Partido Comunista Internacional Estudios del partido sobre China



LAS ENSEÑANZAS DE LA POLÉMICA RUSO-CHINA

(Prgramme Communiste. n.28 - 29 - 30, 1964)



PARTE I - Programme Communiste, N.28-1964
1. - La “construcción del socialismo en un solo país” a la luz del conflicto ruso-chino
2. - La “construcción del socialismo en un solo país” a la luz de la polémica chino-yugoslava
3. - La realidad ha destruido definitivamente la teoría de la “construcción” del socialismo en un solo país
   
   
PARTE II - Programme Communiste, N.29-1964
4. - La posición de los rusos sobre la naturaleza de la revolución china antes de 1956
5. - Las Comunas Populares y el Plan Septenal (1958-1961)
6. - Yugoslavia desde 1957 hasta septiembre de 1963
7. - Las posiciones rusas sobre China después de 1963
8. - Los trotskistas y Togliatti
   
   
PARTE III - Programme Communiste, N.30-1964
9. - La cuestión nacional y las revoluciones anti-coloniales
10. - Lenin en el 1914
11. - Las tesis sobre la cuestión nacional y colonial aprobadas en el segundo congreso de la Internacional Comunista
12. - Lenin en 1922





PARTE I

(Programme Communiste, n.28, 1964)


1. - LA “CONSTRUCCIÓN DEL SOCIALISMO EN UN SOLO PAÍS” A LA LUZ DEL CONFLICTO RUSO-CHINO


Rusia y marxismo

La revolución rusa no fue un “imprevisto” para el marxismo. La victoria del bolchevismo no es el resultado del “genio” de Lenin, de Trotsky o de otros, sino que representa la verificación del marxismo en la realidad histórica. Lenin no enriqueció ni un ápice la teoría marxista, sino que la defendió con un rigor absoluto durante casi treinta años. Entre estalinismo y marxismo, entre Stalin y Lenin, no hay el mínimo vínculo: hay, por el contrario, un abismo insalvable. Todo lo que se produjo en Rusia después de 1926 no representa una novedad para el marxismo y no lo contradice en nada, sino que constituye, por el contrario, la mayor victoria del marxismo por la simple razón de que Marx y Lenin lo habían previsto.

Hoy, nos encontramos solos defendiendo las tesis marxistas sobre la revolución rusa, las tesis establecidas por Marx y Engels, las tesis retomadas por Lenin que triunfaron en 1917, las tesis proclamadas ante el mundo entero para la primera revolución proletaria victoriosa de la historia.

Remitimos a los lectores a los dos textos Dialogato con Stalin y Dialogato coi morti (1956), y sobre todo a la obra monumental dividida en dos secciones “Rusia y Revolución en la teoría marxista” y “Estructura económica y social de la Rusia de hoy” que apareció in extenso en el periódico en lengua italiana de nuestro partido, Il Programma Comunista (años 1954 a 1957). Una parte de la segunda sección se encuentra traducida en el folleto en lengua francesa “L’économie soviétique de la révolution d’octobre à nos jours”.

Reiteramos nuevamente estas tesis contra todos los falsificadores, entre los cuales figuran, como demostraremos, los sedicentes comunistas chinos, que en su conflicto contra Rusia alardean de una ortodoxia que no tienen.

1 - A partir de 1848, Marx y Engels consideraban el despotismo zarista como el bastión más sólido de la contrarrevolución en Europa. Se auguraban, por lo tanto, su caída, ya fuera provocada desde el exterior (guerras de Alemania y de Polonia unidas contra Rusia en 1848; guerras ruso-turcas) o desde el interior (revolución).

2 - Ante la hipótesis de una revolución en Rusia, Marx y Engels aclararon su posición con extremo rigor. El problema se complicaba por la supervivencia en Rusia de formas de comunismo primitivo (mir). Se planteaba la cuestión: ¿podía la revolución rusa saltar la fase del desarrollo capitalista apoyándose en los mir? La respuesta de Marx, en el famoso prefacio a la edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista, es inequívoca: SÍ, si la revolución rusa puede soldarse a la revolución proletaria en Occidente. Más tarde, Engels constató la disolución del mir a consecuencia del desarrollo de la producción mercantil en el campo.

3 - Después de la significativa aparición del proletariado en la escena rusa y la formación del POSDR, Lenin constata la inevitabilidad del desarrollo capitalista en el campo y registra el paso de los defensores del mir a la idealización reaccionaria del atraso del campo ruso (populismo).

4 - Habiendo todos los marxistas descartado la utopía reaccionaria de los populistas, el “socialismo nacional ruso”, quedaba por resolver el problema de la acción del partido y del rol del proletariado en la revolución burguesa anti-zarista (Dos tácticas, 1905). Los marxistas rusos se escindieron en dos fracciones: los mencheviques que sostenían que el proletariado debía seguir a la burguesía en la revolución democrática y constituir solo una oposición parlamentaria después de la caída del zarismo; el bolchevismo que negaba que la burguesía rusa fuera capaz de comprometerse en una revolución radical contra el zarismo; atribuía, por lo tanto, el rol dirigente de la revolución burguesa al proletariado, aliado a los campesinos, y propuso la participación del partido proletario en el Gobierno Provisional, y por lo tanto una revolución radical contra el absolutismo feudal.

La táctica defendida por Lenin no representa ninguna novedad para el marxismo: es la única marxista y revolucionaria que el proletariado puede adoptar en el curso de una revolución burguesa; había sido teorizada por Marx y por Engels después de 1848. Véase en particular “El partido proletario y comunista y los movimientos nacionales y democráticos”, en Il Programma Comunista, n.14, 1961. Este vínculo riguroso con la teoría marxista fue sin tregua proclamado por Lenin, arrojado a la cara de Kautsky justo después de la victoria de Octubre: «Kautsky se compromete a demostrar, con citas de apoyo, una nueva idea –el retraso de Rusia– y de esta idea extrae la vieja deducción de que en la revolución burguesa no se habría podido ir más allá que la burguesía! Y todo esto en desprecio de todo lo que habían dicho Marx y Engels comparando la revolución burguesa de 1789-1793 en Francia con la revolución burguesa de 1848 en Alemania» (La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Obras, 28, p.305-306).

Para todos, la revolución rusa era, pues, una revolución burguesa, ¡con la sola excepción de los populistas, inventores de un socialismo original, nacional y paneslavista!

5. – La historia demostró en octubre de 1917 cómo una revolución burguesa podía muy bien ir más allá que la burguesía misma: la revolución de Octubre no “enriquece” el marxismo, sino que lo confirma. La revolución rusa transitará hacia una revolución doble, burguesa y proletaria.

6. – El contenido esencial del carácter burgués de la revolución rusa está representado por la abolición de la propiedad terrateniente y por la nacionalización de la tierra: «La propiedad privada de la tierra está abolida en Rusia desde el 26 de octubre de 1917, desde el primer día de la Revolución proletaria socialista. Así se sientan las bases más adecuadas desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo (lo que Kautsky no podía negar sin romper con Marx), al mismo tiempo que predispone el régimen agrario más abierto al paso al socialismo. Desde el punto de vista democrático-burgués, los campesinos revolucionarios rusos no pueden ir más allá; porque desde este punto de vista, no podrían recibir nada más “ideal” y más “radical” (siempre desde su punto de vista) que la nacionalización y el disfrute igualitario de la tierra» (p.324-325).

La abolición de la propiedad terrateniente y la nacionalización de la tierra derriban los obstáculos impuestos por el feudalismo a la formación del mercado interno. Después de 1917, toda la economía rusa tiende al capitalismo. Lenin, después de haberlo previsto durante veinte años, lo reconoce nuevamente en 1918 en su polémica con Kautsky, en un momento en que el bolchevismo espera la fusión de la doble revolución rusa con la revolución proletaria en Occidente, cuando Lenin concluye el texto que hemos citado con un saludo a la revolución proletaria alemana.

En 1919, la revolución alemana es aplastada. Pero en 1921, cuando impone la NEP, Lenin repite lo que decía en 1918 sin ningún “cambio”. La continuidad teórica del bolchevismo y la fidelidad al marxismo son perfectas.

7. – El contenido socialista de la doble revolución rusa es esencialmente político. Puede identificarse en tres factores:

 - Romper las cadenas de la guerra imperialista;

 - Denunció la traición de la Segunda Internacional y fundó la Internacional Comunista;

 - Reivindicó la teoría marxista en las cuestiones del Partido y del Estado en Rusia y en el resto del mundo (El Estado y la Revolución).

8. – La doble revolución rusa no podía ser recompensada con la victoria definitiva del proletariado (es decir, con su desaparición como clase) sin unirse a la revolución proletaria en Occidente. La degeneración del poder político proletario en Rusia no era inevitable. Es, sin embargo, un hecho histórico que esta degeneración ocurrió en las condiciones previstas por Marx y por Lenin: el aislamiento de la revolución rusa de la revolución proletaria occidental. También este hecho histórico nos da el derecho de afirmar que la degeneración del Estado proletario en Rusia representa una confirmación y no una negación del marxismo.

La contrarrevolución estalinista iniciada en 1926 quitó a la revolución rusa sus caracteres socialistas que, como nosotros habíamos identificado, eran de naturaleza política y no económica. Entrando en la Sociedad de las Naciones, aliándose en el curso de la segunda guerra mundial primero a la Alemania nazi, después a las democracias occidentales, participando con estas últimas en el reparto de las zonas de influencia en Yalta y Potsdam y en la fundación de la ONU, la URSS se convirtió en uno de los eslabones más sólidos de la cadena imperialista. La disolución de la Internacional Comunista en 1943 y el abandono de las posiciones marxistas sobre el Partido y el Estado acompañaron la entrada de la URSS en el concierto imperialista. En 1945, las conquistas socialistas de la revolución rusa estaban, pues, definitivamente destruidas. El Estado de Stalin ya no era un Estado proletario, ni siquiera “degenerado”.

Si la contrarrevolución destruyó el contenido socialista de la Revolución de Octubre, sin embargo, tuvo que desarrollar su contenido económico burgués. Este desarrollo se efectuó a través de un compromiso con los campesinos (forma koljosiana) que representa el verdadero contenido populista de lo que hemos definido la teoría de la “construcción del socialismo en un solo país”.

Es necesario hacer en este punto una importante observación. Si en el curso de la contrarrevolución el Partido bolchevique fue físicamente destruido por Stalin, el proletariado no se opuso a esta destrucción: la contrarrevolución estalinista no conoció ninguna fase de guerra civil abierta.

Este “argumento” constituye todavía hoy la objeción fundamental de los “trotskistas” a nuestra tesis de la degeneración completa y total de la Rusia soviética. Tal objeción supone un examen puramente formal y ajeno a la dialéctica del problema de las contrarrevoluciones, de la cual la rusa no es ciertamente la primera. El estudio de las contrarrevoluciones del pasado nos demuestra que la derrota o la victoria militar de una clase no siempre ha correspondido a su derrota o a su victoria social. Por ejemplo, la burguesía francesa fue derrotada militarmente en 1815 por el absolutismo europeo, pero la Restauración no pudo restablecer el Antiguo Régimen.

El análisis de una contrarrevolución no debe plantearse sobre una base restringida, sino conectada al vasto conjunto de las relaciones de clase y de Estados a escala mundial. En la época imperialista en particular. La posición marxista respecto a la contrarrevolución estalinista puede, pues, resumirse así:

– La actual economía rusa no solo no es socialista, sino que nunca lo ha sido. La contrarrevolución estalinista no ha significado la regresión de la economía rusa de un socialismo, que no existía, al capitalismo, sino una degeneración en la cual el desarrollo hacia el socialismo se ha transformado en una consolidación pura y simple del capitalismo, no solo en Rusia sino en todo el mundo. Esta degeneración pasa a través del compromiso con los campesinos y con la pequeña producción mercantil (en la forma koljosiana). La contrarrevolución estalinista no ha, pues, restaurado el capitalismo en Rusia, sino que ha permitido su desarrollo como modo de producción dominante (1)

– El poder socialista y proletario instaurado por la Revolución de Octubre se ha transformado en un poder político plenamente burgués a través de una degeneración lenta y gradual que no ha dado lugar a una guerra civil abierta.



2.- LA “CONSTRUCCIÓN DEL SOCIALISMO EN UN SOLO PAÍS” A LA LUZ DE LA POLÉMICA CHINO-YUGOSLAVA

Sin duda, hemos dado prueba en todo lo expuesto hasta ahora de un esquematismo ridículo y de lamentable abstracción respecto a una cuestión tan concreta y actual como la polémica ruso-china. Sin embargo, antes de proseguir con el examen de los problemas concretos, es necesario recordar que las tesis marxistas sobre la revolución rusa y sobre la contrarrevolución estalinista que hemos resumido aquí fueron restablecidas por nuestro Partido en 1951. Antes de demostrar que precisamente estos problemas abstractos que estudiamos en 1951 son hoy planteados por los dirigentes chinos en su polémica anti-rusa y anti-yugoslava, queremos dar esta breve definición: los problemas abstractos de hoy son los problemas concretos del futuro.

En 1964, la polémica ruso-china y chino-yugoslava presenta inmediatamente este macroscópico aspecto concreto: en su polémica, los chinos afirman perentoriamente que Yugoslavia es un país capitalista. Esta tesis clamorosa, concreta y actual de la polémica ruso-china, todos los interlocutores de los chinos (kruschevistas, titoistas, pro-castristas, trotskistas, etc.) la dejan prudentemente en la sombra. Inútil detenerse en las razones de esta prudencia. Cuando los dirigentes chinos sostienen brutalmente que la economía yugoslava es capitalista, destruyen todas sus mentiras sobre la “construcción del socialismo en un solo país”, del “país del socialismo”, del “campo socialista”, etc. No es casualidad que precisamente Togliatti, secretario del P.C. italiano y viejo zorro del estalinismo, haya calificado de “peligrosa” la tesis china sobre la existencia del capitalismo en Yugoslavia. En realidad, desde un punto de vista estrictamente lógico, si se comienza a admitir que Yugoslavia es un país capitalista, ¿por qué no reconocer que la URSS y China, Polonia y Albania, en breve, todos los países del armonioso “campo socialista” lo son igualmente?

Nuestro partido no “dialoga” con nadie y no “compite” con nadie, no es un “grupo de presión” o un “círculo de estudios”: es el partido de la Revolución Comunista. El camino que conduce de la contrarrevolución a la revolución, nuestro Partido lo recorre desde hace treinta años al menos y nunca lo ha abandonado para adentrarse en los callejones sin salida donde se exhiben los prostitutos de la actualidad. La polémica ruso-china es uno de los hechos históricos que, destruyendo la leyenda del “socialismo en un solo país”, volverán a poner al proletariado en el camino de la revolución comunista y del partido de clase. No sorprende que la historia elimine a los seguidores de la actualidad concreta. Por lo que a nosotros respecta, desde hace mucho tiempo esperamos ver a los “concretistas” lidiando con una realidad que los destruye, con esta realidad concreta constituida por las contradicciones del capitalismo internacional, por el proletariado revolucionario y por la revolución comunista.

Veamos cómo los dirigentes chinos formulan la tesis de que la economía yugoslava es capitalista. Un artículo aparecido en el Remin Ribao y en el Hongqi el 26 de septiembre de 1963 (la responsabilidad de la traducción recae en las Editions Oriente que están directamente financiadas por Pekín y son, por lo tanto, intérpretes “autorizados” del evangelio maoísta) es interesante porque expone todos los argumentos chinos sobre el capitalismo yugoslavo.

En un primer momento, los teóricos del Rimin Ribao insisten en la existencia de empresas “artesanales” en la industria y de una pequeña producción mercantil en el campo: «Según el Memento de statistique de la Yugoslavia, en 1963 se cuentan en Yugoslavia más de 115.000 empresas “artesanales” privadas”. Los usureros son particularmente activos en el campo yugoslavo. Ciertos individuos sacan ventaja de la situación difícil de los desempleados». «Las cooperativas generales de trabajadores agrícolas y las granjas colectivas emplean un gran número de obreros, y entre ellos jornaleros, a los que explotan duramente». Los teóricos del Rimin Ribao concluyen esta primera parte de sus argumentos con esta pregunta: «¿Cómo se puede pretender que ya no hay capitalismo en Yugoslavia?».

Con toda su solemnidad, esta pregunta es fácil de volver contra los chinos. Los fenómenos denunciados por los maoístas en Yugoslavia existen en la misma medida, si no superior, en todo el “campo socialista”. ¿Acaso no pululan los “usureros” en el campo chino? ¿No hay ya “empresas artesanales” en China? ¿Acaso las “granjas colectivas” chinas no emplean “un gran número de obreros y entre ellos jornaleros, a los que explotan duramente”? La misma pregunta puede plantearse a vosotros mismos, señores maoístas: «¿cómo se puede pretender que ya no hay capitalismo en China?»

El primer argumento de los chinos contra los yugoslavos es, pues, de una desoladora banalidad: conduce a reconocer que después de treinta años de victoriosa “construcción del socialismo”, el socialismo... no ha sido “construido” en ninguna parte. Las clases dominantes de todo el mundo lo han entendido, aunque finjan lo contrario ante las masas y la opinión pública. Hoy Pekín está obligada a levantar el velo que disimula la realidad capitalista de un “campo socialista” puramente ficticio: he aquí, indudablemente, un primer paso hacia la confesión total que la contrarrevolución estalinista se verá obligada a hacer. Pero este primer paso no quita nada al papel contrarrevolucionario pasado y presente del maoísmo, variante china del estalinismo, e igualmente no modifica en nada su papel futuro.

Los teóricos del Rimin Ribao prefieren, sin embargo, no insistir demasiado en las “empresas artesanales” y en la pequeña producción de mercancías en el campo yugoslavo. La verdadera novedad del artículo reside en definir la economía yugoslava como capitalista. Los dirigentes chinos son contrarios a utilizar la categoría de moda en las universidades: la burocracia, sociología vulgar, un batiburrillo ideológico que quedará en los anales de la historia de las aberraciones del pensamiento humano. En primer lugar, es interesante recordar que Djilas, el ex brazo derecho de Tito, teorizaba a propósito de Yugoslavia precisamente la formación de una “nueva clase”: la burocracia. El libro de Djilas, La nueva clase, se ha convertido en un “clásico” de la sociología norteamericana, así que los ideólogos de Pekín se encuentran sin saberlo en compañía de Djilas y de los profesores norteamericanos. ¿Qué podría ser más cómico?

El lado cómico del asunto se acentúa cuando los maoístas se lanzan a expresiones de este tipo: «Degeneración de la dictadura del proletariado, transformada por la camarilla de Tito en dictadura de la burguesía burocrática y compradora». Lo que obliga al válido traductor de las Ediciones Oriente a añadir esta nota que tiene el mérito de la exactitud: «Término aquí empleado por analogía a aquella parte de la burguesía nacional que, en China, antes de la Liberación, tenía la función de comprar por cuenta de los capitalistas extranjeros las mercancías destinadas a la exportación».

Por lo que parece, los únicos “mercaderes” burgueses que el maoísmo conoce son los burgueses “burocráticos y compradores” de la China de Chiang Kai-shek. La única forma de capital que los dirigentes chinos se preocupan por combatir es la forma antediluviana del capital comercial. Para los ideólogos de Pekín, evidentemente, el capital industrial y la burguesía industrial son altamente progresivos y útiles al interés nacional de la “Gran China”. Todo esto es lógico y corresponde a la función burguesa-revolucionaria del maoísmo, en la fase de la industrialización capitalista que recorre actualmente China.

Lo que no es absolutamente lógico, lo que no es solo ridículo sino aberrante, fue la pretensión del maoísmo de 1929 a 1949 de hacer combatir al proletariado chino contra la sola “burguesía burocrática y compradora”; es la pretensión del maoísmo de agitar ante el proletariado, no solamente de la China atrasada sino del Occidente superindustrializado, el espectáculo antediluviano de la “burguesía burocrática y compradora”, ¡y esto en 1964!

Recurriendo, pues, a aquella categoría de la sociología burguesa que es la burocracia, los ideólogos de Pekín presuponen dos conceptos completamente diferentes. El primero, lo hemos visto, consiste en la “burguesía burocrática y compradora”. En el lenguaje marxista esto significa “capital comercial”. Históricamente, la forma “mercantil” del capital precede a su forma industrial. Este hecho se verificó también en China, a pesar de las modificaciones aportadas por el imperialismo. Auténticos representantes del desarrollo del capital industrial en China, los maoístas combatieron el capital mercantil chino aliado al imperialismo, la “burguesía burocrática y compradora” de Chiang Kai-shek. Todo esto es lógico en China. No en Europa. Cuando los maoístas escriben que en Yugoslavia existe «la dictadura de la burguesía burocrática y compradora», «la dominación del capital burocrático y comprador», caen en un abismo ridículo y aberrante.

Los ideólogos de Pekín superponen a esta cómica transposición a Occidente de la forma mercantil del capitalismo chino, la categoría de la sociología vulgar norteamericana, la burocracia.

Naturalmente, proceden a esta extraña operación con la gracia clásica del elefante en la cristalería. Su definición de la burocracia es tan grosera que, en comparación, incluso el libro de Djilas parece elevarse a las cimas de la penetración teórica. Esto es lo que los ideólogos de Pekín han llegado a escribir: «Mediante la recaudación de impuestos e intereses, la camarilla de Tito se apropia de los beneficios de las empresas. Según los datos del Informe de Actividad de 1961 del Consejo Ejecutivo Federal yugoslavo, se apodera así de las tres cuartas partes aproximadamente de las ganancias netas de las empresas». «Los frutos del trabajo del pueblo de los que Tito se apropia sirven esencialmente para satisfacer los despilfarros de esta camarilla de burócratas».

¡Y todo esto querría pasar por un análisis marxista de la economía yugoslava! ¡La “camarilla de Tito” representa al mismo tiempo el Estado y la economía! ¡La “voluntad” de la camarilla de Tito es la causa primera de toda “explotación”! ¿Por qué existe el capitalismo en Yugoslavia? “Porque –responden los ideólogos de Pekín– existe la camarilla de Tito”. ¿Por qué la camarilla de Tito “se apropia de los frutos del trabajo del pueblo”? “Porque, responden los ideólogos de Pekín, la camarilla de Tito quiere dilapidar las riquezas producidas por el pueblo”. Y así sucesivamente hasta el infinito. Según los maoístas, esta “camarilla” consigue incluso dilapidar “las tres cuartas partes aproximadamente de los ingresos netos de las empresas”. Según los ideólogos de Pekín, la “camarilla de Tito” no está obligada a obedecer leyes económicas determinadas, en este caso las del modo de producción capitalista: hace y deshace en el ámbito económico; ¡es una “camarilla”, eso es todo! La recaudación de impuestos no se hace en interés de las empresas: en otros términos, para los ideólogos chinos la “camarilla de Tito” no es un instrumento de las empresas capitalistas yugoslavas. ¡Son, por el contrario, las empresas las que son un instrumento de la “camarilla”! La economía yugoslava existe solamente en función de esta “camarilla” y no al revés. Las “dilapidaciones”, las francachelas de la “camarilla de Tito” representan para los maoístas la causa primera, el motor inmóvil de la sociedad y de la economía yugoslavas. Marx, hace un siglo, escribió cuatro tomos titulados El Capital. ¡Qué ingenuidad! ¡Debería haber titulado su obra “El desvarío”!

