Partido Comunista Internacional Indices Africa


Nacionalismo y federalismo en el  movimiento afro‑asiático

(Il Programma Comunista, nº 23 de 1958 y n° 1 de 1959)




Il Programma Comunista, nº 23 de 1958

Nunca es superfluo, cuando tratamos de cosas que ocurren en los países ex-coloniales y recientemente organizados en Estados independientes, reiterar nuestra posición sobre la cuestión nacional. La revolución nacional, de la cual la rebelión de los pueblos extra-europeos contra el colonialismo es el aspecto más moderno, es en cada época y lugar un fenómeno histórico de base pluri-clasista. Proviniendo de una estructura social que perpetúa las condiciones atrasadas de la economía agraria semi-feudal, el movimiento revolucionario-democrático no puede ser más que una coalición transitoria de las clases que surgen, dentro de la sociedad atrasada, de nuevas y antagónicas formas de producción. Ni la pequeña burguesía, que se está formando dentro de la vieja sociedad a partir de la desintegración de las relaciones semi-feudales, tiene suficiente fuerza para conducir por sí sola el movimiento revolucionario, ni el proletariado puede ponerse a su cabeza y superar a la burguesía, a menos que se den las circunstancias históricas propias de la Revolución de Octubre en Rusia.

La dirección proletaria y socialista de la revolución anti-feudal puede realizarse y durar solo bajo la condición de que esta última pierda su carácter nacional, es decir, a condición de que la revolución contra el semi-feudalismo local se entrelace con la revolución anti-capitalista del proletariado internacional. A este gran encuentro histórico apuntaba la Tercera Internacional leninista. Todos los marxistas que habían apoyado con entusiasmo la dictadura proletaria surgida de Octubre sabían que su programa – liquidación del atraso zarista e instauración del socialismo – se llevaría a cabo solo bajo la condición de que la revolución comunista triunfara primero en las metrópolis burguesas de Europa y América. Los acontecimientos han confirmado plenamente esta previsión científica. La falta de una revolución anti-capitalista en Occidente no ha impedido, es cierto, la explosión de las gigantescas energías productivas que el zarismo mantenía aprisionadas, pero en la base del impresionante industrialismo ruso de hoy no operan formas de producción socialistas, es decir, anti-mercantiles, anti-salariales, anti-empresariales.

La prensa estalinista exalta diariamente la revolución nacional en las colonias como un efecto de la revolución rusa. Y de esto no es lícito dudar. Si el inmenso espacio asiático se está industrializando, esto ocurre también por las profundas repercusiones de la revolución proletaria rusa. En la noche oscura del atraso asiático, Octubre resonó como un toque de trompeta, y bien se vio en 1920, cuando delegados de todos los pueblos asiáticos oprimidos por el imperialismo acudieron a Moscú abrazando la causa de la Internacional Comunista. Luego el movimiento tomó otros caminos debido a la degeneración de la Internacional, pero queda el hecho incontrovertible que los acontecimientos renovadores ocurridos en Asia y África en las últimas cuatro décadas son el resultado del gigantesco proceso histórico iniciado por la clase obrera rusa.

Conscientes de todo esto, los marxistas deben, sin embargo, guardarse del peligro – ligado a la persistencia del estalinismo en el movimiento obrero – de desnaturalizar las clásicas posiciones leninistas sobre la cuestión nacional. Movimiento pluriclasista, la revolución anti-feudal atraviesa siempre un período (en Rusia fue de breve duración, de febrero a octubre) en el que las fuerzas políticas de la pequeña burguesía radical y las fuerzas del proletariado se contrapesan, y que dura mientras está en curso la lucha armada contra la reacción feudal-imperialista; pero, desaparecida la amenaza de un retorno ofensivo del antiguo régimen, la lucha de clases entre burguesía y proletariado se reanuda inevitablemente.

