliado saudita, además de como una fuente de fáciles sobreganancias para las compañías norteamericanas.

Pero no eran solo los americanos los que apuntaban a Irak. El 19 de abril de 2011, el periódico británico The Independent reveló los designios “secretos” que subyacían a la intervención militar del gobierno Blair en Irak en 2003: Shell y BP se reunieron en repetidas ocasiones con los responsables del gobierno inglés para asegurarse de antemano la participación en el reparto del petróleo iraquí. El Ministerio de Asuntos Exteriores había redactado un memorándum de este tenor: «Irak es un gran proveedor potencial de petróleo. BP quiere absolutamente estar en el juego y teme que acuerdos políticos desfavorables le hagan perder esta enorme oportunidad».

Así, el 20 de marzo de 2003, se desencadenó una nueva guerra contra el desventurado Irak, esta vez con el pretexto de las “armas de destrucción masiva” poseídas por Saddam Hussein, que nunca serán encontradas. Los tiempos estaban maduros para que los angloamericanos se deshicieran del “dictador”. Como primera medida, pusieron las manos sobre el Ministerio del Petróleo y los yacimientos. El país fue entregado al caos, teatro de una serie interminable de atentados, de guerras civiles, de enfrentamientos religiosos, de luchas entre clanes, mientras que la vida para la población se convertía en un infierno, a menudo privada incluso de las comodidades primarias como agua y electricidad.

Los campos petrolíferos fueron puestos progresivamente a subasta por parte de un gobierno iraquí más o menos legítimo: los pretendientes eran muchos y de todas las nacionalidades, pero los contratos más consistentes fueron asignados a Exxon, Shell y Mobil. Los contratos firmados a raíz de la invasión tenían una duración de veinte años e involucraban la mitad de las reservas iraquíes. En marzo de 2006, se instituyó por iniciativa del Congreso norteamericano y del presidente Bush una comisión denominada Grupo de Estudio sobre Irak, compuesta por diez miembros, demócratas y republicanos, y presidida por el abogado y ex-Secretario de Estado James Baker, cuyo objetivo era redefinir la política estadounidense en Irak. Baker no era en absoluto ajeno al ambiente de la industria petrolera, es más, su bufete de abogados era uno de los mayores consultores de las compañías norteamericanas. El informe elaborado por Baker preveía la privatización total de la Compañía Petrolífera Iraquí a favor –naturalmente bajo la protección de las fuerzas armadas estadounidenses– de las compañías privadas norteamericanas, las cuales obtenían así lo que se les había negado antes de la guerra: poner las manos sobre el petróleo iraquí aún bajo tierra. De forma muy democrática, el informe recomendaba suspender toda ayuda militar, económica y política al gobierno iraquí en caso de que las propuestas presentadas no tuvieran seguimiento.


41. El precio del crudo

No hay que olvidar que las fluctuaciones de los precios de la materia prima actúan sobre la composición orgánica del capital y siempre tienen una incidencia directa en la tasa de ganancia, incluso cuando no ejercen ninguna acción sobre el salario, por lo tanto, tampoco sobre la tasa y la masa de la plusvalía. Como escribía Marx, la materia prima constituye un elemento esencial del capital constante, y suponiendo que las demás circunstancias (maquinaria, número de obreros, tasa de la plusvalía, etc.) permanezcan invariables, la tasa de ganancia decrece o aumenta en razón inversa del precio de la materia prima. En efecto, «si el precio de la materia prima decrece en un importe d, la tasa de ganancia que es igual a pv/C, o sea a pv/c+v, se transforma en pv/C-d o, lo que es lo mismo, pv/(c-d)+v. En consecuencia, la tasa de ganancia aumenta. Viceversa, si el precio de la materia prima sube, pv/C deviene pv/C+d o pv/(c+d)+v; en consecuencia, la tasa de ganancia disminuye» (El Capital, III). De esto resulta la importancia fundamental de la materia prima petróleo por sus múltiples empleos industriales en la economía capitalista, y en consecuencia el peso político que ejerce dentro de las relaciones imperialistas entre las grandes potencias.

Las variaciones del precio del petróleo dependen, antes que de la especulación, de la renta, a su vez dependiente de la evolución de la crisis de sobreproducción industrial.

