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Desarrollo económico y social de los países del Africa austral (Il Partito Comunista, n. 28 de 1976; 29, 30, 31, 32 e 33 de 1977) |
Il Partito Comunista, n. 28 de 1976
El trabajo que sigue –recorriendo el curso histórico que, desde la primera colonización europea, ve la formación de un tejido nacional, hasta el actual Estado sudafricano– quiere demostrar nuevamente, no sobre la base de las ideas abstractas, sino partiendo de los datos incontrovertibles de la historia y de la economía, la corrección de aquellas tesis y de las posiciones que de ellas orgánicamente se derivan, las cuales solas permiten hoy al Partido indicar sin incertidumbres y con claridad el camino, al proletariado de color de Sudáfrica. Este camino, reconocido en el Estado el poder exclusivo de la clase burguesa y no el de otras clases anteriores a ella en el recorrido histórico, conduce al proletariado negro y a las masas de los desposeídos de los guetos, en nombre de la real y eficaz defensa de su existencia, al enfrentamiento frontal con el poder estatal, sin conceder nada al canto de sirena democrático, so pena de perder la brújula de clase, premisa esencial para la conquista del poder proletario.
El trabajo, siendo nosotros comunistas y no historiadores burgueses, no recorrerá doctrinariamente todo el período que va desde los primeros descubrimientos cartagineses de este territorio hasta los gobiernos burgueses actuales, sino que tratará de trazar una línea que reconecte los períodos esenciales en los que los cambios económicos y sociales conducen necesariamente a los cambios políticos hoy culminados en la política de apartheid. Estos períodos pueden reducirse a tres grandes momentos: el primero (1652-1867) que va desde la primera fundación de la Colonia del Cabo por parte de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales hasta los descubrimientos mineros; el segundo que llega a la Segunda Guerra Mundial; el tercero que desde la guerra llega a nuestros días.
Las poblaciones que vivían en el perímetro sudafricano antes de la colonización europea se dividen en dos razas: Hotentotes y Bosquimanos, mientras que los Bantú –que hoy representan un gran porcentaje de la población negra– emigraron del Norte de África en un larguísimo período que, iniciado ya antes de la colonización, llega, como demuestran los enfrentamientos que los bóeres tuvieron que sostener, hasta el 1800.
Hotentotes y Bosquimanos poseían una organización social de tipo primitivo, de base tribal, que se fundaba en bandas de 50-100 componentes, completamente independientes y autónomas unas de otras. La vida de la tribu era generalmente dirigida por el más anciano y experimentado de sus miembros, que no gozaba, sin embargo, de una autoridad judicial efectiva. Los Bosquimanos obtenían su sustento de la caza y de la recolección, sin practicar ni agricultura ni cría de ganado y eran, por lo tanto, necesariamente nómadas. En cuanto a los Hotentotes, poseían un grado más desarrollado de civilización, criaban ganado y conocían la elaboración del hierro; también ellos practicaban el nomadismo. En ambas razas cada banda se consideraba propietaria de un determinado pedazo de terreno, del que respetaba los límites, dentro de los cuales era la única en tener el derecho de caza y de cría. Estas poblaciones, ya diezmadas por los enfrentamientos entre ellas, divididas también en su interior, con un desarrollo social tan bajo, fueron barridas por el colonialismo europeo y de ellas se encuentran solo poquísimos elementos en la actual población sudafricana.
Los Bantú poseían una organización social mucho más desarrollada, basada en las tribus, comunidades altamente centralizadas con un propio nombre, un propio territorio y un propio jefe cuyo poder se transmitía hereditariamente. Su autoridad era muy amplia y la pertenencia a la tribu estaba determinada más por la sumisión al jefe que por el nacimiento. Las principales actividades económicas eran la agricultura, a la que se dedicaban las mujeres, y la cría de ganado, a la que se dedicaban los hombres; la tierra tribal pertenecía teóricamente toda al jefe de la tribu no, sin embargo, a título personal, sino porque él la administraba en nombre de la comunidad. El jefe de la tribu dividía el territorio tribal en lotes, asignándolos a los cabezas de familia y reservando una parte para los pastos comunes. Era también jefe militar del grupo y la máxima autoridad religiosa.
Así pues, poblaciones, en mínima parte sedentarias, independientes entre sí, con economía de subsistencia, comparables a grosso modo a las poblaciones indígenas norteamericanas, en parte inmigradas de otros territorios en la constante búsqueda de terrenos de caza o de pastos más fértiles.
Esto para una primera demostración: la negación, es decir, de una nacionalidad sudafricana de estas razas, en el sentido de una reapropiación, en la figura de los actuales proletarios negros, de la nación, arrebatada de su mano blanca. En efecto, esta tesis es tan falsa como la que querría “propietarios” de los Estados Unidos de América a los pieles rojas de las actuales reservas. La tesis es adoptada en parte también por el gobierno de Pretoria que, con el apartheid, o política del desarrollo separado, exalta la “nacionalidad” negra y la relega en los bantustanes, de modo que pueda “desarrollarse” pura de todo enfrentamiento perjudicial con la civilización blanca según “la ancestral tendencia de raza”. Esta tesis ostentosa cubre –y ni siquiera con mucho éxito– el interés de la burguesía sudafricana en relegar la mano de obra negra a territorios gueto de donde extraerla en el momento de la necesidad de fuerza de trabajo para su aparato económico.
Por el contrario, en todo caso de países donde efectivamente por intereses imperialistas se aplastaba una nacionalidad, se ha negado siempre por la parte capitalista su existencia, llegando a negar la realidad más evidente. En el transcurso del trabajo estableceremos que, al igual que los colonos del Oeste norteamericano, es mérito de los colonizadores Bóeres la constitución, en Estados independientes primero, en federación después, en el Estado moderno, de la nación Sudafricana en el sentido de la identidad económica y de la organización estatal.
En la época del descubrimiento por parte holandesa de las tierras sudafricanas, las dificultades de contratación y la escasez de mano de obra apta también para el mantenimiento de la base naval de apoyo, obligaron a la Compañía a liberar del compromiso contraído con ella a algunos de sus empleados y a revisar la posición que la quería intransigente ante toda forma de colonización. De hecho, durante un largo período, holandeses primero, ingleses después, obstaculizaron abiertamente una política de colonización que parecía no dar beneficios inmediatos, manteniendo el Cabo y los otros puestos de avanzada como puntos de apoyo para los cargamentos dirigidos a las Indias. De aquí el enfrentamiento constantemente presente entre colonos e ingleses en particular. Los primeros consideraban la tierra su patria y requerían la protección del Estado inglés de los indígenas, mientras que este se atrincheraba tras la política de la “no injerencia” que le permitía no comprometer grandes capitales.
Es de todo este período, hasta el descubrimiento de las minas, la actitud puramente “defensiva” de los colonos respecto a los autóctonos, donde defensivo debe entenderse en el sentido de una constante defensa de los blancos respecto al ambiente. Se enfrentan, en resumen, dos modos de vivir, pero no existe aún sometimiento de una raza a la otra, el burgher defiende su propia tierra, su propio ganado. Está claro que el enfrentamiento es el germen del que se producirá entre dos modos de producción que verá sucumbir al más atrasado, el tribal, y que conducirá a las primeras teorizaciones de apartheid apenas las pepitas de mineral amarillo sean descubiertas, con el consiguiente aplastamiento de los de color. Pero todo esto en el siglo XVIII, a la llegada de los colonos hugonotes, está por venir y las relaciones con los negros durante un largo período, si no se llevan a cabo en igualdad de condiciones, no están demasiado desequilibradas.
Este primer período de vida de la colonia del Cabo está marcado por notables dificultades económicas. Si inicialmente, como estación de aprovisionamiento para los barcos en ruta hacia las Indias, el Cabo no lograba satisfacer la demanda, ahora, convertido en colonia, la oferta superaba la demanda y los colonos no lograban encontrar un mercado para sus productos. La situación era grave sobre todo por la rigidez de la Compañía sobre el monopolio comercial de los tres productos principales del Cabo: la carne, el trigo y el vino. Los intentos de introducir otros cultivos habían fracasado todos. A raíz de esto, la agricultura terminó por ser descuidada a favor de la cría de ganado, formando así la figura –de la que mencionábamos– del trekboer, criador nómada que se adentra cada vez más en busca de nuevos pastos, ignorando los límites impuestos por el gobierno, enfrentándose a las tribus locales, formando su propio sistema militar (los commandos) independiente de las guarniciones estatales. Es en este período (1778) la primera guerra con las vanguardias Xosa de los pueblos Bantú que, como mencionábamos, emigraban de norte a sur.
Las dificultades económicas y la guerra europea de 1794 minan el poder holandés e Inglaterra le sucede en la ocupación. El león británico, al no representar ya a una Compañía comercial, pudo conceder fácilmente a los burghers la completa libertad de comercio dentro del País y notables facilidades en el comercio exterior. La población blanca del Cabo era entonces de 20.000 colonos, 25.000 eran los esclavos, 15.000 aproximadamente los Hotentotes al servicio de los colonos. Los Bosquimanos ya casi han desaparecido. La política inglesa tiende a conceder facilidades a los colonos y a estipular pactos con las poblaciones negras con el fin de evitar enfrentamientos que la obligarían a aumentar su propio aparato militar, a invertir sin obtener beneficios. Dándose cada vez más cuenta de la importancia estratégica de la colonia, que hasta ahora había sido considerada solo como puesto de avanzada y no como territorio para explotar en el plano económico, iniciaron una serie de cambios, como la distribución de las tierras sobre base semipermanente (hasta ahora solo estaban en concesión a los colonos que se comprometían a cultivarlas) aunque con alquileres más altos, establecidos no en base a la extensión –para la cual se fijó un máximo– sino en base a la fertilidad. Esto, y la llegada de nuevos colonos británicos, amplió el área colonizada, aumentando la producción sedentaria y, en consecuencia, dando vida a una serie de pequeñas ciudades que representan la primera verdadera forma organizada del movimiento de colonización.
A partir de 1800 comienza el período que verá cada vez más en contraste a los burghers con el poder británico. Estos, de hecho, presionando por una legislación que obligara a los negros a trabajar a su servicio, fomentaban la revuelta de las tribus con las que, por el contrario, Inglaterra trataba de mantener buenas relaciones. La Carta Magna de los Hotentotes (1809), que establecía particulares restricciones a las poblaciones negras, fue abolida en 1826 por la autoridad inglesa, suscitando movimientos de revuelta entre los colonos, los cuales veían desvanecerse la posibilidad de reclutar mano de obra barata; se abolía la obligación de residencia previamente establecida y se concedía a los Hotentotes el derecho de poseer tierras. La legislación sobre los Hotentotes y la eliminación progresiva de la esclavitud, fenómeno que, por otro lado, pudo considerarse completamente extinguido solo en 1838, la negación de ayuda militar por parte inglesa a los colonos, la búsqueda de nuevas tierras, la inseguridad de la frontera oriental fueron los motivos de la gran emigración de los Bóeres, que llevó a la colonización de la parte septentrional de Sudáfrica.
Queremos
aquí reiterar algunos puntos:
1) las poblaciones indígenas son nominalmente libres, aunque sometidas a una
subyugación que ve sus condiciones económicas en niveles bajísimos;
2) la colonización no se apodera de un tejido económico pre-existente;
3) el bóer es realmente un colono y no un colonizador.