Con la “mala voluntad” de la “camarilla de Tito”, que “dilapida” “los frutos del trabajo del pueblo” yugoslavo, que se da a la buena vida “con las tres cuartas partes aproximadamente de los ingresos netos de las empresas” extorsionadas gracias a la “recaudación de impuestos”, los maoístas explican la naturaleza capitalista de la economía yugoslava. ¿Por qué este razonamiento no podría aplicarse a la “camarilla de Mao”, a la “camarilla de Pekín”? Es claro lo que está sucediendo: los dirigentes de Pekín hablan de los “malos” de Belgrado y de Moscú, mientras que los dirigentes de Belgrado y de Moscú a su vez hablan de los “malos” de Tirana y de Pekín, “sedientos de sangre”, émulos de Gengis Khan. ¿Estaríamos ante una polémica “marxista” cuando el debate no alcanza siquiera el nivel (si así se puede decir) de la ideología burguesa y de la sociología vulgar? La polémica ruso-china y chino-yugoslava no es ni teórica ni ideológica: los “argumentos” de esta polémica son fabricados en las oficinas diplomáticas de los Estados interesados. ¡¿Y de este debate “elevado” sobre las “dilapidaciones” de estas “camarillas” debería depender la suerte del proletariado internacional?!

El tercer elemento que utilizan los dirigentes chinos para sostener que la economía yugoslava es capitalista presenta al menos una apariencia de marxismo. Se trata de la cuestión de la centralización o descentralización de la economía. En este ámbito, los maoístas piensan tener ventaja, pero no hacen sino probar su mala fe. En la página 11 del texto que hemos citado, recuerdan justamente la polémica de Lenin contra la “oposición obrera” y acusan al sistema de la “autogestión” yugoslava de no tener nada en común con el socialismo. Desde un punto de vista formal, ningún leninista puede sostener que los chinos se equivocan en esto. En cualquier caso, no es ciertamente de Mao de quien podemos aprender estas cosas. El Partido Comunista Internacional fue la única corriente de la oposición anti-estalinista en denunciar desde el principio la desviación anti-marxista representada por el sistema yugoslavo de la “autogestión”. En 1952, nuestro Partido “defendió” a Stalin frente a las acusaciones de los titoistas sobre la cuestión de la centralización de la economía. En 1957, en el texto Los fundamentos del comunismo revolucionario aparecido en el n° 1 de Programme Communiste, denunciamos en el kruschevismo la victoria de las tesis titoistas en materia de descentralización. Finalmente, en 1962, ante el triunfo de las posiciones del economista Liberman y ante la división del PCUS en dos secciones, agrícola e industrial, nuestro Partido reconoció la victoria definitiva del titoísmo en la Rusia de Kruschev. Si, pues, la frase “histórica” pronunciada por Kruschev en Eslovenia, ante el mariscal Tito: «Las “diferencias” que existían entre los partidos comunistas de la Unión Soviética y de Yugoslavia están zanjadas», si, pues, esta frase “histórica” pudo sorprender a alguien, ¡ciertamente no a nosotros!

Pero la concordancia formal de las tesis maoístas con la teoría marxista no consigue disimular la hipocresía y la mala fe de los chinos que recurren en su polémica anti-yugoslava a un truco mezquino: la identificación de la centralización económica con el socialismo. Ni una palabra sobre el hecho de que la centralización económica es ante todo una consecuencia del capitalismo, consecuencia que el socialismo conserva. Por esto están obligados a suavizar las citas de Marx y de Engels a las que recurren. He aquí un pequeño ejemplo de este modo chino, todo estalinista, de citar a los clásicos del marxismo. En la página 11 del texto citado encontramos: «En el Anti-Dühring, Engels afirma: “El proletariado se apodera del poder del Estado y transforma los medios de producción en propiedad del Estado”».

Para los maoístas, aquí está todo el pensamiento de Engels. La manera es interrumpir las citas en el punto donde “sirve”. Esta es la cita completa: «Pero ni la transformación en sociedades por acciones, ni la transformación en propiedad del Estado suprime la cualidad de capital de las fuerzas productivas. Y el Estado moderno no es a su vez sino la organización que la sociedad burguesa se da para mantener las condiciones exteriores generales del modo de producción capitalista contra las intromisiones que vienen tanto de los obreros como de los capitalistas individuales. El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista: el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo en la imaginación colectiva. Cuanto más hace pasar las fuerzas productivas a su propiedad, más se convierte en capitalista colectivo, de hecho, más explota a los ciudadanos. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. La relación capitalista no está suprimida, está al contrario llevada a su punto culminante. Pero llegado a su punto culminante, se invierte. La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es la solución del conflicto, sino que encierra en sí el medio formal, el mecanismo de la solución».

Engels habla aquí de “relación capitalista”, afirma que “la relación capitalista no está suprimida”, de hecho “los obreros siguen siendo asalariados, proletarios”, incluso con “la propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas”. El “conflicto” esencial contenido en la “relación capitalista”, el “conflicto” entre capital y trabajo asalariado, no puede resolverse sino con la destrucción de los dos términos en conflicto, con la destrucción del capital y del trabajo asalariado. El trabajo asalariado, la antítesis, no puede destruir la tesis, el capital, sin autodestruirse. Engels no juega con fórmulas hegelianas, como no dejarán de pensar los “extremistas de izquierda” que sonríen frente a nuestra continua referencia al “dogma” marxista. La dialéctica con la que tenemos que ver, por mucho que pueda disgustar al “anti-dogmatismo” hoy de moda, es el reflejo de la dialéctica real del modo de producción capitalista en el cerebro impersonal del partido de clase. Esto es tan cierto que esta dialéctica real ha permitido a Engels prever lo que hoy embaraza tan crudamente a los ideólogos rusos, yugoslavos y chinos, así como, evidentemente, a todos los “extremistas anti-dogmáticos”: la propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no suprime la relación capitalista, ni suprime el conflicto entre capital y trabajo asalariado.

Desde el punto de vista histórico, si el capitalismo nace, se desarrolla y entra en decadencia antes de morir; si, como medio histórico específico de producción, recorre sucesivamente fases diferentes, en cuanto modo genérico de producción, reproduce una sola relación esencial (la asalariada) y es reproducido por esta misma.

Engels define implícitamente, en el pasaje citado del Anti-Dühring, las determinaciones esenciales de la relación capitalista: producción de mercancías, trabajo asalariado. Queremos, sin embargo, reproducir, por su claridad absoluta, una página inédita de los manuscritos de Marx, que vamos a publicar como “Sexto capítulo de El Capital”. Marx escribe, pues, (El proceso de producción capitalista visto en su conjunto):  

«Se obtiene de la producción un valor superior a la suma de valores anticipados para el proceso de producción y en su curso. La misma producción de mercancías aparece como medio para este fin, así como en general el proceso de trabajo aparece solo como medio del proceso de valorización. Debe entenderse aquí el proceso de valorización como proceso de creación de plusvalía, y no en el sentido que tenía previamente, como proceso de creación de valor.

«Pero este resultado se obtiene en la medida en que el trabajo vivo que el obrero debe ejecutar, y que se objetiva luego en el producto de su trabajo, es mayor que el trabajo contenido en el capital variable gastado en el salario; en otros términos, del trabajo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo.

«En cuanto el valor anticipado se convierte en capital solamente reproduciendo plusvalía, la génesis del capital reposa ante todo, como proceso de reproducción capitalista, sobre estos dos elementos:

«En primer lugar, la compra y la venta de la capacidad de trabajo, es decir, un acto que se desarrolla en la esfera de la circulación, pero que, si se considera el conjunto del proceso de producción capitalista, no es solamente uno de sus elementos y su premisa, sino como su resultado constante.

«Esta compra y esta venta de la fuerza de trabajo implican la separación de las condiciones objetivas del trabajo –es decir, de los medios de subsistencia y de producción– de la fuerza viva del trabajo, siendo esta última la única propiedad de la que dispone el obrero y la única mercancía que puede vender.

«Esta separación está tan avanzada que las condiciones de trabajo se presentan al obrero como personas autónomas, el capitalista, su poseedor, no siendo más que su personificación en oposición al obrero, simple poseedor de la capacidad de trabajo. Esta separación y esta autonomía son una condición preliminar para la compra y la venta de la fuerza de trabajo y para la incorporación del trabajo vivo al trabajo muerto para conservarlo y acrecentarlo, es decir, para su auto-valorización.

«Sin este intercambio del capital variable contra la fuerza de trabajo, no habría ninguna auto-valorización del capital total, y por lo tanto ninguna formación de capital, ni ninguna transformación de los medios de producción y de subsistencia en capital.

«En segundo lugar, está el verdadero proceso de producción, es decir, el verdadero proceso de consumo de la fuerza de trabajo comprada por el poseedor de mercancías y de dinero.

«En el proceso de producción real, las condiciones objetivas del trabajo –materia prima y medios de trabajo– no sirven solamente para objetivar el trabajo vivo, sino para objetivar más trabajo del que contiene el capital variable. Sirven, pues, como medio de absorción y de extorsión de la plusvalía, que se manifiesta en el plusvalor (y en el plusproducto).

«Consideremos ahora los dos elementos: 1° el intercambio de la fuerza de trabajo contra el capital variable; 2° el verdadero y propio proceso de producción (en el que el trabajo vivo está incorporado como agente en el capital). El conjunto del proceso aparece como un proceso donde: 1° menos trabajo objetivado es intercambiado contra mayor trabajo vivo, puesto que de hecho el capitalista recibe del trabajo vivo a cambio del salario; y 2° las formas objetivadas que el capital reviste inmediatamente en el proceso del trabajo, los medios de producción (por lo tanto, aún trabajo objetivado) como medio para exprimir y absorber este trabajo vivo. Todo forma un proceso que se desarrolla entre el trabajo vivo y el trabajo objetivado. Este proceso no transforma solamente el trabajo vivo en trabajo objetivado, sino también el trabajo objetivado en capital, y por lo tanto también el trabajo vivo en capital. Es, pues, un proceso donde hay producción no solo de mercancías, sino de plusvalía, y por lo tanto de capital.

«Los medios de producción revisten aquí la forma no solamente de medios para la realización del trabajo, sino al mismo tiempo de explotación del trabajo de otros».

Carlos Marx establece que «la creación del capital reposa ella misma, ante todo, como el proceso de producción capitalista, sobre estos dos elementos: 1° el intercambio de la fuerza de trabajo contra el capital variable; 2° el verdadero proceso de trabajo (donde el trabajo vivo está incorporado como agente del capital)». Carlos Marx demuestra que el primer elemento sobre el cual se funda “el proceso de producción capitalista”, es decir, “la compra y la venta de la capacidad del trabajo”, no es simplemente “un acto que se desarrolla en la esfera de la circulación”, no es, en otros términos, un acto que forma parte de la circulación y de la distribución de la ganancia, sino que «si se considera el conjunto del proceso de producción capitalista, no es solamente uno de sus elementos y su premisa, sino su resultado constante». El proceso de producción capitalista, pues, en cada una de sus fases históricas, es generado por esta relación esencial que genera a su vez: la compra y la venta de la capacidad de trabajo. Esta relación es, pues, “no solamente uno de sus elementos y la premisa” del proceso de producción capitalista, “sino también su resultado constante”. Como el capital no es ni el título de propiedad, ni la persona de Ford, sino un proceso histórico, económico, social, este proceso mismo produce sus propias condiciones en cuanto resultados y reproduce en sus resultados sus propias condiciones. Es por esto que Carlos Marx puede escribir lo que se encuentra con letras de fuego en sus “Anales de la prehistoria humana” que son los capítulos de la octava sección del primer libro de El Capital: «Esta compra y esta venta de la fuerza de trabajo implica la separación de las condiciones efectivas del trabajo –es decir, de subsistencia y de producción– de la fuerza viva del trabajo, siendo esta última la única propiedad de la que dispone el obrero y la única mercancía que puede vender».

De la acumulación primitiva al imperialismo, de la manufactura a la “propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas”, la relación esencial del proceso de producción capitalista es una: “La separación de las condiciones objetivas del trabajo de la fuerza viva del trabajo”, también llamada la transformación en mercancía de la fuerza de trabajo, y la transformación en capital “de las condiciones objetivas del trabajo, es decir, de los medios de subsistencia y de trabajo”. Estamos, pues, ante «un proceso que se desarrolla entre el trabajo vivo y el trabajo objetivado. El proceso no transforma solamente el trabajo vivo en trabajo objetivado, sino también el trabajo objetivado en capital, y por lo tanto también el trabajo vivo en capital».

Después de 1848, nuestro programa implica, pues, la lucha por un proceso de producción social en el cual el trabajo vivo se transforma sí en trabajo objetivado, pero en el cual el trabajo objetivado no se transforma en capital: en el cual, pues, el trabajo objetivado esté al servicio del trabajo vivo, y no inversamente el trabajo vivo al servicio del trabajo objetivado, como ocurre cuando el trabajo vivo y el trabajo objetivado asumen la forma capital. Y para que esto pueda verificarse lo sabemos desde 1848: que debe ser destruida la relación esencial del capitalismo: la compra y la venta de la capacidad del trabajo.

Sabemos también desde hace igual tiempo que la propiedad jurídica de los medios de producción no es en absoluto la esencia de la relación capitalista, y tampoco necesitamos descubrir el Estado capitalista colectivo de Engels o la asociación única de los capitalistas de Marx para no encontrar nada nuevo en el capitalismo de Estado: la escuela marxista ha anticipado estas formas que la realidad confirma. Con gran terror de nuestros enemigos porque desde 1848 sabemos que «esta separación se ha extendido tanto que las condiciones de trabajo se presentan al obrero como personas autónomas, el capitalista, su poseedor, que no es más que su personificación en oposición al obrero».

De todo esto, los maoístas no saben nada. Hasta tal punto que si nosotros, que hemos definido desde su nacimiento al régimen de Tito como capitalista, tuviéramos que elegir hoy entre Kruschev que define “socialista” a Yugoslavia y Mao que la etiqueta como “capitalista”, no sabríamos a cuál de los dos asignar la palma del anti-marxismo.

***

La “cuestión yugoslava”, para nuestra desgracia y la de nuestros lectores, no termina aquí. En su polémica, los chinos plantean aún dos importantes cuestiones a las que debemos referirnos antes de extraer conclusiones generales.

Los maoístas sostienen que en 1945 se instauró no solamente un poder político socialista en Yugoslavia, sino que se produjo simultáneamente una transformación socialista de la economía. En el artículo citado, hablan repetidamente de “leyes socialistas planificadas”, de “empresas que, en su origen, eran propiedad de todo el pueblo”, para concluir: «El sector económico de la propiedad de todo el pueblo ha degenerado en economía de capitalismo de Estado» y «La degeneración del poder de Estado en Yugoslavia ha desembocado en la destrucción del sistema económico socialista». Y añaden: «La degeneración del poder de Estado en Yugoslavia no ha estado acompañada de un derrocamiento del viejo poder por medio de la violencia (...) Los mismos individuos, la camarilla de Tito, detentan el poder». «La restauración del capitalismo en Yugoslavia nos enseña que en un país socialista la restauración del capitalismo no se produce necesariamente con un golpe de Estado contrarrevolucionario, ni con una invasión armada del imperialismo, se puede producir también con la degeneración del grupo dirigente del país».

Al inicio de este análisis de la cuestión yugoslava a la luz de la polémica ruso-china, hemos recordado que los problemas “abstractos” son los problemas concretos del futuro. Cuando nuestro Partido afrontó en 1951 el análisis de la contrarrevolución estalinista, tuvo que resolver el problema de la ausencia “de una invasión armada del imperialismo” y de una “guerra civil”. Hemos recordado qué solución dimos a este grave problema de la contrarrevolución. Los maoístas, ante todo, por razones que no tienen nada que ver con el marxismo sino solamente con los intereses del Estado chino, para sostener hoy que la economía yugoslava es capitalista se encuentran ante el mismo problema. Pero el modo en que lo resuelven no es solamente una obra maestra de anti-marxismo: ¡es un insulto innoble al socialismo!

Ni Lenin, ni nosotros, ni ningún marxista ha sostenido jamás que la economía rusa se había vuelto socialista en 1918, o en 1923, o en 1926. La contrarrevolución estalinista destruyó en Rusia el poder político socialista. Esta contrarrevolución no sobrevino, es cierto, a consecuencia de una invasión conducida por el imperialismo y tampoco se desató en el interior de una guerra civil propiamente dicha. Pero es un hecho histórico que se realizó con “un golpe de Estado contrarrevolucionario”, para utilizar los términos de los ideólogos de Pekín; es un hecho histórico que destruyó al partido bolchevique en el interior de Rusia y de la Internacional Comunista en el mundo entero; es un hecho histórico que tuvo que asesinar a la flor y nata del proletariado revolucionario ruso y que después de su paso “los mismos individuos... ya no detentaban el poder”.

Los maoístas sostienen que en 1945 no solamente se instauró un poder político socialista en Yugoslavia, sino que también se “construyó” una economía socialista. Y tienen la pretensión de convencer al proletariado mundial de que “los mismos individuos”, el mismo “grupo dirigente”, la “camarilla de Tito”, gobernaba la Yugoslavia económicamente y políticamente socialista y gobierna hoy la Yugoslavia económicamente y políticamente capitalista.

Si, por hipótesis absurda, fuera cierto, los maoístas solamente habrían conseguido probar que una economía socialista puede degenerar en economía capitalista del modo más pacífico posible, sin violencia; lo que volvería a probar la superioridad del modo de producción capitalista sobre el modo de producción socialista, a probar que el capitalismo puede reabsorber pacíficamente el socialismo. En realidad, el “socialismo” del que hablan los maoístas es el capitalismo puro y simple. Las “leyes de la economía socialista planificada” con las que se embriagan los ideólogos de Pekín son las leyes estalinistas de la “progresión geométrica de la producción”, las leyes del Capital y de sus adoradores.

Si hoy mil pruebas reales demuestran la veracidad de nuestras afirmaciones, los maoístas mismos nos proporcionan la milésima primera por boca de sus acólitos de Tirana. Porque, entre todas las cosas extrañas que se pueden ver en este mundo, está esta: mientras los maoístas escriben que de 1945 a 1948 la economía yugoslava era socialista, los albaneses escriben exactamente lo contrario en un artículo titulado “La cooperación económica de los revisionistas yugoslavos”. En “Zeriti populi” del 6 de junio de 1963, en Edizioni Oriente, n.3, acusan a Tito de haber intentado colonizar Albania en 1945: «esta actitud y esta política de los revisionistas yugoslavos era del todo idéntica a la política de subyugación practicada por los fascistas italianos con respecto a nuestro país».

Dado que los chinos han publicado este artículo, consideramos que lo comparten. Lo que definen “economía socialista planificada” (instaurada en Yugoslavia en 1945) no es, pues, por su propia admisión, sino una economía capitalista pura y simple, y los gobiernos que la han “construido” conducen una “política idéntica a la política fascista”. El “socialismo nacional” conduce, pues, a los mismos resultados que el “nacional-socialismo”.

Gracias, nosotros siempre lo hemos sabido y siempre lo hemos afirmado.



3. - LA REALIDAD HA DESTRUIDO DEFINITIVAMENTE LA “TEORÍA” DE LA “CONSTRUCCIÓN” DEL SOCIALISMO EN UN SOLO PAÍS

Mao no ha declarado la guerra a Yugoslavia por deporte o para hacer alarde de una ortodoxia inexistente. En sus manos, Yugoslavia no es más que una pieza que utiliza contra Kruschev. Sosteniendo que Yugoslavia es un país capitalista, Mao se reserva la posibilidad de decir otro tanto mañana de la Rusia kruschevista. En este juego diplomático-ideológico, puede utilizar la excomunión estalinista de Yugoslavia en 1948.

Pero en esta escaramuza ideológica, Kruschev podría ser más estalinista que Mao y batirlo en su propio terreno, porque Stalin nunca admitió que la revolución maoísta hubiera alcanzado la “etapa” socialista y, después, tampoco Kruschev lo ha hecho. Hasta tal punto que, mientras Mao deberá forjar audaces sofismas para explicar al proletariado chino e internacional “la degeneración pacífica de Yugoslavia y de la URSS del socialismo al capitalismo”, Kruschev no necesitará dar ninguna explicación para sostener la reciente y sorprendente “nacionalización” de China porque nunca reconoció que allí se hubiera “edificado el socialismo”. Para Stalin como para Kruschev, China ha vencido al imperialismo y se está esforzando en luchar contra el “feudalismo”. ¡Eso es todo!

Así se derrumba la teoría de la contrarrevolución, la “construcción del socialismo en un solo país”. La ironía de la historia ha querido que haya más de un país que quiera construir el socialismo en casa; la ironía de la historia ha querido que los países que han construido el socialismo en un solo país se acusen recíprocamente de haber construido el capitalismo; la ironía de la historia querrá quizás mañana que estos mismos países se declaren la guerra.

Pero el proletariado internacional, a través de su partido de clase, ya en 1926 proclamó contra Stalin que el socialismo nacerá solo después de la revolución comunista mundial, de la destrucción del capitalismo en todos los países.


PARTE II

(Programme Communiste, n.29-1964)

En la primera parte de este estudio para extraer las enseñanzas de la polémica ruso-china, hemos demostrado que la ruptura entre Moscú y Pekín destruye definitivamente la teoría anti-marxista “de la construcción del socialismo en un solo país”. Después de habernos referido a las tesis marxistas esenciales sobre la revolución rusa y su degeneración, hemos analizado las posiciones maoístas sobre la naturaleza capitalista de Yugoslavia, poniendo de manifiesto que chinos, rusos y yugoslavos son igualmente anti-marxistas. Antes de proceder al examen de la polémica ruso-china a propósito de las revoluciones anti-coloniales, quisiéramos añadir algunas observaciones para completar esta parte de este estudio.



4. - LA POSICIÓN DE LOS RUSOS SOBRE LA NATURALEZA DE LA REVOLUCIÓN CHINA ANTES DE 1956

Concluíamos la primera parte recordando que “Stalin nunca reconoció que la revolución maoísta hubiera alcanzado la etapa socialista” y que “para Stalin, China había vencido al imperialismo y se estaba esforzando en luchar contra el ‘feudalismo’”. La posición ideológica de los estalinistas frente a la victoria del maoísmo en China, de 1949 a 1956, merecería un análisis profundo. Nos limitaremos a probar con la ayuda de algunas citas la exactitud de lo que afirmamos.