Prezzo petrolio

Siguiendo la curva de los precios del petróleo en dólares corrientes y en dólares constantes (es decir, depurados de las variaciones debidas a la inflación), se nota que el precio medio del crudo desde 1900 hasta 1970 permaneció estable. Después de 1973 aumenta la amplitud de las oscilaciones y el precio parece más difícil de controlar: tenemos dos repuntes en 1973-1974 y en 1979-1980, un desplome en 1986, un estancamiento en el período 1975-1978, una erosión entre 1982 y 1985, una volatilidad a partir de 1987, pero un aumento regular después de 1999 a excepción del pico vertiginoso pero efímero en 2008.

Sin embargo, la media anual del período nunca ha caído por debajo de los 14/15 dólares corrientes por barril (18/20 dólares de 2010). La oscilación se mantiene siempre por encima de un precio mínimo. Por una razón válida: considerando que en 1978 el coste de un barril de petróleo extraído en EEUU era 69 veces más elevado que el extraído en Arabia Saudita (8,06 dólares/barril contra 0,13), y sabiendo que un petróleo a bajo coste estaría destinado a expulsar del mercado el petróleo de coste más elevado, se entiende que el precio mínimo es necesario para evitar el bloqueo de la producción estadounidense. Obviamente, EEUU no excluye el recurso a la fuerza militar para proteger la seguridad de sus suministros petrolíferos “a un precio razonable”. En 1986, la guerra de precios rompió el precio mínimo, obligando al entonces vicepresidente norteamericano Bush padre a precipitarse a Arabia Saudita para poner las cosas en orden.

Mientras que los países OPEP con menos reservas o con elevadas necesidades financieras (como Irán e Irak después de la guerra de 1980) apuntan a maximizar los precios, Arabia Saudita, con su 40% de reservas probadas, siempre ha jugado un papel importante de estabilización en beneficio de los Estados Unidos, a cambio de protección y ayudas militares.


42. Productores, producciones, consumos

El petróleo es un aceite, originado por procesos biológicos o abióticos, aprisionado en yacimientos subterráneos (Estados Unidos, Canadá, Rusia, Medio Oriente, Venezuela, etc.) o en el fondo del mar (Caspio, Golfo de México, Mar del Norte, Golfo de Guinea, costas de Brasil). A pesar de las medidas de ahorro energético y el creciente uso del gas natural y de la energía nuclear, pero sobre todo a pesar de la crónica crisis general de sobreproducción, el mundo consume anualmente cerca de tres mil millones de toneladas de productos petrolíferos.

Según los datos proporcionados por la Agencia Internacional de la Energía en 2007, el consumo energético mundial fue de 8,2 mil millones de Tep, frente a los 4,7 de 1973. El Tep, tonelada de petróleo equivalente, es la unidad de medida del poder calorífico y equivale a 1,43 toneladas de carbón de alta calidad. La producción de energía primaria fue de 12 mil millones de Tep, provenientes en un 80,4% de la combustión de energía fósil (petróleo, carbón, gas) y el resto de la energía nuclear.

La mayor parte del petróleo es suministrada por solo ocho compañías. La del petróleo (carburantes, plásticos, tejidos sintéticos, etc.) es la mayor industria mundial. Entre las diez primeras sociedades industriales, ocho son petroleras, y de estas cuatro son norteamericanas. En 2011, a la conclusión de un incesante proceso de reestructuración y de concentración, en la cima del mundo del petróleo quedaron cinco grandes multinacionales con actividades en todos los sectores (bancos, servicios, transportes, etc.): en primer lugar, con sede en Dallas, encontramos la Exxon Mobil Corporation, directa descendiente de la Standard Oil de Rockefeller, con sus 45 refinerías en 25 países diferentes y 42.000 estaciones de servicio; en California está la Chevron, que en 2005 se fusionó con Texaco y Unocal; luego está la francesa Total (surgida de la fusión de Total, Fina y Elf), que en 2011 adquirió el gigante del gas Gdf Suez con participaciones en los yacimientos del Mar del Norte; están también la anglo-holandesa Shell y la BP (la ex Anglo-Persian Oil Company), que en 2004 adquirió el 50% de la compañía petrolera rusa Tnk, ahora Tnk-Bp, titular de concesiones en el Ártico.