Como lo demuestra la experiencia rusa, el proletariado puede desbancar a la burguesía y apoderarse de las palancas de mando del Estado bajo la condición de estar organizado en un poderoso partido revolucionario marxista que apoye – otra condición ineludible – su acción en el movimiento revolucionario del proletariado de los países de capitalismo desarrollado. Faltando estas dos premisas, la renovación social determinada por la rebelión anti-colonial solo puede realizarse en beneficio de las fuerzas burguesas y a expensas del proletariado. Utópica y derrotista es, por tanto, toda ilusión de un régimen interclasista, del cual el “comunismo” chino, al que no se le pueden negar grandes éxitos en el campo de la industrialización, se ha hecho autor y difusor. Faltando la dictadura política del proletariado, faltando el ataque revolucionario a las metrópolis imperialistas, el proletariado afro-asiático, a medida que avanzan las formas propias del capitalismo (mercantilización de los productos agrícolas, separación de los productores de los medios de producción, asalariado, corporativismo industrial, etc.), asume las características de clase explotada.

Pero esto no significa que el movimiento obrero, en la sociedad surgida de la ruina del colonialismo, no pueda influir decisivamente en la evolución social, aunque no disponga de la dirección del Estado. No hay en esto ninguna concesión al reformismo. Si en los países donde el capitalismo ha conquistado totalmente el campo, es utopismo y derrotismo contrarrevolucionario toda teoría que propugne el desbancamiento gradual y legalitario del poder burgués, en los países afro-asiáticos, que acaban de conquistar la independencia política y solo ahora renuevan las desgastadas estructuras productivas, se repite en cambio el cuadro histórico que Marx y Engels encontraron en el tipo de sociedad surgido de la revolución anti-feudal, en el que la reacción es derrotada pero no aniquilada, las formas sociales nuevas encuentran obstáculos para su desarrollo en las supervivencias reaccionarias, el peligro de una restauración feudal no ha desaparecido, y el movimiento obrero se ve obligado, manteniendo intactas las posiciones de crítica y lucha abierta contra la burguesía, a apoyar los movimientos políticos que se oponen a un retorno de la reacción.

Tomemos un aspecto particular del problema: la lucha entre particularismo nacional y asociacionismo plurinacional, entre nacionalismo y federalismo, ahora en curso en Irak y Guinea.


Il Programma Comunista, N°.1, 1959

En el artículo anterior reiteramos el concepto de que el movimiento comunista no puede mirar con “indiferencia” movimientos como los de independencia colonial que, aunque permanecen en la órbita económica, social y por tanto política burguesa, tienen efectos revolucionarios tanto en cuanto crean un proletariado “de color” donde antes solo existían “hombres de tribu”, como en cuanto repercuten en todo el orden mundial del imperialismo aumentando su inestabilidad y, por tanto, las potencialidades de crisis. Un aspecto particular de este proceso objetivamente revolucionario es la tendencia a la federación entre Estados ex-coloniales, que examinamos ahora en sus alternas vicisitudes a la luz de la evolución de Irak por un lado, y de Guinea ex-francesa por el otro.

Lo que ocurre en estos países demuestra que el bullente mundo político surgido de la victoria sobre el colonialismo está dividido sobre la cuestión de la base étnica y racial del Estado: ¿Estado nacional? ¿Federación de Estados de igual nacionalidad y lengua? ¿Unión continental de pueblos y razas diferentes, al modelo de los grandes Estados modernos? Ahora bien, es claro que, si en Europa los proyectos de federación son piadosamente utópicos, y deben ser desenmascarados sin piedad, los ejércitos proletarios que los comunistas esperan ver surgir y luchar en las ex-colonias solo podrán ver la luz bajo la condición de que sea derrotado el atraso económico y social de los nuevos Estados, y esto solo es posible superando la fragmentación estatal querida a propósito por el colonialismo, la “balcanización” de los países que se han independizado.