En el informe de las celebraciones dadas en honor del septuagésimo aniversario de Stalin (diciembre de 1949), al que Mao asistió, la Pravda distinguía sutilmente entre “las democracias populares comprometidas en la lucha por la edificación del socialismo” y China, que solamente había roto “el yugo de la opresión colonial”. En 1951, las Izvestia criticaron duramente la opinión según la cual la revolución china habría superado los límites de una revolución democrático-burguesa y “antifeudal” e implicaría elementos socialistas. En un debate organizado por la Academia de Ciencias Soviética en noviembre de 1951, Zukov declaró que China estaría absorbida aún por “mucho tiempo” en la eliminación de las “vestigios del feudalismo”, y negó que se pudiera “proponer a China como modelo para las revoluciones nacionales, populares y democráticas de Asia”. V. Avarnic, en un artículo de febrero de 1950 en Voprosy Economiki, asignaba a la revolución china la tarea de “crear las condiciones preliminares que le permitirán un día comprometerse en la construcción de las bases de la economía socialista”.

La teoría menchevique de la “revolución por etapas”, que había servido al maoísmo para desterrar la doble revolución en China, se revelaba, pues, un arma de doble filo. Stalin y sus sucesores la utilizaron en efecto para prohibir a China “alcanzar la etapa socialista”, en otras palabras, industrializar China de manera capitalista.



5. - LAS COMUNAS POPULARES Y EL PLAN SEPTENAL (1958-1961)

La historia probablemente considerará que la humanidad en el período 1958-61 –en Europa sobre todo– alcanzó la cima del cretinismo colectivo. Pero quien echa un vistazo a las dos décadas que nos separan del final de la Segunda Guerra Mundial puede distinguir otras dos cumbres de locura colectiva, que acompañaron la destrucción de toda energía revolucionaria de la clase obrera. Entre 1944 y 1947, el período de la “unidad antifascista”, millones de hombres creyeron que, muertos los “criminales de guerra” Hitler y Mussolini, los Cuatro Grandes inaugurarían la era de la “paz, la democracia y el socialismo”. Luego, entre 1949 y 1953, los mismos creyeron en la guerra inminente entre el “campo socialista” y el “campo imperialista”. Pero entre 1958 y 1961 –desde el nacimiento de las Comunas Populares en China hasta el lanzamiento de los planes de 7, de 15 años y de 20– estas cumbres de la locura serán superadas. Hoy, mientras la ruptura entre Rusia y China toca la campana fúnebre de la contrarrevolución estalinista y se acerca la hora de la verdad y del ajuste de cuentas, mientras aparecen en el horizonte los primeros signos amenazantes de la crisis económica y de la guerra imperialista, de la que surgirá la revolución proletaria, solo hoy se puede medir la cima de impostura e infamia que alcanzó el oportunismo entre 1958 y 1961.

En 1958, no solamente las causas reales y objetivas que habrían llevado a la ruptura ruso-china ya existían, sino que eran perfectamente conocidas y discutidas en el círculo restringido de la diplomacia secreta de los Estados orientales y occidentales (2). Sin embargo, nada se filtraba al exterior en los discursos de los primeros ministros o en las columnas de los periódicos: aparentemente Kruschev y Mao proseguían entonces el idilio más tierno de toda la historia de las relaciones entre China y Rusia.

¡Piénsese en la “loca” atmósfera de aquellos años! Desde lo alto de la tribuna del XX Congreso, Kruschev lanzaba la “coexistencia pacífica” y sus revelaciones sobre el “culto a la personalidad” y los “crímenes de Stalin”. China predicaba los Cinco Principios de la coexistencia pacífica en las conferencias de Colombo y Bandung en 1954 y 1955 y proclamaba en Varsovia en 1957, por boca de Mao, la doctrina de las “Cien Flores”, que a todos pareció más kruschevista que la del propio Kruschev. En noviembre de 1957, mientras se celebraba en Moscú la Conferencia de los partidos comunistas, se había lanzado el primer Sputnik, mientras que Mao cantaba que “El viento del este es más fuerte que el viento del oeste”. En el verano de 1958, el encuentro “histórico” entre Kruschev y Mao Tse-tung terminaba el 3 de agosto con un comunicado en el que, después de constatar la “atmósfera de excepcional cordialidad” y la total “identidad de puntos de vista”, se afirmaba: «La política de paz de la URSS y de la República Popular China goza cada vez más del apoyo y de las simpatías de los pueblos de todos los países. La India, Indonesia, la RAU y los demás Estados y pueblos de Asia, África, América y Europa asumen un papel en la consolidación de la paz. Las fuerzas de paz conocen por doquier un desarrollo sin precedentes». Este dulce idilio de la paz, de las sonrisas y de las “cien flores de loto” universales, resumido en la frase entonces de moda en los ambientes oportunistas “los chinos son buenos, y los rusos están a punto de serlo”, fue coronado por el lanzamiento de las Comunas Populares y del plan septenal. Después de haber predicado la paz universal, Kruschev y Mao prometieron entonces a los 700 millones de chinos, a los 200 millones de rusos y al proletariado internacional “el comunismo en una generación, el comunismo al alcance de la mano”.

La resolución del 10 de diciembre de 1958 del Comité Central del PCCh proclamaba: «Las Comunas... acelerarán el advenimiento de la construcción socialista y constituirán la mejor forma para realizar las dos transformaciones esenciales en nuestro país: 1) la transformación de la propiedad colectiva en propiedad de todo el pueblo en el campo; 2) la transformación de la sociedad socialista en sociedad comunista». En cuanto a la primera transformación, la resolución adoptada por el Politburó del PCCh el 29 de agosto de 1958 explicaba que: «Es preferible actualmente mantener la propiedad colectiva a fin de evitar complicaciones inútiles en el curso de la transformación de la propiedad. En efecto, la propiedad colectiva en las comunas populares contiene ya ciertos elementos característicos de la propiedad de todo el pueblo». Estos “elementos característicos de la propiedad de todo el pueblo” se enumeraban así en la resolución del 10 de diciembre ya citada: «Las comunas populares rurales y las organizaciones fundamentales del Estado han sido reunidas; los bancos, los almacenes y las demás empresas pertenecientes al pueblo, que ya existían antes en el campo, han sido confiadas a la administración de las comunas; las comunas han participado en la construcción de ciertas empresas, industriales o de otro tipo, que pertenecen a todo el pueblo por su naturaleza, etc...».

Hagamos algunas observaciones.

Ante todo, la fórmula “propiedad de todo el pueblo” es del todo anti-marxista y anti-leninista, al igual que la que la acompaña a menudo: “propiedad de la nación”. Véase a este respecto el “Dialogo con Stalin”. Se trata de una pretensión fundamental del revisionismo estalinista, que también hemos encontrado en la pluma de los maoístas en la época de su polémica anti-yugoslava.

Además, la Comuna rompe con el centralismo defendido de Engels a Lenin y que los chinos invocan falsamente contra los yugoslavos, proponiendo las mismas cosas, si no peores, que los consejos de gestión de las empresas en la Yugoslavia de Tito. Según la letra de la resolución del Comité Central del PCCh, a las Comunas populares se les atribuyen las funciones equivalentes a las de los “consejos económicos regionales” (Sovnarkhoz) instituidos en Rusia por la reforma kruschevista del 10 de mayo de 1957. El razonamiento que utilizan los maoístas para descubrir “elementos de la propiedad de todo el pueblo” contenidos en las Comunas es la quintaesencia del sofísma: puesto que las Comunas hacen lo que debería hacer el Estado (depositario de la “propiedad de todo el pueblo”), puesto que “los bancos, los almacenes y otras empresas pertenecientes al pueblo” (es decir, al Estado) son confiadas a las Comunas, puesto que “la construcción de ciertas empresas, industriales o de otro tipo, pertenecientes a todo el pueblo por su propia naturaleza” es realizada por las Comunas y no por el Estado, entonces, concluyen los maoístas, “la propiedad colectiva” de las Comunas se eleva al nivel de la “propiedad de todo el pueblo” (propiedad del Estado).

Los maoístas suponen evidentemente que los lectores de las declaraciones del Comité Central del PCCh ignoran las reglas de la lógica y esperan que tomen por buena dialéctica sus miserables sofismas. Pero nunca se conseguirá probar que si los capitales y los talleres que son propiedad del Estado se convierten en propiedad de las Comunas, son las Comunas las que se elevan al nivel del Estado, y no al revés, que el Estado se rebaja al nivel de las Comunas.

Finalmente, “la propiedad de todo el pueblo”, esta fórmula demagógica y vulgar que los chinos han aprendido de los manuales estalinistas, no representa ni el socialismo ni el comunismo, sino solo el capitalismo de Estado integral en la industria y en la agricultura.

Stalin había distinguido dos formas de “propiedad socialista”: la propiedad cooperativa (que los chinos llaman “colectiva”) y la “propiedad de todo el pueblo”. Según Stalin, la “propiedad cooperativa” koljosiana contenía un importante “elemento” de “propiedad de todo el pueblo”: las Estaciones de Máquinas y Tractores, gracias a las cuales el Estado dominaba (o creía dominar) los koljoses. El resultado, pues, de todo esto es que Stalin era menos sofista que los chinos, y que los koljoses rusos estaban un millón de veces más cerca de la “propiedad de todo el pueblo” (es decir, del capitalismo de Estado) que las efímeras Comunas populares chinas. Nuestra conclusión: los ideólogos chinos no solamente han renegado de Marx, Engels y Lenin en materia de centralización de la economía, sino que también han renegado de Stalin, cuyas imágenes, sin embargo, siguen adorando: su pretendida oposición a Tito y a Kruschev sobre la cuestión de la descentralización de la economía no es más que otra mentira.

Analizar la economía china, las Comunas populares en particular, saldría de los límites de este estudio. Ya hemos tratado este aspecto en nuestro órgano en lengua italiana, Il Programma Comunista n.3-4, 1964, en un artículo titulado: “Fuerzas productivas y relaciones de producción en la agricultura china”. Se desarrollará, por otro lado, en Programme Communiste en el estudio en curso de publicación sobre “El movimiento social en China”. Nos limitamos aquí a algunas observaciones. La pretensión de los maoístas de realizar en 1958, por medio de las Comunas, el paso de la “propiedad colectiva” a la “propiedad de todo el pueblo” aparecía aún más absurda si se tiene en cuenta este hecho tan simple como irrefutable: la propiedad colectiva (cooperativas) aún no se ha difundido en China. En otros términos, China aún no ha conseguido crear sus koljoses. Ahora bien, si los maoístas hubieran querido permanecer fieles a la enseñanza de Stalin, deberían haberse fijado como primera tarea generalizar la forma koljosiana en la agricultura china. En realidad, la experiencia de las Comunas fracasó en su intento de concentrar la agricultura china en cooperativas, y los “equipos de ayuda mutua” entre campesinos pequeños propietarios hacen su reaparición en China. Una vez más, pues, Rusia y China han traicionado “la enseñanza de Stalin”. Mientras Kruschev vendió las SMT a los koljoses y los koljoses rusos se desintegran, las Comunas chinas ni siquiera consiguieron generalizar la “propiedad cooperativa” en la agricultura. En cuanto al “paso de la propiedad cooperativa a la propiedad de todo el pueblo”, mientras que los rusos se desinteresan completamente ya de la cuestión, es evidente que es aún más impensable en China, donde la tierra ni siquiera ha sido formalmente nacionalizada.

Es interesante recordar, además, que en “Los problemas económicos del socialismo en la URSS”, el “genio” de Stalin no había conseguido encontrar ninguna solución para facilitar el “paso a la propiedad de todo el pueblo”. El “pequeño padre” se llevó, pues, el secreto a la tumba. En cualquier caso, ahora que incluso la momia del gran Jefe ha sido quemada por Kruschev, no serán ciertamente sus gigantescas imágenes en la fachada del palacio imperial de Pekín las que revelarán a Mao Tse-tung la misteriosa receta del “paso de la propiedad cooperativa a la propiedad de todo el pueblo”.

Volvamos ahora a las dos declaraciones del Politburó y del Comité Central del PCCh antes citadas. Es del todo natural que los maoístas, habiendo descubierto en la Comuna “la unidad fundamental” de la sociedad comunista, no sugieran palabras sobre la desaparición de la producción mercantil, mientras que Stalin aún hablaba de ella, aun sosteniendo contra Marx, Engels y Lenin la posibilidad de una economía socialista con producción mercantil.

Para los maoístas, las Comunas son la sede de una doble transformación: la transformación de la “propiedad colectiva” en “propiedad de todo el pueblo”; el paso del socialismo al comunismo. Se trata ahora de considerar el tiempo necesario para estas transformaciones. En la resolución del Politburó del PCCh del 29 de agosto de 1958 se afirmaba: «El paso de la propiedad colectiva a la propiedad de todo el pueblo constituye un proceso cuya realización requerirá un límite de tiempo más breve en ciertos lugares –tres o cuatro años– y más largo en otros –cinco o seis años e incluso más». Después de agosto de 1958, “cinco o seis años” han pasado, “e incluso más”. Durante este período, “el paso de la propiedad colectiva a la propiedad de todo el pueblo” no se ha verificado en China, pero en cambio las Comunas Populares han desaparecido y el “Gran Salto Adelante” ha dado lugar al “reajuste de la economía” y a la “construcción del socialismo en un solo país contando con las propias fuerzas”.

Pero, ¿cuál es, según los chinos, el término necesario para pasar del socialismo al comunismo? En la declaración del Comité Central del 10 de diciembre de 1958 se afirma: «La realización del proceso completo requerirá de diez a veinte años, e incluso más, a partir de ahora». Quince años a partir de 1958 nos lleva a 1973, veinte años a 1978. Mao y Kruschev, pues, prometieron el comunismo a los rusos y a los chinos para la misma fecha, puesto que Kruschev habló de realizar el comunismo en Rusia en 1980.

Nikita respondía desde Moscú: «El pueblo soviético, después de haber construido la sociedad socialista, ha entrado en una nueva fase de desarrollo histórico, durante la cual el socialismo se transforma en comunismo» (Informe al XXI Congreso del PCUS, 27 de enero de 1959).

En agosto de 1958, Pekín lanzaba las Comunas Populares, mientras que en enero de 1959 Moscú lanzaba el Plan Septenal. La opinión pública atónita aprendía, pues, que China y Rusia “habrían construido el comunismo antes de 1980”. La veracidad de esta “aparición” (“el ángel se apareció a María…”) quedaba comprobada por el hecho de que Mao reconocía la sinceridad de Kruschev: «La sesión plenaria ha expresado su satisfacción por el programa septenal de desarrollo de la economía de la Unión Soviética, que la considera como un plan que tiene un gran significado histórico para la edificación comunista» (Declaración del Comité Central del PCCh del 17 de diciembre de 1958). Por su parte, Kruschev reconocía la sinceridad de Mao: «El PCCh utiliza más formas originales para la edificación del socialismo, pero no hay ningún desacuerdo ni podría haberlo».

Para el análisis de las previsiones calculadas en los planes septenales, de quince años y de veinte años, y para la negación de las pretensiones kruschevistas de alcanzar o superar la producción por habitante de los Estados Unidos, véase nuestro texto “La economía soviética desde la revolución de octubre hasta nuestros días”.

Kruschev y Mao llegaron, pues, de común acuerdo a la aberración anti-marxista suprema: no más solamente la “construcción del socialismo en un solo país”, sino la “construcción del comunismo en un solo país”. Anunciaron el comunismo para 1980 como Kennedy prometía “la paz por veinte años”, la paz hasta 1980. Los seis años transcurridos hasta hoy han sido suficientes para que la URSS y China se acusaran recíprocamente de “imperialismo” y de “nazismo”.



6. - YUGOSLAVIA DE 1957 A SEPTIEMBRE DE 1963

Después de la «Declaración de la Primera Conferencia de Moscú» del 21 de noviembre de 1957, que, a pesar de laboriosas negociaciones, no fue firmada por los yugoslavos (sí firmaron el Manifiesto lanzado por la misma Conferencia), el Congreso del PCCh del 23 de mayo de 1958 adoptó una resolución en la que el maoísmo definía su posición sobre la cuestión yugoslava. Respecto a la expulsión de Yugoslavia de la Cominform, la resolución decía: «El VIII Congreso Nacional del PCCh en su segunda sesión considera fundamental, justa y necesaria la crítica realizada en 1948 por el Buró de Información de los Partidos Comunistas y de los Obreros (…) aunque hubo fallos y errores en la forma de tratar el problema (...) La segunda resolución relativa al Partido Comunista Yugoslavo hecha por el Buró de Información de los Partidos Comunistas y de los Obreros en 1949, sin embargo, era errónea y fue retirada posteriormente por los partidos comunistas que asistieron a la reunión del Buró de Información».

Como saben, el Cominform se creó en 1947 y los partidos de los países que formaban parte de él eran los de: URSS, Polonia, Rumania, Bulgaria, Hungría, Checoslovaquia, Francia, Italia, Yugoslavia. El PCCh nunca fue admitido en el Cominform, al igual que China nunca pudo formar parte del Pacto de Varsovia y del Comecon. Por ello, las dos declaraciones iniciadas en 1948 y 1949 por el Buró de Información para condenar a Yugoslavia recordando la resolución del PCCh no pudieron ser firmadas por los chinos en el momento de su publicación. La participación en la Conferencia de Moscú de 1957 fue, por tanto, un buen paso para el PCCh en relación con la situación de inferioridad en la que se encontraba China durante la época de Stalin. El deseo de subrayar esta importancia y prestigio se acentuó cuando los maoístas hablaron de «las deficiencias y errores» cometidos por el Cominform y rechazaron la resolución estalinista de 1949. (3).

En esta resolución, los chinos también expresan un juicio positivo sobre los intentos de Jruschov de acercarse a Yugoslavia entre 1954 y 1957 y reclaman, aunque implícitamente, prioridad para ellos en este empeño: «Después de 1954, el PCUS bajo el camarada N.S. Jruschov empezó a mejorar las relaciones con Yugoslavia y tomó medidas especiales con este fin. Todo esto era perfectamente correcto y necesario (...) Nosotros igualmente tomamos medidas idénticas a las de la U.C.S. y establecimos relaciones entre China y Yugoslavia y entre los partidos chino y yugoslavo».

En Yugoslavia no tuvo lugar ninguna “restauración pacífica” del capitalismo entre 1949 y 1957, según los propios chinos, los esfuerzos de Jruschov entre 1954 y 1957 para “mejorar las relaciones con Yugoslavia” eran “completamente justos y necesarios” ya que China también estaba dando “pasos idénticos”. Stalin, por su parte, calificó a China en 1953 de país “nazi”, lo que evidentemente no era más que la opinión personal de Stalin, cuyo mayor error había sido no admitir a China en el Cominform, el Pacto de Varsovia y el Comecon. Y después de todo esto, ¿dónde encuentran los chinos la audacia de presentarse como “estalinistas” (dejando de lado su “ortodoxia marxista-leninista” que no puede seducir más que a los estúpidos, o a los que les pagan para ser seducidos); dónde encuentran la audacia de criticar a Jruschov cuando, siguiendo el consejo de Mao en mayo de 1958 (“Esto era absolutamente justo y necesario”), continúan “mejorando las relaciones con Yugoslavia”? Es un misterio que no puede explicarse más que por las intrigas de la diplomacia secreta y los intereses de los Estados ruso y chino.

Con respecto a las acusaciones lanzadas por los yugoslavos contra la URSS, los chinos se expresaron así en su resolución del 23 de mayo de 1958: «Por otra parte, el programa de la Liga Comunista de Yugoslavia define la propiedad de todo el pueblo, es decir, la propiedad del Estado, como “capitalismo de Estado”; los comunistas yugoslavos admiten que es precisamente el establecimiento de este “capitalismo de Estado” lo que produce directamente la “burocracia” y las “deformaciones burocráticas del Estado”». Nuestros lectores han leído en la primera parte de este estudio nuestro análisis de los argumentos con los que los maoístas apoyan hoy la existencia del capitalismo en Yugoslavia. Hay que hacer una observación: los argumentos de los maoístas sobre el “capitalismo de Estado” y la “burocracia” en Yugoslavia en 1963, y los argumentos utilizados por los Titoistas contra la URSS en 1957 son tan parecidos como dos gotas de agua. En la primera parte de este estudio aclaramos el significado marxista de la expresión “capitalismo de Estado”. Ésta es impropia y potencialmente anti-marxista en la medida en que presupone, por un lado, la existencia de una fase capitalista cualitativamente diferente de las anteriores, el «capitalismo de Estado», y, por otro, la sujeción del capital (la economía, la sociedad civil) al Estado (el poder político). Hemos demostrado que, por el contrario, la relación capitalista esencial, la relación entre capital y trabajo asalariado, persiste en el modelo ficticio y estático del «capitalismo de Estado» (que no existe en ninguna parte, ni en Rusia, ni en EEUU, ni aún menos en China).

Por otra parte, y esto vale contra todas las ideologías del “totalitarismo”, hemos afirmado esta tesis marxista muy clara: el capitalismo de Estado representa un avance de la sujeción del Estado al capital y no viceversa del capital al Estado. Los innumerables ideólogos del “totalitarismo” nunca han leído este pasaje de Marx: «Se puede establecer como regla general que cuanto menos preside la autoridad la división del trabajo dentro de la sociedad, más se desarrolla la división del trabajo en el taller y más se somete a la autoridad de uno solo. Así, la autoridad en el taller y la autoridad en la sociedad, con respecto a la división del trabajo, están en proporción inversa la una de la otra» (K. Marx, Miseria de la filosofía). Los innumerables ideólogos del “totalitarismo” han denunciado, es cierto, el estajanovismo de la época de Stalin, pero no han comprendido que el despotismo fabril no es sino el reverso de la anarquía en la sociedad: en consecuencia creyeron, como era su interés, en la planificación rusa, que hoy se derrumba como un castillo de naipes (4); vieron en el despotismo de fabrica la consecuencia del totalitarismo de Estado de Stalin y lanzaron contra él la reivindicación de la libertad; así abandonaron por completo la teoría marxista y se encontraron en compañía de los ideólogos norteamericanos, y hoy, por qué no, de los jruschovianos (5).

Las pseudo-teorías del “capitalismo de Estado” y del “totalitarismo mundial” surgieron entre las guerras de los cerebros de los degenerados líderes de la socialdemocracia alemana, Karl Kautsky y Rudolf Hilferding. Los yugoslavos las retomaron después de la Segunda Guerra Mundial (6). Y los chinos retomaron las mismas pseudo-teorías en 1963 para sostener que Yugoslavia es un país capitalista (7). Esto nos permite escribir esta ecuación:

Socialdemocracia = Titoistas = Maoístas = Renegados del marxismo.

En efecto, si las pseudo-teorías socialdemócratas, titoistas y jruschovianas sobre el “capitalismo de Estado” sirven para defender la “transición pacífica del capitalismo al socialismo”, los maoístas se han apoderado de las mismas teorías para defender, con respecto a Yugoslavia y Rusia, la posibilidad de la “transición pacífica del socialismo al capitalismo” (8). Mientras que los titoistas, jruschovianos y socialdemócratas aplican sus reformas democrático-parlamentarias a Occidente para que se convierta en socialista, los maoístas quisieran aplicar su reformismo democrático-popular en el seno del falso “campo socialista” para impedir que se convierta pacíficamente en capitalista. Para los titoistas, jruschovianos y socialdemócratas se produce, por tanto, esta ecuación:

Capitalismo de Estado (planificación) + Democracia Parlamentaria = Socialismo (9).

