Partido Comunista Internacional Índices sobre el centralismo orgánico


El partido no nace de los “círculos”
("Il Partito Comunista", 1980)


1 -   Presentación, 2017
2 -   Tenaz y coherente trabajo de Partido
3 -   Actividad y Acción
4 -   Organización y disciplina.
5 -   ¿A quién beneficia?
6 -   Una severa lección para todos
7 -   Los principios de la organización
8 -   Del partido a los “círculos”




El artículo que aquí republicamos fue escrito en 1980, poco más de seis años después de una separación de un partido en el que muchos de nosotros habíamos militado desde su nacimiento, separación llevada a cabo con una maniobra, que definimos como sucia, sobre la cual el artículo vuelve en la parte final.

La ocasión fue dada por una delirante afirmación de nuestros excompañeros, según la cual hasta ese momento habríamos atravesado una fase de círculos y ya había llegado el momento de construir el partido verdadero. Pero el artículo es una lúcida reafirmación en general de los pilares de la existencia de la estructura comunista, de su modo de trabajar y de las relaciones entre compañeros, aspectos vitales de su misma existencia como órgano político revolucionario.

En la afirmación antes mencionada se hablaba de un campo revolucionario, que debía ser filtrado para así llegar a la construcción del gran partido. Obviamente, era funcional a esta operación una disminución de nuestro partido a círculo, o conjunto de círculos, en los que solo se habría abordado la elaboración de la teoría.

En esto se apelaba a la experiencia bolchevique, que efectivamente tuvo que ver con los círculos. Pero la semejanza se detiene ahí. Es cierto que a finales del siglo XIX, debido a la represión zarista, las organizaciones más grandes habían sido dispersadas y los socialistas se veían obligados a reunirse solo localmente, sin conexiones; esto había dado lugar a grupos obviamente heterogéneos, con las más variadas teorizaciones. En la mayoría de los casos se trataba de socialistas sinceros, que aspiraban a luchar para derrocar el zarismo y el capitalismo.

Pero, a diferencia de lo que las diversas carroñas del politicantismo quieren hacer creer, Lenin nunca hizo filtrados, compromisos sobre la teoría o sobre la táctica con el fin de construir el partido; al contrario, martilló siempre sobre la intransigencia del marxismo originario y monolítico, “granítica base teórica”, escribe en “El Extremismo”, marxismo que conocía a la perfección, como lo atestigua su producción teórica y polémica de aquellos años. Sí se había verificado entonces la existencia de un campo revolucionario, que Lenin contribuyó grandemente a acompañar en su maduración en partido, centralizado y disciplinado en cuanto informado por la única doctrina y el único programa del comunismo, que lo guiaría a la Revolución de Octubre.

Tampoco previamente la teoría revolucionaria había surgido de un filtrado, en las mediaciones entre grupos diferentes, ni en 1848, ni en 1903. Y no fue así para nuestra corriente de Izquierda en el Partido Socialista Italiano que desde su constitución, al final de la guerra 1914-18, ha presumido de bases teóricas perfectamente en línea con Marx. Y también con Lenin, a quien aún no conocíamos.

Pensar, en 1980, que se pudiera llevar a la correcta doctrina marxista, admitiendo que se dispusiera de alguna primogenitura, a grupos y organizaciones de áreas de rebeldía burguesa, que desde siempre pululan alrededor del partido del comunismo, hacerles aceptar el verbo marxista en virtud de no se sabe qué astucias y maniobras, era solo veleidad antimarxista. Era oportunismo: se decía que se quería filtrar, pero el verdadero propósito era hacer filtrar al partido, convertirlo en un círculo entre los círculos.

De aquí el artículo, que según nuestro método muy poco ofrece a la polémica, y reafirma en positivo las características fundamentales del partido comunista de siempre. Ya en 1980, los años transcurridos desde nuestra consumada expulsión demostraban que eran irrenunciables para mantener recto el rumbo en el camino que lleva a la revolución del proletariado. Y las décadas que desde entonces han seguido no han hecho más que confirmar aquellas afirmaciones y aquellas previsiones.


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(de “Il Partito Comunista”, n. 68, 1980)

La función esencial del partido político es aquella, dicha en términos literales de la Izquierda Comunista, de no separarse nunca del “partido histórico”, del programa, de la tradición. La organización política del partido es una organización especial, diferente y opuesta a todos los demás partidos, porque encarna el programa de la clase proletaria, del comunismo. Una vez sentado esto, se desprende que la historia del partido político es la historia de la conquista por parte de la clase de la conciencia del comunismo.

Así como sería absurdo y antihistórico pensar que el proletariado adopte hoy la técnica militar de las barricadas, es igualmente absurdo y antihistórico creer que el partido político deba pasar por la “fase de círculo” antes de convertirse en un partido “compacto y potente”.

Esto equivaldría, en el campo teórico, a admitir que antes de hoy no ha existido ninguna actividad histórica de la clase y que es necesario reescribir El Capital, que la clase no tiene “memoria histórica”.

La “fase del círculo” es típica de la Rusia de finales del Ochocientos y no tiene correspondencia en la Europa occidental, de fuerte desarrollo industrial capitalista, tanto es así que Lenin toma como “modelo” de partido a la Socialdemocracia alemana para unificar los círculos socialistas rusos en un único partido político nacional.