De estos datos podemos ya establecer:
a) que el camino histórico de la nación Sudafricana pasa a través del
reconocimiento de la nacionalidad Sudafricana en la figura de los colonos
europeos, los cuales hacen de Sudáfrica su verdadera y única patria, combatiendo
sucesivamente al imperialismo británico como ajeno a sus intereses nacionales;
por lo tanto, tal nacionalidad no es en absoluto sustraída a quien esta no
poseía. b) La condición del proletariado negro hoy no está determinada por una
política “esclavista” blanca, la cual relegue a los negros al papel subalterno
de plebe en virtud de una su pretendida “superioridad de raza”, al contrario,
como los colonos blancos de 1830 requerían legislaciones a su favor con el solo
fin de obligar a la mano de obra a trabajar las tierras, posteriormente esta
política, ampliada a la escala industrial, permite a la patronal blanca
–entiéndase, a la patronal blanca– no a los blancos, sostener una política
económica de otro modo imposible.
Resumiendo: la colonización sudafricana no es del tipo Inglaterra-India, sino
del tipo colono norteamericano-población indígena. Las condiciones en las que
hoy viven los obreros negros no son las de la nacionalidad de color vejada por
las potencias coloniales; el “gobierno racista” es el gobierno nacional burgués
y este no se derriba pidiendo más democracia, se trata de moverse como
proletariado sudafricano contra la burguesía sudafricana. Nada más.
1835 marcó el inicio de la expansión colonial Bóer que, a través del movimiento denominado del Gran Trek, se adentró hacia el Transvaal y fundó –aunque durante solo dos años antes de volver a caer bajo el control inglés– la primera república Bóer en Natal. De nuevo Inglaterra obstaculizó abiertamente la fundación de Estados independientes y, a través de una serie de pactos firmados con las tribus indígenas y algunas guerras, reconquistó su hegemonía sobre todo el territorio controlado por los colonos, extendiendo la frontera de la colonia del Cabo hasta el Orange y posteriormente hasta la Transorangia. Hubo que llegar hasta 1852 para que Inglaterra, presionada por una parte por la continua presión indígena, por otra por el surgimiento de continuas rebeliones de los colonos, concediera primero al Transvaal y luego al Orange la posibilidad de constituirse en repúblicas libres.
Desde este momento, Sudáfrica se dividió en dos secciones distintas: una septentrional Bóer y una meridional británica, caracterizadas por diferentes exigencias sociales que llevan a entender las relaciones con los indígenas de manera diferente: al Norte una política basada en el aplastamiento racial, que permitía contener al mínimo las retribuciones a los autóctonos empleados en las farms o al servicio de los colonos; mayores libertades al Sur, que permitían al imperialismo inglés más libertad de movimiento hacia las tribus locales. Cabe señalar que esta mayor libertad llegaba hasta conceder el derecho de voto a los de color, como demuestran las elecciones de 1854. La elevación a colonia autónoma del Natal cierra un primer ciclo de formación del tejido nacional que llevará inevitablemente a las diversas Repúblicas, con intereses contrarios a los imperialistas ingleses, a la búsqueda de una federación y, posteriormente a los descubrimientos mineros, a las guerras Anglo-Bóer.
LOS DESCUBRIMIENTOS MINEROS
El descubrimiento de yacimientos mineros provoca, como es fácil intuir, un cambio radical de la política británica que, vista la posibilidad de grandes beneficios, aspira –ahora sí– a organizar el subcontinente bajo un único gobierno. Por otro lado, el nacionalismo de las diversas repúblicas viene a tener un terreno sólido sobre el que apoyarse. También varias potencias europeas, entre las que se encuentra en primer lugar Alemania, fueron atraídas por lo que se presentaba como un lucrativo negocio. El gobierno de Bismarck, a través de la acción comercial de algunas Compañías, tomó posesión de las Regiones aún libres al noroeste de la Colonia del Cabo y a lo largo de la costa atlántica.
Oro y diamantes, además de atraer a enormes masas de inmigrantes, abrieron las puertas a los capitales europeos, que permitieron la organización a escala industrial de la extracción minera. El repentino impacto (1884) con el modo de producción capitalista trastornó el sistema económico de las Repúblicas aún agrícola y pastoril.
Las mayores Compañías, para asegurarse la estabilidad de la financiación, factor que había llevado al fracaso a una miríada de Compañías ficticias con la consiguiente pérdida de confianza y el desplome de las acciones auríferas, para asegurarse además una mayor eficiencia de la extracción y en la búsqueda del monopolio, se movieron hacia la formación de trusts, entre los cuales en 1892 asumió relieve la Compañía de Rhodes.
Este, desde 1890 gobernador del Cabo, al impulso de la expansión de la red ferroviaria, fuerte por la posesión de enormes capitales, se dedicó a la creación de una gran federación africana que se debería haber extendido desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo. Tal proyecto fue abiertamente obstaculizado por el Transvaal, celoso de su propia independencia nacional y sobre todo de los enormes yacimientos descubiertos en su territorio. Es en este período histórico que toma forma la nación Rodesiana. Rhodes, basándose en los contrastes que el Estado del Transvaal tenía con los nuevos inmigrantes (en gran número superiores a la población Bóer y a los cuales no se les permitió la naturalización hasta después de un período de 14 años y que bajo todo punto de vista eran obstaculizados) intentó la anexión a la colonia del Cabo de la República, anexión que se hizo real en 1900 después de una guerra que había visto a Inglaterra prevalecer solo con el empeño de toda su fuerza imperial. El tratado de 1902 sancionó formalmente el fin de la independencia Bóer y la elevación del Transvaal y del Orange a colonia británica.
Las guerras Anglo-Bóer representan el enfrentamiento entre dos modos de producción: el capitalista moderno y el agrícola y pastoril. El conflicto y la victoria inglesa representa no tanto el aplastamiento de la nacionalidad Bóer a favor del imperialismo británico, cuanto la manifestación del proceso que ve la transformación del agricultor Bóer en comerciante e industrial, el nacimiento de las ciudades, de las fábricas, de un verdadero tejido productivo y mercantil nacional. En breve, el conflicto Anglo-Bóer representa la gestación del moderno Estado Sudafricano.
EL ESTADO SUDAFRICANO
El tejido nacional que se había ido creando lentamente a través de la obra de las Repúblicas estaba en este punto completo. Derrotado el sueño federativo de Rhodes, urgiendo el problema de la construcción de un sólido sistema político-económico, capaz de evitar una nueva futura balcanización de Sudáfrica, se replanteó el nudo de la creación en Estado unitario de las diversas colonias. En 1910 el nudo fue desatado y la formación del nuevo Estado era real; este no era, sin embargo, completamente autónomo de Inglaterra, sino que gozaba de una amplia autonomía interna.
La formación del nuevo Estado, la producción minera, la naciente industria manufacturera cambian, como habíamos adelantado, los términos de la relación con las poblaciones indígenas: mientras durante todo el período anterior había sido sobre todo una cuestión de defensa territorial contra las incursiones de las tribus de frontera, que se había intentado rechazar o en el peor de los casos de limitar en determinados territorios, pero con las cuales se trataba de mantener relaciones de buena vecindad, ahora el problema se convierte en económico, para una captación y explotación intensiva de la mano de obra. Fue precisamente el democrático Partido Laborista el que dio forma por primera vez a la política de apartheid; impulsado por las determinaciones económicas, comprendió inmediatamente que el aplastamiento del proletariado de color era base necesaria y premisa de un desarrollo minero e industrial capaz de proporcionar beneficios de otro modo impensables. Solo con un amplio empleo de capital variable subpagado se habría hecho posible la explotación de la mayoría de las minas y se habría podido implantar una especulativa industria manufacturera. He aquí de nuevo que no es el problema “racial”, sino el económico el que pone sus condiciones.
Dado que el problema de la mano de obra estaba ligado al de la propiedad territorial indígena, en 1913 el gobierno promulgó una ley –el “Natives Land Act”– que dividía el País en zonas reservadas únicamente a los indígenas y zonas reservadas únicamente a los europeos y establecía el principio de que la residencia de los africanos fuera de las áreas a ellos asignadas podía ser justificada solo por una relación de trabajo con patronos y empresarios blancos. Por lo tanto, no más defensa de la farm, sino estrecha relación entre reserva –como masa de potenciales proletarios– y capital; no más territorios de caza para conceder a las tribus a cambio de su no beligerancia, sino zonas alejadas de los centros mineros, no conectadas a la red ferroviaria, zonas de desecho, pantanosas o desérticas.
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
La Primera Guerra Mundial ve comprometida en primera persona a la nación sudafricana, que renunciando a la guarnición inglesa asumió directamente la carga de la defensa. Naturalmente, se trataba así de aumentar la autonomía de Inglaterra y de hacer del África del Sudoeste, terminada la guerra victoriosa, una quinta provincia de la Unión. El objetivo se logró solo parcialmente y Sudáfrica tuvo que conformarse con un mandato sobre el territorio. Volveremos a ocuparnos más profundamente de esta área en próximos trabajos para demostrar –una vez más partiendo solo del análisis histórico y económico– si existe realmente una cuestión nacional del África del Sudoeste (Namibia), o si los movimientos de liberación nacional que allí actúan no representan otra cosa que fuerzas secesionistas.
A pesar de la aversión de los europeos de origen Bóer que se habían unido en el partido nacionalista, fue la coalición de los partidos filobritánicos la que guio a la nación en la primera posguerra y la que inició el primer período de industrialización. Tal período, si bien ve siempre el mayor aplastamiento de las condiciones de vida de las poblaciones de color, ve también por otra parte un endurecimiento estatal hacia la mano de obra blanca, que tuvo que someterse también a las férreas leyes del desarrollo capitalista. Mientras que hoy –como confirmará la parte económica del trabajo– el proletariado blanco no existe, si no es como aristocracia del trabajo, profusamente pagada y ligada estrechamente a los intereses del Estado patronal, en este período del desarrollo histórico el proletariado blanco es una realidad (véase la inmigración de los “pobres blancos” del Transvaal a raíz de la depresión económica), aunque en niveles en cualquier caso enormemente superiores, por condiciones salariales y de vida, al proletariado negro. La decisión de la Cámara de Minas de reducir los salarios y su propuesta de fijar la relación racial de empleo en 1 blanco contra 10,5 Bantú para ampliar la producción con la introducción de nueva mano de obra haciendo saltar la anterior relación que establecía 3,5 de color por 1 blanco, provocó toda una serie de disturbios, llegando incluso a duros enfrentamientos armados en la insurrección de los trabajadores blancos del Rand.
La larga crisis de la primera posguerra minó las bases del gobierno filobritánico e hizo que el Partido Nacionalista (de base social agrícola y conservadora) y el Partido Laborista (trabajadores blancos de las minas y de las industrias), unidos en la fórmula de un completo autogobierno de la Unión y para un mayor control de la economía, pudieran prevalecer. El gobierno Hertzog intentó apoyarse en los colored en el intento de contraponerlos a la mayoría Bantú, que debía ser rigurosamente separada del resto de la población, privada del derecho de voto y relegada en particulares territorios. En el campo económico el gobierno alentó la industria manufacturera; los agricultores obtuvieron mayores facilidades de crédito y fueron alentados, mediante la supresión de los aranceles, al cultivo del tabaco; en favor de los ganaderos se aprobaron leyes proteccionistas contra la importación de ganado de Rodesia; se tomaron medidas para evitar una disminución del precio de los diamantes a través del control de la extracción y de la venta. Esta política interna correspondía a una siempre mayor autonomía de Inglaterra.
