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La cuestión colonial: Mozambique (Il Programma Comunista, n. 22 de 1971) |
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Antes de hablar de la guerra que Portugal lleva a cabo en África en un intento de salvar su imperio, haremos una breve mención a la historia de la colonización portuguesa.
Los argumentos del colonialismo son conocidos: Portugal tendría derecho a permanecer en África porque está presente allí desde el siglo XV. También se hace hincapié en la “función civilizadora” de Portugal y no se escatiman reproches a los “colonialistas moderados” franceses e ingleses que abandonaron el juego. A decir verdad, en los siglos pasados la presencia portuguesa se limitaba a las costas y tenía un carácter predominantemente comercial. El interior de las colonias fue conquistado solo después de 1884.
Contrariamente a lo que sostiene cierta historiografía imperialista, que pinta a los europeos como civilizadores de bárbaros, los portugueses encontraron civilizaciones pre-existentes, que destruyeron. La zona costera que tocaron era mucho más vasta que las actuales Angola y Mozambique; entraron en contacto con las extremas ramificaciones del mundo árabe y con las civilizaciones nacidas bajo la influencia islámica (por ejemplo, la de la isla de Zanzíbar). Más al sur chocaron con los reinos negros de Monomotapa y Changamire, cuya decadencia favoreció la formación de propiedades semi-feudales (prazos) en manos de aventureros portugueses o africanos.
En las últimas décadas del siglo XIX, parecía que los restos del dominio portugués en África debían deshacerse bajo el impulso de los imperialismos más fuertes; vastas zonas del interior, incluida gran parte del Congo, que Portugal reclamaba, fueron asignadas a otras potencias. Fue precisamente la rivalidad entre los otros imperialismos lo que permitió la supervivencia del imperio portugués. De hecho, Francia y Alemania, queriendo bloquear el camino a Inglaterra, reconocieron a Portugal el dominio sobre Angola y Mozambique, así como sobre una franja de tierra que conectaba las dos colonias. Pero esto contrastaba con la aspiración inglesa de constituir una serie de colonias que fueran de El Cairo a Ciudad del Cabo. En 1890, por lo tanto, Lord Salisbury envió a Lisboa un ultimátum en el que se pedía abandonar las regiones del interior, y en 1891 Portugal renunció definitivamente, en un tratado, a conectar las dos colonias. A Portugal le quedaban entonces Guinea (36.000 km²), Angola (1.240.000 km²) y Mozambique. No se trataba de un gran imperio, pero era enorme en comparación con el tamaño y la riqueza de la metrópoli.
La colonización a gran escala comenzó en 1894, bajo la dirección de Antonio Enes. El despojo tuvo un desarrollo similar al de Argelia bajo los franceses: la propiedad privada es una institución nacida en las orillas del Mediterráneo, y como tal ajena a las zonas llamadas no civilizadas; los portugueses, aplicando los criterios jurídicos europeos, consideraron tierra sin dueño aquella no cultivada directamente por las tribus, y la declararon propiedad estatal.
Como tantos otros pueblos, los habitantes de Mozambique no practicaban una agricultura estable, sino que cambiaban periódicamente el terreno para no agotarlo. No se trata de una novedad ni siquiera para Europa, ya que este sistema itinerante se aplicaba ya en la Alemania de la época de César. Los nativos tenían la opción de permanecer en las antiguas tierras agotadas o abandonarlas permitiendo que fueran expropiadas y declaradas propiedad del Estado; pero también podían venderlas a los blancos por poco dinero. La gran mayoría de las masas negras fue así reducida a terrenos cada vez más pe queños. Pero la “sabiduría” del colonialismo introduce la “salvación” recurriendo a las fuentes de otros exterminadores de indígenas, los yanquis de América: en los años 1918-19 se introducen las reservas. La estructura étnica, sin embargo, era demasiado diferente de la estadounidense; mientras que allí las poblaciones indígenas eran escasas y la inmigración blanca muy intensa, aquí los blancos eran una minoría ínfima: no podían anular a los indígenas, pero tenían que servirse de ellos como mano de obra.