En cambio, para los maoístas, es esta:

Capitalismo de Estado (planificación) + Democracia Popular + Alianza con China = Socialismo (10).

La misma pseudo-teoría del “capitalismo de Estado” constituye la base de una concepción política reformista común a jruschovianos y maoístas.

En cuanto al origen de la teoría china de la “restauración pacífica del capitalismo”, encontramos su primer indicio precisamente en la Declaración de Moscú del 21 de noviembre de 1957, que afirmaba que el revisionismo “postula el mantenimiento y la restauración del capitalismo” (11). Los chinos retomaron esta frase en la ya citada resolución de su VIII Congreso, en la que subrayaban que el revisionismo “postula el mantenimiento y la restauración del capitalismo”. En su momento, incluso Jruschov estuvo de acuerdo con los chinos. En miles de documentos y resoluciones ideológicas, nunca antes del 31 de diciembre de 1962, fecha en la que apareció el artículo “Las diferencias entre nosotros y el camarada Togliatti”, los maoístas apoyaron su tesis sobre la “transición pacífica del socialismo al capitalismo en Yugoslavia”. Y sólo en el artículo que hemos comentado en la primera parte de este estudio, aparecido en el Hongqi el 26 de septiembre de 1963, los chinos plantearon la hipótesis de que lo que pensaban que había ocurrido en Yugoslavia bien podría repetirse en Rusia (12).

En conclusión, he aquí la lista de las asombrosas metamorfosis que sufrió Yugoslavia después de 1947, según Stalin, Jruschov y Mao:

1945-47: - según Mao, la economía yugoslava es socialista;

1945-47: - según los albaneses, la economía yugoslava es imperialista y fascista;

1949-53 - según Stalin, Yugoslavia es un país nazi;

1949-57: - según Jruschov y Mao, existe el peligro de una restauración capitalista en Yugoslavia;

1963: - según Mao, Yugoslavia es capitalista;

1963: - según Jruschov, Yugoslavia es un país socialista.

Estas locas metamorfosis bastan para cubrir de ridículo a Mao y Jruschov y destruir definitivamente la teoría de la “construcción del socialismo en un solo país”.

Del “socialismo” “construido por los jruschovianos y los maoístas se puede repetir hoy lo que escribió el poeta imperial de la Viena de 1700, el abad Pietro Metastasio: Es la fe de los enamorados / como el Fénix árabe / que existe cada uno lo dice / donde está nadie lo sabe.

Todo esto sería divertido, si el fuego en el que se consume el fénix del falso socialismo yugoslavo, sólo para renacer, no estuviera alimentado por la masacre y la explotación del proletariado internacional.



7. - LAS POSICIONES RUSAS SOBRE CHINA DESPUÉS DE 1963

Mientras que los chinos ya en diciembre de 1962 expusieron sus tesis sobre el carácter capitalista de Yugoslavia, los rusos se mostraron al principio más circunspectos sobre China y Albania. La razón de esta cautela es obvia. La URSS es una gran potencia; además, es en su país donde se acuñan las medallas del “socialismo” mundial. La URSS puede, por tanto, tiranizar a sus satélites a su antojo ofreciéndoles a cambio una patente de “socialismo”, del mismo modo que los EEUU pueden destruir uno tras otro los gobiernos títeres de Sudamérica concediéndoles la “patente democrática”.

¡La actitud de Jruschov hacia China y Albania fue, pues, ésta al principio: vosotros, chinos y albaneses, seguid vuestro camino, nosotros, los rusos, seguiremos el nuestro (en otras palabras, nos aliaremos con los EEUU y haremos nuestros negocios a vuestras espaldas); dejad que los dos bandos suspendan la “polémica pública” (en otras palabras, ¡cállense!) asegurando que todos sigan siendo “socialistas”!

Esta actitud jruschovista desde el principio queda clara al leer la respuesta soviética a los “veinticinco puntos” chinos (14 de julio de 1963): «Sería erróneo desterrar a Yugoslavia del socialismo por estos motivos, separarla de los países socialistas y empujarla al campo del imperialismo como hacen los dirigentes del PCCh ». «Si hemos de seguir el ejemplo de la dirección china, entonces, debido a nuestras serias diferencias con la dirección del Partido Laborista Albanés, deberíamos haber proclamado hace tiempo que Albania no es un país socialista. Pero eso habría sido erróneo y subjetivo. A pesar de nuestras diferencias con la dirección albanesa, los comunistas soviéticos consideran a Albania un país socialista».

Se notará el colmo de la hipocresía que alcanza este documento, ejemplo típico de la diplomacia secreta imperialista. La URSS no ha roto sus lazos diplomáticos con Albania, la URSS se ha limitado a expulsar a Albania del Comecon y del Pacto de Varsovia, la URSS sólo trama derrocar el régimen albanés y asesinar a Hodja y Sehu, pero a pesar de ello Albania es un país “socialista”. De la misma manera, el gobierno de Kennedy sólo masacró a Diem y a su familia, mientras siempre afirmaba que Vietnam del Sur es un país “democrático”. Esta es la verdadera política en la era del imperialismo: todos los problemas reales sólo pueden resolverse por la fuerza (unida a la hipocresía).

Pero el Kremlin no había tenido en cuenta otra fuerza real, la del Estado chino, que de momento no está en las garras del ejército ruso. Pekín no sólo no suspendió la “polémica pública”, como insistía Jruschov, sino que hizo cosas peores: vilipendió a la URSS en toda África, en Asia y en América Latina, excluyó a la URSS de la Nueva Bandoung, predicó una cruzada de los pueblos asiáticos, desde Japón hasta Mongolia, para expulsar a la URSS de Asia. De tal manera que Jruschov decidió comprar su “tranquilidad” y el “silencio” de los chinos dejando a Tirana y Pekín su patente al socialismo, se vio obligado a volver a su posición de “considerar a Albania y China como países socialistas a pesar de las serias diferencias”.

Y así fue como en su intervención ante el Comité Central del PCUS (febrero de 1964), Otto Kuusinen formuló solemnemente esta pregunta: «Por supuesto, nadie duda de que existe una dictadura en la República Popular China. Pero, ¿cuál?»; y respondió sin ambages: «En realidad, no existe actualmente ninguna dictadura popular en China, ni una posición dirigente del proletariado, ni siquiera una función de vanguardia del partido. Toda la fraseología pseudo-marxista de los dirigentes chinos sólo sirve para enmascarar la verdadera dictadura en acto: la dictadura de los dirigentes, y más precisamente, la dictadura personal».

Como hemos demostrado al principio de la segunda parte de este estudio, los estalinistas habían negado que la revolución china hubiera alcanzado “la etapa socialista” y, por tanto, la habían limitado a la “etapa democrática”. En febrero de 1964, los herederos de Stalin negaron, por boca de Kuusinen, que también se hubiera alcanzado esta “etapa democrática”. En China no sólo “el proletariado no tiene una posición dirigente”, sino que “no hay dictadura del pueblo”. Para los jruschovianos, sólo en la India se ha alcanzado “la etapa democrática” (éste es un ejemplo típico de “competencia pacífica” en los países subdesarrollados, sobre el que volveremos más arriba): para ellos, la India es una “democracia nacional” (ésta es una nueva categoría de los ideólogos rusos, cuyo contenido analizaremos más adelante). Pero China, ahora que la fábrica de patentes kremlinescas del socialismo ha decidido sin apelación que “no hay dictadura popular en China”, ¿en qué categoría entraría?

Kuusinen dio la siguiente respuesta: “la dictadura de los dirigentes, y más precisamente, la dictadura personal”, mientras que la prensa rusa ofrecía los siguientes insultos dirigidos a China: “racismo”, “nazismo”, “emuladores de Gengis Kan”, etc. etc. Teniendo en cuenta que en el momento de escribir estas líneas la ruptura entre la URSS y China parece consumada, que su sanción oficial por una nueva conferencia convocada en Moscú es inminente, y que además consideramos que esta ruptura es irreversible (daremos pruebas de ello más adelante en este estudio), podemos preguntarnos qué fórmula ideológica utilizarán los jruschovianos para caracterizar al régimen de Pekín y justificar su lucha -y posiblemente una guerra- contra él. Por su parte, los chinos ya tienen lista su fórmula sobre la “restauración pacífica del capitalismo en Yugoslavia y en la URSS”, y la hemos analizado lo suficiente como para dispensarnos de volver sobre ella. Pero los rusos, ¿qué fórmula utilizarán?

En nuestra opinión, los rusos repetirán en primer lugar las tesis estalinistas posteriores a 1949 que mencionamos al principio: la revolución china nunca fue socialista. En segundo lugar, utilizarán las acusaciones formuladas por los socialdemócratas contra los estalinistas después de 1930. Ya hemos visto cuáles eran las “teorías” de Rudolf Hilferding sobre el “capitalismo de Estado” y el “Estado totalitario”, “teorías” en las que se basaron en gran medida los maoístas, los titoistas y los jruschovianos, como hemos demostrado. Los jruschovianos denunciarán, pues, como ya ha hecho Kuusinen, el “totalitarismo” de Pekín, acusarán a los maoístas de “racistas” y a China de connivencia con los gobiernos “reaccionarios” de París, Tokio y Bonn, y emprenderán contra este totalitarismo una cruzada por la “libertad” en compañía de los EEUU, centro del imperialismo mundial.

Pero los arsenales de la socialdemocracia están bien surtidos: las obras seniles de Karl Kautsky, el “renegado”, “el apóstata”, “el erudito” de la memoria leninista. ¿Qué escribió Karl Kautsky contra el régimen estalinista entre 1932 y 1937? Esto: «El programa de construcción llevado a cabo en el imperio de Stalin no carece de precedentes. Otros gobernantes, antes de Stalin, comandaban grandes masas de trabajadores dóciles y desprotegidos y los sacrificaban sin piedad para la realización de sus planes (...) Los constructores de las pirámides, los Césares romanos y los Rajás indios asombraron al mundo con sus gigantescas obras, realizadas gracias a la mano de obra barata de millones de esclavos (...) Los faraones de Egipto y los déspotas de Babilonia y la India no sólo construyeron grandes palacios, templos y mausoleos, sino también enormes presas, embalses y canales sin los cuales la agricultura habría sido imposible. Marx caracteriza estas obras como la base del despotismo asiático en esas regiones. Desde luego, no las consideraba la base material de una sociedad socialista. El hecho de que los actuales gobernantes del Kremlin sigan el ejemplo de los déspotas asiáticos significa que todavía no se ha producido un cambio fundamental en el mundo» (13).

Un representante del Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú pudo decir al secretario del Partido Socialista belga, Luyten: «No vemos por qué debería haber todavía motivos de profundo desacuerdo entre los socialistas rusos y los socialdemócratas occidentales». Bien! Nosotros, por nuestra parte, decimos que no vemos ninguna razón por la que los jruschovianos no pudieran utilizar mañana contra los chinos los “argumentos marxistas” de Kautsky contra el régimen de Stalin. ¿Por qué no podrían los jruschovianos acusar a los maoístas de ser “déspotas orientales” y al régimen de Pekín de ser un “despotismo asiático”? (14).

En los dos últimos años, de forma totalmente inesperada, los jruschovianos han descubierto el “modo de producción asiático” que Stalin había hecho desaparecer de los “manuales marxistas” para afirmar la existencia de un feudalismo chino que nunca existió (15). Entre otras cosas, el C.N.E.R.M. también dedicó un volumen entero al “modo de producción asiático”. ¿No es extraña esta entusiasta solicitud por las ideologías serviles y bien pagadas del C.N.E.R.M.? ¿Qué oculta para los jruschovianos esta misteriosa exhumación del “modo de producción asiático”?

¿La ironía de la historia será que el «modo de producción asiático», arrebatado por Stalin para teorizar la derrota de la revolución proletaria en China en los años 1924-26, será revivido por los herederos de Stalin para estigmatizar al régimen de Pekín como un “despotismo asiático” y lanzar la cruzada de la “libertad” contra él en compañía de los Estados Unidos de América?



8. - LOS TROTSKISTAS Y TOGLIATTI

El cataclismo ideológico provocado por la ruptura entre China y la URSS no perdonó a los autodenominados trotskistas, que siguen llamándose así por la mayor desgracia de León Trotsky (16). En 1960, llenos de esperanza, se volvieron hacia Pekín. En La Verità dei lavoratori, nº 107, P. Frank, disimulando mal su emoción, planteaba esta pregunta: «¿Les permitirán los acontecimientos, sus condiciones de desarrollo, superar el pesado handicap de su formación estalinista y dar también un “gran salto adelante” en el plano de la teoría marxista para llevarlos a la teoría de la revolución permanente?» (17). El “gran salto adelante”, dado por los acontecimientos posteriores a 1960, dejó literalmente sin aliento a los pobres autodenominados trotskistas hasta tal punto que hoy se asfixian.

Yugoslavia, “la antiburocrática” Yugoslavia, por la que habían arriesgado su última fortuna, se está convirtiendo en su tumba. Pekín ha definido Yugoslavia como un país capitalista y se dispone a hacer lo mismo con Rusia. Exaltando al titoísmo en 1952, los forjadores de una “dirección de recambio” se encontraron en 1964 en la extrema derecha del jruschovismo. En noviembre de 1963, Livio Maitran ya escribía sobre las teorías chinas sobre Yugoslavia: «Es necesario subrayar que los comunistas chinos, si realmente se atrevieran a transferir la característica sociológica como nuevo chivo expiatorio yugoslavo a los receptores soviéticos, cometerían un monumental error teórico y político que los aplastaría tácticamente en una posición insostenible» (Quarta internazionale, noviembre 63, p. 20).

¡Se atreverán, se atreverán, Sr. Livio Maitran! En cuanto a su “posición insostenible”, ¡ya es hora de que piense en su “posición insostenible”! Mao Tse-tung “mantiene” muy bien su posición en el palacio imperial de Pekín y no necesita su ayuda, ni sus consejos.

En caso de ruptura entre la URSS y China elegirá a la URSS, lo sabemos desde hace mucho tiempo (18), después de que «el proceso de desestalinización, en la URSS (...) ha sentado ya las bases de la renovación revolucionaria» y de que «la URSS está avanzando hacia un papel más firme, decisivo y claro en el apoyo a la revolución mundial», y que «el propio jruschovismo, evoluciona desde su aparición siempre -en promedio- más a la izquierda», y teniendo en cuenta que «la actitud negativa, hostil incluso, adoptada por la burocracia china contra el decisivo proceso de desestalinización en la URSS, su alianza con el sanguinario régimen albanés, así como con los estalinistas acérrimos de la URSS y de otros países; las críticas y calumnias, todas estalinistas, que formula contra las enriquecedoras concepciones yugoslavas del marxismo», etc., etc. (extracto de “Tesis sobre la nueva situación internacional y las tareas de la IV Internacional” de M. Pablo, Quatrième Internazionale, julio de 1963).

Pero precisamente porque éste es el panorama, señores Pablo, Maitran y Frank, porque ustedes se han convertido en el ala derecha marchante del jruschovismo, que después, gracias a sus heroicos esfuerzos, “siempre -en promedio- evoluciona más a la izquierda”, pues bien, ustedes deben disolver su organización fantasma: entrar abiertamente (sin “entrismo”) en los partidos jruschovianos, hacer que Jruschov rehabilite a Trotski y ponga una momia de cera del gran Trotski en el Mausoleo, en el lugar que dejó vacío la momia de Stalin, y prepararse finalmente para marchar en la nueva guerra imperialista al lado de la URSS y de los EEUU contra los “regímenes sanguinarios” albanés y chino!

Pero no hay que creer que el cataclismo de la ruptura ruso-china solo ha dejado sin aliento a unos pobres y desdichados supuestos trotskistas. Esto es lo que escribe Palmiro Togliatti en sus observaciones a Jruschov: «Lo que preocupa a las masas y también (en nuestro país al menos) a una fracción no despreciable de comunistas, es el hecho mismo de un conflicto tan agudo entre dos grandes revoluciones. Esto vuelve a poner en discusión los propios principios del socialismo y, por lo tanto, debemos hacer un gran esfuerzo para explicar cuáles son las condiciones históricas, políticas, de partido y personales que han contribuido a crear las divergencias y el conflicto actual» (L'Unità del 5 de septiembre de 1964).

¡Este “hecho” no sólo ha “puesto en cuestión” sino que ha destruido los falsos principios de vuestro falso “socialismo” patriótico, nacional, democrático, popular y mercantil! Este “hecho” allana el camino, junto con otros “hechos”, como la crisis de superproducción que desbaratará la economía capitalista en todo el mundo y la tercera guerra imperialista, a los principios invariables del socialismo marxista, internacionalista y proletario, ¡y a su difusión en el seno del proletariado internacional!

Adelante, haced un “gran esfuerzo” para “explicar a las masas” que vuestras mentiras son verdades sacrosantas: cuanto mayor sea vuestro “gran esfuerzo”, más fácil le resultará al partido revolucionario de la clase obrera demostrar al proletariado internacional que vuestras verdades sacrosantas no son más que viles mentiras.



PARTE III

(Programme Communiste, n.30-1964)

La periodicidad de nuestra revista y el objetivo mismo de este estudio –una polémica que sufre todos los embates de la actualidad– nos han obligado y nos obligarán aún a volver sobre nuestros pasos para aclarar ciertas cuestiones previamente abordadas.

Es necesario, por lo tanto, volver brevemente sobre dos puntos ya tratados en el número 29 de Programme Communiste, antes de abordar “la cuestión colonial y las revoluciones anticoloniales”:


A) LA CONSTRUCCIÓN DEL COMUNISMO EN CHINA

En un larguísimo texto del 14 de julio de 1964, firmado por la redacción del Renmin Ribao y del Hongqui (El pseudo-comunismo de Jruschov y las enseñanzas históricas que da al mundo; Ediciones en lenguas extranjeras; Pekín 1964), después de haber presentado como inminente la “restauración pacífica del capitalismo en la URSS” –concepto del que nosotros hemos demostrado el contenido aberrante y anti-marxista– los maoístas efectúan un giro de 180° respecto a sus posiciones de 1958. Mientras que en 1958 prometían el paso de la propiedad colectiva a la propiedad de todo el pueblo en China en los términos de “cinco o seis años e incluso menos” (19), el 15 de julio de 1964, es decir seis años más tarde –e incluso más– escribían: «El paso de la propiedad colectiva a la propiedad de todo el pueblo, de dos tipos de propiedad a la propiedad única de todo el pueblo, presupone un proceso de desarrollo muy largo» (op. cit., p. 101).

Este “proceso muy largo” no es precisado de otra manera, pero las precisiones de los maoístas sobre el paso del socialismo al comunismo en China, para el cual preveían en 1958 un lapso de tiempo “de diez a veinte años o más, a partir de ahora” proclamando solemnemente que “está claro por lo tanto que la realización del comunismo en China no ocurrirá en un futuro lejano”, son tan detalladas como deliciosas. Esto es lo que se lee en la página 97 del texto ya citado del 14 de julio de 1964: «La lucha para descubrir “quién prevalecerá”, entre el socialismo y el capitalismo, en el ámbito político e ideológico, exige un período de tiempo muy largo antes de que se decida su resultado. La revolución socialista solo en el ámbito económico (en lo que concierne a la propiedad de los medios de producción) no es suficiente, y no asegura, por lo demás, la estabilidad. Algunas decenas de años no bastarán; en todas partes, cien años o cientos de años son necesarios para la victoria. Cuestión de tiempo, por lo tanto, es mejor prepararse para un período más bien largo que corto».

Después del “paso pacífico de la economía socialista a la economía capitalista”, los maoístas hacen otro sorprendente descubrimiento anti-marxista: ¡¡el socialismo triunfa primero en el ámbito económico, y después en el ámbito político!!

En 1958, prometían el paso al comunismo en China en el espacio de quince o veinte años; en 1964 afirman que “cien años o incluso cientos de años” serán necesarios solo para “saber quién triunfará entre socialismo y capitalismo?”. Después de semejantes descubrimientos, nada sorprendente si, quizás tomados por el temor de haber ido demasiado lejos en el camino de “la adaptación creativa del marxismo a las particulares condiciones de China”, los ideólogos de Pekín escribían al final de su largo texto: «No hay nada de aterrador y no hay ninguna razón para alarmarse. La tierra sigue girando» (Op. cit., p. 112).

¡Bien! Emerge de las aberraciones anti-marxistas de los maoístas que lo que “gira” con un ritmo cada vez más vertiginoso en la China de 1964 es el capital. ¡Pero el capital, contrariamente a la tierra, no seguirá “girando por cientos de años”!


B) LOS JRUSCHOVIANOS Y EL MODO DE PRODUCCIÓN ASIÁTICO

El número 114 (abril de 1964) de La Pensée, “revista del racionalismo moderno” (¡la Razón es una cara del Capital!), está íntegramente dedicado al “modo de producción asiático”. No nos detendremos aquí en la confusión en la que se debaten nuestros jruschovianos “racionalistas” (no han logrado, por ejemplo, establecer si para Marx los modos de producción son cinco, o siete u ocho. ¡Dentro de poco descubrirán que hay mil!). Simplemente queremos poner de manifiesto dos falsificaciones. En primer lugar, M.C. Parain escribe en la página 3: «Las investigaciones históricas marxistas (...) ya tenían mucho que hacer para aclarar y explicar la concatenación típica que conduce de la sociedad primitiva al socialismo por la gran vía histórica al margen de la cual se debería reconocer –o seguir sin reconocer– un modo de producción llamado asiático».

Los ideólogos jruschovianos (y post-jruschovianos) de La Pensée querrían hacer creer que regresan a Marx y presentan como prueba su redescubrimiento del “modo de producción asiático” que Stalin había borrado de la historia. Pero continúan falsificando, con más descaro que el propio Stalin, las determinaciones esenciales del modo de producción socialista falsamente “construido” en la URSS Señores de La Pensée, ¡es el socialismo lo que deben redescubrir en Marx!

En segundo lugar, este número de La Pensée confirma nuestras sospechas sobre la función anti-china de este redescubrimiento jruschoviano y post-jruschoviano del modo de producción asiático. M. Chesneaux, por ejemplo, no duda en atacar a Wittfogel, quien, en su “Sociedad oriental. Un estudio comparativo del poder total” había intentado dar un disfraz “científico” a las concepciones de Kautsky, como recordamos en el número anterior (20).