El proletariado mundial tiene ya tras de sí una historia formidable en todos los campos, por lo que no necesita volver a empezar de cero cada vez que sufre una derrota. Por otra parte, esto sería incompatible, entre otras cosas, con el desarrollo, la concentración y la centralización de las fuerzas productivas, de donde surge casi mecánicamente la necesidad de un partido mil veces más centralizado no solo como organización sino también como actividad teórica.

La estrechez del “círculo” es un atributo típicamente pequeño-burgués, donde domina la incapacidad para la elaboración doctrinal, la ausencia de principios y de programa, donde la máxima aspiración es la de la asociación federativa, como entre los anarquistas.

Con el advenimiento de la Tercera Internacional Comunista, con centro único mundial, encaminada hacia el Partido Comunista Internacional, la clase obrera ha adquirido lo que Lenin llamaba “conciencia organizativa”, el contenido programático, táctico, la dimensión planetaria, la estructura piramidal de su organización política.

La Izquierda Comunista, después de la destrucción del Komintern, es su depositaria. Desde el final de la Segunda Guerra imperialista, encarnada en el pequeño Partido Comunista Internacional, desempeña la tarea de conexión entre el ayer fecundo y heroico y el mañana revolucionario y victorioso, en una incesante obra de restauración de la doctrina y de reconstrucción de la organización política.


Tenaz y coherente trabajo de Partido

Lenin usaba la expresión “embrión de partido”, la Izquierda “pequeño partido”, para significar que para llegar al “gran partido” no era necesario distorsionar las prerrogativas y las formas del partido tout court. Para pasar del partido-embrión al partido adulto no hay necesidad de “giros”.

La organización política en embrión merece el apelativo de partido solo y en cuanto desempeña sus funciones propias con coherencia y fidelidad a la doctrina y al programa. De un “embrión” diferente no se pasa al gran partido, sino al partido enemigo. El embrión, como se sabe en biología, contiene, algunas en potencia otras menos o más delineadas, las funciones esenciales y fundamentales del órgano maduro y adulto.

La prueba de esta consideración es la vida y el trabajo realizado por el “pequeño partido” a lo largo de treinta años. Un trabajo no solo en el campo de la teoría y de la doctrina, sino también en el económico-sindical, de la propaganda y del proselitismo, de la organización y de la vida interna.

Son nuestras Tesis sobre el centralismo orgánico de 1965-66, vinculantes para todos aquellos que se profesan comunistas revolucionarios, las que confirman estas aseveraciones. Recuerdan «que el partido no puede dejar de resentir los caracteres de la situación real que lo rodea», situación hoy netamente desfavorable, pero por esto «no debe renunciar a resistir, sino debe sobrevivir y transmitir la llama a lo largo del histórico “hilo del tiempo”. Es claro que será un partido pequeño, no por nuestro deseo y elección, sino por ineludible necesidad».

En cuanto a la estructura de este pequeño partido, «no queremos un partido de secta secreta o de élite, que rechace todo contacto con el exterior por manía de pureza. Rechazamos toda fórmula de partido obrero y laborista (...) No queremos reducir el partido a una organización de tipo cultural, intelectual y escolar (...) Tampoco creemos, como ciertos anarquistas y blanquistas, que se pueda pensar en un partido de acción armada conspirativa y que teja conjuras».

El hecho de que se haya tenido que emplear la mayor parte de las energías para la acción histórica contra «las falsificaciones y la destrucción de la teoría y de la sana doctrina», «no por esto debemos levantar una barrera entre teoría y acción práctica; puesto que, más allá de un cierto límite, nos destruiríamos a nosotros mismos y todas nuestras bases de principio». «Reivindicamos, pues, todas las formas de actividad propias de los momentos favorables en la medida en que las relaciones reales de fuerzas lo permitan». Y no solo las reivindicamos, sino que, donde las condiciones materiales nos lo permiten, las practicamos.

«La vida del partido debe integrarse por doquier y siempre sin excepciones en un esfuerzo incesante de insertarse en la vida de las masas y también en sus manifestaciones influenciadas por las directrices contrastantes con las nuestras (...) En muchas regiones el partido tiene ya tras de sí una actividad notable [en el campo económico-sindical], aunque deba siempre afrontar dificultades graves y fuerzas contrarias, superiores al menos estadísticamente».


Actividad y Acción

“Actividad” notable, pues, y “Acción” teórica, sentencian nuestras tesis. Mientras dure este período ya largo, y para nuestra pasión revolucionaria demasiado largo, desfavorable, el partido estará obligado, no por su elección, a la “actividad” política, de propaganda, de proselitismo, de polémica, y a la “acción” teórica. El campo de intervención no puede ser sino circunscrito y sus instrumentos limitados prevalentemente a la prensa para la difusión del programa revolucionario.

A pesar de este límite, relativo y temporal, el partido se esfuerza siempre por pasar de la actividad a la acción, de la propaganda y del proselitismo a la agitación y a la movilización, para ejercer su influencia sobre los obreros. Pero, sin embargo, creemos que baste la mera voluntad para invertir las proporciones de nuestro trabajo, porque, para decirlo con Lenin, «cuanto mayor es el impulso espontáneo de las masas, cuanto más se extiende el movimiento, tanto más aumenta –de manera incomparablemente más rápida– la necesidad de conciencia en la actividad teórica, política organizativa» del partido.

El paso de la actividad a la acción es esperado por el partido, es buscado por sus militantes como el elemento natural en el que finalmente se puede desplegar toda la energía contenida y reprimida durante mucho tiempo por la fuerza de la superior presión enemiga. Si no fuera así, si el partido tuviera que enterarse con un “comunicado” oficial y con decisión repentina e inesperada, de que ha llegado la hora de pasar a la acción, entonces la organización sufriría un trauma mortal.