Según WikipediaFortune Global 500, estas multinacionales se encuentran entre las sociedades industriales más ricas del globo por facturación: Shell está en segunda posición detrás de Wal-Mart, líder americana de la gran distribución; inmediatamente después siguen Exxon en tercer lugar y BP en cuarto; en quinto y sexto lugar están las Compañías chinas Sinopec y China National Petroleum; en décima posición encontramos a Chevron y en undécima a Total. Si en cambio miramos a los beneficios realizados, cambia el orden: 1º Exxon, 2º Shell, 3º Chevron, 4º Wal-Mart, 5º China Petroleum Corporation, 6º Total.

En el período 2003-2007, los principales países importadores de petróleo fueron EEUU con el 23,5% del porcentaje mundial, Europa occidental con el 26,8% y Japón con el 9,6%. La mayor parte de los intercambios se origina en el Medio Oriente con destino a Europa, América del Norte y Japón. África exporta sobre todo hacia EEUU y Europa occidental, mientras que Rusia sobre todo hacia Europa del Este. La producción del Mar del Norte está destinada a Europa. El consumo de petróleo casi se sextuplicó en el período de 1950 a 1973, mientras que entre 1973 y 2002 aumentó solo 1,25 veces.

También se asistió a un cambio radical de las jerarquías en el ámbito de las diferentes fuentes energéticas: si en 1950 el petróleo representaba el 27% del total de los consumos energéticos, contra el 62% del carbón y el 10% del gas natural, ya en 1970 cubría el 48% de la demanda de energía mundial, contra el 31% del carbón y el 18% del gas. La producción energética mundial comercializada en 2008 derivó en un 34% del petróleo, en un 24% del gas natural, en un 29% del carbón, en un 6% de la hidroeléctrica, en un 5% de la nuclear, en un 1% de la eólica y en un 0,04% de la fotovoltaica (BP Statistical Review of World Energy, 2009). Se prevé que en 2020, el petróleo seguirá siendo la primera fuente de energía (40%), contra el 24% del carbón, cada vez más reemplazado por el gas natural (24%).

Según un estudio de enero de 2011 publicado por la Documentation Française y referido al año 2010, los principales países productores de petróleo, de los más de 90 existentes, son: Rusia (12,9% de la producción mundial), Arabia Saudita (12%), EEUU (8,5%), Irán (5,3%), y Venezuela, China, México, Noruega, Irak, Nigeria, Brasil, Reino Unido (del 3 al 5% cada uno). La oferta está prácticamente estable desde hace varios años y ronda los 85-87 millones de barriles/día.

En 2009, los principales consumidores en orden decreciente fueron: EEUU (21,7%), China (10,4%), Japón (5,1%), India (3,8%), Rusia (3,2%), Arabia Saudita (3,1%), Alemania (2,9%), Brasil (2,7%). El porcentaje de China podría llegar en 2030 al 20% del total mundial (contra el 5% de 2002). En el grupo del G20, que representan el 85% del comercio mundial y los 2/3 de la población, estas son las cuotas de los consumos energéticos: China 25%, EEUU 22%, Unión Europea 16%, Rusia 7%, India 7%, Japón 5%, Brasil 3%. En algunos países como Francia y Japón, el gas y la energía nuclear han sustituido al petróleo, sobre todo para la producción de electricidad. En los países industrializados, el 54% del petróleo se consume en los transportes.

En 2010, el consumo mundial de petróleo alcanzó el récord de 87,4 millones de barriles/día (52,7% en los países OCDE, 47,4% en los países no OCDE). Respecto a los años anteriores, el aumento más consistente se registró en EEUU, Brasil, Rusia, Medio Oriente y China.

En 2010, el consumo de energía (no solo petrolífera) a nivel mundial aumentó un 5,5%, después del declive del 1% del año anterior. Los países emergentes contribuyeron con los 2/3 de este aumento (China sola cubrió una cuarta parte del crecimiento energético total).

La extracción de petróleo mediante fracturación hidráulica se ha desarrollado sobre todo en Norteamérica, donde ha provocado la contaminación de los acuíferos.

En cuanto a la energía producida por el viento y el sol, quizás habrá que esperar al comunismo, que será indiferente a los altos costes de producción, para que pueda desarrollarse.