En realidad, lo que provoca la indignación de Chesneaux es la orientación anti-rusa de la obra de Wittfogel. ¡Pero es una indignación muy tardía! Hoy los socialdemócratas ya no utilizan contra la URSS la argumentación de Kautsky o de Wittfogel; hoy ya no acusan a la URSS de ser una variante del “despotismo asiático”; ¡hoy la URSS se ha convertido en una nación civilizada, evolucionada y democrática! M. Chesneaux escribe en la página 35 que “se trata de recuperar de las manos de los renegados este concepto tan rico”. Hoy que los socialdemócratas ya no son “renegados” y que ya no utilizan “este concepto tan rico” contra la URSS, ¿por qué razón, M. Chesneaux, quiere “recuperar de sus manos el modo de producción asiático?” El propio M. Chesneaux nos da la respuesta: «(El modo de producción asiático) solo pertenece al pasado. Sin duda ha dejado huellas profundas. La tradición de la “unidad superior”, por ejemplo, ¿no ha contribuido fuertemente al establecimiento en numerosos países afroasiáticos, recientemente independientes, de un sistema de dirección con un jefe de Estado muy potente, pero que indiscutiblemente tiene la confianza de las masas, etc. etc.?»

Sigue una interesante alusión a Sukarno, aliado de Mao para solicitar la exclusión de la URSS de la nueva Bandung. Las comparaciones de la prensa rusa entre Mao y Gengis Khan, entre Mao y los mandarines de la antigua China, la afirmación de Otto Kuusinen según la cual existe en China “la dictadura de los jefes, la dictadura personal” son retomadas por M. Chesneaux a un nivel “ideológico” cuando habla “de un sistema de dirección con un jefe de Estado muy potente”.

Los ideólogos jruschovianos y post-jruschovianos han retomado, pues, el modo de producción asiático “de las manos de los renegados” para repetir contra China lo que los socialdemócratas decían contra la URSS entre 1939 y 1940.

***

Después de haber aclarado estas dos cuestiones, solo nos quedaría continuar nuestro estudio, pero la muy reciente caída de Jruschov nos obliga a añadir alguna precisión.

Si nos ocupamos de la polémica ruso-china no es ciertamente para correr detrás de la actualidad. Las conclusiones de nuestro estudio se basan en los principios del marxismo revolucionario defendidos por nuestro partido desde hace más de treinta años: y no esperan, por lo tanto, su confirmación con el ascenso o la caída de un Jruschov.

Por el momento, nos limitamos a constatar que la caída de Jruschov ha acelerado el proceso “jruschoviano” de occidentalización de la sociedad rusa y que no ha registrado ningún acercamiento entre la URSS y China, contrariamente a lo que había sido anunciado por diversas partes. En la fase actual de la política internacional ha llegado el momento, tanto en Oriente como en Occidente, de la desintegración de las alianzas y la multiplicación de los contactos diplomáticos en todas las direcciones, preludio de nuevas alianzas, de nuevas crisis, de nuevas guerras.

Ante el alboroto mantenido por los prostituidos de la actualidad, el partido revolucionario del proletariado inserta en su bandera la frase que Marx puso como epígrafe a la prefacio del Primer Libro de El Capital: “¡Sigue tu curso, y deja que la gente hable!” (21).



9. - LA CUESTIÓN NACIONAL Y LAS REVOLUCIONES ANTICOLONIALES

La cuestión nacional y las revoluciones anti-coloniales están en el centro de la polémica ruso-china. Del análisis de esta controversia sacaremos la lección de que las tesis marxistas y leninistas sobre la cuestión conservan su validez absoluta después de cuarenta años.

En repetidas ocasiones, hemos ilustrado, analizado y defendido las tesis de Marx y Engels sobre la revolución alemana de 1848-50, y las tesis de la Internacional Comunista en 1920-26 sobre la unión de la revolución proletaria en las metrópolis y en las colonias (22).

También esta vez haremos preceder la presentación de la polémica ruso-china sobre la cuestión colonial y las revoluciones anticoloniales con una síntesis completa de los siguientes textos:

1 - El artículo de Lenin Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación (febrero-mayo de 1914), complementado con otros artículos del mismo período (por ejemplo: “Sustancias inflamables en la polémica mundial”, 5 de agosto de 1908; “Democracia y populismo en China”, 15 de julio de 1912; “La China renovada”, 8 de noviembre de 1912);

2 - Las tesis generales y las tesis complementarias sobre las cuestiones nacional y colonial, aprobadas en 1920 en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista (23);

3 - Los artículos de Lenin sobre la cuestión nacional fechados el 31 de diciembre de 1922. Estos importantísimos artículos que Stalin había hecho desaparecer son hoy republicados.

Obtendremos así una síntesis del pensamiento de Lenin sobre la cuestión nacional durante un período de quince años, de 1908 a 1912. Esta síntesis nos llevará a la conclusión (que nuestra corriente defiende desde hace cuarenta años, y de la que encontraremos una confirmación clamorosa en la polémica ruso-china) de que la teoría leninista del imperialismo, sobre la cual se fundan las tesis leninistas sobre la cuestión nacional, es la única explicación marxista del imperialismo, que es válida hoy como lo fue ayer y que lo seguirá siendo mientras el imperialismo no sea destruido por la revolución proletaria internacional.

Si hay un punto sobre el cual la corriente de la Izquierda comunista italiana siempre ha estado al lado de Lenin, es precisamente este. Si hay una cuestión a propósito de la cual nadie hoy, ni rusos, ni chinos, ni extremistas de las multiformes etiquetas pueden pretender reconectarse con Lenin, bien, es esta. ¡Hic Rhodus, hic salta!.



10. - LENIN EN 1914

El artículo de Lenin sobre El derecho de las naciones a autodeterminarse apareció en abril-junio de 1914 en Prosvéchtchénié (La Instrucción). Se trata de una polémica contra Rosa Luxemburgo. En un estudio titulado La cuestión nacional y la autonomía aparecido en 1908-09, esta última había polemizado a su vez contra el escrito de Karl Kautsky “Nacionalidad e internacionalidad” publicado en Neue Zeit en 1907-1908. El artículo de Lenin es, por lo tanto, una polémica contra otra polémica.

El conocimiento de estas circunstancias históricas es esencial, porque este artículo ha sido a menudo, incluso recientemente, falsificado por el estalinismo y el post-estalinismo. Es necesario recordar además que la polémica de Rosa Luxemburgo no iba dirigida solo contra Kautsky, sino también, indirectamente, contra Lenin y el programa de los bolcheviques sobre la cuestión nacional en Rusia, programa que preconizaba el “derecho a auto-determinarse” para las nacionalidades oprimidas por la autocracia zarista gran-rusa (24).

Lenin sostiene en primer lugar la validez de esta tesis expresada por Kautsky: «El Estado nacional es la regla y la “norma” del capitalismo; el Estado de composición heterogénea no es más que una etapa atrasada o una excepción».

Hay aquí una verdad evidente, una de esas “verdades” del marxismo que, como Lenin escribe en su Anti-Kautsky, incluso la burguesía puede reconocer y hacer suyas. Pero Lenin no se detiene aquí. A Rosa Luxemburgo, que le había planteado la pregunta: «Si en Rusia se debe luchar por la autodeterminación de las naciones oprimidas, ¿no se debe hacer lo mismo en el imperio “austro-húngaro”?».

Lenin responde: «En primer lugar, planteamos la cuestión esencial, la del completamiento de la revolución democrático-burguesa. En Austria había comenzado en 1848 y terminó en 1867 (...) Incluso en las condiciones internas del desarrollo de Austria (es decir, desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo en Austria, en general, y en cada una de las naciones que la componen, en particular), no hay ningún factor susceptible de provocar saltos que, entre otros, puedan ir acompañados de la formación de Estados nacionales independientes».

El leitmotiv de Lenin en este artículo y en todas sus obras puede resumirse en este aforismo que expresa el nudo vital de la dialéctica marxista: «Cuando se analiza una cuestión social, la teoría marxista exige que se la sitúe en un cuadro histórico determinado; luego, si se trata de un solo país (por ejemplo, del programa nacional de un país dado), que se tengan en cuenta las particularidades concretas que distinguen a este país de los demás dentro de una misma época histórica».

Se constata, pues, que las particularidades concretas de los diferentes países en las diversas fases de su desarrollo histórico llevan a Lenin a sostener que la fórmula del “libre derecho a la autodeterminación de las naciones” es aplicable a la Rusia de 1914 porque la revolución democrático-burguesa no se había completado aún, mientras que en el imperio austro-húngaro, en la misma época, la misma fórmula no es aplicable y quienes la preconizan traicionan al proletariado, porque en Austria la revolución democrático-burguesa “había comenzado en 1848 y había terminado en 1867”.

Los rusos y los chinos, así como la corte de sus miserables discípulos, deberían declarar que Lenin cometió un craso error en 1914, ya que el imperio austro-húngaro se ha fragmentado desde entonces en varios Estados a los que los estalinistas y los maoístas dieron la bienvenida en 1945 por su nacimiento con grandes gritos de alegría. Pero no lo harán porque han transformado a Lenin en un icono inofensivo para mistificar a las masas. Por lo que a nosotros respecta, afirmamos que Lenin no se equivocó: negamos que la disolución del imperio austro-húngaro haya permitido el nacimiento de “Estados nacionales soberanos”, y consideramos la formación de los Estados de Europa central y oriental (Austria, Polonia, Hungría, Alemania oriental, Yugoslavia, Rumania, Bulgaria) como una balcanización de Europa por parte del imperialismo.

He aquí lo esencial de la obra y la lucha de Lenin por lo que concierne a la cuestión nacional en Europa, y es muy claro que los estalinistas, como los maoístas, han renegado mil veces de la enseñanza leninista.

Pasemos ahora a la cuestión nacional en Asia. En el artículo ya citado, Lenin escribe: «¿Negamos este hecho incontestable de que en Asia las condiciones para el desarrollo más completo de la producción mercantil, de la expansión más libre, la más amplia y la más rápida del capitalismo no existen más que en Japón, es decir, en un Estado nacional independiente? Este Estado es burgués; él mismo ha comenzado a oprimir a otras naciones y a esclavizar colonias. Ignoramos si Asia logrará, antes del fracaso del capitalismo, constituir un “sistema de Estados nacionales independientes”, como Europa. Pero una cosa es incontestable, despertando a Asia, el capitalismo ha suscitado, también allí, por todas partes, movimientos nacionales; que estos movimientos tienden a constituir Estados nacionales en Asia; y que precisamente tales Estados aseguran al capitalismo las mejores condiciones de desarrollo».

Ha transcurrido medio siglo desde 1914. El hecho es que hoy, en 1965, Asia se ha transformado en un “sistema de Estados nacionales independientes, como Europa”; el hecho de que en 1965 se han desarrollado numerosos Japones en Asia, en cuyo ámbito se han creado “las condiciones para el desarrollo más libre, el más vasto y el más rápido del capitalismo”; muchos Japones (como India, Indonesia, Pakistán, China) que “han comenzado también a oprimir a otras naciones” (25); ¿este hecho no es suficiente para probar que no se ha producido en el mundo el “fracaso del capitalismo” al que Lenin, cuando se ocupaba de la cuestión nacional, subordinaba siempre todas las maniobras tácticas, todas las alianzas, todos los frentes únicos con la burguesía nacional-revolucionaria de las colonias?

Los artículos siguientes: “Sustancias inflamables en la política mundial” (aparecido en Le Prolétaire del 5 de agosto de 1908), “Democracia y populismo en China” (aparecido en Nievskaa Zviezdà del 15 de julio de 1912)(26), “La China renovada” (aparecido en La Pravda del 8 de noviembre de 1912), pertenecen al mismo período del artículo del que nos ocupamos, es decir, el que precede inmediatamente la gran crisis imperialista de 1914 y el colapso catastrófico de la Segunda Internacional. En estos textos Lenin define las únicas condiciones que pueden permitir el “fracaso del capitalismo” del que habla en el artículo que hemos citado: denuncia el carácter reaccionario del populismo chino, los “sueños socialistas” de Sun Yat-sen, “la ilusión de que en China sea posible “evitar” el capitalismo.

Lenin no admitía la ilusión reaccionaria según la cual fuera posible “evitar” el capitalismo en este o en aquel otro país; para él, se trataba de definir los medios con los cuales el proletariado –y solo él– en las colonias como en las metrópolis pudiera derrocar el capitalismo internacional. En la lucha contra Sun Yat-sen, Lenin se vio arrastrado a plantear el problema del desarrollo del “proletariado chino” generado por las “nuevas Shanghái”, que los populistas chinos llamaban con la organización de este proletariado en “partido obrero socialdemócrata chino”, y el problema de la delimitación de este partido con respecto a la burguesía nacionalista, gracias a la crítica de las “utopías pequeñoburguesas y de las ideas reaccionarias del programa político y agrario de Sun Yat-sen”. Y es solo después que Lenin sostiene que un partido obrero chino debía conservar y desarrollar “el núcleo revolucionario democrático” del populismo.

Pero para Lenin, aún no era suficiente. Después de observar, en su artículo de 1914, que «Marx y Engels trataban con un severo espíritu crítico la cuestión nacional en general, de la que apreciaban la importancia de conformidad con las condiciones históricas», añade la condición de las condiciones, sin la cual todas las reivindicaciones de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas se convierten en un puro engaño para el proletariado, la condición válida para todos los países y todas las fases del desarrollo capitalista: «la unidad de la lucha del proletariado y de las organizaciones proletarias, su más estrecha conexión en una comunidad internacional».

Es así como en la víspera de la Primera Guerra Mundial y del colapso de la Segunda Internacional, Lenin llegó a prever (“Los destinos históricos de la doctrina de Karl Marx”; 1 de marzo de 1913) la “repercusión en Europa” de las “tempestades” provocadas por la penetración en Asia del capitalismo: «Siguiendo a Asia, Europa comienza a moverse pero no a la manera asiática».

Desde entonces, el maoísmo y el estalinismo han intentado detener a Asia y asiatizar a Europa; como soñaba Sun Yat-sen, han intentado “evitar” el capitalismo en Rusia y en China saboteando la destrucción del capitalismo en el mundo entero.

Cuarenta años después, la polémica ruso-china ha demostrado que Asia no puede ser eternamente detenida, como, por otra parte, Europa no puede ser eternamente asiatizada, que el desarrollo del capitalismo no puede ser evitado, ni en Rusia, ni en China. La polémica ruso-china induce hoy, cincuenta años después, a un puñado de marxistas internacionalistas como nosotros a plantear los mismos problemas de Lenin y de su “pequeño grupo” bolchevique en 1914.

Para convencerse, hay que releer una vez más las tesis que Lenin escribía en 1920 para el Segundo Congreso de “la organización internacional única del proletariado” finalmente reconstituida, mientras estaba firmemente convencido del próximo colapso del capitalismo: es igualmente necesario escuchar de nuevo las duras palabras con las que, en su lecho de agonía, denunció en 1922 la futura traición de los Stalin y los Mao.



11. - TESIS SOBRE LA CUESTIÓN NACIONAL Y COLONIAL APROBADAS EN EL SEGUNDO CONGRESO DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA

Las tesis sobre las cuestiones nacionales y coloniales aprobadas por el Segundo Congreso de la Internacional Comunista comprenden 12 tesis generales y 9 complementarias. Trataremos simultáneamente tanto las tesis generales como las complementarias, reservando, sin embargo, un análisis particular a estas últimas que están dedicadas especialmente a la teoría del imperialismo.

Comencemos por las tesis generales. Las tesis 1 y 2 critican la teoría burguesa de “la igualdad en general y de la igualdad entre las naciones en particular”.

Se afirma que: «la igualdad formal o jurídica del proletario, del explotador y del explotado. La idea de igualdad, que no era sino el reflejo de las relaciones creadas por la producción para el comercio, se convierte, en manos de la burguesía, en un arma contra la abolición de las clases, combatida ahora en nombre de la igualdad absoluta de las personalidades humanas».

La tesis 1 concluye: «En cuanto al significado efectivo de la reivindicación de igualdad, no reside sino en la voluntad de abolir las clases».

Del mismo modo que la circulación de mercancías dentro del mercado nacional es el reino de la “libertad, igualdad y Bentham”, en el que proletarios y capitalistas se presentan como compradores y vendedores, como personas jurídicamente iguales, el mercado mundial es el reino de “la igualdad entre las naciones” y del equilibrio de las balanzas comerciales. Después de haber denunciado la desigualdad real entre explotados y explotadores y afirmado que “el proletario no puede ser igual al capitalista”, las tesis de la Internacional Comunista revelan igualmente la hipocresía burguesa de “la igualdad entre las naciones” al desnudar «la esclavización (propia de la época del capital financiero, del imperialismo) por la potencia financiera y colonizadora de la inmensa mayoría de las poblaciones del globo a una minoría de ricos países capitalistas».

La tesis 3 revela que: «la guerra imperialista de 1914-18 ha puesto de manifiesto ante todas las naciones y a todas las clases oprimidas del mundo el engaño de las palabrerías democráticas y burguesas».

La Primera Guerra Mundial (y al mismo tiempo el imperialismo) no son, por lo tanto, fenómenos nuevos, sino el punto de llegada lógico del capitalismo, previsto por la teoría marxista. Siempre en esta tesis, la política “de paz” de las “democracias” de la Entente Cordial se define así: «el tratado de Versalles, impuesto por las famosas democracias occidentales, no hacía más que sancionar, respecto a las naciones débiles, las violencias más viles y más cínicas aún que las de los Junkers y del Káiser en Brest-Litovsk. La Sociedad de las Naciones y la política de la Entente cordial no hacen más que confirmar este hecho» (27).

Hoy esto se aplica plenamente a la ONU y a la fórmula de la “coexistencia pacífica” y condena, por lo tanto, simultáneamente a rusos y chinos.

Después de esta introducción, la tesis 4 enuncia que: «la piedra angular de la política de la Internacional Comunista, en las cuestiones colonial y nacional, debe ser el acercamiento de los proletarios y de los trabajadores de todas las naciones y de todos los países para la lucha común contra los terratenientes y la burguesía».

La tesis 5 retoma el mismo concepto, de una forma aún más clara e incisiva: «Una amarga experiencia ha convencido a los movimientos emancipatorios nacionales de las colonias y de las nacionalidades oprimidas de que no hay salvación para ellas fuera de la alianza con el proletariado revolucionario y con el poder soviético victorioso sobre el imperialismo mundial».

Sin embargo, esta fórmula de la “alianza” entre el proletariado de las metrópolis y los “movimientos emancipatorios de las colonias” es insuficiente. Tal cual, puede ser aprobada por el oportunismo socialdemócrata estalinista y maoísta, y hoy la encontramos efectivamente en boca de los socialdemócratas, de los partidarios de Moscú como de los de Pekín. Pero las Tesis de la I.C. clarifican el significado de esta fórmula denunciando al mismo tiempo anticipadamente la traición de la revolución proletaria en las metrópolis y en las colonias a la que asistimos hoy.

La primera de las nueve tesis complementarias termina así: «La gran guerra europea y sus resultados han demostrado muy claramente que las masas de los países subyugados fuera de Europa están ligadas de manera absoluta al movimiento proletario de Europa, y esto es la consecuencia inevitable del capitalismo mundial centralizado».

Es, pues, claro que el papel dirigente en la alianza de la que hablan las tesis, el papel decisivo para la suerte de la revolución mundial no puede ser “de manera absoluta sino el movimiento proletario de Europa”, o en todo caso el movimiento proletario de las metrópolis imperialistas; esta es, como las tesis recuerdan, “una consecuencia inevitable del capitalismo mundial centralizado”. Creemos inútil extendernos sobre el hecho de que ante el capitalismo mundial, siendo hoy mil veces más centralizado de lo que lo era en 1920, la suerte de las revoluciones en las colonias depende de una manera aún más absoluta del movimiento proletario en las metrópolis imperialistas.

Es precisamente en este plano donde tropiezan los maoístas que pretenden, en 1965, subordinar el movimiento proletario de las metrópolis a las revoluciones en las colonias. Si hablan con tanto énfasis y lirismo de las “tormentas” que sacuden Asia, África y América Latina, es para olvidar mejor lo que Lenin ponía en primer lugar, es decir, “la repercusión en Europa” de las “tormentas” generadas por la penetración del capitalismo en Asia. Como ya hemos visto, Lenin esperaba de estas “repercusiones” que “a raíz de Asia, Europa comenzara a agitarse pero no a la manera asiática”.

No se trata para los maoístas de un “olvido” o de “ingenuidad”, como demasiados imbéciles fingen creer y les gusta repetir. Porque, para Lenin y para los marxistas (28), la repercusión en Europa de las tormentas de Asia debe completarse dialécticamente con un movimiento inverso, de Europa hacia Asia, para unir Europa y Asia, metrópolis y colonias en la revolución comunista mundial. Este es el punto de llegada del pensamiento y de la lucha practicada por Lenin. En 1920, después de haber previsto que las repercusiones de las tormentas de Asia pondrán a Europa en movimiento, pero “no a la manera asiática”, Lenin establece el momento en que la lucha del proletariado europeo por el comunismo alcanzará su climax: «Las masas de los países subyugados fuera de Europa están ligadas de manera absoluta al movimiento proletario de Europa».

Por lo tanto, Lenin esperaba en 1920 que Asia se pusiera en movimiento, pero a la manera europea: luchaba para que en las colonias la revolución no se detuviera en la etapa burguesa, sino que, con el arduo salto de la doble revolución, llegara como en Rusia, hasta la dictadura del proletariado y al régimen de los Soviets.

El marxismo revolucionario no acusa, pues, al maoísmo solo de “olvidar” o de subordinar Europa a Asia, el movimiento proletario de las metrópolis a las revoluciones en las colonias, sino sobre todo de traicionar la doble revolución en las colonias, de encerrar las revoluciones de las colonias en los límites burgueses. La ruptura ruso-china es para nosotros, al mismo tiempo, la prueba de esta traición de la revolución proletaria en las colonias y la revancha de la historia sobre quienes fueron sus artífices. Porque una tesis esencial de Lenin es que la teoría menchevique de la revolución por etapas no permite alcanzar ni la etapa burguesa ni, con mayor razón, la etapa proletaria.

Cuando los maoístas acusan duramente al “socialismo ruso” de traición, manifiestan en efecto la impotencia revolucionaria, incluso en el sentido burgués, de quienes gobiernan en el palacio imperial de Pekín. Una revolución, sea cual sea, no se deja sorprender por ninguna traición.

***

La subordinación de los movimientos de emancipación nacional en las colonias derivaba –y sigue derivando– de la realidad económica del “capitalismo mundial centralizador”. Pero sostener esta tesis significaba para la I.C., y significa hoy para nosotros, sostener y demostrar: «Primero que las revoluciones anti-coloniales y anti-imperialistas no deben limitarse a los objetivos nacionales burgueses, sino que deben llegar hasta la dictadura del proletariado y al régimen de los Soviets a través de la doble revolución. Luego, si esto no ocurriera, las revoluciones anti-coloniales ni siquiera alcanzarían el objetivo burgués y nacionalista».

La Internacional Comunista hizo en 1920 esta doble previsión, como hemos visto en las tesis hasta aquí analizadas. El segundo polo de la alternativa se encuentra claramente enunciado en el punto 6 de la tesis 11, que concluye así: «En la coyuntura internacional actual (es decir, en la época del capitalismo financiero, del imperialismo - NdR), no hay escapatoria para los pueblos débiles y subyugados fuera de la federación de las repúblicas soviéticas».