1929, año de la gran depresión económica mundial, ve: la caída de las cotizaciones diamantíferas por efecto del desplome del mercado estadounidense; la rebaja del precio de la lana; un paro general de la economía sudafricana. Las fuertes reservas áureas y la joven edad de la industria aún fuerte en el impulso productivo, unidas a la explotación desenfrenada de la fuerza de trabajo, permitieron a Sudáfrica superar la crisis y eliminar de 1934 a 1938 el déficit de la balanza de pagos llegando incluso a un excedente de 19 millones de libras esterlinas. El Partido Nacionalista y el Sudafricano (de tendencia filobritánica) se fusionaron en el 34 mientras nacía el nuevo Partido Nacionalista de Malan, todo orientado a la extensión de las leyes de separación racial.
EL APARTHEID
La Segunda Guerra Mundial, en la que Sudáfrica apoyó a Inglaterra –por lo demás entre disensiones entre la parte bóer y la inglesa– provocó una ampliación de la base industrial del País, impulsando a nuevas industrias a la producción de mercancías que anteriormente eran importadas. Es también del 45 el inicio de la explotación industrial de los yacimientos de uranio descubiertos ya en el 32.
Es en la segunda posguerra, después de 15 años de permanencia del gobierno filoinglés, la victoria del partido nacionalista y la codificación de la política de apartheid. Está claro que los dos términos de la cuestión están estrechamente ligados: por una parte, la economía nacional asume decididamente un carácter independiente y consecuentemente una burguesía nacional que tal independencia económica quiere defender del imperialismo inglés, por otra, base de tal desarrollo económico, un mayor y “esencial” aplastamiento del proletariado negro, que se quiere encadenar a la producción concediendo el mínimo vital para la subsistencia. La única diferencia entre la política de apartheid de este período y las anteriores teorizaciones reside en el hecho de que esta es ahora conscientemente perseguida por un aparato estatal «firmemente decidido a aplicarla coherentemente y totalmente» (Malan).
La primera medida es la disolución de las organizaciones “subversivas” (ilegalización del PCSA en el 51) y la represión de todas aquellas organizaciones que fueran reconocidas como filocomunistas. Eliminados los “peligrosos focos”, se dedica al aplastamiento obrero sin el cual la burguesía se da cuenta de no poder concretar su plan de industrialización: (1955) las provincias, los municipios, los barrios “blancos” deben ser completamente evacuados por los negros; está prohibido todo desplazamiento de las gentes de color salvo autorización específica de las autoridades blancas; expropiación de las tierras poseídas por los negros; exclusión también de mestizos e indios de las listas electorales; sustitución de los Consejos representativos de los indígenas por órganos nombrados por el Estado; prohibición de particulares ocupaciones a los no blancos; constitución de sindicatos reservados únicamente a los trabajadores de color bajo control estatal a través de los cuales se podían imponer determinados trabajos a los negros (los trabajos más pesados, peor pagados ¡y en los que la mortalidad es superior, añadimos nosotros!); prohibición de relaciones sexuales entre las dos razas; imposición por parte estatal de los programas en las escuelas para los negros; traslado forzoso de los indígenas de las zonas de residencia a zonas reservadas para ellos.
Naturalmente, se intenta hacer pasar todo este masivo ataque a las condiciones de los proletarios negros como “preocupación” por parte estatal para un “verdadero e independiente desarrollo de la cultura y de las posibilidades negras”: ¡el descaro burgués ciertamente no tiene límites! ¡Conceder posibilidades peculiares a los negros significa en efecto concederles la posibilidad de morir en las fábricas o la de morir en las reservas! No todos son tan generosos.
La monopolización por parte Bóer de las decisiones políticas, económicas y sociales en la vida de la nación sudafricana no es, por lo tanto, un extraño parto de la historia, es simplemente la codificación del proceso de formación de la burguesía nacional, antagonista, por motivos de bolsa, a una política aún ligada a los intereses de Inglaterra.
PARTIDOS INDÍGENAS
Una rápida mirada también a aquellos partidos indígenas que pretenderían asumir la defensa de los intereses y de las aspiraciones de los de color. Esto porque, con la premisa de la inexistencia del Partido Comunista, la eventual proliferación de partidos u organizaciones de carácter pequeño-burgués (véase Black People’s Convention, etc.) jugarían un papel fuertemente negativo respecto a la lucha que el proletariado negro, hoy, 1976, está llevando a cabo. Estas organizaciones, y para entrar en materia, por ejemplo, el African National Congress, no representan a los negros desde el punto de vista de clase, sino que representan, por el contrario, impulsos en sentido democrático, para una liberalización de las relaciones entre negros y blancos, posición que tiende a la reivindicación de una nación negra en el respeto “proporcional” del recuento de las cabezas.
Ahora bien, nosotros afirmamos que siendo Sudáfrica un País de carácter capitalista desarrollado, donde las relaciones de clase solo por condiciones peculiares de esa nación pasan a través del color de la piel, el único camino que el proletariado negro puede seguir es el que conduce al derrocamiento del poder estatal burgués.
No existe aquí el problema de la doble revolución, de la revolución democrática, donde el proletariado –aunque separado por programa y organización– se une con su ejército al de la burguesía para derrocar el poder feudal o colonial. Aquí las relaciones de clase tienen raíz en la lógica del más maduro capitalismo, que se muestra en cada aspecto de la vida económica y social. Por lo tanto, ninguna concesión obrera al enemigo burgués; no dos, doscientos, dos mil vías para alcanzar el poder sino una y solo una, la cual pasa únicamente a través de la lucha por el derrocamiento del Estado de la clase antagonista. En el recorrido que conducirá a la clase trabajadora de la defensa de sus condiciones de vida al ataque contra la oficialidad de Pretoria, deberá reformarse, para que esta lucha tenga perspectivas de victoria, el Partido que de la clase sea verdadera y única expresión.
HOY
Los años que van desde 1958 hasta hoy ven el ulterior desarrollo industrial de Sudáfrica –aunque obstaculizado por la crisis internacional– la extensión de la “política de desarrollo separado” y el despertar de la combatividad de la clase obrera negra. Los hechos del último año y lo que ellos representan ya han sido encuadrados por el Partido en artículos anteriores.
Queremos al final de esta primera parte del trabajo, detenernos solo en la cuestión de los “Bantustanes”. Esto porque el gobierno de Pretoria hace justo un mes ha inaugurado oficialmente esta política proponiéndose ampliarla a otras partes del territorio sudafricano. Esta iniciativa ha involucrado a proletarios y subproletarios de color obligados a sufrir masivos traslados a la zona a ellos asignada. Los “Bantustanes”, además de representar la codificación jurídica de las reservas, representan Estados-fantasma a los que los trabajadores negros están ligados obligatoriamente y con la introducción de los cuales se sustrae –convirtiéndose los proletarios en extranjeros en el lugar de trabajo– también aquella mísera asistencia estatal de la que hasta hoy recibían.
Damos algunos datos sobre el Transkei –este es el nombre del nuevo Estado-lager– como enésima demostración de la política de apartheid: el Transkei tiene una población de 1.700.000 habitantes más 1.600.000 que viven en el llamado “Sudáfrica Blanca”. De la población residente en el País el 46,5% está por debajo de los quince años; el 63% de la población entre los quince y los cuarenta y cuatro años está constituida por mujeres. No existen importantes aglomeraciones urbanas, ni puertos, ni centros industriales, ferrocarriles o minas. Menos de 50.000 personas realizan un trabajo remunerado y de estas cerca de la mitad están empleadas por el “gobierno” (burócratas y policías) mientras que solo 4.050 personas trabajan en la industria manufacturera. La mayor parte de la mano de obra está constituida por “emigrantes” en la Sudáfrica Blanca; estos alcanzan la cifra de 257.000 y contribuyen en un 70% a la renta “nacional”. El País es tan estéril e improductivo que se ve obligado a importar casi todos los géneros alimenticios, incluido el maíz que es el alimento básico.
En 1972-73 el “gobierno” recaudó solo 9,1 millones de rand, es decir, el 32,3% del ingreso total, de sus propios recursos (impuestos, multas, etc.), mientras que el gobierno sudafricano le proporcionó 28,1 millones de rand. Las estimaciones para 1974-75 indican aún 9,1 millones de rand de los recursos locales y 64 millones de rand del gobierno de Sudáfrica. El ejército está comandado por oficiales sudafricanos.
Estos son los datos: nada más que un gran campo de concentración donde extraer
mano de obra subpagada. Esta es la única política posible para la burguesía
sudafricana.
En el anterior artículo hemos trazado, bajo un perfil histórico, el proceso de formación de la sociedad sudafricana.
Se ha visto en particular cómo, desde el inicio de la colonización, se ha formado y consolidado una nacionalidad sudafricana, de raza blanca y de origen europeo, pero que en breve tiempo ha roto todos los lazos con la madre patria. Esta nacionalidad, los Bóeres, ha sido la artífice de la colonización del actual territorio y ha alzado las bases de la estructura económica y social del País, representando el elemento de agregación de la moderna nación de Sudáfrica. Al principio la sociedad sudafricana era de tipo agrícola-pastoril y sus relaciones con la población negra estaban prevalentemente planteadas en el sentido de la defensa de los territorios colonizados o de la conquista de nuevos, mientras que solo una pequeña parte de negros eran integrados por las farms blancas.
Con el descubrimiento de los yacimientos mineros, alrededor de la mitad del siglo XIX, se inicia un ciclo de acumulación capitalista que ve el surgimiento de las ciudades, el desarrollo de las comunicaciones y de los comercios, la implantación de una sólida estructura industrial. En el curso de esta fase la relación entre la sociedad sudafricana y la población negra toma una dirección opuesta: el problema ya no es el de mantener alejadas a las belicosas tribus, sino el de arrancar a masas cada vez más numerosas de Bantú de la vida primitiva y tribal, proletarizarlas e insertarlas en la producción agrícola, minera e industrial. La explotación intensiva de esta fuerza de trabajo a bajísimo costo ha sido el motor del rápido desarrollo de una economía de tipo capitalista avanzado.
En correspondencia se ha formado, a través de alternas vicisitudes, el moderno Estado nacional con la función principal de garantizar, a través de un monstruoso aparato represivo, la explotación bestial del proletariado negro, de defender la sociedad capitalista de esta gigantesca potencia antagonista que estaba “obligada a desarrollar en su seno”.
A la inserción de los negros dentro de la sociedad sudafricana, no ha correspondido la integración de las dos razas, sino su polarización en los dos extremos opuestos, en el sentido de que, mientras la población negra pasaba a representar la masa de los desposeídos, del proletariado, la nacionalidad blanca se convertía en la clase de los dueños, de los capitalistas. Tal que hoy se puede afirmar, y lo veremos en el desarrollo sucesivo, que a la división y a la contraposición racial corresponde exactamente la división y la contraposición social entre proletarios y capitalistas, a las dos razas distintas corresponden las dos clases distintas de la sociedad moderna.