El caso de Irak

La formación de los Estados nacionales no interesa al comunismo como punto de llegada de un proceso histórico, sino como punto de partida del desarrollo de las energías sociales comprimidas por el semi-feudalismo. El comunismo revolucionario tiene interés en que crezcan en todas partes las fuerzas del proletariado asalariado; por eso, aunque desenmascare el contenido de clase de los planes de industrialización de los nuevos Estados afro-asiáticos, está interesado en que la reacción agraria semi-feudal – todavía fuerte en países como India, Pakistán, Persia, Irak, Sudán, etc. – o incluso las formas económicas ligadas a estructuras sociales primitivas (como en África Occidental y Central) no prevalezcan sobre los regímenes locales que tienden a introducir formas productivas modernas, aunque sean capitalistas. Al decir esto, ¿estamos tomando posición a favor de alineamientos políticos no proletarios? Esto es lo que escandaliza a los falsos marxistas anclados en un indiferentismo acrítico. Pero está claro que no se trata de apoyar a los partidos del alineamiento democrático burgués en el poder en las ex-colonias. Lo que importa es que no se bloquee el movimiento tendente a liquidar el semi-feudalismo y las supervivencias tribales que obstaculizan cualquier avance en la economía como en la estructura social.

Los comunistas luchan contra toda forma de reacción; pero la reacción tiene en los países occidentales un solo sujeto, la burguesía capitalista, mientras que en las ex-colonias se personifica en estratos sociales pre-burgueses, y el marxismo no puede permanecer indiferente al hecho de que allí existe un movimiento real tendente a destruirla. Naturalmente, debe guardarse de confundir su programa y su organización con los del alineamiento político democrático, al modo de los estalinistas que, para obedecer a la política exterior de Moscú, hacen y deshacen alianzas con los regímenes afro-asiáticos pasando por encima de su naturaleza de clase.

Lo que hemos dicho nos permite tomar posición contra determinadas tendencias políticas que se manifiestan en los países afro-asiáticos sin temer por ello pasar por “aliados” de otras tendencias que se oponen a las primeras.

Comencemos, por ejemplo, por Irak. Saludamos con satisfacción, en julio pasado, la revuelta popular que puso fin a la corrupta dinastía hachemita, instrumento tradicional del imperialismo inglés y agente del latifundismo local. En Irak, a pesar de los super-modernos oasis de industrialización (cuencas petrolíferas), impera en las formas más sórdidas y feroces el poder absoluto de la aristocracia terrateniente. La tierra cultivable está en manos de unos pocos latifundistas que arrancan a los campesinos rentas exorbitantes y, como el escaso producto que queda a la familia campesina es insuficiente, esta se ve obligada a recurrir a la usura ejercida por los mismos latifundistas. De ahí la tremenda miseria que aflige al campo. Peor aún ocurre en la vecina Persia, donde los latifundistas privados, junto con la Corona y las cofradías religiosas, poseen el 70% de las tierras cultivables, y el campesino está obligado a entregar al propietario las cinco sextas partes del producto.

Pero volvamos a Irak. La revolución del 13 de julio había despertado muchas esperanzas. Parecía entonces que el régimen de Kassem quisiera, por un lado, insertarse en el movimiento de unificación árabe, siguiendo el ejemplo de Siria, y por otro, transformar las estructuras sociales internas, iniciando un proceso de modernización económica. En cambio, aparte de la abolición de ciertos vestigios medievales, la reforma agraria, que preveía solo la limitación de las propiedades a 250 hectáreas y la asignación de tierras a los campesinos pobres, ha quedado en letra muerta. Era una reforma de tipo liberal. En cuanto a la política exterior, a pesar de la abrogación de hecho del Pacto de Bagdad (que el gobierno no ha tenido sin embargo el valor de proclamar oficialmente caducado), el régimen se ha atrincherado en posiciones nacionalistas. El movimiento nasserista local, liderado por el coronel Aref, ha sido objeto de persecuciones; el mismo Aref, a su regreso de Bonn, fue arrestado a la espera de juicio y rumores no confirmados hacen suponer que ya ha sido ejecutado. Lo curioso es que el actual gobierno parece apoyado por elementos filorrusos y por el mismo Kremlin: el latifundismo y el nacionalismo tendrían así la bendición de Kruschev, quien muy “progresivamente” apoyaría ahora las tendencias antifederalistas presentes en el Islam.