Aquí se habla, pues, como en todo el cuerpo de las Tesis, de “federación de las repúblicas soviéticas” y no, por ejemplo, de “república universal de los Soviets”. En realidad, coexisten las dos fórmulas en la literatura de la Internacional Comunista de los años veinte, una precede a la otra, una completa a la otra. “Las particularidades concretas que distinguen un país de los demás dentro de una misma época histórica”, que distinguía, pues, las colonias de las metrópolis imperialistas en lo que respecta a la cuestión nacional, inducía a Lenin a preconizar en 1920 el principio federativo (“federación de las repúblicas soviéticas”) como forma transitoria hacia la república universal de los Soviets.

Se lee al principio de la tesis 7: «El principio federativo se nos aparece como una forma transitoria hacia la unidad completa de los trabajadores de todos los países».

Y la tesis 8 dice, entre otras cosas: «Considerando la federación como una forma transitoria hacia la unidad completa, es necesario tender a una unión federativa cada vez más estrecha».

La tesis 7 proporciona ejemplos concretos para la aplicación del principio federativo en las cuestiones nacionales por el proletariado victorioso: «El principio federativo ha demostrado ya prácticamente su conformidad con el objetivo perseguido, tanto durante las relaciones entre la República Socialista Federativa de los Soviets Rusos y las otras repúblicas de los Soviets (húngara, finlandesa, letona, en el pasado; azerbaiyana y ucraniana en el presente), como dentro de la República Rusa, en cuanto a las nacionalidades que no tenían antes ni Estado ni existencia autónoma (ejemplo: las repúblicas autónomas de los baskires y de los tártaros, creadas en la Rusia soviética en 1919 y 1920)».

Finalmente, la tesis 8 añade que en la aplicación del principio federativo hay que tener en cuenta: «A) la imposibilidad de defenderse, sin la más estrecha unión entre ellas, rodeadas como están de enemigos imperialistas infinitamente superiores en potencia militar; B) la necesidad de una estrecha unión económica de las repúblicas soviéticas, sin la cual la reconstrucción de las fuerzas productivas destruidas por el imperialismo, la seguridad y el bienestar de los trabajadores no pueden ser asegurados; C) la tendencia a la realización de un plan económico universal cuya aplicación regular será controlada por el proletariado de todos los países, tendencia que se ha manifestado con toda evidencia bajo el régimen capitalista y debe ciertamente continuar su desarrollo y llegar a la perfección bajo el régimen socialista».

El Lenin de 1920 responde, por lo tanto, al Lenin de 1914 que, en su estudio sobre el “derecho de las naciones a disponer de sí mismas” escribía: «Nosotros ignoramos si Asia logrará constituir, antes del fracaso del capitalismo, un sistema de Estados nacionales independientes, como Europa».

Ahora bien, Lenin afirma en 1920 que los movimientos nacionales provocados en Asia y en las colonias por la penetración del capitalismo no tienen “ninguna salvación fuera de la federación de las repúblicas soviéticas”; afirma que los movimientos nacionales en las colonias no lograrán en Asia y en África la “formación de un sistema de Estados nacionales independientes, como Europa”, sino la formación de una “federación de repúblicas soviéticas” como “forma transitoria hacia la unidad completa de los trabajadores de todos los países”, hacia la república universal de los Soviets. Esta tesis es inseparable de la que afirma que con la Primera Guerra Mundial el capitalismo ha alcanzado su último estadio, su fase senil, imperialista y que, por lo tanto, ha comenzado la época histórica del “fracaso del capitalismo” donde la tarea inmediata del proletariado de las metrópolis imperialistas es la destrucción del Estado imperialista y la instauración de la dictadura del proletariado y del régimen de los Soviets.

Cincuenta años más tarde, en 1965, los autoproclamados “comunistas” de Moscú siguen hipócritamente alabando las ventajas que su Estado “soviético” ofrecería a las minorías nacionales y las maravillas del “principio federativo idealmente encarnado en el Estado ruso”. Veremos en la conclusión de esta tercera parte de nuestro estudio lo que Lenin pensaba de estas vanaglorias hipócritas y demagógicas, veremos que calificaba como “social-nacionalista gran-ruso” la aplicación a Georgia del “principio federativo” por parte de Stalin, Dzerzhinski y Ordzhonikidze.

Pero los autoproclamados “comunistas” que se maravillan con tal hipocresía del principio federativo en Rusia no consideran, sin embargo, este mismo principio como un monopolio absoluto del Estado gran-ruso moscovita. Según ellos, si este Estado tiene derecho a aplicar en su interior el principio federativo, posee igualmente el de impedir por la fuerza que este mismo principio se aplique a otros Estados; tendría derecho a balcanizar eternamente Europa en minúsculas democracias populares vasallas; tendría derecho, además sancionado por el otro Estado federativo su aliado y competidor, los EEUU, a aplastar en sangre en Budapest, en Berlín, en Varsovia, todas las rebeliones contra su dominación. El Estado imperialista gran-ruso impone a sus dominados con la fuerza de las armas y de la diplomacia este primer mandamiento: “Soy tu Dios y señor; no hay Estado perfecto fuera de mí”.

En cuanto a la “gran” China de Mao, que tampoco puede celebrar las maravillas meramente formales de un principio federativo, que habría sobrevivido a sí mismo, se presenta como el mayor Estado nacional asiático y ya se ha rodeado de una primera constelación de minúsculos Estados vasallos como Vietnam del Norte o Corea del Norte.

En cuanto a la base económica que debería sostener, según Lenin, la federación de las repúblicas soviéticas, forma de transición hacia “la unidad completa de los trabajadores de todos los países”, esta “realización de un plan económico universal cuya aplicación regular sería controlada por el proletariado de todos los países”, es inútil extenderse para demostrar cómo rusos y chinos se han alejado de ella. Mientras que los rusos hablan de “división internacional del trabajo” y buscan mantener con la fuerza política, económica o militar la dependencia de Europa oriental hacia ellos, China, temporalmente excluida del comercio internacional, lanza a los países afroasiáticos la consigna: “hay que confiar en las propias fuerzas”.

No es, pues, sorprendente que los herederos de aquellos a quienes Lenin llamaba en 1922 los “social-nacionalistas gran-rusos” vuelvan a plantear hoy la cuestión de las esferas de influencia en Asia, provocando una serie de incidentes militares a lo largo de los 9.000 kilómetros de frontera ruso-china.

***

La cuestión de la subordinación de las revoluciones coloniales al movimiento obrero de las metrópolis es hoy el caballo de batalla de los autoproclamados “comunistas” de Moscú en su polémica anti-china. Los jruschovianos y los post-jruschovianos presumen de una supuesta ortodoxia marxista y acusan a los maoístas de populismo, de culto a la violencia, de anti-marxismo.

Las tesis de 1920 desenmascaran de antemano tanto a los rusos como a los chinos.

Las tesis 9 y 10 están íntegramente consagradas a la denuncia del falso internacionalismo de los partidos de la Segunda Internacional. Veremos de inmediato que el internacionalismo del que se llenan la boca los “comunistas” de Moscú en su polémica anti-china es hermano siamés del internacionalismo de palabra, pero nacionalismo e imperialismo de hecho, de la socialdemocracia europea.

La tesis 9 caracteriza el pseudo-internacionalismo de la Segunda Internacional: «La Internacional Comunista no puede limitarse al reconocimiento formal, puramente oficial y sin consecuencias prácticas, de la igualdad de las naciones, con el que se contentan las democracias burguesas que se definen socialistas. No es suficiente denunciar incansablemente en toda la propaganda y en la agitación de los Partidos Comunistas –desde la tribuna parlamentaria como fuera de ella– las violaciones constantes del principio de igualdad de las nacionalidades y de los derechos de las minorías nacionales en todos los Estados capitalistas a pesar de sus constituciones democráticas».

¡Todo esto no es suficiente, dicen las tesis de 1920! Los que se contentan con ello son “demócratas burgueses que se autodenominan socialistas”, y la tesis complementaria 5 es aún más radical porque concluye con esta definición lapidaria: «Los miembros de la Segunda Internacional se han convertido ellos mismos en imperialistas».

Las tesis también se refieren a una parte de los partidos comunistas de entonces. La tesis 10 comienza, en efecto, así: «Es la práctica habitual no solamente de los partidos del Centro de la Segunda Internacional, sino también de los que han abandonado esta Internacional, el reconocer el internacionalismo de palabra». Un poco más adelante afirma: «Esto se ve también entre los partidos que se llaman ahora “comunistas”». Estos partidos “que han abandonado esta Internacional” y “se definen ahora comunistas” son, en 1920, la S.F.I.O. en Francia, la U.S.P.D. en Alemania, el P.S.I. en Italia.

La “práctica habitual” de estos partidos, socialdemócratas o autoproclamados comunistas, es “el reconocimiento formal de la igualdad de las naciones”, “el nacionalismo y el pacifismo de los pequeños burgueses”. Y los que tienen tal “actitud” respecto a la cuestión nacional no son para nada comunistas, sino “demócratas burgueses que se autodenominan socialistas”, mientras que en realidad son “imperialistas”.

¿Qué hay que hacer, pues, para no ser un imperialista disfrazado de socialista o comunista? ¿Qué quiere concretamente Lenin en 1920 con respecto a la cuestión nacional? Es a estas preguntas a las que responde la tesis 9: «Hay que sostener sin tregua que solo el gobierno de los Soviets puede realizar la igualdad de las nacionalidades uniendo a los proletarios primero y al conjunto de los trabajadores después, en la lucha contra la burguesía... Sin esta condición particularmente importante de la lucha contra la opresión de los países subyugados o colonizados, el reconocimiento formal de su derecho a la autonomía no es más que una enseña hipócrita, como lo constatamos en la Segunda Internacional».

Volvemos, pues, al concepto previamente analizado que constituye el núcleo central del pensamiento de Lenin y de la Internacional Comunista en 1920 sobre las cuestiones nacional y colonial. Los movimientos de liberación nacional no tienen salvación fuera de su sometimiento al movimiento proletario de las metrópolis. Pero en las metrópolis el proletariado no tiene otro objetivo inmediato que la destrucción del Estado imperialista, la instauración de la dictadura del proletariado y del régimen de los Soviets. Por lo tanto, también en las colonias la lucha de liberación nacional solo puede concluir en el “gobierno de los Soviets”. Aquel que no lucha por este resultado, sino que se limita al “reconocimiento formal de la igualdad de las naciones”, no es ni un comunista ni un amigo de las revoluciones anticoloniales, sino “un demócrata burgués que se autodenomina socialista”.

Hoy en el siglo XX, en la época del capital financiero, del imperialismo, “la idea de igualdad se convierte, en manos de la burguesía, en un arma contra la abolición de las clases, combatida ya en nombre de la igualdad absoluta de las personalidades humanas”. En consecuencia, todo demócrata burgués, incluso y sobre todo si se autodenomina socialista o comunista, no es otra cosa, en el siglo XX, que un lacayo del imperialismo.

¿La misma definición no se adapta perfectamente a los autoproclamados “comunistas” del Kremlin? En pleno idilio con los imperialistas norteamericanos, siguen el juego de la diplomacia secreta. En la ONU, hablan del “reconocimiento formal de la igualdad de las naciones” al unísono con los imperialistas norteamericanos. Rusia no quiere instaurar la dictadura del proletariado y el régimen de los Soviets ni en Europa ni en el Tercer Mundo. Pero los supuestos “comunistas” pretenden demostrar que para Moscú el “reconocimiento de la igualdad de las naciones” no es puramente “formal”, que Moscú defiende realmente a los pueblos oprimidos. Hoy la ruptura ruso-china es la prueba que obligará a los sordos y ciegos a convencerse de que el Estado ruso es un Estado imperialista. Y frente a la desfachatez de los hombres del Kremlin que osan reivindicar una ortodoxia leninista contra los maoístas, el choque entre el Estado ruso y el Estado chino enseñará con fuerza dialéctica incluso a los sirvientes celosos del Estado gran-ruso la validez de las tesis de la Internacional Comunista de 1920.

***

La tesis 11 está dedicada a la definición de las culpas de los partidos comunistas en las colonias. Y se articula en seis párrafos de los cuales no hay uno que no denuncie despiadadamente la práctica actual de los rusos y los chinos en cuanto a las colonias (29).

El párrafo 1 recuerda la necesidad del apoyo al proletariado de los países oprimidos. El párrafo 2 sostiene: «La necesidad de combatir la influencia reaccionaria y medieval del clero, de las misiones cristianas y otros elementos».

El párrafo 3 es de la mayor importancia y actualidad y lo transcribimos íntegramente: «Es también necesario combatir el panislamismo, el panasiatismo y otros movimientos similares que intentan utilizar la lucha emancipadora contra el imperialismo europeo y americano para fortalecer el poder de los imperialistas turcos y japoneses, de la nobleza, de los grandes propietarios de tierras, del clero, etc. etc.».

Todo el ruido anti-colonialista contemporáneo de los maoístas se define aquí. El “panasiatismo” de la vieja o de la nueva Bandung, el “panislamismo” de los Nasser y de los Ben Bella, no son sino “intentos de utilizar la lucha emancipadora contra el imperialismo europeo y americano”, intentos que solo sirven, como podemos constatar ahora, para devolver fuerza a imperialismos debilitados (Japón, Francia gaullista) o nacientes.

Si el párrafo 3 desmantela primero la versión china de las revoluciones anti-coloniales contemporáneas, el párrafo 6 desmantela la versión rusa y norteamericana, democrática en general: «Es necesario revelar incansablemente a las masas trabajadoras de todos los países, y sobre todo de los países y naciones atrasadas, el engaño organizado por las potencias imperialistas, con la ayuda de las clases privilegiadas, en los países oprimidos, las cuales simulan apelar a la existencia de Estados políticamente independientes que, en realidad, son vasallos desde el punto de vista económico, financiero y militar. Como ejemplo llamativo del engaño del que es víctima la clase obrera de los países sometidos por parte del imperialismo aliado a la burguesía nacional, citamos Palestina donde, con el pretexto de crear un Estado judío, donde los judíos son un número insignificante, el sionismo ha abandonado a la población autóctona de los países árabes a la explotación británica».

Aquí se puede tocar con las manos el significado real del ensordecedor dogmatismo “anti-dogmático” que la “democracia de la estupidez” hace alrededor de los comunistas internacionalistas. Los comunistas internacionalistas tendrían la culpa, imperdonable a los ojos de esta “democracia de la estupidez”, de partir de la realidad y de encontrar su concepto en los textos clásicos del comunismo revolucionario. Por el contrario, la “democracia de la estupidez” violenta la realidad para no entrar en contradicción consigo misma, para no abrir los ojos a la realidad. Se puede entender cómo el peor dogmático es el dogmatismo de quienes pretenden que certeza y verdad sean “problemáticas”.

Le preguntamos al anti-dogmático que dogmáticamente nos acusa de ser dogmáticos: ¿Puedes afirmar, por ejemplo, que las decenas de nuevos Estados que surgieron en África son realmente independientes? ¿Puedes acaso dudar que la Internacional Comunista previó en 1920 que las luchas de liberación nacional en las colonias serían utilizadas por los diversos imperialismos, en caso de derrota de la revolución proletaria en las metrópolis, y que concluirían con la formación de “Estados igualmente independientes, pero en realidad vasallos”? Por eso le hablas a las masas de fenómenos nuevos, oscuros e indescifrables, de neo-colonialismo, de ayuda a los países subdesarrollados, etc. Por eso combates el comunismo con la calumnia, la difamación y la mentira, por eso lo acusas de dogmatismo: por el terror a la verdad de lo que afirma. Si la verdad con la que estamos en relación -tú para disimularla, nosotros para difundirla- no estuviera arraigada en la realidad y en la actividad práctica de los hombres, nuestro partido estaría perdido y tú obtendrías una victoria tan duradera como fácil. Seríamos solo filósofos y tú un político e inquisidor. Pero la verdad que el comunismo afirma es la expresión teórica de las necesidades prácticas, imperiosas, incontenibles, absolutas de las masas humanas. La actividad práctica de la masa debe, por lo tanto, adherirse a nuestro partido, su propia expresión teórica.

***

El punto 4 de la tesis 11 trata la cuestión más delicada planteada por las revoluciones en las colonias: la cuestión de los campesinos. Dice: «Hay que intentar dar al movimiento campesino un carácter revolucionario, organizar donde sea posible a los campesinos y a todos los oprimidos en Soviets y crear un estrecho vínculo entre el proletariado comunista de Europa y el movimiento campesino revolucionario de Oriente y de las colonias y de los países atrasados en general».

La tesis suplementaria 6 establece las bases de un análisis detallado de la situación social en las colonias que, cuarenta años después, mantiene toda su validez y de la que hay que partir si se quiere llegar a una comprensión científica de la función actual de las clases en el Tercer Mundo. Se lee, entre otras cosas: «Gracias a la política imperialista que ha obstaculizado el desarrollo industrial de las colonias, una clase proletaria en el verdadero sentido de la palabra no ha podido aparecer hasta recientemente, aunque, en los últimos tiempos, la artesanía indígena ha sido destruida por la competencia de los productos de algunas industrias concentradas de los países imperialistas. En consecuencia, la gran mayoría del pueblo ha sido relegado al campo y obligado a dedicarse al trabajo agrícola y a la producción de materias primas para la exportación (...) También se ha formado una enorme masa de campesinos sin tierra (...) El resultado de esta política es que donde el espíritu revolucionario se manifiesta, no encuentra expresión más que en la clase media culta, numéricamente débil» (30).

La tesis suplementaria 9 reconoce que: «En su primer estadio la revolución en las colonias debe tener un programa que contemple reformas pequeñoburguesas como el reparto de la tierra».

Pero esto no significa en absoluto la aceptación de la teoría menchevique de la revolución por etapas que los maoístas ahora hacen suya. La tesis añade, en efecto, inmediatamente después: «Pero no se deduce necesariamente que la dirección de la revolución deba abandonarse a la democracia burguesa. El partido proletario debe, por el contrario, desarrollar una propaganda vigorosa y sistemática en favor de los Soviets, y organizar los Soviets de los campesinos y de los obreros. Estos deberán trabajar en estrecha colaboración con las repúblicas soviéticas constituidas en los países capitalistas avanzados para obtener la victoria final sobre el capitalismo en el mundo entero. Así, dirigida por el proletariado consciente de los países capitalistas avanzados, las masas de los países atrasados llegarán al comunismo sin pasar por las diversas etapas de la evolución capitalista».

Así como Lenin y la Internacional Comunista reconducen todas las concesiones en la cuestión nacional al principio de una federación soviética, reconducen todas las concesiones a los campesinos y a los “reformistas pequeñoburgueses como el reparto de la tierra” a los límites de la organización de los “Soviets de los campesinos y de los obreros”. De esta manera, Lenin y la Internacional Comunista podían tener en cuenta el gradualismo económico inevitable de la revolución en las colonias, siempre combatiendo la versión menchevique de la revolución por etapas y la versión populista de la revolución campesina y del “reparto igualitario de la tierra”.

Las garantías ofrecidas por los Soviets, órganos de lucha política para la conquista violenta del poder por parte del proletariado, no son, sin embargo, suficientes a los ojos de Lenin. Esta garantía representada por la forma soviética adquiere su significado histórico solo gracias a la existencia de la Internacional Comunista. Así es como Lenin define la tarea de los partidos comunistas en las colonias en el punto 5 de la tesis 11: «Es necesario combatir enérgicamente los intentos de enarbolar la bandera del comunismo, como hacen ciertos movimientos de emancipación que, en realidad, no son ni comunistas ni revolucionarios. La Internacional Comunista debería apoyar los movimientos revolucionarios en las colonias y países atrasados solo con la condición de que los elementos de los partidos comunistas más puros –y realmente comunistas– estén agrupados e instruidos de sus tareas particulares, es decir, de su misión de combatir el movimiento burgués y democrático. La Internacional Comunista debe entrar temporalmente en relación e incluso concluir alianzas con los movimientos revolucionarios en las colonias y los países atrasados, sin fusionarse nunca con ellos y conservando siempre la independencia del movimiento proletario, incluso en su forma embrionaria».

Tesis suplementaria 7: «Existen en los países oprimidos dos movimientos que tienden a separarse cada día deliberadamente: 1) El movimiento burgués, nacionalista y democrático que tiene un programa de independencia política de orden burgués; 2) El de los campesinos sin cultura y pobres y de los obreros para su emancipación de toda suerte de explotación. El primero intenta controlar el segundo y a menudo lo logra en cierta medida. Pero la Internacional Comunista y los partidos que a ella se adhieren deben combatir este control y tratar de desarrollar en las masas obreras de las colonias los sentimientos de clase independiente. Para este fin, una de las mayores tareas es la formación de partidos comunistas capaces de organizar a los obreros y de conducirlos a la revolución y a la instauración de la república soviética».

Para concluir, podemos resumir el contenido de las tesis sobre la cuestión nacional y colonial aprobadas por el II Congreso de la I.C.:

1 - Los movimientos burgueses nacionalistas y democráticos de las colonias son incapaces de asumir su tarea burguesa: no tienen ni la fuerza ni la voluntad de oponerse al imperialismo y de combatirlo realmente.

2 - No hay salvación para los pueblos oprimidos fuera de la federación de las repúblicas soviéticas como forma de transición hacia la unidad completa de los trabajadores de todos los países. En otras palabras, el movimiento revolucionario de las colonias está subordinado al movimiento proletario de las metrópolis y el éxito de la revolución en las colonias depende del derrocamiento del capitalismo en las metrópolis.

3 - Por consiguiente, solo la ayuda del poder proletario instaurado en las viejas metrópolis imperialistas, solo “un plan económico universal cuya aplicación será controlada por el proletariado victorioso de todos los países” puede poner fin a la dominación económica del imperialismo en las colonias y, por lo tanto, permitir a los países atrasados llegar “al comunismo sin pasar por las diversas etapas de la evolución capitalista”.

4 - Si las condiciones particulares concretas en las que se desarrollan las revoluciones anti-coloniales imponen a los comunistas una evolución táctica, todo esto mantendrá su significado revolucionario solo en el marco: A) de la organización de Soviets obreros y campesinos; B) de la formación de partidos comunistas los más puros –y realmente comunistas– en su independencia absoluta con respecto al movimiento burgués y democrático y de la lucha contra él; C) de la unidad de los trabajadores de todos los países asegurada por la Internacional Comunista.

Rusos y chinos han traicionado totalmente cada una de estas cuatro condiciones. Pero no han logrado, sin embargo, descubrir nuevas vías históricas o desviar la historia de su trayectoria. Nosotros seguimos la vía de la historia, de la historia real, hecha por los hombres “no según su libre voluntad, ni en las circunstancias libremente elegidas, sino bajo el impulso de hechos inmediatos anteriores e ineluctablemente determinados por los acontecimientos pasados”. Puesto que seguimos este camino, y solo este, estamos hoy en condiciones de constatar cómo, cuarenta años después y a raíz del fracaso de la revolución proletaria en las metrópolis, las revoluciones anti-coloniales han concluido con una derrota tan desastrosa como trágica. Hoy, cuarenta años después, podemos constatar que la cuestión colonial y nacional sigue abierta y que la explotación imperialista de dos tercios de la humanidad ha alcanzado alturas vertiginosas.