En cuanto a su nacionalidad, los negros la han perdido en el momento en que han sido arrancados de la vida tribal, separada de aquel modo de producir, de aquella cultura y de aquellas tradiciones. Ellos han, en su condición de proletarios, perdido definitivamente el natural y orgánico apego a las tribus mientras que es precisamente el Estado el que, con el puro fin de la conservación social, alimenta la división tribal, exalta las tradiciones, las costumbres, las nacionalidades de la población negra.
Esta situación pone la cuestión racial negra en los términos exclusivos de la cuestión de clase entre proletariado y burguesía así como se plantea en los Países más industrializados. Y, del mismo modo, un análogo significado en estos Países asume la reivindicación de tipo democrático o nacional por parte del proletariado negro: mistificación de las relaciones de clase, falso objetivo sobre el que la burguesía intenta encaminar a la clase proletaria.
Si en efecto a tal reivindicación hemos en algunas ocasiones atribuido un significado revolucionario, esto ha sido cuando la lucha del proletariado, acompañado por los estratos más radicales de la burguesía, tenía aún delante el poder de las viejas castas feudales y del colonialismo, es decir, tareas de tipo nacional burgués por llevar a cabo.
Esta condición no existe en Sudáfrica. En efecto, esta no es una nación que sufre una opresión de tipo colonial, que por lo tanto tiene delante el problema de su independencia. Además, desde que se constituyó el Estado nacional, es decir, desde hace casi un siglo y medio, la burguesía local está sólidamente en el poder.
Todo esto ya ha sido ampliamente demostrado en la primera parte del trabajo. Además, la estructura económica y social es plenamente capitalista y el sistema de apartheid no es una derivación del sistema esclavista o colonial, sino el instrumento moderno y eficiente con el que el capitalismo se asegura la mano de obra a bajo costo.
Todo esto, como se deriva también de la descripción de la evolución histórica, lo demostraremos, en esta segunda parte, tomando directamente en examen la actual estructura económico-social. Este estudio, que define con más precisión el ambiente en el cual se va desarrollando la lucha de clase, nos permite medir el potencial revolucionario comprimido en el foco sudafricano y de proporcionar las indicaciones que las sangrientas experiencias del proletariado negro proporcionan y requieren al Partido de clase.
ESTRUCTURA SOCIAL PLENAMENTE CAPITALISTA
La notable abundancia de datos estadísticos sobre la economía sudafricana que se logran encontrar demuestra ya de por sí su carácter capitalista. En efecto, a diferencia de las economías precedentes, que gozan de un sistema de autorregulación espontáneo de su producción, el capitalismo evoca incesantemente fuerzas productivas incontrolables y desarrolla una economía anárquica, que desesperadamente luego trata de conocer para controlar y planificar, tratando de limitar los antagonismos que en ella necesariamente se desarrollan.
La población, de casi 22 millones de unidades, está compuesta por el 71% de negros, por el 12% de mestizos y asiáticos, los llamados “coloured”, y solo por el 17% de blancos.
La misma repartición la encontramos para la población activa. Como se ve la mayoría es de raza negra. Además, el 90% de la población activa negra está proletarizada mientras que el restante 10% son campesinos que viven de la economía de subsistencia de las reservas y que, como veremos, pueden ser considerados el ejército industrial de reserva necesario para mantener a un nivel mínimo el costo de la fuerza de trabajo.
Refiriéndonos a toda la población activa, incluidos blancos y coloured, podemos afirmar que cerca del 70% está proletarizada (en Italia solo el 51%).
Considerando luego la situación por sector, vemos que en agricultura, donde generalmente el grado de proletarización es menor, los proletarios (asalariados fijos y estacionales) constituyen el 80% de la población activa, mientras que los trabajadores mixtos (trabajadores que reciben en parte salario y en parte una concesión sobre un pequeño pedazo de tierra) son el 8% y los campesinos solo el 7%.
Característica aquí también la división según las razas: el 86% de los proletarios son negros y solo el 1% blancos, mientras que ningún negro es campesino cultivador directo ni mucho menos propietario de tierra, y el 85% de los campesinos son blancos.
En las minas y en la industria la inmensa mayoría de los trabajadores son negros y constituyen la verdadera fuerza de trabajo, mientras que los blancos desempeñan funciones especializadas y de dirección, roles que, incluso por ley, están prohibidos a la mano de obra de color.
Considerando las retribuciones vemos que en la industria el salario medio de un negro es solo el 18% del de un blanco, en las minas solo el 6%. Como se ve en cada sector no existe una pequeña burguesía ni una aristocracia obrera de raza negra o es en número tan exiguo que es socialmente insignificante. El alineamiento de clase está tan perfectamente delineado, al faltar aquel denso estrato de clases medias que, especialmente en ausencia de la influencia del Partido revolucionario, enrarece la atmósfera de clase del proletariado en los Países industrializados. No hay barba de sociólogo que sea capaz, jugando con las estadísticas, de difuminar estos precisos contornos.
Existe sin embargo una minoría racial, la de los mestizos y de los asiáticos, que desde hace siglos están integrados en la sociedad sudafricana y han podido en parte escapar al corte neto que el sistema de apartheid ha practicado en ella. En efecto, ellos gozan de algunas libertades como, en parte, la de asociación sindical y su salario medio es superior al de un negro aunque siempre muy inferior al de un blanco. Entre ellos se ha desarrollado también una pequeña burguesía agraria (el 5% de los campesinos son coloured) y en las ciudades, sobre todo en el pequeño comercio y en la artesanía. El Estado concede estas posibilidades porque confía en el papel conservador que estas clases pueden desempeñar respecto al proletariado. En efecto, si Gandhi, el teórico de la no violencia, ha podido desarrollar su nefasta acción también entre las masas sudafricanas, ha sido precisamente porque había encontrado apoyo y seguimiento en estos estratos.
LA ESTRUCTURA ECONÓMICA
Hemos afirmado que la estructura económica de Sudáfrica es de tipo capitalista avanzado, a pesar de los desequilibrios y los atrasos que presenta y que veremos.
Un primer elemento como demostración de esta afirmación son los datos sobre la proletarización antes mencionados, que indican cómo la relación de trabajo salarial es aquella sobre la cual se basa la producción en todos los sectores.
Otro dato que indica el nivel de industrialización es aquel relativo a la producción de acero global y en particular per cápita. Sudáfrica es el único productor de acero de cierta relevancia en África; su producción es de 5.628.000 toneladas, exactamente la misma que Suecia, mientras que la producción de acero per cápita, quitando del cómputo los seis millones de habitantes de las reservas, que están fuera de la producción y excluidos del circuito económico, alcanza los 3,3 quintales per cápita, contra los 3,8 de Italia.
Podríamos mencionar otros datos relativos a los productos clave de la producción industrial, como por ejemplo aquel relativo a la energía eléctrica, y todos reconfirmarían inequívocamente la característica de una avanzada industrialización del País.
Otro dato importante es aquel relativo al desarrollo de las comunicaciones: en Sudáfrica, a pesar de la presencia de vastas áreas pantanosas, escarpadas y desérticas, y de las reservas Bantú, donde no existen sistemas modernos de comunicación, hay 18 km de ferrocarril cada 1.000 km2 de territorio, contra los 54 de Italia y los 75 de Inglaterra.
Considerando luego el producto nacional bruto dividido por sectores, mencionado
en la tabla, resulta evidente el notable incremento en porcentaje de la
producción industrial, verificado especialmente en la segunda posguerra, a
expensas de la producción minera (y esto tiende a sustraer a Sudáfrica de la
condición de País principalmente productor de materias primas) y de la
producción agrícola, que en porcentaje disminuye, a pesar del incremento de la
masa de producto que pasa de 58 millones de Rand en 1911-12 a 980 millones en
1964-65, fenómeno este último típico del desarrollo de la producción
capitalista.
P.I.B. % - por sectores | ||||||||||||
SUDÁFRICA | Países desar- rollados |
Países atras- ados |
||||||||||
Gran Bre- taña |
Ita-lia | Zaire | Ni- ge- ria |
|||||||||
1911 -12 |
1924 -25 |
1932 -33 |
1938 -39 |
1951 -52 |
1963 -64 |
1963 -64 |
1973 | 1973 | ||||
Fuentes oficiales sudafricanas | BIT | |||||||||||
Agricultura | 17,4 | 19,9 | 12,2 | 12,6 | 13,8 | 9,2 | 12 | 7,6 | 2,6 | 8,7 | 16,3 | 35 |
Minería | 27,1 | 17,4 | 24,3 | 20,7 | 13,0 | 12,6 | 15 | 12,4 | - | 31 | - | - |
Industria | 6,7 | 12,4 | 13,6 | 17,7 | 25,0 | 27,8 | 23 | 21,6 | 26,2 | 7,8 | 6,6 | |
Otros | 48,8 | 50,3 | 49,9 | 49 | 48,2 | 50,4 | - | - | - | - | - | - |
100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 |
Comparando luego los datos de hoy con los de algunos Países industrializados y de otros atrasados, se nota claramente cómo Sudáfrica se inserta en el primer grupo.
Respecto a la población activa por sectores, ilustrada en la tabla, se nota en qué medida la condición de Sudáfrica se aleja de la de los Países atrasados. Sin embargo, el dato relativo a la población agrícola, aunque debe razonablemente rebajarse hasta el 22-23% excluyendo la mano de obra que trabaja en la economía de subsistencia de las reservas, es considerablemente más elevado respecto a Italia, sobre todo teniendo en cuenta el hecho de que la producción agrícola en Sudáfrica incide menos que en Italia en el producto interno bruto.
Además, si vamos a considerar el PIB per cápita, excluyendo siempre a la
población de las reservas, deducimos que el dato relativo a Sudáfrica no alcanza
siquiera el relativo a España y es inferior de casi la mitad al relativo a
Italia. La razón de esto es la relativamente baja productividad del trabajo
agrícola causada, como veremos a continuación, por las bajas inversiones de
capital fijo en este sector.
POBLACIÓN ACTIVA POR SECTORES % | * Comprende reservas ** Excluye reservas | |||||||||||
SUDÁFRICA | Países desarrollados |
Países atrasados |
||||||||||
División por razas | En total | Gran Bre- taña |
Ita- lia |
Ni- ge- ria |
Al- ge- ria |
|||||||
1960 | 1972 | 1951 | 1960 | 1970 | ||||||||
bian- cos |
No bian- cos |
bian- cos |
No bian- cos |
* | ** | 1966 | 1971 | 1963 | 1966 | |||
Agricoltura | 7 | 93 | - | - | 33 | 30 | 24 | 28 | 3,1 | 16,4 | 55,7 | 50,4 |
Minería | 10 | 90 | 9 | 91 | 11 | 11 | 11 | 8 | 2,3 | 31,2 | 0,1 | 0,9 |
Industria | 34 | 66 | 25 | 75 | 11 | 12 | 18 | 13 | 34,8 | 12 | 6,4 | |
Construcción | 26 | 74 | 20 | 80 | 5 | 1 | 6 | 7,8 | 10,2 | - | 5,0 | |
Otros | 27 | 73 | - | - | 39 | 46 | - | 45 | 52 | 42,2 | 32,2 | 37,3 |
100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 |
LA AGRICULTURA SUDAFRICANA
Si nos extendemos en la descripción de la economía no es para desarrollar un erudito tratado sino en la consideración, propia del marxismo, de que la subestructura económica representa el terreno en el que se hunden las raíces de los antagonismos de clase.
