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Angola La burguesía nacional renuncia a la revolución (“Il Partito Comunista”, n. 6, 1975) |
El desenlace de la lucha de liberación nacional en Angola se asemeja trágicamente al de Mozambique. Los líderes de los movimientos de liberación nacional (expresión de la incipiente burguesía indígena), a pesar de su superioridad militar sobre los portugueses, también en este caso dieron marcha atrás y optaron por el camino del compromiso.
En Angola operan tres movimientos de liberación nacional: el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), de tendencias radicales, cuyo principal exponente es Agostinho Neto, el Frente Nacional para la Liberación de Angola (FLNA), respaldado por Zaire, y al parecer, por China (según “Le Monde Diplomatique” / “Il Manifesto” del 11 de junio de 1974, el FLNA contaría con instructores chinos). El FLNA sostiene que la lucha armada es solo una de las vías para alcanzar la independencia, y no la más importante. Finalmente, la UNITA, de tendencias abiertamente colaboracionistas, apoyada por los portugueses.
Hace unos meses fracasó un intento de unificación entre el MPLA y el FLNA, los tres movimientos acordaron a principios de enero una plataforma política común para iniciar negociaciones con el gobierno portugués para la formación de un “gobierno de transición”. El 15 de enero, un representante de la UNITA anunció que antes de fin de mes se formaría un “gobierno colegiado” compuesto por ministros designados por los tres movimientos y el gobierno portugués. Antes de la declaración de independencia, una asamblea nacional designará al presidente de la república.
El gobierno provisional de transición estará presidido por un consejo presidencial, integrado por un representante de cada uno de los tres movimientos, cada uno de estos tres representantes, presidirá por turno el consejo de ministros. Las decisiones del gobierno provisional, serán firmadas y promulgadas por el alto comisionado portugués.
Los doce ministerios se distribuirán así: Información, Justicia, Planificación y Finanzas para el MPLA; Interior, Agricultura, Sanidad y Asuntos Sociales para el FLNA; Trabajo y Seguridad Social, Educación y Cultura, Recursos Naturales para la UNITA; Economía, Transportes, Obras Públicas y Urbanismo para ministros portugueses. El ejército, la policía y la política exterior serán dirigidos conjuntamente por el consejo presidencial y el alto comisionado portugués.
Las fuerzas armadas estarán compuestas por 8.000 hombres de cada uno de los tres movimientos y 24.000 soldados portugueses.
Este compromiso, mediante el cual los movimientos de liberación angoleños renuncian a llevar hasta el final la lucha de liberación nacional, es una copia fiel del acuerdo de Lusaka de septiembre pasado, pacto con el cual los dirigentes del FRELIMO (Frente de Liberación de Mozambique) y los gobernantes portugueses se aliaron contra las masas explotadas de Mozambique. También en Lusaka se estableció la formación de un gobierno de transición compuesto en dos tercios por miembros del FRELIMO y en un tercio por portugueses; también en Lusaka se acordó que las fuerzas armadas pasarían al control de una comisión militar mixta y que las tropas portuguesas permanecerían.
¿Qué significa este acuerdo en un momento en que el Estado portugués atraviesa graves dificultades internas y en que las tropas coloniales, cansadas de combatir, han sufrido derrota tras derrota?
Para los proletarios, semiproletarios y campesinos pobres angoleños, la independencia significaría el fin de la explotación, la expropiación de los ricos y la venganza contra una opresión secular.
Tras los reveses de las tropas portuguesas, las masas negras agrupadas en los “barrios marginales” alrededor de las ciudades se han vuelto turbulentas y amenazantes. Para la joven burguesía angoleña, esto ha sido una señal de alarma. Incluso antes de alcanzar la independencia, que estaba al alcance de la mano, comenzó a pensar en el “después”.
Llevar la lucha de liberación hasta el final habría significado despertar fuerzas sociales que luego habrían ido “demasiado lejos”: no se detendrían tras expulsar a los portugueses, sino que exigirían el fin de todos los privilegios.
Por eso la burguesía angoleña, en lugar de llamar a la lucha a las masas explotadas, en lugar de armarlas para expulsar hasta el último soldado portugués, ha preferido llegar a un compromiso con los colonialistas: ¡se ha vuelto reaccionaria incluso antes de afirmar su independencia!