Es por esto que podemos mirar con el mayor desprecio a los imbéciles que creen incomodarnos preguntándonos: ¿qué hacen ustedes por Ben Bella o por Castro o por la China de Mao?

Los comunistas internacionalistas desde hace cuarenta años han sido “instruidos” por Lenin, “de su misión de combatir al movimiento burgués y democrático”; han aprendido que “se deben apoyar los movimientos revolucionarios en las colonias y en los países atrasados bajo la única condición de que los elementos de los partidos comunistas estén agrupados e informados de su tarea particular”; han aprendido que no hay salvación para los pueblos oprimidos fuera de la federación de las repúblicas soviéticas y de la unión de los obreros de todos los países realizada gracias a la Internacional Comunista.

A diferencia de aquellos a quienes un viaje a Cuba, a Argel o a Pekín les basta para darles un escalofrío revolucionario, las bocas hambrientas de las multitudes del Tercer Mundo no pueden ser detenidas ni por los Mao, ni por los Castro, ni por los Ben Bella, y tampoco la prosperidad de las metrópolis imperialistas puede ser asegurada eternamente por la “competencia pacífica” y el “libre comercio” de los Johnson y los Kossyguin. No está lejos el día en que los explotados y los oprimidos del mundo entero resucitarán los Soviets, es decir, sus órganos de lucha política revolucionaria para el derrocamiento del imperialismo mundial. Ese día renacerá una nueva Internacional Comunista. Y entonces, señores, ya no nos preguntarán: ¿pero ustedes qué hacen?

***

Las tesis suplementarias 2 y 3 exponen sintéticamente esta teoría del imperialismo que constituye la base sobre la cual la Internacional Comunista se constituyó y que, cuarenta años después, mantiene una validez total.

Tesis suplementaria 2: «Las colonias constituyen una de las principales fuentes de la fuerza del capitalismo europeo. Sin la posesión de los grandes mercados y de los grandes territorios para explotar en las colonias, las potencias capitalistas de Europa no podrían sobrevivir por mucho tiempo. Fortaleza del imperialismo, Inglaterra sufre de superproducción desde hace más de un siglo. Solamente conquistando territorios coloniales, mercados suplementarios para vender su excedente de producción, fuentes de materias primas para su industria en crecimiento, ha logrado Inglaterra, a pesar de las cargas, mantener su propio régimen capitalista. Es gracias a haber reducido a cientos de miles de asiáticos y de africanos a la esclavitud que el imperialismo inglés ha logrado mantener hasta hoy al proletariado británico bajo la dominación burguesa».

Tesis suplementaria 3: «La plusvalía obtenida mediante la explotación de las colonias es uno de los pilares del capitalismo moderno. Mientras esta fuente de beneficios no sea suprimida, será difícil para la clase obrera vencer al capitalismo. Gracias a la posibilidad de explotar intensamente la mano de obra y las fuentes naturales de materias primas de las colonias, las naciones capitalistas de Europa han intentado, no sin éxito, evitar por estos medios la bancarrota inminente. El imperialismo europeo ha logrado en la madre patria hacer concesiones cada vez más vastas a la aristocracia obrera. Mientras intenta bajar el nivel mínimo de existencia del proletariado importando mercancías producidas con la mano de obra más barata de los países subyugados, no retrocede ante ningún sacrificio y consiente en sacrificar parte de la plusvalía en la metrópolis gracias a la posesión de aquella en las colonias».

Aquí el filisteo está dispuesto a subrayar lo que considera una contradicción: Lenin sostenía que la explotación de las colonias impide el hundimiento del capitalismo metropolitano. Ahora ya no hay colonias en el mundo, pero el capitalismo vive sus días más hermosos y florecientes de toda su historia. Aun creyéndose superior al filisteo vulgar, el extremista falsamente de izquierda está en sintonía con él al hablar de crisis del marxismo, de fenómenos nuevos e inexplicables, etc. etc.

Ya hemos respondido a uno y otro: el mundo de hoy no está en absoluto descolonizado. Las tesis de la Internacional Comunista hablan de “sometimiento por la potencia financiera o colonizadora” (tesis 2), de “opresión de los países sometidos o colonizados” (tesis 9); las tesis de la Internacional Comunista denuncian “el engaño organizado por las potencias imperialistas” que consiste en “constituir Estados políticamente independientes, pero en realidad vasallos” (tesis 11, punto 6).

En lo que sigue de este estudio mostraremos en detalle que la realidad económica, política y social del Tercer Mundo es la del sometimiento más brutal a un puñado de potencias imperialistas “con la ayuda de las clases privilegiadas de los países oprimidos”, todo tal como desde hace cuarenta años, cuando la Internacional Comunista lanzaba a los explotados del mundo entero su grito de lucha revolucionaria. Demostraremos además en detalle que, lejos de poder salvar a los pueblos sometidos y explotados del Tercer Mundo, China misma no puede sustraerse de las garras del imperialismo mundial y de su tierno abrazo.

La Internacional Comunista nació en 1919 a raíz de la repercusión de las luchas revolucionarias de Asia sobre Europa y de Europa sobre Asia. Como reza la tesis suplementaria 4, en 1920 “la revolución proletaria y la revolución de las colonias deben, en cierta medida, contribuir una y otra al resultado victorioso de la lucha”. La Internacional de Lenin fue expresión de esta confluencia y unidad, y finalmente como expresión de su conciencia.

Desde 1926, la unidad del movimiento revolucionario de las metrópolis y de las colonias se rompió, y por decenas y decenas de años, a raíz del sabotaje oportunista de la revolución china y de la huelga general en Inglaterra. Esto no significó otra cosa que la derrota de la revolución proletaria en el mundo y el triunfo de la contrarrevolución estalinista en la Rusia de los Soviets, y, finalmente, una nueva guerra imperialista.

Así como vimos todo esto en 1926, lo vemos sin duda ahora, cuarenta años después, que el imperialismo no ha cambiado en nada. El sometimiento de los pueblos del Tercer Mundo sigue siendo el único pilar sobre el cual se apoya el imperialismo internacional; la aristocracia obrera y las clases medias generadas por el capitalismo contemporáneo en Europa, en EEUU y en la URSS se engordan de la plusvalía extorsionada a los dos tercios de la humanidad que aún sufren el hambre; la crisis del capitalismo mundial no podrá sino dar un nuevo impulso a la lucha de los pueblos oprimidos del Tercer Mundo y del proletariado de las metrópolis, y esta lucha no podrá sino unificarse en un gigantesco asalto que destruirá el capitalismo.

***

Después de haber denunciado el falso internacionalismo de la Segunda Internacional, como hemos comprobado, la tesis 10 define “el internacionalismo obrero” en estos términos: «El internacionalismo obrero exige: 1) La subordinación de los intereses de la lucha proletaria en un país a los intereses de quienes combaten esa lucha en el mundo entero; 2) Por parte de las naciones que hayan derrocado a la burguesía, el consentimiento a los mayores sacrificios nacionales en vista del derrocamiento del capital internacional. En los países donde el capitalismo ha alcanzado su completo desarrollo y donde existen partidos obreros que forman la vanguardia del proletariado, la lucha contra las deformaciones oportunistas y pacifistas del internacionalismo bajo la influencia de la pequeña burguesía es un deber inmediato de los más importantes».

Por comodidad de exposición, hemos puesto estos dos puntos al final de nuestro análisis de las tesis de 1920 de la Internacional Comunista sobre la cuestión nacional y colonial. En 1922, Lenin imputa en efecto a Stalin la traición de estos dos puntos que definen precisamente el “internacionalismo obrero”.



12. - LENIN EN 1922

Hacia finales de 1922, Lenin, enfermo, dictó a sus secretarios unas notas sobre la cuestión nacional divididas en tres partes. Este texto lleva la fecha del 30 y 31 de diciembre de 1922 y fue enviado por Lenin a Trotski, quien hizo una copia conservada ahora en Harvard. El 30 de junio de 1956, este artículo apareció en el n.º 9 de Kommunist y el 1 de julio de 1956 en un folleto que recopila otros textos de Lenin que Stalin había hecho desaparecer, entre ellos el famoso “Testamento”. Para las citas utilizaremos la traducción aparecida en las Obras Completas de Lenin, tomo 36, Ediciones en Lenguas Extranjeras de Moscú.

En este texto, Lenin ataca a Dzerzhinski y Ordzhonikidze, pero sobre todo a Stalin, por la política nacional que practicaron en Georgia: «Una campaña fundamentalmente nacionalista gran-rusa».

Lenin subraya una vez más la cuestión nacional tal como debe ser concebida desde el punto de vista proletario: «Aquí se plantea una importante cuestión de principio: ¿Cómo concebir el internacionalismo?». Y Lenin recuerda lo que ya había escrito en sus trabajos sobre la cuestión nacional, a saber: «Hay que distinguir entre el nacionalismo de la nación que oprime y el de la nación oprimida, entre el nacionalismo de una gran nación y el de una pequeña nación. Por eso el internacionalismo por parte de la nación que oprime o de la nación llamada “grande” (...) debe consistir no solamente en el respeto de la igualdad formal de las naciones, sino también en una desigualdad compensatoria por parte de la nación que oprime, de la gran nación, de la desigualdad que se manifiesta en la vida».

Estos eran los principios que habían guiado a Lenin durante toda su vida y que había puesto en la base de la política interna y externa de la Rusia de los Soviets y de la lucha revolucionaria de la Internacional Comunista. Lenin nunca había identificado la misión de la dictadura en Rusia con la de un Estado cualquiera, incluso si llevara la etiqueta soviética. Lenin había consumido su vida defendiendo desesperadamente el Estado de los Soviets, es cierto, pero lo había defendido en cuanto Estado del proletariado internacional que lucha por su emancipación revolucionaria. Ya en 1922 Lenin se da cuenta de que este Estado de forma soviética defiende en realidad los intereses de su propia conservación y no los de la lucha revolucionaria del proletariado mundial.

En el texto antes citado, Lenin afirma: «Se pretende que era absolutamente necesario unificar el aparato. ¿De dónde emanaban estas afirmaciones? ¿No es acaso que este mismo aparato ruso, que, como ya había dicho en un número anterior de mi periódico, lo hemos tomado prestado del zarismo limitándonos a pintarlo ligeramente con una capa de barniz soviético? Sin duda alguna, se habría debido posponer esta medida hasta que pudiéramos decir que podíamos garantizar nuestro aparato, porque estaba firmemente en nuestras manos. Y ahora debemos decir, en toda conciencia, lo contrario: llamamos nuestro a un aparato que, de hecho, nos es todavía fuertemente ajeno y representa un galimatías de supervivencias burguesas y zaristas, y que nos era absolutamente imposible transformar en cinco años sin la ayuda de otros países (Lenin quiere decir, como lo prueba toda su obra, la ayuda de revoluciones en otros países - NdR) mientras predominaban las preocupaciones militares y la lucha contra la hambruna. En estas condiciones, es del todo natural que la “libertad de salir de la unión”, que nos sirve de justificación, aparezca como una fórmula burocrática incapaz de defender a los no rusos contra la invasión del Ruso auténtico, del Gran-Ruso, del chovinista, de este bribón que es en el fondo el típico burócrata ruso. No hay ninguna duda de que los obreros soviéticos y sovietizados, que están en proporciones ínfimas, se ahogarían en este océano de gentuza gran-rusa chovinista, como una mosca en la leche».

Lenin prevé desde 1922 que el resultado de la política social-nacionalista gran-rusa llevada a cabo por el Estado ligeramente barnizado con una capa soviética será la escisión entre la revolución anti-colonial y la revolución proletaria en las metrópolis, la ruina de la Internacional Comunista y el nacimiento del imperialismo gran-ruso. «El perjuicio que puede causar a nuestro Estado la ausencia de aparatos nacionales unificados con el aparato ruso es infinitamente, inconmensurablemente menor que el que resulta para nosotros, para toda la Internacional, para los cientos de millones de hombres de los pueblos de Asia, que aparecerán después de nosotros en el escenario histórico en un futuro próximo. Sería un oportunismo imperdonable si, en vísperas de esta intervención de Oriente y al comienzo de su despertar, socaváramos a sus ojos nuestra autoridad por la brutalidad o injusticia con respecto a nuestras propias nacionalidades no rusas. Una cosa es la necesidad de hacer frente todos juntos contra los imperialistas de Occidente, defensores del mundo capitalista. Entonces no puede haber ninguna duda, y es superfluo añadir que apruebo absolutamente estas medidas. Otra cosa es emprender nosotros mismos, aunque fuera una cuestión de detalle, relaciones imperialistas con respecto a las nacionalidades oprimidas, despertando también la sospecha de la sinceridad de nuestros principios, sobre nuestra justificación de principio de la lucha contra el imperialismo. Ahora bien, el mañana, en la historia mundial, será precisamente el del despertar definitivo de los pueblos oprimidos por el imperialismo y del comienzo de una larga y áspera batalla por su emancipación».

Cuarenta y dos años han pasado desde que Lenin pronunció estas palabras. Durante este período, el Estado de Moscú se ha “comprometido completamente en las relaciones imperialistas”, y ya no se trata solo de una “cuestión de detalle”. El “aparato diplomático” del Kremlin, del que Lenin podía escribir en 1922 que está “depurado de los elementos del viejo aparato zarista, burgués y pequeñoburgués”, rivaliza ahora con el de la Casa Blanca por el lujo y la corrupción, se ha convertido en una de las columnas de la ONU, esa “cueva de los bandidos imperialistas” y sigue el juego de la diplomacia secreta del imperialismo mundial.

En estos cuarenta años pasados, la misma justificación estalinista según la cual el Estado Gran-ruso se fortalece para defenderse “contra el imperialismo de Occidente” ya no se sostiene. Hoy el Estado Gran-ruso se fortalece únicamente para coexistir y comerciar, en pleno acuerdo con EEUU a espaldas de las multitudes hambrientas del Tercer Mundo y del proletariado internacional.

Mientras tanto, la Internacional Comunista ha sido destruida y “el pequeño porcentaje de obreros soviéticos y sovietizados se ha ahogado en el océano de la chusma gran-rusa chovinista como una mosca en la leche”. Entretanto, una segunda guerra imperialista ha devastado el planeta. En los resplandores de aquel incendio se vislumbró el alba del despertar de Oriente.

Nosotros, comunistas revolucionarios, saludamos esta alba, este despertar de Asia con gritos de alegría. Pero esta alegría no nos hace olvidar que “la larga y áspera batalla por su liberación”, por la liberación de los pueblos sometidos del Tercer Mundo acaba de comenzar, que esta batalla debe repercutir en Europa para rebotar de Europa a Asia, a África, a América Latina, que de esta doble repercusión debe renacer un movimiento revolucionario mundial, guiado por una Internacional Comunista resucitada, que derribe al capitalismo e instaure la dictadura proletaria universal.

La ruptura ruso-china resuena como un canto fúnebre que anuncia a la contrarrevolución su próxima muerte. Las disputas fronterizas a lo largo de los 9.000 kilómetros que van desde el Pamir hasta Vladivostok desenmascaran a Moscú y Pekín ante los ojos de los pueblos oprimidos del Tercer Mundo y del proletariado internacional.

Ha ocurrido lo que Lenin preveía en 1922. La contrarrevolución estalinista ha llegado hasta el fondo en Rusia, en China y en el mundo. Pero al hacerlo, se ha agotado. No hay salvación para los Kosyguin, los Mao, los Castro o los Tito. El abrazo del imperialismo los espera, la revuelta del proletariado internacional contra el imperialismo los destruirá.

Y no es para nosotros cosa de poca importancia reencontrar la plena conciencia del presente en lo que Lenin decía hace cuarenta años. La traición del social-nacionalismo gran-ruso no fue una sorpresa para el partido. La sorpresa de los maoístas prueba, en cambio, que ellos también han participado en esta traición.

El movimiento revolucionario del cual Lenin fue expresión teórica no ha muerto. Las brasas ardientes bajo las cenizas, volverán a estallar en llamas mañana.



1 () Para nuestro análisis de la economía rusa, invitamos de nuevo al lector a consultar los textos fundamentales citados anteriormente. La primera observación que un marxista debe hacer a quienes discuten el carácter capitalista de la economía rusa es la siguiente: existen todas las categorías fundamentales del capitalismo, es decir, la ley del valor, la producción de mercancías, la tasa de plusvalía, la tasa media de beneficio y su tendencia a la baja, la división de la ganancia en ganancia empresarial e interés, etc. En cuanto recordamos la existencia de las categorías fundamentales del capitalismo en Rusia se nos acusa inmediatamente de «esquematismo».

Por otra parte, nos complace ser simplistas. A los imbéciles que desdeñan todo lo que es simple, les recordamos, por ejemplo, que la caída tendencial de la tasa media de ganancia es de tal simplicidad que el propio Marx en cada párrafo se maravillaba de la ceguera de los economistas burgueses, explicada por razones de clase.

¿Y saben lo que escribe sobre la Tabla de Quesnay, que representa la reproducción y la circulación de todo el capital social, esta Tabla a la que dedica nada menos que 38 páginas en su Historia de las teorías de la plusvalía y a la que Engels vuelve en su Anti-Dühring? He aquí: «Un cuadro de cinco líneas con seis puntos de partida y de llegada: nunca la economía política ha tenido ideas tan geniales». De estas cinco líneas con seis puntos de partida y de llegada, de un esquematismo igualmente ridículo nació, como recuerda Marx en el mismo texto, la Revolución Francesa.

La naturaleza capitalista de la economía rusa no es un problema difícil de entender: tiene la sencillez de la evidencia. Quienes no ven esta evidencia están voluntariamente ciegos y sordos: por razones de clase. Sin embargo, la simple afirmación de la naturaleza capitalista de la economía rusa es la premisa de la futura revolución proletaria. Entonces, ¡los sordos entenderán y los ciegos verán!

2 () No pasa un día sin que se revelen al público elementos conocidos desde hace mucho tiempo por la diplomacia secreta. En julio de 1963, mientras se firmaba en Moscú el acuerdo que consolidaba el monopolio atómico ruso-estadounidense, los chinos denunciaron que Jruschov les había prometido la bomba atómica en 1957. En septiembre de 1963, se supo de los incidentes fronterizos ocurridos en Sinkiang y el Lejano Oriente. En febrero de 1964, se conoció el volumen real, las modalidades y los precios aplicados en el comercio chino-soviético. La revelación más reciente fue hecha por Pravda el 2 de septiembre de 1964, respecto a la cuestión de Mongolia Exterior: «Sobre Mongolia Exterior —escribió Pravda— los chinos quieren hacer una provincia china. Durante la visita de Jruschov a Pekín en 1954, al negarse a examinar este tema, Jruschov dijo a los dirigentes chinos que el destino de Mongolia no podía decidirse en Moscú ni en Pekín, sino en Ulán Bator». Todo esto no impidió que Mao escribiera: «Nuestra política debe ser conocida no solo por los líderes y los cuadros del partido, sino por las amplias masas populares (...) Una vez que las masas conozcan la verdad (...) podrán actuar como un solo hombre» (Citado por Hsiao Shu y Yang Fu en el artículo “En la revolución, la política del partido es la garantía de la victoria”, publicado en Pekín Review, 1960, n.º 52).

El día no está lejano en que “las masas conocerán la verdad” que les habéis ocultado durante demasiado tiempo y que las contradicciones del imperialismo y la razón de Estado os obligan hoy, en parte, a revelar. ¡El día no está lejano en que el proletariado internacional desenterrará los archivos de la diplomacia secreta en Moscú, Pekín, Londres, Washington y París!

3 () Prueba de ello son las siguientes observaciones. La “Declaración” de la primera Conferencia de Moscú fue firmada por doce partidos “comunistas” en el poder, y no por los ochenta y un partidos como la Declaración de Moscú del 5 de diciembre de 1960. El preámbulo de la Declaración del 21 de noviembre de 1957 enumera los partidos que participaron en los trabajos por estricto orden alfabético. Esto fue todo un logro para China tras las penurias de la era Stalin y su exclusión del Cominform. También hay que señalar que una delegación oficial de observadores chinos asistió a una reunión del Pacto de Varsovia a principios de 1959, al término de la cual se emitió un comunicado conjunto el 28 de abril de 1959. Lo mismo volvió a ocurrir en 1960, y en esta ocasión el observador chino Kang Sheng pronunció un discurso público el 4 de febrero de 1960.

4() Los economistas rusos han reconocido recientemente que la “planificación centralizada” estalinista creaba una “anarquía” y un despilfarro social idéntico, si no superior, al que conlleva la “competencia capitalista”. Cuando, hace más de diez años, nosotros sosteníamos y demostrábamos lo mismo, todos se burlaron, desde los barbaristas hasta los trotskistas, pasando por los estalinistas. Durante diez años ha sido un dogma evidente para todos, amigos o supuestos adversarios de la Rusia estalinista, que la economía “soviética” era superior a la economía occidental. Pero he aquí lo que escribe hoy V. Nemchinov, miembro de la Academia de Ciencias de la URSS, en un ensayo titulado “Dirección económica socialista y planificación de la producción” publicado en “Kommunist”, nº 5, marzo de 1964: «El sistema de planificación basado en el balance interno de las empresas opondrá un “filtro” sólido a la pesadez del arbitrario espíritu anárquico, porque si se le permite desarrollarse libremente, conducirá, incluso en nuestro sistema, a consecuencias tan dañinas como la competencia anárquica en el sistema capitalista». Y después de reconocer las “consecuencias nocivas” del “arbitrario espíritu anárquico”, los kruschovianos creen remediarlo, pobres ilusos, ¡descentralizando la economía!

5 () Los barbaristas son un ejemplo evidente, ellos que -repitámoslo una vez más- tuvieron el insigne honor de ver uno de sus documentos reproducido por “Corrispondenza Socialista”, revista de la derecha socialdemócrata en Italia. Pero el ejemplo más escandaloso de elucubración sobre el “capitalismo de Estado” nos lo proporciona, sin duda, la tan petulante como ignorante señora Raya Dunayevskaya, quien se considera a sí misma -nosotros le dejamos gustosos tal honor- la “teórica del capitalismo de Estado”. Esta señora ha escrito recientemente un libro de título evocador: “Marxismo y Libertad”, publicado en Italia por la editorial pro-norteamericana “La Nuova Italia”. En su libro, “la teórica del capitalismo de Estado” parte de la Revolución Francesa y termina con la “Revolución Húngara”; sobrevolando así dos siglos de historia, logró no decir ni una palabra -a pesar de su fatigoso esfuerzo literario- ni sobre la Primera Internacional ni sobre la Internacional Comunista. Y sin embargo, si se hubiera ocupado de la Primera Internacional, quizás habría descubierto la ruptura de Marx y Engels con los libertarios y se habría dado cuenta de que el mayor teórico del capitalismo de Estado (después de ella, naturalmente) no fue otro que Mijaíl Bakunin. Y si se hubiera interesado por la Tercera Internacional, la señora Raya Dunayevskaya tal vez habría descubierto también lo que Lenin pensaba de los “extremistas” de su calaña. Cabe señalar, además, que al final del libro, la señora Raya Dunayevskaya dedica a los acontecimientos húngaros de 1956 unas páginas que podrían leerse perfectamente al micrófono de “La Voz de América”.