Según los datos de la AIE, en 2006 la energía fue utilizada en un 28% por la industria, en un 27% por los transportes, en un 24% por los usos domésticos y solo en un 2% por la agricultura.


43. Las reservas

En 2009, las reservas probadas mundiales, es decir, las cantidades extraíbles en un momento dado, superiores al billón de barriles, están concentradas en limitadas áreas geográficas: el Medio Oriente posee el 60% (el 19,8% Arabia Saudita, el 8,6% Irak, el 7,3% los Emiratos Árabes Unidos, el 7,6% Kuwait, el 10,3% Irán), Venezuela el 12,9%, Rusia el 5,6%, Libia el 3,3%, Kazajistán el 3%, Nigeria el 2,8%, Canadá el 2,5%, EEUU el 2,1%, y menos del 2% todos los demás.

Conocer el estado real de las reservas es un asunto muy complicado, no solo porque la información proviene sustancialmente de quien está interesado en no descubrir las cartas, es decir, las compañías y los países productores, que inflan la consistencia de sus reservas. Las condiciones geológicas del subsuelo, la posición geográfica, la tipología del crudo, el desarrollo de las técnicas, la evolución de los precios son todos elementos que contribuyen a hacer relevante o no un yacimiento en términos económico-industriales. A pesar de que desde los años sesenta no se han descubierto yacimientos de grandes dimensiones, ha crecido la consistencia de las reservas gracias a las nuevas técnicas de extracción que han hecho apetecibles campos antes antieconómicos.

Las previsiones de las casandras que ven a la vuelta de la esquina el “fin del petróleo” deben valorarse en estas dinámicas. Así, según algunos geólogos americanos, que han revisado a la baja las cifras proporcionadas por la OPEP, las reservas residuales de Arabia Saudita, el mayor exportador mundial de petróleo, ascenderían solo a 50-60 mil millones de barriles, ¡una cantidad equivalente a solo dos años de consumo mundial!

El verdadero problema es más bien que el 80% de los 85 millones de barriles consumidos diariamente provienen de un núcleo reducido de países, que así adquieren una importancia enorme. La Agencia Internacional de la Energía, que agrupa a los principales países consumidores pero está bajo influencia norteamericana, a este respecto es decididamente catastrofista: en un informe de 2009 sostenía que habría que multiplicar por cuatro las reservas de Arabia Saudita para poder satisfacer la demanda mundial. En efecto, la demanda global de energía tiende a subir por la entrada en el mercado de nuevos grandes consumidores como China e India. Además, el petróleo sigue siendo la materia prima fundamental para la fabricación de una infinidad de productos, desde los tejidos sintéticos hasta las materias plásticas. Por otro lado, el empleo de técnicas sofisticadas de perforación del suelo (incluso hasta 12 kilómetros de profundidad) hace aumentar enormemente los costes de producción, haciendo que las inversiones sean cada vez menos rentables.


44. Una sola alternativa: la revolución

La OPEP es ya un cártel desgarrado entre los países encadenados a los intereses del imperialismo norteamericano, como Arabia Saudita, Kuwait y los Emiratos Árabes (que para mantener bajos los precios, sobre todo en función anti-rusa, aumentaron la producción durante el conflicto libio de 2011 y con ocasión de la crisis ucraniana de 2014), y los “halcones” como Irán y Venezuela, ligados más bien a los imperios ruso y chino. El temor a una recesión mundial, y por lo tanto a una disminución drástica del consumo de petróleo, acumula nubes en el horizonte.

La única solución sensata, es decir, detener la carrera por el beneficio, y por lo tanto reducir tanto la producción como el consumo de energía, implica la destrucción del poder político de las burguesías mundiales.

Escribía Henry Kissinger en junio de 2005: «La demanda y la competencia por el acceso a la energía podrían convertirse en razón de vida o muerte para muchas naciones». Rusia y Estados Unidos, que poseen en su territorio notables reservas energéticas, controlan militarmente tanto las zonas de producción como las rutas de suministro hacia Occidente. Los rusos vigilan el área del Caspio, pero con su enorme potencial de recursos apuntan abiertamente al mercado europeo: Gazprom es ya una multinacional a todos los efectos, que ha entrado en la corte de los Grandes.