Todo el trabajo realizado por el partido a lo externo y sobre todo a lo interno, ha tendido y tiende a preparar a su pequeña organización para habilitarse para traducir en precisos y específicos actos políticos su formidable programa histórico, en las condiciones dadas. En esto consiste la preparación del partido, en sondear las todavía adversas condiciones materiales a la penetrabilidad de la acción del partido. Sin recurrir a trucos fáciles ni a maniobras dudosas, que al final nos llevarían a ser penetrados por la acción adversaria, contaminadora de la organización y destructora de nuestras bases programáticas, sino con absoluta adherencia a las raíces de la tradición y del programa.

Para desorientar al partido se necesita poco, basta con ponerlo ante una maniobra brusca, envolverlo con un “descubrimiento” de última hora, como por ejemplo la patraña de la existencia de un “campo revolucionario” fuera del partido, antes negado, y en consecuencia la solicitud de tender las manos de la organización a los “revolucionarios” desquiciados que pululan en el estudiantado y en el profesorado, en los ambientes de las timoratas clases medias. Basta esto para demoler el trabajo de décadas, o, de todos modos, admitido que el error pueda ser rectificado, para retrasar o comprometer la preparación del partido y su dilatación.

La “necesidad de conciencia” en el partido es un imperativo categórico. Es necesario que el partido sepa con antelación, tenga una conciencia arraigada de lo que hace y de lo que se dispone a hacer, de las consecuencias que conlleva cada empresa, cada “paso”, de las repercusiones que ello tiene para la organización.

La “acción teórica” del partido es por un lado también “actividad política”, en el sentido de que se ha utilizado la elaboración teórica como un arma, cuyos órganos de difusión son el periódico y los propios militantes, por cuyo medio el partido se ha puesto en contacto físico con la clase y en contraste directo con las falsas ideologías y los falsos partidos y sindicatos obreros. La superficie de contacto con la clase y con el enemigo, amonestan nuestras tesis, se dilata por efecto de esta acción incesante, combinada con la maduración de la crisis del capitalismo.

El periódico, órgano del partido, no ha hecho más que reflejar la actividad y la acción del partido. A medida que la praxis del partido se desarrolle y extienda, también el periódico político desarrollará y extenderá su penetración y su influencia en la clase. Si no fuera así, nos encontraríamos ante un periódico que va por su cuenta respecto a la actividad real del partido, que no refleja la condición real de la organización, sería mera expresión de voluntad, y caería en el voluntarismo y en el activismo. Al contrario, se caería en el “academicismo” si se rehusara a dilatar la actividad política y a emprender la acción política donde fuera posible. Pero esto en el verdadero partido nunca se ha verificado y no puede verificarse, al menos que no pierda la justa orientación.

Por esto no se debe dar crédito a la teoría de la “fase de círculo” que nuestro partido habría atravesado y no aún completada, cómoda teoría para justificar los pasos en falso de nuestros detractores -con los cuales no se ha dudado en romper el pequeño partido, arrojándolo en la incomprensión y en el apuro–, los bruscos “giros” y los improvisos retornos, negando su antigua envidiable eficiencia organizativa en los campos de la actividad y de la acción.


Organización y disciplina

Es demasiado cómodo sostener: “ya ha sucedido, e incluso si nos hemos equivocado no se puede volver atrás”. Teorizar la “fase de círculo” y luego darse aires de construir el “gran partido” lleva directamente a considerar que el partido se dilatará y se potenciará más allá del perímetro actual, no en virtud de su actividad propia, sino en virtud de los “círculos”, es decir, con el chanchullo con los ambientes pequeño-burgueses en los que y de los cuales nacen los “círculos”. Dar a entender estas falsas construcciones sirve para justificar el burocratismo en la organización y la coacción en la vida interna del partido, para transformar la disciplina en un dominio desde arriba sobre el partido, sin el cual precisamente, los “círculos” no pueden ser mantenidos juntos.

El verdadero partido no nació de los círculos ni crecerá pasando por la “fase de círculo”. Toda la historia de la Izquierda Comunista lo demuestra y lo confirma.

Es igualmente falso creer que la “fase de círculo”, admitido y no concedido que el partido la haya recorrido o la esté todavía recorriendo, sea superable con expedientes organizativos, con el recurso a la disciplina, con invenciones del tipo “el periódico político”, como si Lenin hubiera operado en el campo de la organización, del trabajo, de la disciplina, sin antes combatir las falsificaciones del socialismo difundidas por los “economicistas” de la época y por los diversos grupos socialistas. Si esto creyéramos en 1980, en el área de la revolución unívoca, se falsificaría a Lenin, se mistificarían sus potentes lecciones. Imitando la experiencia rusa para la construcción del partido se llegaría al resultado opuesto al que llegaron el bolchevismo y la Izquierda Comunista italiana, nos encontraríamos con un partido compuesto por “grupos” o “círculos”, cuya vida estaría sometida a continuas luchas políticas y consiguientes laceraciones en su interior, no oponiéndose nada al delirante “filtrado” de micro-organizaciones políticas, de naturaleza opuesta a la del verdadero partido.

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(de “Il Partito Comunista”, n. 66, 1980)

La organización y la disciplina como fórmula mágica, como “ábrete sésamo” en la cuestión de la construcción del partido político, es derivada de los automatismos militares y burocráticos. El partido tiene una concepción opuesta a la de la burguesía respecto a la organización, a la estructura y a los recorridos ordenativos de la disciplina a las disposiciones centrales.