El análisis marxista ha dedicado siempre una atención particular a las características de la agricultura, porque el problema agrario es uno de los nudos que la revolución deberá deshacer, teniendo en cuenta el tipo de división de la tierra, su modo de conducción, la estructura de la propiedad y las clases sociales que entran en juego.
Las características del suelo y el régimen pluviométrico son poco favorables al desarrollo de la agricultura en Sudáfrica. El territorio, en efecto, está cubierto además de por bosques, en gran medida por la sabana y por otras formaciones herbáceas y no se adapta al cultivo; además los pocos ríos que lo atraviesan tienen curso breve y, recorriendo zonas escarpadas, se prestan difícilmente a la canalización. Principalmente las dificultades de irrigación no permiten una agricultura de tipo intensivo en un terreno cultivable que constituye solo el 10% del total del territorio.
A esta situación se añade el hecho de que, dado el bajo costo de la mano de obra negra, las inversiones de capital fijo (maquinaria, instalaciones, desarrollo de nuevas tecnologías) son limitadas, mientras que se prefiere invertir en el trabajo vivo, es decir, fuerza de trabajo. En efecto, en la lógica del propietario de la farm es mucho más rentable contratar a un millar de negros de las reservas y mandarlos a roturar la tierra con instrumentos rudimentarios, por un salario de hambre, que adquirir costosa maquinaria, implantar complicadas tecnologías, cuyo gasto solo a largo plazo puede ser reintegrado y resultar más rentable. Esta es una de las contradicciones del sistema de apartheid puesta de relieve por los mismos economistas burgueses.
En efecto, si este sistema, asegurando mano de obra a bajo costo, por un lado ha permitido avanzar en la fase de acumulación capitalista, por otro ha introducido en la economía taras endémicas y elementos de atraso con los que el capitalismo se encuentra hoy a tener que lidiar y de los que difícilmente, manteniendo en pie este monstruoso edificio, puede sustraerse.
Sudáfrica, a pesar de poseer el 47% del total de los tractores de todo el Continente africano, y a pesar de que el número de estos ha pasado de 1.302 en 1926 a 119.196 en 1960, emplea todavía solo 0,9 tractores por hectárea, contra los 3 de Italia. El segundo es aquel relativo a la productividad del suelo: tomando como referencia el maíz, principal producto agrícola de Sudáfrica, su producción se limita a 10 quintales por hectárea, contra los 57 de Italia. Por otro lado, sin embargo, la condición descrita perdura particularmente en las regiones interiores, cultivadas principalmente con maíz y trigo, mientras que en la franja costera se van desarrollando cultivos especializados de tipo intensivo y con empleo de capitales, como el de la vid, los cítricos y la fruta.
El principal sector de la producción agraria sigue siendo el de la cría: Sudáfrica produce el 4% de la lana mundial, el segundo producto de exportación después del oro.
Como se ve, a pesar de las consideraciones sobre los desequilibrios y sobre los elementos de atraso que vician la agricultura sudafricana, sus condiciones son extremadamente prósperas respecto a las de un País subdesarrollado en el que la economía agraria logra a duras penas sustraerse de los límites de la simple subsistencia.
Se pueden sin embargo distinguir con claridad dos tipos de economía agrícola:
1) la agricultura capitalista u orientada hacia el mercado de las empresas
blancas;
2) la agricultura de simple subsistencia de las reservas.
Respecto a este segundo tipo de economía, al que no se refieren las consideraciones hasta ahora realizadas, ya hemos dado una descripción hablando de la reserva del Transkei. Estas áreas están constituidas por territorios semi desérticos, pantanosos, sin carreteras, etc. y en ellas sobreviven en condiciones de tremenda miseria los africanos no inmediatamente utilizados en la producción, además de las mujeres, los niños y los ancianos que, explotados en todas sus energías en las empresas blancas, esperan el fin de su miserable existencia en los restos de la vieja economía tribal. En estas áreas el 95% de la producción, obtenida con medios primitivos, se consume en el lugar y en consecuencia no son de interés desde el punto de vista de la economía y de la producción nacional.
El primer tipo de economía, es decir, el de las empresas blancas, dirige en cambio el 90% de sus productos hacia el mercado y su conducción se desarrolla sobre bases capitalistas. En efecto, como se deriva de los datos antes mencionados, (el 85% son los proletarios y solo el 7% los campesinos que trabajan por cuenta propia la tierra) la relación claramente prevalente es aquella que se basa en el trabajo asalariado con un incremento de la proletarización que va de 488.000 obreros en 1918 a 1.025.000 en 1962. Además, aunque con los límites antes descritos, tales empresas hacen uso de máquinas y de equipos, estimuladas por las amplias subvenciones que el Estado otorga en el intento de promover el desarrollo de la agricultura sobre bases modernas.
Respecto a la concentración se tiene que los ¾ del número total de las empresas cultivan menos de 840 hectáreas (aquí se habla siempre de grandes extensiones siendo los cultivos de carácter extensivo), pero representan solo el 23% del área total puesta en cultivo, mientras que el restante ¼ de estas, por encima de 840 hectáreas, ocupa el 77% del área total. Por lo tanto, la producción está prevalentemente concentrada en empresas de grandes dimensiones.
En cuanto a las relaciones de propiedad notamos que los propietarios son generalmente también los gestores de las empresas, mientras que solo el 22% de las empresas están en alquiler.
Como se ve no existe la condición de la que toma tradicionalmente alimento la reivindicación revolucionaria de tipo democrático burgués del reparto de las tierras, la situación es decir típica que ve grandes latifundios fragmentados en miríadas de terrenos conducidos a medias o en formas mixtas de arrendamiento por parte de pequeños campesinos, u otras formas de propiedad y de conducción de diverso tipo pero en cualquier caso características de economías pre-capitalistas. La estructura es en cambio la de grandes empresas conducidas sobre bases capitalistas y orientadas hacia el mercado. Además, la estructura social ve ausente a la pequeña burguesía agraria, el tradicional campesinado, siempre presente y con un papel de primer plano en la revolución de tipo democrático burgués.
En escena se encuentran solo la clase de los capitalistas agrarios, de los “farmers”,
y la de los asalariados agrícolas. La conducta que esta situación impone al
proletariado está en línea de máxima con la de reivindicar no un reparto de las
empresas, sino su gestión colectiva, lo que será posible solo a través de la
victoria de la revolución social y la instauración del poder de clase. Solo es
necesaria la subdivisión temporal de algunas empresas más improductivas en
pequeños terrenos para asignar en gestión a productores individuales.
La industria minera (hoy el principal producto de extracción es el oro) ha sido la base de la expansión económica de Sudáfrica.
En torno a ella se desarrolló por primera vez un mercado nacional, surgieron los primeros verdaderos centros urbanos y se tejió una red de comunicaciones. Además, las mineras dieron origen a la moderna clase obrera: miles y miles de bantúes, arrancados de una economía primitiva, ofrecieron sus brazos en el mercado de la fuerza laboral. Así, representaron el impulso para la acumulación capitalista primitiva, atrayendo fuertes inversiones extranjeras hacia Sudáfrica y generando ganancias que, al menos en parte, se reinvertían inmediatamente en el lugar.
Hasta 1950, la producción minera representó el mayor porcentaje del producto interno bruto en comparación con otros sectores, y hasta hoy sigue siendo un factor primordial para la solidez y el desarrollo de la economía, tanto por sus efectos beneficiosos en la balanza de pagos —dada la relativa estabilidad del precio del oro— como por ser la principal fuente de recursos financieros del Estado. Si bien la explotación minera está en manos de compañías extranjeras, la producción está sujeta a fuertes impuestos, y el Estado, dueño de una parte del capital, participa directamente en las ganancias.
El extraordinario desarrollo de la industria extractiva en Sudáfrica no se debe tanto a la excepcional riqueza del subsuelo, sino a un sistema que permitió su explotación de manera productiva desde un punto de vista capitalista. Se sabe que Sudáfrica es extremadamente rica en oro, pero lo que se conoce menos son las dificultades geológicas y técnicas que implica su extracción. Estas dificultades solo pueden superarse mediante el uso discrecional de mano de obra negra, obligada a trabajar en las peores condiciones y con salarios mínimos.
M.J. Pentz, economista burgués, menciona los obstáculos naturales: «La profundidad de los lugares de trabajo, la estrechez de los túneles, el calor excesivo, las filtraciones de agua, las grandes grietas en la roca, etc.», obstáculos que «harían imposible esta extracción en cualquier otro lugar fuera de Sudáfrica». De hecho, muchos otros países tienen grandes reservas de oro, pero en ninguno existen condiciones que hagan rentable su extracción.
En EEUU, por ejemplo, el costo de producción del oro ronda los 124 dólares la onza, mientras que su precio en el mercado, desde 1970, se mantiene alrededor de los 35 dólares. Está claro que, en estas condiciones, la extracción no puede llevarse a cabo.
Es precisamente el sistema de apartheid el que garantiza el costo ínfimo y la amplia disponibilidad de mano de obra negra. Sobre esta base también se sustenta el desarrollo de la industria sudafricana.
Comenzó a fines del siglo XIX con industrias vinculadas a la minería (manufactura, explosivos, ramas técnicas, etc.) y con industrias de transformación de productos agrícolas y ganaderos que surgieron junto a las primeras ciudades. Sin embargo, fue durante la Primera Guerra Mundial cuando, debido a las dificultades de importación en un país aun esencialmente agrícola, se produjo un primer gran impulso a la producción industrial.
La mano de obra negra empleada en las fábricas aún era igual en número a la blanca, y la tendencia no era hacia su crecimiento relativo. Así, las ciudades estaban predominantemente habitadas por blancos, mientras la población negra permanecía en zonas rurales, empleada principalmente en la producción agrícola y minera.
Fue con la crisis de 1931-33 que se produjo un primer cambio en la composición racial de la clase obrera industrial. En 1938, el número de negros ya era 1,5 veces mayor que el de blancos, mientras que los índices de crecimiento del producto alcanzaron niveles nunca antes vistos. Pero el verdadero auge ocurrió entre 1945 y 1955, años en los que, no por casualidad, el sistema de apartheid tomó su forma definitiva y más conveniente para los intereses capitalistas. Los obreros negros pasaron a ser el doble que los blancos en 1945 y el triple en 1955, mientras el índice de crecimiento del producto alcanzó niveles excepcionales, llevando a Sudáfrica al nivel de un país industrialmente avanzado, con una producción que representaba el 40% de todo el continente africano.
Fue precisamente la introducción de mano de obra negra, trabajando con salarios mínimos, la que generó una masa considerable de ganancias, impulsando así la industrialización del país. Hoy en día, Sudáfrica sigue registrando tasas de ganancia muy elevadas, lo que la convierte en un destino privilegiado para las inversiones de capitales de todo el mundo.
El monstruoso edificio del apartheid tiene sus raíces en la estructura económica de la moderna sociedad sudafricana; no es un residuo del colonialismo ni una expresión de formas atrasadas o pre-capitalistas como la esclavitud, ni mucho menos el resultado de una “mentalidad retrógrada y reaccionaria” de la burguesía sudafricana, a la que se opondría una mentalidad progresista, ilustrada y democrática, más acorde con la “evolución de los tiempos”. Esta estructura, por el contrario, surge del desarrollo capitalista, del “progreso” en la sociedad del capital, tan alabado por los oportunistas locales, que no está exento de espinas como estos pillos quieren hacer creer, sino que significa siempre y en todas partes violencia, hambre, sudor y sangre para las clases oprimidas.