6 () Hablaremos un poco más en profundidad sobre las teorías “seniles” de Karl Kautsky respecto al “modo de producción asiático”. Por ahora, consideremos a Rudolf Hilferding. El autor de El Capital financiero escribió en mayo de 1940 en Corriere Socialista -una revista anti-soviética en lengua rusa- un breve artículo titulado: “El capitalismo de Estado o la economía del Estado totalitario” (este artículo también apareció en inglés en Modern Review). Creemos que, pese a su brevedad (8 páginas de pequeño formato), este escrito de Hilferding resume y sintetiza todos los argumentos de la interminable e inútil literatura sobre el “capitalismo de Estado” y la “burocracia”, y demuestra que la consecuencia lógica de estas teorías es única: el abandono del marxismo. Reproducimos algunas citas a modo de ejemplo:

1) Concepto de capitalismo de Estado: «El concepto de “capitalismo de Estado” resiste difícilmente un análisis económico serio. Cuando el Estado se convierte en el único propietario de todos los medios de producción, el funcionamiento de una economía capitalista se hace imposible por la destrucción del mecanismo que hace circular la savia vital de este sistema». «Formalmente, los precios y los salarios aún existen, pero su función ya no es la misma (...) Los precios se convierten en meros símbolos de distribución y dejan de contener un factor de regulación de la economía. La “llama estimulante de la competencia” y la ávida carrera por el beneficio, que constituyen los estímulos fundamentales de la producción capitalista, han muerto».

2) Acumulación: «En una economía de consumidores, en una economía organizada por el Estado, no hay acumulación de valor, sino de mercancías consumibles: productos que el poder central necesita para satisfacer las necesidades del consumo». «El hecho de que sea el Estado quien acumule no constituye una prueba de la naturaleza capitalista de la economía».

3) ¿Burocracia o Estado totalitario? Polemizando contra R.L. Worrall, quien había defendido la teoría del “capitalismo de Estado” en la revista “Left”, Hilferding escribe: «Worrall hace un maravilloso descubrimiento: la burocracia soviética, en su estructura (...) difiere “fundamentalmente” de todas las demás burguesías, pero su función sigue siendo la misma: la acumulación de capital». «No es la burocracia la que domina, sino quienes controlan la burocracia rusa». «Por su estructura y sus funciones, no es más que un instrumento en manos de los verdaderos dueños del Estado».

Rudolf Hilferding había sido un marxista. Esto le otorga una indudable superioridad sobre los ideólogos baratos del “capitalismo de Estado”, donde reina una “burocracia” fundamentalmente diferente de todas las demás burguesías”. El ex-marxista Hilferding comprendía que, para admitir semejante tesis, había que poner el marxismo patas arriba: si la economía estuviera moldeada por el Estado -una superestructura- en lugar de por el modo de producción. En 1940, Hilferding afirmaba que no debía hablarse de “capitalismo de Estado”, sino de “economía del Estado totalitario”.

Sin duda, la consecuencia política seguía siendo la misma: lucha por la democracia, por la libertad, contra el “Estado totalitario”. Este es el programa clásico de la socialdemocracia contemporánea y la esencia del revisionismo. Los kruschovistas recogieron devotamente el testamento de Rudolf Hilferding, que puede resumirse así: Planificación + Democracia = Socialismo. Para los socialdemócratas y los kruschovistas, la evolución gradual de la economía hacia el socialismo comienza bajo el Estado burgués. Para que la planificación no se convierta en “economía del Estado totalitario”, y para que exista equivalencia entre planificación y socialismo, el Estado debe ser penetrado y transformado por la democracia. Esta es la esencia del testamento político de Hilferding.

En cuanto a su testamento económico, es fácil ver que la realidad ya lo había desmentido en 1940, y no ha dejado de hacerlo. Veamos cómo la realidad refuta el testamento de Hilferding:

1) Capitalismo de Estado: El Estado ruso no es “el único propietario de los medios de producción”. La tierra fue entregada en usufructo perpetuo a los koljosianos en 1936. Las Estaciones de Máquinas y Tractores fueron vendidas a los koljoses. Toda la agricultura rusa (y parte de la industria inter-koljosiana) escapa incluso al simple control del Estado. No solo los bienes de consumo, sino también los medios de producción son mercancías en Rusia. El Estado vende a las empresas, y estas se venden entre sí los medios de producción. La categoría del interés (reparto del beneficio en interés y ganancia empresarial) regula la circulación del capital fijo y del capital circulante. Incluso la creación de capital fijo escapa al Estado empresario. Todo el sector de nuevas construcciones está dominado por ”empresas de construcción y montaje” que establecen con el Estado relaciones basadas en contratos. El Estado ruso, como todos los Estados burgueses, no es un Estado-empresario; sus funciones consisten, por una parte, en controlar e intervenir en la economía mediante impuestos, sanciones a las empresas, regulando las variaciones de los precios, etc., por otra parte, acumular dinero que luego cede a las empresas para que lo transformen en capital.

2) Acumulación: Si en Rusia el Estado acumula dinero, las empresas acumulan capital. La mejor prueba de que en Rusia ocurre una acumulación capitalista es el intento desesperado de impedir la caída del ritmo de crecimiento de la producción industrial, es decir, de la tasa media de ganancia. Esta pretensión insensata, que el Estado ruso comparte con todos los Estados burgueses contemporáneos, nace precisamente de la división de la ganancia en interés y ganancia empresarial. Cuando el capital se divide en capital monetario y capital productivo, y cuando el Estado se convierte en un acumulador de dinero, la locura por impedir la caída de la tasa de ganancia alcanza su punto culminante (como demuestra Marx en la Sección V del Libro III de El Capital). Esta obsesión solo puede conducir a crisis y a nuevas guerras imperialistas. El Estado acumulador de dinero es el Estado imperialista ideal.

3) ¿Burocracia o totalitarismo de Estado? El Estado de Stalin fue el instrumento de la acumulación primitiva del capitalismo ruso, renacido en 1921 tras ser aniquilado por la guerra entre 1915 y 1920. «Algunos de estos métodos (de acumulación primitiva, ndr) se basan en el uso de la fuerza bruta, pero todos, sin excepción, explotan el poder del Estado, la fuerza concentrada y organizada de la sociedad, para acelerar violentamente el paso del orden económico feudal al orden económico capitalista y acortar las formas de transición. La fuerza es la partera de toda sociedad vieja. La fuerza es un agente económico» (Marx, El Capital, Sección VIII, Cap. 31).

La clase es una forma económica que corresponde a una forma de producción social. El Estado de Lenin cristalizaba la fuerza del proletariado internacional, que luchaba entonces por una nueva forma de producción social: el comunismo: «Las fuerzas y formas esenciales de la producción en Rusia son las mismas que en cualquier país capitalista (...) Las formas esenciales de la economía social son el capitalismo, la pequeña producción mercantil y el comunismo. Sus fuerzas esenciales son: la burguesía, la pequeña burguesía (especialmente los campesinos) y el proletariado» (Lenin, El imperialismo y la política en la época de la dictadura del proletariado).

El Estado de Stalin cristalizó la fuerza de la burguesía internacional, la pequeña burguesía rusa (sobre todo los campesinos) y la naciente burguesía rusa. Hoy, la burguesía rusa ha nacido. V. Trapeznikov la saluda así en la Pravda del 17 de agosto de 1964: «El director debe tener plenos poderes en el ámbito financiero, debe ser liberado de la rígida tutela a la que está sometido; se debe exigir que garantice una actividad eficiente de la empresa y una alta calidad de los productos. El índice fundamental de la ganancia lo impulsará a reducir gastos superfluos y buscar medios para reducir los costes de producción». La “llama estimulante” de la competencia y la ávida carrera por la ganancia, estímulos fundamentales de la producción capitalista, no están muertos: fomentados por el Estado de Stalin con el hierro y el fuego de la contrarrevolución, hoy abrazan la inmensa Rusia.

La realidad ha desmentido a Rudolf Hilferding. Pero, como ex-marxista, él mismo había sentenciado en mayo de 1940 que las pretensiones de los “teóricos” de la “burocracia fundamentalmente diferente de la burguesía” y del “capitalismo de Estado” no son marxistas.

7 () Damos las definiciones textuales de los chinos a propósito de Yugoslavia, invitando al lector a referirse a nuestro análisis sobre la cuestión en el N° 28 de “Programme Communiste”: “Dictadura de la burguesía burocrática y compradora”; “Dominación del capital burocrático y comprador”; “Mediante el cobro de impuestos e intereses, la camarilla de Tito se apropia de las ganancias de las empresas”; “Los frutos del trabajo del pueblo de los que Tito se apropia sirven esencialmente para satisfacer las dilapidaciones de esta camarilla de burócratas”; “El sector económico de la propiedad de todo el pueblo ha degenerado en economía de capitalismo de Estado” (de un artículo aparecido en el Hongqi el 26 de septiembre de 1963).

8 () “La degeneración del poder de Estado en Yugoslavia no se acompañó del derrocamiento del antiguo poder con los medios de la violencia (...) Los mismos individuos, la camarilla de Tito, detentan el poder”.

9 () Esta fórmula es cada vez más válida también para Rusia. Ya el PCUS está dividido en dos secciones, industrial y agrícola, primer esbozo de parlamentarismo. Conviene recordar, a este respecto, un fragmento de la declaración de un representante del Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú al secretario del Partido Socialista Belga, con ocasión de la solicitud de los rusos para participar en las celebraciones organizadas por los socialdemócratas con motivo del centenario de la fundación de la Primera Internacional (¡qué asco!): «A medida que Rusia desarrolle su economía, nosotros, los soviéticos, modificaremos igualmente nuestras estructuras internas (...) Ya no vemos por qué razón deben seguir existiendo motivos de desacuerdo profundo entre los socialistas rusos y los socialdemócratas occidentales».

10 () Los chinos apoyan esta fórmula reformista dentro del falso “campo socialista”, en China y, sobre todo, en los países subdesarrollados, como lo demostraremos a continuación en este estudio.

11 () Lenin habló de la posibilidad de una “restauración” de la burguesía, por ejemplo, en este pasaje de La enfermedad infantil del comunismo: «Es mil veces más fácil vencer a la gran burguesía centralizada que “vencer” a los millones y millones de pequeños patronos; pues estos últimos, con su actividad cotidiana, habitual, invisible, escurridiza, disgregadora, realizan los mismos resultados que necesita la burguesía, que restablecen (es Lenin quien subraya, ndt) a la burguesía». Un comentario de este pasaje, y otros, en nuestro folleto: “Sobre el texto de Lenin: 'La enfermedad infantil del comunismo'“. Pero Lenin en 1920 no afirmaba en absoluto que la economía rusa fuera socialista: la restauración de la cual habla concierne al poder político de la burguesía. ¡Y Lenin no sostenía, desde luego, la posibilidad de una restauración pacífica!

12 () He aquí el pasaje textual del artículo aparecido en Zëri i Popullit el 6 de junio de 1963, en el que los albaneses, tras haber sostenido que Yugoslavia intentó colonizar Albania en 1945, afirman: «Esta actitud y esta política de los revisionistas yugoslavos eran absolutamente idénticas a la política de subyugación practicada por los fascistas italianos respecto a nuestro país».

13 () Karl Kautsky, “¿Es la Rusia Soviética un Estado Socialista?”, en “Socialdemocracia contra comunismo”, 1932-37, Nueva York, Rand School Press, 1946.

Karl Kautsky falsifica de un modo descarado, verdaderamente increíble para un “erudito” de su clase, las características del modo de producción asiático descritas por Marx y Engels en varias ocasiones en sus obras. Para ser breves, nos limitaremos a remitir al lector a El Capital, Libro Primero, Cuarta Sección, Capítulo 14: IV. - La división del trabajo en la manufactura y en la sociedad (Ed. Soc., tomo II, pp. 41-48).

Marx habla, entre otras cosas, de pequeñas comunidades indias y el lector podrá ver no solo cuáles son para Marx las determinaciones esenciales del método de producción asiático, sino que también se dará cuenta de que para Marx todos los modos sociales de producción que han precedido al capitalismo son infinitamente superiores en lo que respecta a las relaciones de los hombres entre sí y del hombre con la naturaleza. Si Marx reconoció que el modo de producción capitalista ha posibilitado un aumento vertiginoso de las fuerzas productivas (aumento que, en la fase senil e imperialista del capitalismo, se ha convertido en una amenaza para la propia supervivencia de la especie humana) y si, en consecuencia, acogió con agrado su advenimiento como una revolución necesaria en el camino de la humanidad hacia la forma superior del comunismo, no es menos cierto que para Marx el capitalismo, considerado en la totalidad del desarrollo histórico, ha alcanzado el límite de la infamia para la especie humana.

Karl Kautsky había renegado a tal punto del marxismo en 1930 que comparó a Stalin con un faraón del antiguo Egipto o un rajá indio. No insistiremos en la otra tesis esencial del marxismo, a saber, que el modo de producción capitalista es una realidad irreversible después de 1870, en otras palabras, que desde entonces ya no está amenazado por una restauración; es, por lo tanto, la revolución proletaria y el advenimiento de la sociedad comunista lo que está a la orden del día. Kautsky renegaba de esta tesis esencial delirando sobre una fantástica resurrección del “despotismo asiático”. Siempre estamos en el mismo punto: el reformismo descubre continuamente etapas intermedias antes del advenimiento del socialismo. ¡Para que el proletariado luchara a favor de la democracia burguesa, era necesario que Kautsky descubriera que estaba amenazada por la resurrección del “despotismo asiático”!

También hay que recordar que los “barbaristas”, por su parte, comparaban la burocracia estalinista con los escribas del antiguo Egipto, y a Stalin con Ramsés II (Cf. Programme Communiste, n° 15, El marxismo contra la utopía, p. 25, nota 3). ¡He aquí, pues, las fuentes de estos “enriquecedores” del marxismo! Lo han copiado todo: la “racionalidad capitalista” la tomaron prestada de Max Weber, la “burocracia fundamentalmente diferente de la burguesía” de Worrall, el “Estado totalitario” de Hilferding, y finalmente, el “despotismo asiático” de Kautsky.

Recordamos, por último, a los lectores que la degeneración del modo de producción asiático en China ha sido analizada por nosotros en el estudio en curso de publicación “El movimiento social en China”, y que las determinaciones esenciales del modo de producción asiático han sido analizadas en el estudio “La sucesión de las formas de producción en la teoría marxista” (folleto mimeografiado en italiano).

14 () La acusación lanzada contra los chinos por la prensa rusa de ser “unos émulos de Gengis Kan” es un interesante anticipo. Los chinos han revertido hábilmente la acusación en el editorial aparecido en Hongqi y Renmin Ribao el 22 de octubre de 1963: “De los defensores del neo-colonialismo”, editorial que analizaremos cuando abordemos las revoluciones anticoloniales y la cuestión nacional. Además, el 4 de septiembre de 1964, el diario checoslovaco Praca definió a Mao Tse-tung como “un mandarín reaccionario”: «Mao Tse-tung habla no como un comunista, sino como un samurái japonés reaccionario».

15 () Ver el estudio en curso de publicación, “El movimiento social en China”, Programme Communiste, N.° 27, en particular el capítulo: “Sobre la naturaleza de la burguesía colonial” y “La teoría del feudalismo chino”, pp. 9-12.

16 () Ya hemos definido de una vez por todas a los autoproclamados “trotskistas” en el artículo “comunistas de tiempos mejores” (Programme Communiste, N.° 25, oct.-dic. 1963), respondiendo a las insinuaciones del semanario progresista France-Observateur, que consideraba nuestra revista un órgano trotskista. El mismo semanario dedicó un artículo al reconocimiento de China que hacía De Gaulle en una polémica contra los “puristas de nuestra izquierda más extrema” (30 de enero de 1964), no mejor identificados. Responderemos punto por punto a lo largo de este estudio a las calumnias e insinuaciones difundidas por France-Observateur contra “ciertos puristas de nuestra izquierda más extrema”.

17 () Cf. Programme Communiste, N.° 14, enero-marzo 1961, “¿Desarme del imperialismo o desarme del proletariado?”, p.12.

18 () Ver nuestra fácil predicción en Programme Communiste, N.° 18, enero-marzo de 1962, “¡Regeneradores y redentores a sus puestos!”, p. 54, donde afirmamos: «Con Jruschov, y con Thorez, condenarán a albaneses y chinos por ser estalinistas mientras ustedes son democráticos».

19 () Véase la «Resolución de 10 de diciembre de 1958 del Comité Central del P.C.C.» y la «Resolución adoptada por el Politburó del PCCh el 29 de agosto de 1958», cuyos pasajes más importantes hemos citado y comentado en Programme Communiste, N° 29 pp.10 a 13.

20 () Sobre el “modo de producción asiático” y la utilización de este concepto con fines anti-chinos por los «comunistas» de Moscú, véase Programme Communiste, nº 29, pp. 23-24-25.

21 () “No te preocupes por ellos, sino mira y pasa”, Dante, La Divina Comedia.

22 () Véase “El comunismo y los partidos argelinos”, Programme Communiste, n.º 11, pp. 19 a 22: “El Partido proletario y comunista y los movimientos nacionales y democráticos”, P.C. n.º 14, pp. 33 a 46, “Revolución y contrarrevolución en China”, P.C. n.º 20, pp. 36 a 38.

23 () Estas tesis pueden considerarse como salidas, más o menos, íntegramente de las manos de Lenin.

24 () El significado de la polémica Lenin-Luxemburgo es completamente distorsionado tanto por los estalinistas como por los extremistas o los socialdemócratas que se autodenominaban “luxemburguistas”. No fue Lenin quien atacó a Rosa Luxemburgo, sino esta última quien acusó a Lenin y a los bolcheviques de oportunismo en la cuestión nacional. La cuestión, además, se complicaba por el hecho de que la socialdemocracia polaca, dividida en dos facciones, una de las cuales (donde militaba Rosa Luxemburgo) participaba en el congreso de la socialdemocracia rusa, siendo Polonia una de las “nacionalidades oprimidas” por el zarismo.

En realidad, Lenin no le pedía en absoluto a Rosa Luxemburgo que renunciara a su programa sobre la cuestión nacional en Polonia: se limitaba a demostrar la validez del programa bolchevique sobre la cuestión nacional en Rusia. Lenin no criticaba la polémica iniciada por Rosa Luxemburgo contra el nacionalismo del Bund o del partido nacionalsocialista de Joseph Pilsudski. Lenin solo le reprochaba a Rosa Luxemburgo olvidar el “nacionalismo de la nación que oprime”.

Siempre en el mismo artículo, Lenin escribe para justificar la táctica de Rosa Luxemburgo en Polonia: «Es fácil imaginar que el reconocimiento por parte de toda Rusia, y en primer lugar de los marxistas gran-rusos, del derecho de las naciones a separarse, no excluye en absoluto para los marxistas de esta o aquella nación oprimida la agitación contra la separación, así como el reconocimiento del derecho a la separación no excluye en este o aquel caso la agitación contra la separación».

Observemos de pasada que esta última frase sobre el derecho a la separación fue innoblemente explotada por Thorez y los estalinistas franceses en la época de la guerra de Argelia. Pero el P.C.F. actuaba en aquella Francia que oprimía a Argelia: al hacer agitación contra la separación de Argelia, el P.C.F. adoptó plenamente el nacionalismo de la nación que oprime.

25 () Lo que aquí afirmamos, lo probaremos a lo largo de este estudio cuando abordemos las disputas fronterizas entre India, Pakistán y China, y las relaciones fuertemente ambiguas entre China e Indonesia.

26 () Este artículo ha sido ampliamente analizado por nosotros en “Revolución y Contrarrevolución en China”, P.C. N° 21, pp. 30-32.

27 () He aquí lo que escribía Il Soviet, órgano de la Fracción Comunista Abstencionista en Italia, corriente cuya tradición reivindicamos íntegramente, en su número 19 del 27 de abril de 1919, a propósito de las supuestas diferencias entre la “democracia” de la Entente y la “barbarie” del militarismo prusiano: «La democracia burguesa es un ejemplo viviente de hipocresía. La diferencia entre la Entente y sus enemigos reside solamente en la falta de sinceridad de la primera, que quiere hacer y hace efectivamente como los demás, pero no tiene como ellos el franco y brutal coraje de decirlo» (de “La utopía de la paz burguesa”).

¡Qué abstractos son estos “extremistas infantiles”! ¡No hacen ninguna diferencia entre el Kaiser y Wilson! Lenin, al contrario, era mucho más concreto. En 1920 descubría grandes diferencias entre la democracia de la Entente y el militarismo prusiano: “las famosas democracias occidentales son más viles y más cínicas que los Junkers y el propio Kaiser”.

28 () Lo que podríamos definir como la teoría del movimiento dialéctico de las tempestades revolucionarias no es de ninguna manera un “enriquecimiento” del marxismo por obra de Lenin. Nuestro partido afirma que “el supuesto marxismo-leninismo es una fórmula engañosa: solo existe una única teoría revolucionaria”. El socialismo científico nació precisamente de la solución del problema de la doble revolución planteado por Marx en 1844.

29 () El análisis de la práctica del maoísmo en la revolución china de 1930 a 1949, o de la acción del propio PCCh de 1921 a 1929, está fuera del alcance de este estudio. Este aspecto esencial de la cuestión, cuya comprensión es indispensable para entender la actual polémica ruso-china, se analiza en el estudio “El movimiento social en China” que se publica actualmente en Programme Communiste.

30 () El Tercer Mundo sigue agitándose en las contradicciones señaladas por la Internacional Comunista en las tesis de 1920. Tomemos, por ejemplo, la cuestión de la “industria artesanal indígena” “destruida por la competencia de los productos de las industrias centralizadas de los países imperialistas”. La última palabra al respecto, lanzada con perfecta sincronía por maoístas y gaullistas, consiste en invocar el renacimiento de la “industria artesanal indígena”. Los maoístas se prodigan en difundir en el Tercer Mundo la lección que les infligió el fracaso del “gran salto adelante” y la “traición” rusa, y en presentar lo que queda de las Comunas Populares como un ejemplo de unión de agricultura y pequeña producción industrial, lo cual permitiría a los países afroasiáticos “contar con sus propias fuerzas”. Los gaullistas, que se presentan a los países subdesarrollados como una tercera fuerza en competencia con la URSS y los EEUU, hacen eco a los maoístas, denunciando el “gigantismo” industrial del que EEUU y la URSS se hacen defensores en el Tercer Mundo.