Solamente en el campo de la organización militar de partido se exige de la organización general disciplina incluso mecánica, pero lo menos posible inconsciente, como se encuentra también en Lenin. Lo que presupone una preparación del partido tal que nada parezca improvisado e inesperado. No es casualidad que los célebres “comisarios políticos” del ejército rojo no fueran otra cosa que la voz del partido, superior en línea jerárquica y política a los “comandantes” militares. Por medio de ellos el partido no solo controlaba la estructura y el aparato de clase, sino que inculcaba sobre todo en los proletarios combatientes la pasión y la conciencia comunista.

Nunca ha sido posición de la Izquierda en el campo de la organización la de repartir a los militantes en “especialistas”, “expertos” en las funciones específicas de la articulada actividad del partido. Uno de los medios para reducir al mínimo las consecuencias negativas de la “rutina” en el partido, es el de solicitar a los compañeros que desempeñen su trabajo en toda función y órgano, porque ya en el partido actual queremos esforzarnos por romper concretamente la división técnica del trabajo. El partido debe ser capaz de forjar compañeros capaces de responder a toda función, de desalentar en los individuos toda “vocación” personal que no sea la de trabajar para el partido, en el partido, a las órdenes del partido.

Nos socorre en esto la historia de la Izquierda Comunista, que nos recuerda cómo todos los compañeros, en cualquier nodo de la estructura organizativa donde el partido los hubiera ordenado, se ocupaban de las luchas reivindicativas y sindicales del proletariado, no pensando mínimamente en invadir campos de “competencia” ajenos ni en no estar a la “altura” por falta de “especialización”. Nuestra antigua y áspera polémica con los futuros renegados acerca de la organización del partido sobre la base de las “células”, como órganos estructurales empresariales, en lugar de sobre la base territorial, reafirma la necesaria aspiración de trabajar y progresar para romper especializaciones, tecnicismos, limitaciones, cerrazones, bagaje entonces de jerarquías “de hierro”, con las que el oportunismo aplastaba al partido, contrabandeando por “bolchevismo” estúpidos ejercicios burocráticos y jerárquicos, en lugar de sostenerlo con el orgánico empleo de todas las fuerzas militantes.

El traslado al hoy de las potentes lecciones de Lenin, en el campo de la construcción de la organización política, no puede prescindir del proceso histórico transcurrido, marcado por los hitos de la Revolución de Octubre y de la Tercera Internacional Comunista, cúspides de la experiencia histórica del proletariado revolucionario mundial. Si para la reconstrucción del partido no se usaran los mejores materiales seleccionados por la historia, sino que se emplearan los superados y caducados, no trabajaríamos para edificar el partido comunista internacional como potente fuerza social, sino para construir un aborto de partido, una organización política que obstaculizaría el renacimiento del partido. Trasladada la cuestión al campo de la táctica, sería como si aplicáramos los módulos operativos propios de la acción del partido en la fase de revolución doble, a la fase de la revolución unívoca.

Siguiendo este correcto criterio de determinismo histórico-dialéctico, hemos luchado por más de 56 años con el fin de construir un partido comunista único y mundial, no para una reedición de la Liga de los Comunistas o de la Asociación Internacional de los Trabajadores, órganos revolucionarios de clase en 1848 y en 1866, utopías en 1980, si no precisamente reaccionarias al menos de dudosa procedencia.

Los falsificadores de la Izquierda sostienen que si no se supera la “fase de círculo”, durante la cual –¡cuidado!– se habrían restaurado el programa y la teoría, no se podrá reconstruir el partido político. ¡Qué hermoso descubrimiento el de reconstruir programa y teoría sin al mismo tiempo, día tras día, reconstruir la organización! Como si la restauración de las bases fundamentales, programáticas y teóricas, no fuera actividad, lucha, acción de una organización, quizás pequeña, pero siempre de una organización política.

Uno de nuestros opúsculos más significativos lleva el título “En defensa de la continuidad del programa comunista”. En él están contenidas las Tesis de la Izquierda, desde las de la Fracción Comunista Abstencionista de 1920 hasta el cuerpo de Tesis de 1965-66, llamadas del Centralismo orgánico. Estas Tesis cristalizan nuestras posiciones fundamentales en el arco de nada menos que 46 años, en perfecta continuidad entre ellas. Recogen las fases más destacadas de la lucha revolucionaria de los comunistas por la construcción, la reconstrucción y la defensa del partido a escala mundial, del órgano fundamental primario para un nuevo “asalto al cielo”. Es precisamente en las Tesis de julio de 1965 donde se lee expresamente, corrigiendo a quien quería que nos redujéramos a una secta de marxólogos y negaba la calificación de partido a nuestra pequeña organización: «Antes de dejar el argumento de la formación del partido después de la segunda gran guerra, es bueno reafirmar algunos resultados que hoy valen como puntos característicos para el partido en cuanto son resultados históricos de hecho, a pesar de la limitada extensión cuantitativa del movimiento, y no descubrimientos de inútiles genios o solemnes resoluciones de congresos soberanos». Sigue la lista de los “resultados históricos, de hecho”, adquiridos por el “pequeño partido”, entre los que destaca el de «no concebir el movimiento como una mera actividad de prensa propagandística y de proselitismo político», sino «en un esfuerzo incesante de insertarse en la vida de las masas», con lo que «debe ser rechazada la posición por la cual el pequeño partido se reduce a círculos cerrados sin conexión con el exterior»; y finalmente, el perentorio llamado a no fraccionar la organización, a no «subdividir el partido o sus agrupaciones locales en compartimentos estancos que sean activos solo en uno de los campos de teoría, de estudio, de investigación histórica, de propaganda, de proselitismo y de actividad sindical, que en el espíritu de nuestra teoría y de nuestra historia son absolutamente inseparables y en principio accesibles a todos y a cualquier compañero».