El apartheid y las condiciones de la clase obrera
El apartheid es el sistema moderno y eficiente mediante el cual se realiza en Sudáfrica la explotación de mano de obra a bajo costo.
En la primera parte de este trabajo, se señaló que este sistema tuvo sus primeras teorizaciones en el Partido Laborista, preocupado por defender los intereses de los trabajadores blancos, seguido de una serie de medidas que sentaron las bases para su implementación completa después de la Segunda Guerra Mundial.
Aquí no nos interesa desmentir los ridículos argumentos que la burguesía sudafricana esgrime para justificar la política de apartheid, aplicada deliberadamente por un aparato estatal «firmemente decidido a implementarla de manera coherente y total». Como consecuencia, como se ha visto, se produce la deportación masiva de miles de negros, con barrios enteros declarados “áreas blancas”, evacuados y trasladados a sórdidos guetos en las afueras de las ciudades (áreas reservadas) o a inmensos campos de concentración creados para la ocasión y luego llamados Bantustanes.
Hoy, todo negro debe poseer un pase que, además de sus datos personales, contiene el permiso para residir en un lugar determinado y el comprobante de pago del impuesto bantú; debe ser firmado mensualmente por el empleador, de lo contrario el bantú es devuelto a su reserva. Más de mil africanos son arrestados diariamente en virtud de la ley del pase.
Está claro que, en estas condiciones, con la masa de desempleados estancada en las reservas y la perspectiva de regresar allí para morir junto a su familia, un obrero negro se ve obligado a venderse en cualquier condición, incluso a trabajar a dos mil metros bajo tierra durante diez o doce horas al día, arrastrándose por los túneles de una mina por un salario que ni siquiera lo libra de la desnutrición.
Según cálculos de expertos burgueses, el nivel mínimo de “pobreza” que permite evitar la desnutrición, para una familia promedio, es de 85 rands al mes. Antes de la ola de huelgas desatada en 1973, el salario promedio en la industria textil de Natal oscilaba entre 5 y 8 rands semanales, mientras que para los obreros de las fábricas de ladrillos era de 9 rands. Los cortadores de caña de azúcar ganaban 15 rands por 30 días de trabajo.
Un profesor de la Universidad de Natal visitó el barrio obrero de Beaumont Wattle Estate, donde viven los trabajadores de la gran empresa británica Courtaulds: «Las casas son de barro (…) no hay camas ni otros muebles, y el terreno donde se asienta el barrio se hunde en el lodo. La compañía no concede subsidios por enfermedad o embarazo, ni prevé vacaciones pagas (…) El obrero zulú Sisva, de 32 años, casado y con tres hijos, gana 22 rands al mes». Parece leerse “La situación de la clase obrera en Inglaterra”, donde Engels demostraba cómo el desarrollo, el progreso, la acumulación y la prosperidad económica en el capitalismo (tomando como ejemplo la “magnífica” Inglaterra de entonces) significaban bienestar y riqueza en un polo de la sociedad, y condiciones de vida inhumanas en el otro. Está claro que este sistema es una bomba de tiempo enterrada en el subsuelo de la moderna sociedad sudafricana, y no es casualidad que el Estado se vea obligado a fortalecer cada día más su terrible aparato represivo.
Burguesía y proletariado - soluciones y perspectivas
Se ha visto cómo la economía moderna sudafricana se desarrolló y se basa en un sistema que le garantiza mano de obra a costos ínfimos. Si el capitalismo quisiera prescindir del apartheid, tendría que reemplazarlo por un sistema igualmente eficiente que siguiera asegurando esta condición necesaria para su existencia. Por lo tanto, una mejora sustancial en las condiciones de vida de las masas obreras es incompatible con la supervivencia misma del capitalismo, en cualquier forma que este ejerza su dominio. Por eso, la lucha del proletariado por mejorar sus condiciones de miseria no puede dejar de dirigirse contra la existencia misma de esta sociedad.
También hemos visto cómo el apartheid genera una serie de contradicciones, a las que se suma la necesidad de un mayor nivel cultural -en términos de calificación y capacidad laboral- que exige la industria moderna y que el rígido mecanismo del apartheid, por mil razones, no puede garantizar a la mano de obra de color.
Otro dilema que plantean algunos economistas es la conveniencia de un sistema que, si bien asegura mano de obra a bajo costo, requiere mantener un gigantesco aparato represivo.
Pero el problema que más angustia a la burguesía sudafricana y al capital internacional es el social.
En un momento en que todo el continente, especialmente el África Negra, hierve de tensiones sociales y ve surgir movimientos que, con mayor o menor coherencia, se oponen al orden político-social impuesto por el capitalismo internacional -en un complejo entramado de intereses donde se esconden las clases sociales y los conflictos inter-imperialistas-, en este contexto, el estallido de revueltas sangrientas por parte del genuino y poderoso proletariado sudafricano podría ser el detonante de una reacción que polarice los intereses de las masas proletarias, semi-proletarias y campesinas del África, separándolos inequívocamente no solo de los del imperialismo y las clases aliadas, sino también de los de las clases burguesas y pequeñoburguesas, que representan la tendencia moderada, anti-revolucionaria y proclive al compromiso, que siempre arrastra hacia atrás el movimiento social. Sudáfrica puede convertirse así en un poderoso foco que incendie toda África, con su moderna clase obrera como vanguardia, conectando las revoluciones nacionales y las dobles revoluciones que podrían extenderse por África con la revolución unificada en el mundo industrializado.
Es seguro que, la hipotética victoria de la revolución proletaria en Sudáfrica, sacudiría todo el continente, lo que inevitablemente marcaría un giro decisivo en el alineamiento de clases a nivel mundial. Por eso, la cuestión sudafricana es un punto crucial que el capitalismo -no solo el sudafricano, sino el internacional- y, desde el otro lado, el partido de clase, no pueden dejar de tomar en serio.
Desde el punto de vista del capital, el problema no es fácil de resolver. Hemos visto cómo el actual orden económico depende del empleo masivo de mano de obra barata. Sin embargo, el clima es explosivo: la línea que separa a las clases, en términos de condiciones de vida, es muy clara, y cualquier intento de difuminarla para aliviar tensiones contradice la esencia misma del apartheid. La situación está tan comprometida que cualquier cambio institucional mínimo podría desencadenar una reacción terrible.
No existe, ni puede desarrollarse en estas condiciones, una capa significativa de pequeña burguesía o aristocracia obrera negra que pueda cumplir eficazmente un rol de conservación social. El capitalismo, para aliviar la tensión, no tiene más remedio que moverse en esta dirección, pero las dificultades no son menores. Sostener una clase media negra solo sería posible con enormes subsidios internacionales, concedidos en el interés común de frenar cualquier fermento que contagie el entorno social más allá de sus fronteras.
Para el proletariado, especialmente en ausencia del partido de clase, existe el peligro de caer en las posiciones pequeñoburguesas de movimientos como el South African Congress, que, apoyándose en las clases medias coloured, gana cierto seguimiento entre los obreros. Este movimiento, al que también se adhiere el PCSA, exige el fin de la segregación, un Estado democrático, y promueve la consigna de igualdad racial junto con la ilusoria y ultra reaccionaria «igualdad entre clases». Plantea una solución en términos raciales, eludiendo la cuestión de clase, cuando, como hemos visto, la cuestión racial no es más que la forma que asume la cuestión de clase.
Esta última, por el contrario, se plantea en términos de la conquista de condiciones económicas y sociales que rescaten a la clase trabajadora de la miseria y el hambre a la que el capitalismo la condena, y no tanto en términos de igualdad jurídica ante el Estado. Esta lucha del proletariado negro no puede, fuera de las perspectivas pacifistas, conducir más que al desenlace necesario de la lucha revolucionaria por la destrucción del sistema capitalista y el establecimiento de un régimen no democrático, sino de dictadura del proletariado, lucha cuyo resultado, naturalmente, dependerá de la del proletariado mundial.
Parafraseando las consignas que animan e inflaman la lucha de las masas oprimidas del proletariado negro, pero que fácilmente se prestan a la desviación pequeñoburguesa, reafirmamos nuestras posiciones clásicas: el “Estado negro” solo puede significar “dictadura proletaria”; “echar al mar a los blancos” significa “muerte a los capitalistas explotadores”; “liberación del pueblo de color” significa “emancipación de la clase trabajadora del yugo capitalista”.
Todo esto presupone -y lo escribimos claramente- la formación, el
fortalecimiento y la expansión de auténticas organizaciones proletarias, libres
de la influencia pacifista y pequeñoburguesa, dispuestas a defender, armas en
mano, los intereses de clase, y sobre todo la emergencia en su seno de una
vanguardia consciente y organizada: el PARTIDO POLÍTICO, sin el cual el asalto
al régimen de Pretoria será imposible o terminará en una sangrienta derrota.
Il Partito Comunista n. 32 del 1977
RHODESIA
El siguiente trabajo forma parte del estudio más amplio que el Partido está realizando sobre el desarrollo económico y social de los países africanos, así como sobre las luchas nacionales y anticoloniales que aún hoy afectan a muchos países del continente. No es una disertación académica sobre el tema, sino una reafirmación precisa de las posiciones que constituyen el bagaje teórico y de lucha del partido. Es a través del análisis de las correlaciones que vinculan a las clases con el proceso histórico y económico que el partido puede dar su consigna y su orientación. Donde hay que derrocar el poder colonial o se lucha por la independencia nacional, la clase proletaria deberá plantearse, bien delimitada en cuanto a organización militar y política, los mismos objetivos que la burguesía radical, esperando que esta se convierta en su enemiga un minuto después de que el viejo poder haya sido derrocado (o incluso antes). Donde, por el contrario, no existe un problema de revolución doble, donde la clase burguesa ya ha cristalizado su modo de producción y de organización de la sociedad, allí la consigna no podrá ser otra que la de la revolución proletaria, revolución unívoca contra el poder del capital, su enemigo histórico.
La base determinante del desarrollo económico de Rhodesia fueron las vastas inversiones que la British South Africa Company realizó a finales del siglo XIX. Gracias a los capitales puestos a disposición por el imperialismo inglés, la Compañía de Sudáfrica se embarcó en una amplia labor de colonización de los territorios de la actual Rhodesia y Zambia (antigua Rhodesia del Norte). El proyecto se centraba en la búsqueda de minerales preciosos, que ya habían dado buenos beneficios en Sudáfrica y parecían prometer los mismos resultados aquí. Fue precisamente por sobrevalorar las reservas auríferas de Rhodesia que la Compañía inició posteriores inversiones, destinadas a amortizar los gastos previos.
Sin embargo, los yacimientos de Rhodesia resultaron más pobres: en 1910, mientras las ganancias de las once minas más importantes de Johannesburgo alcanzaban casi siete millones de libras, las de las diez principales minas de Rhodesia apenas llegaban a 614.000 libras. La Compañía inició entonces un amplio plan de inversiones, centrándose especialmente en la construcción de ferrocarriles para valorizar sus tierras. Con el mismo fin, se promovió el surgimiento de una burguesía agraria blanca capaz de explotar los bienes de la Compañía: propiedades territoriales y concesiones mineras. Esto provocó una fuerte inmigración europea, y especialmente después de 1902 se extendieron ampliamente las pequeñas empresas dedicadas a la explotación minera a cambio del pago de un canon. Entre 1901 y 1911, la inmigración duplicó la población blanca, que pasó de 11.000 a 23.000 personas. El desarrollo de la actividad minera fue acompañado por el de la agricultura, base de la economía del país y sector en expansión para satisfacer la creciente demanda generada por la repentina inmigración.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, dos tercios de los europeos activos pertenecían a la burguesía agraria.