Se repite así el fenómeno que los marxistas han observado tantas veces en la historia: ante sus intereses de clase, la burguesía olvida sus aspiraciones nacionales; ante el movimiento de las masas explotadas, todos los gobiernos burgueses olvidan sus rivalidades y se unen en nombre de la defensa del orden.
La primavera pasada, cuando un “cambio de guardia” saludado por todos como una “revolución” llevó al gobierno portugués a los líderes de los partidos oportunistas, el fin del dominio colonial de Portugal parecía inminente. Las declaraciones de los exponentes de los falsos partidos comunistas y socialistas prometían independencia a manos llenas. El “socialista” Soares incluso se permitió el lujo de citar a Marx: “Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre”. Pero cuando hubo que pasar de las palabras a los hechos, todos los buenos principios se vinieron abajo frente al interés nacional. Angola es un bocado demasiado grande para dejarlo escapar. Por otro lado, la continuación de la guerra ya no era posible por las conocidas razones económicas y sociales. Correspondía a los nuevos gobernantes “de izquierda” encontrar una salida, y lo hicieron, demostrando así su patriotismo.
Angola es una región riquísima en recursos minerales, explotados solo en pequeñas partes. Por ello, están en juego enormes intereses, y es natural que las grandes compañías mineras se hayan ocupado inmediatamente del “futuro político” de la zona. La primavera pasada, justo después de la caída del gobierno de Caetano, un grupo de empresarios estadounidenses residentes en Kinshasa declaró: «Si la situación político-militar en Angola se deteriorara bruscamente, las compañías mineras extranjeras (...) estarían dispuestas a negociar con un eventual gobierno nacionalista» (“Política Internacional”, abril de 1974).
Según “Business Week Magazine”: «Lisboa controla la zona de exploración petrolera más extensa del Oceano Atlántico». La Gulf Oil Corporation ya extrae 150.000 barriles diarios frente a las costas de Cabinda. La producción de Texaco, junto con las portuguesas Angol y Petrangol, alcanza los 24.000 barriles diarios. Un funcionario de Gulf habló de un “verdadero Kuwait africano”. Pero el petróleo es solo una parte de las inmensas riquezas de Angola: en el distrito de Huambo hay disponible 70 millones de toneladas de mineral de hierro con un 63% de pureza. En Cassinga, más de 120 millones de toneladas de hematita con un 62-72% de hierro. Este sector está casi en su totalidad en manos de la alemana Krupp. Para las minas de Cassinga (cuyas reservas aún no se conocen del todo) se ha realizado un financiamiento multinacional en el que participan bancos alemanes (por 420 millones de escudos) y británicos, suizos e italianos (140 millones).
Además, el gobierno portugués firmó un acuerdo con un grupo de seis acerías japonesas para suministrar en cinco años 14 millones de toneladas de mineral puro. Otro acuerdo se firmó con una acería francesa para el suministro de 20 millones de toneladas. En el sector de los diamantes domina la Anglo-American Corporation of South Africa (el trust más gigantesco de Sudáfrica). También hay ricos yacimientos de cobre y fosfato.
Los grandes monopolios internacionales se lanzan como buitres sobre las inmensas riquezas de Angola. La joven burguesía indígena, ante la tentadora perspectiva de participar en la explotación de estos recursos, ha abandonado las armas y ha elegido el camino del compromiso. Tras las amenazantes revueltas del proletariado y el campesinado pobre, no ha dudado en aliarse con los colonialistas. ¡El orden ante todo! Si no hay “orden”, las máquinas y los técnicos no vendrán; si la propiedad no está garantizada, si las masas proletarias son turbulentas, las compañías no invertirán sus capitales. Así razona la joven burguesía indígena, ansiosa por demostrar a los grandes imperios financieros que está a la altura de la situación.
Es una trágica lección para todos aquellos proletarios y campesinos angoleños que generosamente combatieron contra la opresión colonial, y es una nueva confirmación de que las masas explotadas de Asia y África solo encontrarán un aliado en el proletariado occidental, cuando este liberado del yugo del pacifismo, el democratismo y el legalismo, vuelva a ser guiado por su Partido Comunista Mundial que, como en 1920 en Bakú, proclamará la “guerra santa” contra el imperialismo.