Las posiciones generales, enunciadas en forma de tesis, es decir, de modo positivo, no constituyen un hermoso libro finamente encuadernado para colocar en la librería, sino reglas de vida práctica, con las que la pequeña organización se forma y se robustece en tanto lucha por afirmarlas, actualizarlas y por defenderlas de los enemigos y de los falsos amigos.


¿A quién favorece?

La organización política del partido, por lo tanto, se forja y se estructura por medio de la perfecta adherencia de sus funciones y de sus tareas específicas y generales al programa y a la tradición del marxismo revolucionario. No se la sustituye con expedientes organizativos y disciplinarios.

Detractores de la Izquierda repiten desde hace siete años que hasta ahora el partido ha vivido “una fase de círculo” y que para salir de ella es necesario tomar medidas organizativas y hasta disciplinarias.

En 35 años nadie se había dado cuenta de haber vivido en los círculos y entre los círculos. Solamente los teóricos de la “fase de círculo” han tenido esta potente iluminación. Teorizando así falsamente, los “doctrinarios” de última hora acreditan la mentira de que el partido político nace después de haber superado la “fase de círculo”, en la cual habría tenido su incubadora. Así asistimos a una nueva serie histórica: primero “los círculos”, luego, con operación organizativa y disciplinaria, “el verdadero partido”.

“Los círculos”, en realidad, son una invención de los detractores de la Izquierda, para justificar sus falsos teoremas políticos, sus rarezas interpretativas, sus insanas medidas organizativas y disciplinarias para “dominar” la “fase de círculo” de la organización.

Con el mismo fin fueron inventadas por el Ejecutivo de Moscú en degeneración las “fracciones” de la Internacional, para “combatirlas” y para aniquilar a la Izquierda. Cuántas veces, y con fuerza incomparablemente mayor que la nuestra, las viejas generaciones de comunistas de izquierda repitieron estas mismas consideraciones en los congresos nacionales e internacionales a los dirigentes máximos y mínimos del movimiento comunista. Cuántas veces nos sentimos repetir que eran obsesiones de visionarios, que éramos unos “fraccionalistas” y eso bastaba para ser expulsados del partido con la acusación infamante de traidores.

Hoy en día es fácil constatar el ignominioso final de aquellos “bolcheviques de hierro”, pero es mucho más difícil comprender hasta el fondo por qué camino los usurpadores de la revolución traicionaron al comunismo y destruyeron el partido. Incluso entonces nos repetían la doctrina burguesa de “el fin justifica los medios”, atribuida de forma innoble a Lenin, como si fuera indiferente el medio respecto al fin, como si no hubiera en cambio, una estrecha relación dialéctica entre los medios a emplear y los fines a alcanzar. Cuando (Tesis de Roma, Lyon, etc.) desarrollamos estos temas centrales, nos han acusado de “doctrinarios”, “académicos”, de querer un partido “descentrado”.

El aspecto más vergonzoso de esta falsa doctrina es que se intenta echar un velo de silencio sobre 35 años de trabajo y de luchas, en los que se ha forjado una pequeña organización, como si durante un tercio de siglo no se hubiera trabajado para preparar el partido, sino un montón de “círculos”.

Para reforzar esta tesis se ha separado artificialmente el trabajo de “reconstrucción de la doctrina” del de la reconstrucción del partido político, atribuyendo el primero no a las fuerzas del partido, sino al “genio”, al que se le ha rendido la traidora reverencia de publicar las “obras” post-mortem, con nombre y apellido.


Una severa lección para todos

La conservación de las fuerzas, sobre todo en esta fase negativa que perdura desde hace 54 años, es función organizativa de primer orden del pequeño partido. Es una consigna que data de los tiempos de Marx y Engels y ha permitido la transmisión de la intacta doctrina de una generación a otra de comunistas revolucionarios. Ay de quien rompa esta consigna con pretextos como “fases” y “giros”. Se está en el partido no por efecto de una adhesión formal, ni por una disciplina cualquiera, sino por fidelidad inquebrantable al programa y a la organización que lo expresa, practica y defiende.

No es un unitarismo formal, tan nocivo como el fraccionismo, pero tampoco la estúpida y vil presunción de ser un núcleo de elegidos, besados por la historia, a quienes todo les esté permitido, de negar hoy lo que se afirmó ayer.

La cacareada “selección de las fuerzas” no es una premisa sino una consecuencia de la lucha revolucionaria. Cuando es invocada para reprimir las fuerzas del partido, que no se “encuentran a disgusto” ante la ardua tarea de marchar contra corriente, debemos pensar que nos encontramos en presencia de una degeneración mortal, no de una práctica que robustezca la organización.

No son consideraciones morales ni estéticas, sino patrimonio de la Izquierda. Sostener que no están maduras las “condiciones” para realizarlas, equivale a negarlas y en consecuencia a preparar, a la larga, la derrota de la revolución.