La industria manufacturera aún era casi inexistente en 1923; solo existía una pequeña burguesía manufacturera numéricamente insignificante, además vinculada a la burguesía agraria y al gran capital internacional. Otro peso lo tenían los asalariados blancos, concentrados en el sector minero, los transportes (ferrocarriles) y la administración colonial. Es importante destacar, porque es un rasgo característico de Rhodesia, que el asentamiento de los trabajadores blancos ocurrió después del desarrollo capitalista y no lo precedió. Esto explica la ausencia del fenómeno, ya observado en Sudáfrica, de los “blancos pobres”, europeos expulsados o no absorbidos por el ciclo productivo, que durante el desarrollo de la industria sudafricana formaban el ejército de reserva del capital. Por el contrario, en Rhodesia, la burguesía se vio obligada a conceder salarios altos para atraer mano de obra cualificada.
La población africana seguía organizada a nivel tribal en pequeñas comunidades rurales. La tierra, abundante, no era un bien enajenable; el cultivo era de tipo barbecho (cultivado un año y dejado en reposo al siguiente para recuperar su fertilidad, método común en Europa hasta la llegada de los fertilizantes químicos y la transformación capitalista de la agricultura).
Un estrecho vínculo unía al campesino con su comunidad tribal: abandonaba el pueblo para trabajar ocasionalmente, separándose de su familia y comunidad, pero manteniendo el lazo enviando regalos y parte de su salario, con la perspectiva de regresar incluso años después. Era una especie de “seguro de vejez” que el africano contraía con su comunidad. Por ello, y por las condiciones objetivamente atrasadas del capitalismo rhodesiano, el africano de principios del siglo XX no podía identificarse como proletario, cuya única subsistencia fueran sus propios brazos.
Si esta era la situación general del campesinado negro, no mejor era la de la pequeña y mediana burguesía africana, numérica y económicamente insignificante: antes de la Ley de Distribución de Tierras para africanos, estos solo habían podido adquirir 45.000 acres, mientras los europeos poseían 31 millones.
El orden político rhodesiano en los años 30 se basaba en la llamada política del “desarrollo separado” o de las “dos pirámides”, que buscaba crear dos tipos de desarrollo distintos para blancos y africanos, pero que en realidad representaba el intento del capitalismo internacional y la burguesía agraria europea de establecer una forma estable de explotación de la mano de obra negra.
La Compañía promovió el surgimiento de una burguesía agraria blanca, que acaparó cada vez más tierras con fines especulativos. La tierra aumentaba su valor en función de la rentabilidad de su uso productivo, vinculada a la expansión de la demanda de productos agrícolas.
Los terratenientes enfrentaban tres problemas: evitar la competencia, incluso potencial, de los africanos; desarrollar el mercado interno y, por lo tanto, favorecer el desarrollo de una industria manufacturera nacional; transformar a los africanos de pequeños campesinos en asalariados agrícolas a su servicio.
Antes de la Primera Guerra Mundial, estos problemas encontraron respuesta en una
serie de leyes que establecieron:
1) La expropiación de tierras, acompañada de medidas para incentivar a los
campesinos expropiados a quedarse como arrendatarios, convirtiendo el canon de
arrendamiento en prestaciones de trabajo.
2) Un impuesto sobre las chozas, que obligaba a los africanos a trabajar
como jornaleros entre uno y tres meses al año.
3) La introducción de un pase que permitía dirigir la mano de obra donde
fuera necesaria.
En el sector industrial, las compañías internacionales, tras las primeras inversiones, tendieron a “seguir la demanda”, creando fricciones con la incipiente industria manufacturera local, que buscaba expandir inversiones para facilitar su crecimiento. Este conflicto de intereses sería la base de los intentos de la burguesía nacional, en los años 50, de modificar la estructura económica, destinada a crear una base nacional que pudiera liberarse del excesivo poder económico internacional.
Los asalariados blancos, como ya hemos mencionado, podían contar, gracias a la fuerte demanda de mano de obra especializada, con salarios elevados, incluso superiores a los de los proletarios estadounidenses e ingleses. Esto explica el gran poder contractual y la fortaleza de sus organizaciones sindicales. Es evidente que esta condición “aristocrática” del trabajo induce la orientación burguesa de la acción que estos trabajadores llevarán a cabo a lo largo de la historia. Tienen todo el interés en perpetuar su condición de privilegio con respecto a los africanos y, por lo tanto, están decididos a impedir que se establezca una población urbana negra estable de la que el capital pueda obtener mano de obra barata, al igual que se oponen a la creación de estructuras escolares y profesionales para los africanos.
Desde la Primera Guerra Mundial creció el poder económico de la burguesía nacional y de los asalariados blancos, ya que el conflicto y el período que le siguió habían provocado una escasez de mano de obra especializada y de reservas de materias primas. Es a partir de este periodo cuando se puede hablar de una coalición entre estas clases nacionales blancas. Esta posición de fuerza frente al capitalismo internacional se prolongó durante toda la década de 1920, de modo que, en los años de la gran crisis, la coalición alcanzó un poder político considerable, que se cristalizó en el reconocimiento por parte de Inglaterra de un gobierno responsable rhodesiano. Esta solución, que ciertamente no representaba la independencia, fue además rechazada por las compañías internacionales, que presionaban para que se incorporara a la Unión Sudafricana, lo que les habría permitido un control más estable sobre la estructura económica de Rodesia.
El impulso que llevó al gobierno independiente se basaba en el temor de la burguesía nacional a verse obligada a seguir sometida al control imperial británico, así como a no debilitar la aún precaria posición de las clases blancas: la mano de obra africana tendía a emigrar en masa al sur, donde los salarios eran más altos, provocando así una inmigración de “blancos pobres”. El logro de este objetivo no supuso, evidentemente, una supremacía indiscutible de estas clases, que objetivamente seguían dependiendo del capitalismo internacional. Por lo tanto, la década de 1930 fue un periodo de compromiso, en el que se intentó tener en cuenta las necesidades contrapuestas y que fue pagado íntegramente por el campesinado y el naciente proletariado africano.
El gobierno actuó en dos direcciones para favorecer a la burguesía nacional: inversiones de capital y fortalecimiento de su poder negociador en el mercado de materias primas. Se llevaron a cabo numerosas obras públicas: carreteras, empresas estatales, centrales eléctricas, fundiciones y acerías, así como plantas de procesamiento de materias primas.
El Gobierno actuó en dos direcciones para favorecer a la burguesía nacional: inversiones de capital y refuerzo del poder contractual de esta clase en el mercado de las materias primas. Así se iniciaron y completaron numerosas obras públicas: carreteras, empresas estatales, las centrales eléctricas de la Electricity Supply Commission, las fundiciones y acerías de la Rhodesian Iron and Steel Commission de Rodesia y las fábricas de la Cotton Industry Board, así como numerosas instalaciones para la transformación de materias primas.
En lo que respecta a la expansión del mercado laboral, con la Land Apportionment Act se concretó la teoría de que los dos grupos raciales no debían competir entre sí. Se limitó rigurosamente la tierra para los asentamientos permanentes africanos, lo que condujo inevitablemente a la transformación del sistema de cultivo en barbecho, ya que los africanos se vieron obligados a pasar al cultivo continuo. Para «fomentar» este cambio, se dividieron las tierras en “cultivables permanentes” y “pastos permanentes”.
Teniendo en cuenta el grado de atraso del sistema de cultivo existente en las aldeas (es en este periodo cuando se introduce y se difunde rápidamente el uso del arado), esta repentina reducción cuantitativa de la tierra explotable condujo inevitablemente a un declive cualitativo y la tierra perdió rápidamente su fertilidad. Se eliminaron las bases para la supervivencia de los campesinos, por lo que masas de hombres se vieron obligadas a trasladarse a las ciudades o a las granjas blancas con la esperanza de poder alquilar sus brazos para sobrevivir. Pero incluso su flujo fue regulado de manera estricta con la Native Registration Act de 1936, que empeoraba la ley sobre los permisos de paso distribuyendo la oferta de trabajo entre los distintos sectores capitalistas, logrando así mantener los salarios en un nivel de sobrevivencia.
Si los campesinos eran aplastados, la misma tocó a la naciente burguesía agraria africana, cuyo ascenso fue contenido, reafirmando la norma tradicional según la cual las tierras de las zonas africanas no eran enajenables. En estas zonas no se podía comprar tierra, pero la situación no era mejor en las Purchase Areas, donde, al menos en teoría, existía la compraventa de terrenos: en primer lugar, la tierra era asignada por el Gobierno, que la elegía en zonas alejadas de los mercados, las líneas ferroviarias y las carreteras principales; en segundo lugar, solo representaban el 8 % de la superficie cultivable total del país y su transferibilidad estaba sujeta a muchas restricciones; en tercer lugar, el gobierno obstaculizaba por todos los medios la concesión de créditos, de modo que, aunque el mercado hubiera sido más libre, la falta de dinero habría frenado en cualquier caso el desarrollo de la burguesía africana.
Restricciones similares fueron establecidas pare el comercio, prohibiendo a los negros comprar o alquilar locales en áreas europeas, confinándolos en las reservas y sus mercados más pobres.
La coalición entre los trabajadores blancos y la burguesía nacional también provocó en el sector industrial la opresión de los asalariados africanos, acentuando las mejores condiciones de los trabajadores europeos y perpetuando la escasez de mano de obra cualificada. La Industrial Conciliation Act de 1936 excluía a los negros de la definición de trabajador asalariado, pero, paradójicamente, establecía salarios e igualdad de condiciones normativas entre europeos y africanos, de modo que en ningún caso un empresario contrataría a un trabajador negro sin calificación cuando podía, por el mismo precio, contratar a un trabajador blanco calificado. Es la aplicación práctica de la política “paralela”, la clase agraria blanca se opone a la negra, los asalariados blancos se oponen a los asalariados africanos para perpetuar su posición privilegiada.
El orden económico y político que se había ido formando en los años treinta no
podía dejar de tener, a la luz de lo que hemos descrito, dos grandes defectos:
por un lado, el proceso de industrialización se enfrentaba a una demanda interna
más que estancada: de hecho, el fuerte aumento demográfico se vio contrarrestado
por la disminución de la productividad de los agricultores, por lo que la renta
per cápita se mantuvo estancada, lo que indicaba un aumento de la producción de
subsistencia únicamente; en segundo lugar, la destrucción de la esperanza de la
“seguridad en la vejez”, que, como hemos visto, vinculaba a los
campesinos-asalariados a la tierra y al poblado, empujaba cada vez más a los
africanos a emigrar a las zonas industriales, chocando contra el telón protector
impuesto por los blancos.
Il Partito Comunista n. 33 del 1977
RHODESIA
Como se vio en el número anterior, durante los años 30, la industrialización de Rhodesia fue frenada por la falta de demanda interna, mientras la productividad del campesinado africano disminuía y se estancaba en niveles de subsistencia.