Notemos que hoy es un recuerdo lejano el escudo norteamericano construido en 1955 para contener el expansionismo de la URSS en la región del Golfo, el Pacto de Bagdad que unía a Turquía, Irak, Irán y Pakistán en un tratado de mutua defensa antisoviética. La cuestión siria hace que el área sea aún más explosiva: una intervención internacional occidental en Siria debería enfrentarse a la oposición de Rusia, que ha firmado con Assad un acuerdo para la construcción de una base de submarinos nucleares en el Mediterráneo, y también de China, Brasil e India.

Estados Unidos, aprovechándose de los recurrentes conflictos que atraviesan el Medio Oriente, ha implantado en el área donde se ubican más del 60% de las reservas mundiales de crudo un número impresionante de bases militares, en tierra firme y en el mar. Después de haber apoyado a los peores regímenes de la región y contribuido al surgimiento del terrorismo islámico, hoy los Estados Unidos quieren hacer creer que desean cambiar de estrategia y abrir espacio a la democracia en el área del Medio Oriente y del Magreb, desgarrada por profundas transformaciones sociales y políticas. En realidad, se trata de la enésima maniobra que, tras la ficción democrática, esconde el cínico objetivo de establecer, a través de las guerras, un gran supermercado para las necesidades estratégicas y energéticas norteamericanas.

Mientras tanto, el dragón chino, cada vez más hambriento de energía, estrecha alianzas con todos los países ricos en recursos (Rusia, Venezuela, países africanos), sus compañías petrolíferas intentan arrancar las mejores condiciones, a través de sus potentes bancos que otorgan financiación a medio mundo, y con la participación directa e indirecta en los conflictos locales. El choque con los otros imperialismos es a la larga inevitable, dado que el chino es un capitalismo en plena expansión y extiende sus tentáculos hacia los cuatro rincones del mundo, desde Indonesia hasta el Medio Oriente y el África negra.

En Níger, por ejemplo, que ya es una de sus fortalezas petrolíferas, China apunta a hacerse con el uranio del que el país es muy rico, pero que también es indispensable para la industria nuclear francesa. Quizás se entienda el fervor de los franceses en querer liberar a toda costa a Libia del “dictador” Gadafi, dada la importancia estratégica del país nor-africano para el control de África central.

Detrás de los monopolios económicos están, pues, las grandes potencias viejas y nuevas que apuntan a repartirse el planeta. Escribe Lenin en “El Imperialismo”:

«Cuanto más desarrollado está el capitalismo, más se hace sentir la falta de materias primas, más encarnizada es la competencia y la búsqueda de fuentes de materias primas en todo el mundo, y más brutal es la lucha por la posesión de colonias».

Si se sustituye el término colonias por semi-colonias –dejando a los incautos la ilusión de que existen países “independientes”–, el pasaje de Lenin ilumina también la situación actual.

«No pudiéndose detener el ritmo infernal de la acumulación, esta humanidad, parásita de sí misma, quema y destruye sobreganancias y sobrevalores en un círculo de locura, y hace cada vez más incómodas e insensatas sus condiciones de existencia. La acumulación que la hizo sabia y poderosa la vuelve ahora destrozada y estupidizada, hasta que no se invierta dialécticamente la relación, la función histórica que ella ha tenido» (“¿Volcán de la producción o pantano del mercado?”).

De esta lucha infernal, de este consumo desmedido de energía que destruye el mundo de los vivos, de esta espiral incontrolable de desesperación en la que ha caído el sistema capitalista con todos sus mercenarios, el proletariado no tiene nada que esperar sino masacres fratricidas, destrucciones, miseria, sufrimientos y guerras interimperialistas sin fin.

El capitalismo ha dado ya la vuelta al mundo: la contraposición Este-Oeste, la cuestión colonial y la cuestión nacional ya no son un motor de revoluciones y motivo de movilización para los trabajadores y para las masas desheredadas. Al orden del día está solamente la lucha radical del proletariado internacional contra la burguesía internacional. Renazcan en todos los países las organizaciones de clase unidas a su único partido comunista para afrontar y finalmente derribar al vampiro capitalista y todos sus tráficos mercantiles.

Es necesario matar al capitalismo para que la humanidad pueda vivir.