No permitir nunca a nadie que atente contra la integridad programática y organizativa del partido es la otra consigna, derivada de la primera. Quien se atreva a tanto, en la cumbre o “en los rangos”, debe ser abandonado a la deriva. No hay que creer que el partido esté en los jefes y que los “gregarios” sean los ejecutores de sus órdenes indiscutibles. A menudo, muy a menudo, la justa política revolucionaria ha sido dictada no desde arriba, como lo prueba la formidable lucha de la Izquierda, a la que se oponía como prueba de verdad revolucionaria la mayoría de los consensos, más que la solidez doctrinaria de los argumentos, alineados con el programa y la tradición. Que la forma democrática de los consensos, como era costumbre de la Internacional, sea ahora descartada, no es una justificación útil, sino prueba de abuso sobre el partido. Las porquerías siguen siendo siempre porquerías con o sin el pañuelo de la cuenta de votos.

Por la misma razón por la que somos conservadores de la teoría y del programa, así somos celosos de la organización. Los seguidores de la falsa doctrina de la “fase de círculo”, no pueden tener estos escrúpulos, tratándose no del partido, para ellos, sino de “círculos”.

Impedir a quienquiera que pontifique propinando soluciones pescadas al azar, con ignorancia crasa de nuestra historia y de la de nuestra clase, a la moda de los fariseos, olvidados de que los problemas centrales nunca se presentan de la misma forma, de modo que el partido no se vea obligado a sufrir periódicamente duchas ahora calientes ahora frías, plegándose a los humores del primero que llega.

El partido debe ser capaz de controlar cada aspecto de su vida, cada función de su organización; de modo que nada le caiga inesperado, incomprendido, misterioso. Andar por ahí vendiendo como posiciones de la Izquierda aquellas que sostienen que el terrorismo es “un rayo de luz” para el proletariado, que el folclore político de los grupúsculos de base estudiantil intelectual subproletaria es “campo revolucionario”, que los “comités obreros” son obsesiones, por lo que trabajar en ellos es “activismo”, “economicismo”, y poco después sostener lo contrario, no por efecto de situaciones cambiadas sino porque son impulsados por “impaciencia”, decepcionados de que nada haya derivado al inmediato, contrabandear este movimiento pendular por “táctica” de la Izquierda, significa desorientar a los militantes, sembrar la desconfianza en el partido, desmoronar su organización, comprometer décadas y décadas de duro y coherente trabajo.

Los teóricos de los “círculos” no están afligidos por tales preocupaciones, porque todo lo remedian con la “disciplina”, y con las fórmulas organizativas.

Queda por sentado que el Partido Comunista Internacional no nació de los círculos.

* * *


(de “Il Partito Comunista”, n. 71, 1980)

Los argumentos hasta aquí desarrollados han tendido a demostrar que el partido político no nace de “giros” organizativos ni de “curas” disciplinarias, sino del correcto trabajo de restauración del programa. Sobre esta base siempre ha surgido y resurgido el partido político de clase. Las fuerzas que se asoman alrededor de las funciones, todas ellas, en las debidas proporciones, en las que se desarrolla la vida del partido, encuentran con naturalidad cada una su puesto de lucha y de compromiso, en el respeto, también natural, de los principios fundamentales de la organización que son el centralismo y la disciplina. Estos principios son comunes a todos los partidos políticos, incluso burgueses, con la sustancial diferencia de que en el partido comunista encuentran una aplicación que la Izquierda define con el adjetivo “orgánica”.

Para evitar equívocos, el adjetivo “orgánico” no significa que cada militante pueda interpretar arbitrariamente las disposiciones del partido; que el partido se estructure sin una jerarquía y que en esta jerarquía quien está arriba pueda de igual manera arbitrariamente lanzar órdenes, reprimir y condenar. La historia de la Izquierda demuestra que, en lugar de infringir las reglas fundamentales de la organización política de partido, ella ha preferido “sufrir en silencio”, a menudo “heroico”. El ejemplo de las llamadas “retrataciones” de la vieja guardia bolchevique ante los tribunales estatales de Stalin confirma la formidable disponibilidad de los comunistas a renegar de toda convicción personal, cuando deba chocar con el principio de los principios, la exigencia primaria del partido político de clase; para no ofrecer al enemigo, el capitalismo, el argumento de chantaje sobre la clase obrera de que también su partido es renegado por los revolucionarios. La lección de Bujarin, Zinoviev, Kámenev, etc. fue precisamente la de no ofrecer al mundo capitalista el espectáculo de la insubordinación al partido.

Orgánico significa que el partido no está vinculado a ninguna forma a priori y que quiere ser capaz de asumir toda forma que sea funcional para la guerra total y mortal del proletariado revolucionario contra la sociedad capitalista. En este sentido no excluye de su arsenal político ideológico táctico y organizativo ningún medio que considere eficaz para vencer al enemigo histórico. Un partido con una organización dúctil, capaz de pasar de una fase a otra de la lucha de clases, sin salirse de los rieles del programa. Es el que siempre ha sostenido también Lenin.


Los principios de la organización

Un partido político puede existir sin una ideología, una doctrina, un programa histórico propios, pero no puede existir sin organización. El partido fascista es un ejemplo flagrante. El partido anarquista ha tenido que tragarse todos sus sofismas para sobrevivir como fuerza política.