La Segunda Guerra Mundial fue el impulso que estimuló el mercado y permitió la expansión de la economía. Los productos antes importados se volvieron inaccesibles, creando así un amplio mercado para la industria nacional. Metales como el cromo y el asbesto aumentaron notablemente de precio. Los agricultores blancos pudieron incrementar su producción debido a la escasez mundial de alimentos. Pero el principal impulso a la expansión vino del programa gubernamental con Inglaterra, que preveía convertir a Rhodesia en base militar para entrenar pilotos ingleses.
Esta fuerte expansión económica creó la posibilidad de poner en marcha el primer y verdadero plan de inversiones de capital fijo: fueron ampliadas las instalaciones ya existentes para la producción de acero y para el hilado de algodón y fueron construidas otras nuevas; fue esta serie de inversiones la que conduciría al desarrolló de la industria manufacturera, aún embrionaria.
La guerra abrió las puertas al desarrollo económico y su fin no significó un retroceso a la situación anterior gracias al monopolio que poseía el país sobre las minas de cromo y asbesto, materias primas cada vez más demandadas por el mercado internacional. A esto se sumó la producción de tabaco, que en la posguerra se vio estimulada por las restricciones impuestas en el Reino Unido: en el período 1945-1948, la producción se triplicó en cantidad y se cuadruplicó en valor. Este desarrollo supuso un aumento del número de productores, que en el mismo período pasaron de menos de mil a 2670, lo que incrementó considerablemente la inmigración; lo que aumentó la demanda de vivienda y servicios, y los asalariados africanos pasaron de 254 000 en 1936 a 377 000 en 1946 y a más de 600 000 en 1956.
A esto se sumó, después de 1940, el creciente interés del capitalismo internacional, que desplazó progresivamente su campo de acción y su red de intereses de Sudáfrica -donde la burguesía nacional había llegado al poder- a Rodesia; de hecho, las inversiones extranjeras pasaron de 13,5 millones de libras esterlinas en 1947 al doble en 1949 y a 50,7 en 1951.
Esta “desviación” del capital internacional es, en esencia, la razón que impulsó la formación de la Federación de Rodesia y Nyasalandia. Con la ampliación del mercado, las fuertes reservas de mano de obra de Nyasalandia (la actual Malawi) y los medios financieros que Rodesia del Norte (la actual Zambia) podía aportar, las posibilidades de supervivencia y desarrollo de la Federación, a la luz precisamente de esta intervención internacional masiva, no eran en absoluto utópicas, sino que, por el contrario, hasta 1958, cuando se percibieron los primeros síntomas de un nuevo estancamiento, la Federación prosperó notablemente.
Entre 1901 y 1950, el número de trabajadores africanos aumentó constantemente a pesar de la progresiva reducción de los salarios; esto se debió a que, como hemos visto, los terratenientes blancos se habían embarcado en una “cruzada” contra los campesinos negros para convertirlos en jornaleros agrícolas. Ahora, en la posguerra, se trataba de encontrar otras tierras para los agricultores blancos de tabaco, lo que solo podía significar un nuevo desplazamiento masivo del campo a las farms y a las industrias de los campesinos africanos. Con la plena aplicación de la Land Apportionment Act se da el primer impulso real a la formación del proletariado, de esas masas de hombres privados -esta vez para siempre- de las reservas materiales que aún podía ofrecerles el vínculo con la comunidad rural. En 1948, 300.000 africanos aún ocupaban tierras cuya explotación estaba reservada a los europeos; en los años de la posguerra, 85.000 familias africanas fueron trasladadas mediante deportaciones masivas a las Native Reserves, de acuerdo con lo establecido en la Land Act. Las deportaciones forzadas, como en Sudáfrica, por un lado, y la drástica reducción del número de cabezas de ganado que se podían poseer, por otro, estrangularon la economía y las inversiones residuales de los campesinos negros. El obligado paso a las filas proletarias con salarios de miseria estimuló la cohesión entre las masas africanas y les hizo tomar conciencia materialmente del continuo empeoramiento de sus condiciones de vida, así como de la ilusoriedad del “seguro de vejez” contratado con las comunidades.
Todo esto provocó una fuerte ola de huelgas y consolidó los intereses comunes entre el proletariado y los jornaleros agrícolas africanos. El interés común por luchar contra el poder burgués blanco fue la base sobre la que se amplió el naciente movimiento nacionalista.
Si este fue el primero de los cambios fundamentales en la estructura de clases de Rodesia en los años alrededor de 1950, su contraparte fue el surgimiento de una clase capitalista manufacturera distinta de la agraria.
La contribución de la industria manufacturera al ingreso nacional aumentó del 9 % a finales de los años treinta al 15 % a principios de los cincuenta y al 18 % en los años sesenta. Este proceso conllevó inevitablemente la concentración de la producción y, por lo tanto, el aplastamiento de las pequeñas empresas, la mayoría de las cuales aún se basaban en el método de gestión familiar. Se produjo así el paso de la pequeña producción casi artesanal a la gran producción mecanizada de las grandes sociedades anónimas. Las empresas con una producción bruta superior a 50.000 libras esterlinas representaban en 1938 menos del 8 % de la producción total, mientras que en 1957 representaban más de un tercio. La introducción de las máquinas y la división del complejo ciclo productivo en tareas sencillas diferenciaron la nueva industria manufacturera de la anterior a la guerra. La reducción del trabajo complejo a simple permitió además el uso de mano de obra africana relativamente poco especializada; al mismo tiempo, los grandes centros industriales favorecieron la concentración estable de los proletarios en las ciudades.
La industria pesada, la transformación de productos agrícolas locales y de bienes de consumo de bajo coste son las tres ramas principales de la producción.
Si la formación de un proletariado africano y el surgimiento y la consolidación de una industria manufacturera son los datos más importantes de los años alrededor de 1950, también hay que destacar los cambios progresivos en el campo extractivo y agrario. En términos generales, la industria extractiva, a pesar de su concentración, ya se encuentra en la fase descendente de su ciclo, mientras que la agricultura, gracias a la producción de tabaco iniciada en el período de posguerra y, sobre todo, gracias a las posibilidades que ofrece el mercado internacional, se fortalece y aumenta su producción.
El ingreso nacional había recibido contribuciones de la actividad minera en un 25 % en 1938, mientras que en los primeros años de la década de 1950 ya había bajado al 10 % para caer inexorablemente a un mísero 5 % en la década de 1960. Sin embargo, si bien toda la producción sufrió un colapso, hay que señalar fuertes desequilibrios en su interior: la producción de oro disminuyó considerablemente, pero el amianto, el cromo y el carbón registraron nuevos aumentos. Además de la concentración en curso en el sector manufacturero, el desarrollo capitalista tampoco da tregua al sector minero: los pequeños buscadores y las pequeñas empresas basadas en concesiones fueron barridos por los cada vez más onerosos costes de extracción de minerales, de modo que en los años cincuenta el sector ya estaba prácticamente en manos de solo cuatro empresas: las instalaciones mineras pasaron de 1750 en 1935 a 700 en 1947 y a 300 en 1956.
Si la producción minera está en declive, observamos una tendencia opuesta en la agricultura, cuyo valor de producción en 1958 es diez veces superior al de 1937. El cultivo del tabaco impulsa todo el sector y, en la década de 1940, ya representa la mercancía más importante exportada por Rodesia. El tabaco pronto superó la producción de maíz, producto típico de la agricultura del África meridional y elemento básico de la alimentación africana. Así pues, si producir maíz significaba producir para el mercado nacional, el cultivo del tabaco marcó una clara orientación hacia el mercado exterior, fortaleciendo a los agricultores y haciendo que, cada vez más, sus intereses dejaran de estar ligados al proceso de industrialización del país, base para la ampliación de la demanda de productos agrícolas. Además, el cultivo del tabaco, por su naturaleza, impedía el uso de máquinas, lo que aumentaba la necesidad de mano de obra africana.
Si bien el crecimiento de los componentes nacionales de la burguesía rhodesiana modifica en parte el panorama económico a su favor, no se puede ignorar el control que el capital internacional sigue ejerciendo sobre gran parte de la economía. Rhodesia sigue estando vinculada, a través de las compañías, a los intereses del imperialismo internacional, en particular los británicos, estadounidenses y sudafricanos. Hasta la Segunda Guerra Mundial, estos intereses se basaban principalmente en el aumento del valor de la tierra, los derechos mineros y los ferrocarriles, pero después del conflicto, los tentáculos de la economía internacional se infiltraron prácticamente en todos los sectores, especialmente en los no agrícolas. Este cambio en la política económica de las Compañías depende de varios factores: los derechos mineros y los ferrocarriles habían sido adquiridos por el gobierno en 1933 y 1939, el desarrollo económico favoreció en gran medida las inversiones en el sector industrial, aumentó el interés por controlar la producción de cromo y asbesto, así como por controlar la prensa diaria; todos ellos elementos que, además de incrementar los beneficios, tendían a restablecer el control político total frente al creciente poder de las clases burguesas nacionales. El grupo Anglo American Corporation (que comprende cuatro grandes empresas: Tanganyka Concession, De Beers, British South Africa Company y la propia A.A.C.), cuya base económica es la explotación minera en Sudáfrica, Zambia y Katanga, así como en la propia Rodesia; también controla la producción de carbón, ferrocromo y cemento de Rodesia, así como parte de la producción de hierro y acero, y posee el monopolio de la prensa diaria de Rodesia. En lo que respecta a la agricultura, invierte ampliamente en plantaciones de cítricos y caña de azúcar.
El sector del asbesto está controlado en un 90 % por la empresa británica Turner and Newall, que también ocupa un lugar destacado en la industria del cemento-asbesto. Otras empresas tienen una fuerte presencia en el sector de la extracción de oro, la ganadería y la producción de tabaco. En cuanto al sector manufacturero, cabe destacar que más de un tercio de las cincuenta grandes empresas manufactureras británicas ya tenían intereses directos en Rodesia en los años 50 y 60. Esto significa que la presencia del capital internacional se puede encontrar en todo el sector: una estadística de 1960 relativa a la actual Rodesia (antigua Rodesia del Sur) muestra que dos tercios de los beneficios brutos de las ventas acababan en los bolsillos de empresas controladas por capital extranjero.
Para hacer balance de la situación en vísperas del programa de reformas que se pondrá en marcha en los años 50, cabe recordar lo siguiente: la pequeña burguesía blanca se vio arrastrada por la concentración capitalista, mientras que los asalariados blancos mantuvieron su fuerte poder de negociación (a finales de los años 50, el salario medio de un trabajador blanco era muy superior a las mil libras anuales); los trabajadores de color seguían sin tener acceso a los puestos de trabajo más cualificados; las aspiraciones de la pequeña burguesía africana se vieron sofocadas, por un lado, por la tendencia a la concentración del capital y, por otro, en el ámbito agrícola, por las restricciones crediticias.
Si bien el orden establecido en los años treinta no logró impedir el nacimiento y el crecimiento del proletariado negro -y en ningún caso habría podido hacerlo, dado el desarrollo capitalista-, sí impidió el ascenso de una clase pequeña y media burguesa, lo que empujó a estas capas sociales a alinearse con el proletariado y el campesinado africano y a apoyar sus aspiraciones nacionalistas, en oposición a las clases blancas.