El desarrollo del capitalismo presupone por un lado una acumulación primitiva, y esto se obtuvo a través de la requisición de tierras, y por otro lado la formación de un proletariado. Pero los indígenas se aferraban tenazmente al pequeño pedazo de tierra que les quedaba y el autoconsumo y la agricultura de subsistencia aún predominaban. Los medios para obligar a los indígenas a trabajar para los blancos se reducían a dos fundamentales: la presión fiscal y el trabajo forzado. Incluso las chozas más pobres fueron sometidas a impuestos y, como los impuestos no eran en especie sino en moneda, el campesino se veía obligado a producir para el mercado para obtener dinero. Además, quien no trabajaba al menos seis meses al año (y cultivar su pequeño campo no se consideraba trabajo) podía ser reclutado por la autoridad para trabajos forzados.
Las zonas habitadas por los blancos tenían cierto grado de autonomía administrativa, mientras que en las otras zonas, además de la autoridad de los blancos, los indígenas eran oprimidos por los jefes tribales colaboracionistas. Mozambique fue también una reserva de mano de obra para las minas de oro y diamantes del Transvaal. Varios acuerdos sobre este tema llevaron a una verdadera esclavización de la mano de obra negra, por lo que la emigración no representaba la libertad, sino un doble yugo.
El gobierno republicano (1910) no se mostró ciertamente más humano que el monárquico; dio una notable autonomía a la colonia, lo que significó entregar a las masas negras en manos de sus verdugos locales blancos.
Pero la reestructuración más completa de la colonia se produjo con la llegada de Salazar: en 1926 hubo un golpe de Estado militar, en 1928 Salazar se convirtió en ministro de finanzas, en 1932 primer ministro, y se propuso hacer de las colonias un invernadero caliente para el capital portugués. Hasta entonces Portugal, un país muy débil desde el punto de vista capitalista, había permanecido en la órbita de Inglaterra y gran parte del capital en sus colonias era inglés. El salazarismo de los orígenes puede definirse como un intento de hacer autónomo el capital portugués, expresado de una forma particularmente reaccionaria.
Para aclarar mejor la cuestión, será útil una comparación con Turquía. Este país, como Portugal, era una semi-colonia, pero el movimiento tendente a la formación de una base nacional para el capitalismo, desarrollándose en los años de los gigantescos sacudones dados por la clase obrera a las metrópolis imperialistas, no podía no tener un carácter revolucionario. En cambio, el salazarismo, fruto de la plena contrarrevolución, no podía sino intentar sentar las bases de un capitalismo portugués a través de la alianza con los sectores más retrógrados de la renta fundiaria. Nació así un movimiento mucho más atrasado que el fascismo, o mejor dicho, un movimiento híbrido que unía los caracteres del fascismo con los de la derecha clerical tradicional. Inútil decir que la autonomía del capital portugués se ha convertido en un sueño y que ahora más que nunca Portugal es una semi-colonia, el país más atrasado de Europa.
El colonialismo portugués siguió, sin embargo, los caminos clásicos de los otros: impuso a los campesinos africanos el cultivo de ciertos productos, y grandes compañías privadas tuvieron el monopolio de la compra de la cosecha. Su procesamiento estaba, por otra parte, prohibido en las colonias (una norma similar había sido impuesta por el gobierno de Su Majestad británica a los colonos americanos: se puede hablar de “invariancia del colonialismo”). Toda la economía, durante el período salazarista, fue controlada directamente por la metrópoli, destruyendo la anterior autonomía de los colonos blancos. Esto hizo para siempre imposible la formación de un Estado blanco autónomo del tipo de Rodesia.
Las colonias representaban una reserva de materias primas para Portugal, que a su vez reexportaba productos terminados. Gran parte de las tierras fue asignada a compañías que introdujeron el cultivo del té, la caña de azúcar y los cocos. En el norte del país predominaba la economía de plantación, mientras que el sur estaba integrado en la economía sudafricana. Las redes ferroviarias de la zona no tenían el propósito de conectar las diversas regiones de Mozambique, sino que iban directamente del mar a la frontera con el único propósito de llevar mercancías hacia Rodesia, Nyasalandia y Sudáfrica.