La ventaja que tiene el partido comunista es que su organización no se apoya en los principios organizativos de centralismo y de disciplina desvinculados del programa. En esto la organización comunista encuentra continuidad, muere y resurge en el tiempo, porque tiene origen y fuerza de su programa único e indivisible. Quedando firme el “partido histórico”, es decir, el partido-programa que no muere hasta que no muera la sociedad dividida en clases, el partido político, es decir, efímero en la expresión de Marx, susceptible a las fluctuaciones de la lucha de clases, opera y se mueve organizando sus fuerzas sobre la base del centralismo y de la disciplina.

Es bien cierto que el partido no nace de los círculos, pero puede disolverse en los círculos, cuando falte la observancia del programa, de la táctica, de los principios organizativos.

Otro aspecto que caracteriza la aplicación de los principios organizativos en el partido comunista es que la disciplina es espontánea, incluso cuando, por razones de fuerza mayor, el partido debe darse una organización militar. También aquí debe reafirmarse que espontáneo no significa aceptación o repulsa de la disciplina según cómo uno se levante por la mañana.

Uno de los argumentos principales que la Izquierda ha usado en la lucha contra la degeneración de Moscú y contra el estalinismo era, y es, que es mortal para el partido creer que se corrigen las desviaciones con procedimientos organizativos y disciplinarios.

El partido se crea reglas de funcionamiento que pueden variar de fase a fase de la lucha de clases, en correspondencia con la acción y la actividad que debe desarrollar. Estas reglas deben también responder a exigencias precisas y a los principios organizativos, de tal manera que no perturben el equilibrio del partido. Asegurar que la vida interna y el trabajo del partido se desarrollen lo mejor posible no es un aspecto secundario, ni moral, en el sentido peyorativo del término. La atormentada historia de la Internacional tuvo que sufrir la contaminación oportunista también por estas vías, que la Izquierda, aunque denunciándolas a tiempo y con fuerza, no pudo evitar. El pequeño partido no puede descuidar estos aspectos considerándolos secundarios respecto a los grandes problemas a afrontar. El buen funcionamiento del partido no está dado solo por el respeto riguroso del programa, de la táctica y de la organización, sino también por el conjunto de las funciones internas y externas.

Al respecto, la Izquierda ha dado indicaciones precisas, en forma de preceptos referibles, en las expresiones literarias, más a los sentimientos que a la razón, ciertos de suscitar el sarcasmo de los neo-bolcheviques de hierro, inquebrantables a todo movimiento del ánimo. La definición de que el «socialismo es un sentimiento» es de Marx y de la Izquierda, no de Tolstoi, y no se ve por qué este sentimiento deba impregnar a la humanidad de mañana y no también la “comunidad combatiente”, el partido precisamente, de hoy. La “fraterna consideración de los compañeros”, que escandaliza a los imbéciles y ofrece pretexto a los hipócritas para sus maniobras diplomáticas, es uno de los preceptos de vida interna de partido. Significa solidaridad de los compañeros entre ellos, no compasión. La solidaridad es una fuerza material, no una debilidad. Se cuenta que el internacionalista Lenin le dio una potente reprimenda napolitana al “romántico”, “bolchevique de hierro”, o “de acero” por definición, Stalin, por haberse permitido faltar al respeto a su compañera Krupskaia, militante del partido.

Otro precepto de vida de partido, es aquel que parece contradecir el primero, que “no se debe amar a nadie”. Los histéricos, que no pueden apreciar el alto contenido de verdad de la paradoja, dan la interpretación de que entre compañeros no deben mediar sentimientos afectivos, que los compañeros deben ser considerados como meros instrumentos, para tomar o tirar, de un partido metafísicamente entendido como un Moloch al que todo debe ser sacrificado, olvidados de que el partido político no puede existir sin militantes. El significado al contrario, del precepto es que se debe amar a todos los compañeros, y no a algunos y excluir a otros.

Es falsa la imagen de que el partido sea todo y solo racionalidad, ciencia militante, frío órgano social, como si fuera una máquina. En el partido la racionalidad, la ciencia no es de los individuos, sino del cuerpo general de la clase, entendida por los marxistas, condensada en textos y tesis que trascienden siglos y generaciones. Y la ciencia y la racionalidad no existirían sin los impulsos determinantes de la pasión, del sentimiento. Sin fe, instinto, sentimiento no existe inversión de la praxis. No existe la ciencia por la ciencia, el marxismo por el marxismo, el partido por el partido. Marxismo y partido son arma y órgano de la última clase revolucionaria de la historia, el proletariado. Reafirmamos estos conceptos en particular en los últimos años de vida de la Internacional, cuando estábamos obligados a asistir a venenosas luchas internas que laceraban el glorioso cuerpo del partido internacional en pedazos: cuando se formaban grupos de lucha sin exclusión de golpes, de la que Stalin fue la macabra síntesis.

La escisión de nuestro pequeño partido de noviembre de 1973 no ocurrió porque al partido se le impusiera una disciplina “estalinista”, según la versión de los escisionistas, cuyo balance, por cierto, es tan grave como fue en aquellos años turbios y asfixiantes la arrogancia con que se impuso el bozal al partido. Las razones de la escisión residen en un diseño táctico con el que se quería desplazar al partido al terreno del apaño con el campo del extremismo pequeño-burgués, rebautizado “área revolucionaria”, con los “círculos” y las cloacas de la “contestación” perenne del estudiantado y del lumpenproletariado, mente y brazo de las semi-clases estériles y reaccionarias. La maniobra fue sostenida por la falsa doctrina de que “quizás serán los Soviets” los que sustituyan a los sindicatos, absorbiendo el principio que provenía precisamente del campo del extremismo reaccionario, de la “politique d’abord”, de la “política ante todo”, con el que se desclasaba la lucha económica proletaria, la reconstrucción de la insustituible organización de clase.