Según los falsos marxistas que se hacen pasar por super-ortodoxos, que en Bagdad siga gobernando el actual régimen o que sea derrocado por las fuerzas de oposición que reclaman la modernización del país y su inserción en un Estado unitario árabe al modelo de la RAU, es perfectamente indiferente. Pero, ¿no se rompe así el arma de la dialéctica? Los marxistas no pueden confundirse con los nasseristas, como hacen los moscovitas (salvo luego apoyar a Kassem en tierra iraquí), pero tampoco pueden dejar de reconocer que el programa nasseriano de un Estado unitario árabe, que ponga fin a la “balcanización” del Medio Oriente, de la que solo se beneficia el imperialismo, responde a una exigencia histórica real. Un gran Estado unitario árabe agravaría la crisis permanente del imperialismo, mientras que no sería capaz de resistir, por su juventud, a una ola revolucionaria obrera que se extendiera por las metrópolis del imperialismo.

Esto no tiene nada que ver con la fisonomía política del nasserismo o con los propósitos del coronel egipcio. Tampoco seremos nosotros quienes nos escandalicemos por sus tendencias dictatoriales: ¿acaso la burguesía europea, al destruir las últimas supervivencias feudales, usó métodos más suaves y menos dictatoriales?

Por otra parte, hoy, en ausencia de partidos de tipo bolchevique que puedan asumir la dirección proletaria del movimiento en las ex-colonias, y en ausencia de la lucha revolucionaria del proletariado en las metrópolis, es ridículo esperar de los regímenes afro-asiáticos, que luchan contra el atraso económico y social, el uso de métodos distintos a los de la industrialización forzada capitalista. Si las ex-colonias están obligadas a subir el duro Calvario del trabajo asalariado, de esto somos responsables principalmente nosotros, el proletariado de las metrópolis capitalistas, que no logramos liberarnos de las influencias oportunistas y acabar con el capitalismo. Si los chinos están obligados a recurrir a sistemas pre-industriales de fabricación de acero, esto ocurre principalmente porque el proletariado occidental no logra arrancar de las manos del capitalismo los altos hornos, instaurar la producción anti-mercantil socialista y suprimir el mercado. No se puede esperar de pueblos atrasados ese socialismo que las altísimas civilizaciones occidentales no logran aún conquistar.

Pero es lícito mostrarse satisfechos si, gracias a los esfuerzos renovadores de esos pueblos, caen uno a uno los obstáculos que la reacción terrateniente ha interpuesto en el camino de la historia. Cuando esto ocurre, no se “construye” el socialismo – ni siquiera si el objeto del discurso es la China “comunista” – sino que se echan, queriéndolo o no, los cimientos de una revolución que solo podrá ser socialista, es decir, tener por objeto el trabajo asociado, la eliminación de la producción parcelaria, la concentración de los medios de producción, el consumo de masas.


El caso de Guine

Por eso, saludamos con satisfacción acontecimientos que contrastan con las tendencias reaccionarias que afloran, por influjo del imperialismo, en parte de los países afro-asiáticos. Lo reciente y más interesante de todos es la decisión de Ghana y de la Guinea ex-francesa de fusionarse en un Estado unitario. Esto hace justicia a todos los prejuicios sobre los pueblos africanos. Mientras la Europa burguesa se desmorona, en el lejano Golfo de Guinea, que fue el gran emporio de la trata de esclavos, las fuerzas de la unión y la fraternidad de los pueblos hacen oír su voz. Ya otras veces hemos manifestado nuestra simpatía por el federalismo africano, que solo puede redimir a pueblos de antigua historia del atraso en que se encuentran hoy, y crear, aunque sea inconscientemente, las condiciones para el surgimiento de un proletariado negro. La iniciativa de Ghana y Guinea abre interesantes perspectivas. Una gran federación africana que abarque los Estados ya independientes y los que luchan por serlo (Nigeria y Togo serán independientes en 1960; los otros territorios sujetos a Francia tarde o temprano se liberarán) representaría sin duda un gran giro histórico.

Lástima que la tiranía del espacio no nos permita tratar más a fondo el tema, que retomaremos en un próximo artículo. El propósito de este era solo reiterar nuestra posición contra el indiferentismo que aún obstaculiza el movimiento revolucionario y mostrar cómo, sin ceder una coma de la teoría marxista y leninista sobre la cuestión nacional y del programa fijado por el segundo Congreso de la Internacional Comunista, se puede participar, aunque no físicamente, en el gran movimiento renovador que el fin del colonialismo ha puesto en marcha en las últimas áreas pre-capitalistas del planeta.