Portugal intentaba dividir a las masas negras con el mito de la asimilación; se llamaban asimilados a los africanos que poseían un cierto grado de cultura, hablaban y escribían en portugués, y habían superado un examen especial, después de lo cual eran equiparados a los blancos; el resto, el 99% de la población, estaba excluido de todo derecho burgués: no podía tener propiedad de la tierra, ni poseer ganado, y, para vender la cosecha, debía pedir autorización gubernamental y para desplazarse de una parte a otra del país debía exhibir un pase.
Las poblaciones negras no habían aceptado el dominio portugués sin lucha; hubo numerosas revueltas de los Makonde, sofocadas solo con la ayuda de las tropas inglesas. Hubo fuertes luchas contra el reclutamiento en la época de la Primera Guerra Mundial: los makondes eran “bárbaros”, pero políticamente estaban más avanzados que muchos europeos, que iban al frente como ovejas, reverentes ante el Estado burgués. Pero, por más generosas que fueran, las revueltas negras no podían ser victoriosas; y tuvieron que doblegarse bajo la opresión portuguesa, que no actuaba solo por sí misma, sino también por Inglaterra; de hecho, gran parte del comercio de Mozambique estaba en manos de los ingleses, como lo demuestra el hecho de que las importaciones de Mozambique provenían en un 23,1% de Gran Bretaña y solo en un 20% de Portugal.
En el curso de la Segunda Guerra Mundial, Portugal intenta hacerse autónomo de Inglaterra; se sientan las bases de una industria textil portuguesa y Mozambique debe proveer algodón a un precio inferior al mundial. Las plantaciones de algodón en Mozambique adquieren una importancia primordial. Portugal a su vez exporta a la colonia los tejidos, reduciendo la cuota de importación de Inglaterra. La mayor parte de la población trabaja en la producción de algodón.
Para controlar mejor a la población negra, Portugal favorece la inmigración de los blancos, que pasan de 27.000 en 1944 a 67.000 en 1955. A estos emigrantes el gobierno les proporciona todo: tierras, créditos, herramientas. No es una inversión fructífera, sino solo un precio político para conservar el dominio de la metrópoli.
La producción de algodón está dominada por las grandes compañías que utilizan dos métodos: 1) contratación directa de mano de obra para las plantaciones; 2) dejar la producción a los indígenas, reservándose el monopolio de la compra a los precios impuestos por el gobierno. Con los proletarios de las plantaciones se usa el truck-system: los asalariados, de hecho (unos 134.000), reciben el salario parte en dinero y parte en mercancías. El dinero es absorbido en gran parte por los impuestos. En cuanto al sistema de concesión, el gobierno obliga a los africanos a cultivar ciertas zonas de algodón y otras de productos de subsistencia. Las compañías proporcionan semillas y herramientas que luego se deducen del precio de producción: naturalmente, el campesino soporta todos los riesgos. Portugal importa gran parte del producto a precios bajos; además, como la balanza de pagos es activa para Mozambique, Portugal utiliza estos excedentes para cubrir su déficit. Y los indígenas deben pagar también los gastos de colonización, es decir, por la administración, el ejército, los sacerdotes de las Misiones, etc. Gran parte de los ingresos provienen del comercio de tránsito hacia Rodesia, Nyasalandia y Sudáfrica. Para tener precios de transporte bajos se usa mano de obra forzada. También los trabajadores del puerto de Lourenço Marques son forzados.
Otro drama es el que viven los emigrantes. Eran enviados a decenas de miles a los países vecinos, debían gastar sumas considerables en pasaportes, registros (creados expresamente para sangrar a la mano de obra), retenciones obligatorias pagadas directamente por el gobierno sudafricano, etc. Si los trabajadores de las plantaciones eran unos 134.000, los campesinos de las concesiones eran 500.000, los emigrantes de 300.000 a 500.000.
La opresión de los negros era intolerable. La masa de los blancos en la colonia apoyaba al gobierno; también lo hacía, es triste decirlo, el proletariado blanco, que temía la competencia de la mano de obra de color. Inútil añadir que el pequeño burgués blanco, que no podía sobrevivir sin los créditos del gobierno, era el más fanático perseguidor de los negros.
Esta es la situación que ha llevado a las masas negras a la rebelión. En un próximo artículo intentaremos analizar los desarrollos políticos de estas luchas.