Las medidas organizativas y disciplinarias que se tomaron para hacer pasar esta maniobra sirvieron para romper las resistencias en el partido y fueron coadyuvadas por una campaña de denigración y de mentiras, dignas de los años oscuros de la Internacional de Moscú.

Así, en la vida interna del partido, se iba afirmando el falso principio de que se podía pasar impunemente de una maniobra a otra con el simple recurso a instrumentos organizativistas y disciplinarios, con el terrorismo ideológico y en algunos casos incluso no ideológico. En las relaciones entre compañeros dominó cada vez más la desconfianza, la diplomacia, hasta el odio justificado por el nuevo verbo de la necesidad, para el bien del partido, de la “lucha política” en el partido.

No nos lamentamos, entonces, del repentino endurecimiento de las medidas disciplinarias, ni del comportamiento policial de los emisarios del centro, porque es sacrosantamente cierto que los comunistas no se duelen de la disciplina, sino porque con estos medios, usados inesperadamente, los comunistas perciben que algo poco claro está cambiando en el partido y hacen bien en desconfiar. A pesar de ello, fue acto coherente y debido la sumisión a la central del partido, sin renunciar a la función necesaria para cualquier compañero de controlar el funcionamiento de la central.

Recordamos estos hechos dolorosos, pero también lamentables, indignos de la tradición de la Izquierda, a los compañeros serios y jóvenes de ayer y también a los de hoy, a quienes la verdad nunca ha llegado o ha llegado distorsionada, para que puedan valorar objetivamente que las vías a través de las cuales pasa la destrucción del partido son varias y diferentes, pero todas reconducibles a la experiencia histórica, que el verdadero partido posee y que los compañeros sinceros tienen el deber de buscar y de defender, cueste lo que cueste.


Del partido a los “círculos”

Uno de los recorridos de degeneración del partido es el de su decadencia en “círculos”, de lejos el peor, incluso infecundo, porque las fracciones pueden ser la base desde donde volver a empezar para la reconstrucción del partido, como la historia ha demostrado. Este peligro subsiste sobre todo cuando se trata de un partido en el que hay que dilapidar el precioso patrimonio general del marxismo revolucionario. La vía para dispersar este patrimonio en mil arroyos es exactamente aquella por la que se consiente que se formen y se cristalicen y finalmente operen en la misma organización política de partido direcciones diferentes a las que el partido se ha dado, cultivando la ilusión de que el partido así transformado en partido de opiniones pueda responder a las solicitudes más exigentes de la lucha de clases.

Ya hemos constatado históricamente cuán errónea es la generosa pretensión de atraer fuerzas heterogéneas en el momento en que se cree lanzado hacia el ataque revolucionario, esperando que la lucha las amalgame al menos hasta la victoria, con el firme propósito de separarlas después de la victoria si obstaculizaran el mantenimiento del poder político. Hemos constatado amargamente que, desaparecidos el ataque y la victoria, estas fuerzas heterogéneas han contribuido fuertemente a matar al partido. Recorriendo este camino, rechazado por la historia, el pequeño partido morirá incluso antes de nacer como un gran partido.

Con mayor razón cuando se verifica el proceso inverso, es decir, cuando, por efecto de discontinuidad organizativa, oscilación táctica, diferencia de direcciones, incoherencia hacia la tradición, el partido, único nominalmente, en realidad es una organización compuesta, formada por partículas desiguales, mantenidas juntas por reglas disciplinarias, que se mantienen por ausencia de verdaderos choques, por la persistente flacidez de las relaciones sociales.

Las posiciones que expresamos son las de la Izquierda, del partido de ayer, de 1921, cristalizado en las Tesis de Roma 1922, de Lyon 1926, en las posiciones firmes y coherentes mantenidas en los Congresos de la Internacional Comunista, en las bases características de 1952 hasta las tesis 1965-1966.

Se lo hemos recordado secamente también a los “círculos” llamados “internacionales” e “internacionalistas”, que nos invitaban a congresos paraconstituyentes del “partido”, los cuales desarrollaban, y creemos que todavía desarrollan, el argumento de que el partido nace de un “entendimiento” de un apaño entre círculos, o grupos, como los llaman, reuniendo las “membrecías dispersas” de los comunistas. Que el apaño pueda existir, no lo negamos. Excluimos que genere el partido político de clase, el partido “compacto y potente”.

Hay que reconocer que los “constituyentes” son coherentes porque hacen seguir las palabras de los hechos. No son coherentes aquellos que predican la falsa doctrina de que el “partido nace de los círculos” y la practican solo a escondidas, entre las paredes de casa, no se sabe si por pudor o por oportunidad, o incluso por ambos.

Las posiciones de la Izquierda no pasan por el medio entre “constituyentes” desvergonzados y “constituyentes” púdicos, sino que chocan con unos y con otros, denigradores de la Izquierda y del verdadero partido.

El partido crece y se desarrolla de los modos ya conocidos, sobre la base del patrimonio de la Izquierda, y no sumando círculos o grupos sedicentes revolucionarios, hacia los cuales se debe desarrollar una política de vaciamiento para liberar las fuerzas genuinamente proletarias. De otra manera, serán los círculos los que entrarán en el partido y nos traerán lo más deletéreo que se pueda concebir. El partido aumentará en efectivos, quizás, pero se transformará en una serie de círculos y grupos en lucha entre ellos, hasta degenerar.