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La mujer proletaria y el régimen capitalista Clara Zetkin, De las premisas a las tesis votadas en el Congreso Internacional de Mujeres Comunistas 1921 |
La criminal guerra imperialista entre los Estados capitalistas y las nuevas condiciones de vida resultantes de ella agravan hasta el extremo, para la gran mayoría del elemento femenino, las contradicciones sociales y los males que son consecuencia inevitable del capitalismo y que sólo junto con él desaparecerán. Y esto es válido no sólo para los Estados beligerantes, sino también para los países neutrales, los cuales, de hecho, han sido más o menos arrastrados al torbellino de la guerra mundial, sintiendo su influencia. La enorme y siempre creciente desproporción entre el precio de los objetos de primera necesidad y los medios de existencia de cientos de millones de mujeres hace insoportables sus penas, sus privaciones y sus sufrimientos como obreras, amas de casa y madres de familia. La crisis de la vivienda ha alcanzado las proporciones de un verdadero flagelo. El estado de salud de las mujeres empeora día a día a causa de la alimentación insuficiente y del trabajo excesivo en la industria y en el hogar. Disminuye continuamente el número de mujeres capaces de dar a luz niños con una constitución normal; y crece con rapidez espantosa la mortalidad infantil en el período de la lactancia. Enfermedades y debilidad general son la inevitable consecuencia de una alimentación insuficiente y de las deplorables condiciones de existencia a las que están condenados millones de pobres niños y que forman la infelicidad de innumerables madres.
Una circunstancia especial agrava los sufrimientos de las mujeres en todos los países en los cuales subsiste todavía el dominio del capitalismo. Durante la guerra la actividad profesional de las mujeres se ha ampliado considerablemente. En los Estados beligerantes, en particular, la consigna era: «¡Adelante las mujeres! ¡Las mujeres a las profesiones liberales!». Apenas resonaron las fanfarrias de guerra, los prejuicios contra «el sexo débil, atrasado, inferior», desaparecieron como por encanto. Empujadas por la necesidad y por los abusados, mentirosos discursos sobre el sagrado deber de la defensa nacional, las mujeres abandonaron en masa sus oficios por la industria, la agricultura, el comercio y los transportes, con gran ventaja de los insaciables capitalistas. La actividad profesional de la mujer penetró irresistiblemente en todas las administraciones comunales y estatales y en todos los servicios públicos.
Pero ahora que la economía capitalista, herida de muerte por la guerra mundial, se derrumba definitivamente, ahora que el capitalismo, aún detentador del poder, se demuestra sin embargo impotente para reanimar la producción hasta el nivel de las necesidades materiales de las masas trabajadoras y la desorganización económica y el sabotaje de los patronos han provocado una crisis sin precedentes, de la cual consecuencia directa es la huelga; ahora las mujeres son las primeras y las más numerosas víctimas de esta catastrófica situación. Tanto los capitalistas como los servicios públicos y las diferentes administraciones no temen tanto la huelga de las mujeres, como la de los hombres; y la razón es que las mujeres, en su mayoría, no están aun políticamente organizadas. Por otra parte, la mujer sin trabajo, según la opinión corriente, puede, como último recurso, hacer mercado de su cuerpo. En todos los países en los que el proletariado no ha asumido aún los poderes del Estado se oye continuamente resonar este grito: “¡Mujeres, abandonen la industria! ¡Vuelvan a sus hogares!”. Este llamado tiene también un eco en los Sindicatos, donde obstaculiza la lucha por la igualdad de salarios de los dos sexos y determina un retorno a las antiguas concepciones reaccionarias y pequeño-burguesas sobre la «verdadera, natural función de la mujer». Paralelamente al desarrollo de la huelga y de la negra miseria que de ella deriva para tantas mujeres, hay un resurgimiento de la prostitución en todas sus formas, desde el matrimonio de conveniencia hasta la prostitución abierta y oficial. La tendencia, siempre más acentuada, a eliminar el elemento femenino de la esfera de la actividad social se encuentra en directa oposición con la necesidad creciente que la gran mayoría de las mujeres siente, de tener un ingreso independiente y de consagrarse a las funciones de utilidad pública. La guerra mundial ha destruido millones de vidas, ha hecho de millones de seres humanos unos inválidos o unos enfermos que hay que alimentar y curar; a su vez, la desorganización de la economía capitalista pone ahora a millones de hombres en la imposibilidad de sustentar, como en el pasado, a sus familias con su propio trabajo profesional. La ya mencionada tendencia está pues en flagrante contradicción con los intereses de la mayoría de los miembros de la Sociedad. Sólo utilizando en todos los campos de la actividad humana las fuerzas y las facultades de la mujer, la sociedad podría reparar las espantosas destrucciones de bienes materiales y espirituales causadas por la guerra y desarrollar las riquezas y la civilización proporcionalmente a sus necesidades. La tendencia general dirigida a excluir el elemento femenino de la producción social, tiene origen en el deseo de los capitalistas, ávidos de ganancia, de acrecentar su poder. Ella prueba que la economía capitalista y el régimen burgués son incompatibles con los vitales intereses de la enorme mayoría de las mujeres, además que de la sociedad en general.
La actual miserable situación de la mujer es el resultado fatal del régimen capitalista, esencialmente rapaz y explotador. La guerra ha agravado luego hasta el extremo los vicios de tal régimen, del cual las mujeres son las innumerables víctimas. Y no es este un estado de cosas temporal que la paz hará desaparecer; la humanidad, por lo demás, por el hecho de la existencia del capitalismo, está continuamente expuesta a nuevas guerras de rapiña, de las cuales comienza justamente ahora a precisarse la amenaza. Son las mujeres proletarias las que sufren, más cruelmente que todos, de los defectos de la organización social contemporánea, en cuanto, perteneciendo al mismo tiempo a la clase explotada y al sexo al cual no se reconocen en absoluto los mismos derechos que al hombre, ellas son las víctimas mayores del régimen capitalista. Pero sus males y sus sufrimientos no son sino una de las consecuencias de la situación del proletariado oprimido y explotado en todos los países en los cuales reina todavía el capital. Las reformas aportadas al régimen burgués con el fin de “luchar contra la miseria producida por la guerra” no cambian en nada la situación. Sólo la abolición de este régimen producirá la desaparición de sus males; sólo la lucha revolucionaria de los explotados y los desheredados, hombres y mujeres de cada país, sólo la acción revolucionaria del proletariado conducirá al derrocamiento del orden social. Solo la revolución mundial, ejecutora suprema, será capaz de liquidar lo que es la herencia de la guerra imperialista: miseria, decadencia intelectual y moral, males y sufrimientos provocados por el completo fracaso de la economía capitalista.