|
|||||||
|
|||||||
En Gaza no se libra una guerra nacional,
sino una guerra imperialista de clases
Los numerosos conflictos en la región
La masacre perpetrada el 7 de octubre de 2023 por las milicias de Hamás y la Yihad Islámica Palestina – que dejó 1.200 muertos, entre ellos activistas por la paz y trabajadores inmigrantes, y 250 secuestrados – desencadenó el conflicto más sangriento hasta la fecha entre el Estado de Israel y los grupos árabe-palestinos mayoritarios. Este conflicto se ha prolongado durante 24 meses, con una breve tregua entre enero y marzo, y se ha extendido desde Gaza a gran parte de Oriente Medio.
Resulta difícil determinar las intenciones de los partidos burgueses que controlaban la Franja de Gaza – ahora reducida a un mero vestigio – y de los Estados capitalistas que los respaldaban. Sin embargo, es evidente que aquella masacre – que expresaba un deseo de genocidio idéntico al perpetrado por el régimen burgués israelí – unió a la sociedad israelí en torno a su gobierno durante meses, lo que le permitió a este disfrutar de las condiciones más favorables para desatar la guerra contra Gaza.
Una guerra que, según datos proporcionados por el Ministerio de Salud de Hamás y confirmados por las fuerzas israelíes, ha causado hasta la fecha más de 67.000 víctimas, ha destruido gran parte del patrimonio arquitectónico de la Franja – incluidas infraestructuras, hospitales, escuelas y mezquitas – y ha provocado una hambruna que, según el programa alimentario de la ONU, afectó aproximadamente a 650.000 trabajadores gazaties hace un mes.
De los 2,3 millones de habitantes – según el censo de 2023-, aproximadamente 200.000 han logrado emigrar, una minoría que, en su mayoría, pagó – según una cifra publicada repetidamente por el periódico Haaretz – alrededor de 4.000 dólares a organizaciones que operan en el Sinaí egipcio. Se trata, por lo tanto, principalmente de familias de clase media o de la clase media baja acomodada.
De las 67.000 víctimas palestinas, el 46% eran menores de 18 años, casi 1.000 eran recién nacidos y la proporción de militantes con respecto a los civiles muertos fue de 1 a 5 (según el gobierno israelí, de 1 a 2). Esta masacre era previsible, dado que la zona es una de las más densamente pobladas del mundo y su población es extremadamente joven, debido a la altísima tasa de natalidad (1,5 millones de habitantes en 2001; 2,3 millones en 2023; más de 50.000 recién nacidos en 2023).
Tras el 7 de octubre, las fuerzas proiraníes en Líbano (Hezbolá), Siria, Irak y Yemen (hutíes) no lanzaron una ofensiva decidida, coordinada y simultánea contra Israel. En cambio, según el régimen iraní, tenían libertad para decidir el alcance y la naturaleza de su respuesta. Esta se limitó a lanzamientos de misiles para mantener la farsa de solidaridad con la causa palestina, pero sin provocar una guerra abierta con Israel.
Esto no impidió que Israel lanzara una poderosa ofensiva contra Hezbolá en el Líbano en agosto de 2024, diez meses después del inicio del conflicto en Gaza, decapitando a su liderazgo, debilitando significativamente a sus milicias y haciéndolas retroceder al norte del río Litani. La derrota quedó sellada con la tregua firmada el 27 de noviembre, que instauró un nuevo equilibrio de poder entre las fuerzas políticas burguesas del Líbano, con el nuevo gobierno intentando desarmar a las milicias de Hezbolá.
Menos de una semana después de la firma de esta tregua, comenzó el avance de las milicias sunitas afiliadas a Hay'at Tahrir al-Sham (HTS) en Siria, que el 8 de diciembre de 2024 conquistaron Damasco, deponiendo a los Assad, que habían estado en el poder desde 1971.
Para el imperialismo iraní, este fue un segundo golpe, que interrumpió el llamado “corredor chiíta”, que permitía la continuidad territorial para el movimiento de personas, bienes y armas desde Irán hasta el Mediterráneo, pasando por Irak, Siria y Líbano.
La caída de Assad también supuso un duro golpe para el imperialismo ruso, que ve en riesgo sus tres bases militares en Siria, la base naval de Tartus, que controlaba desde 1971, y las bases aéreas de Hmeimim y Qamishli.
La presencia rusa en Siria apoyó a la burguesía Alawita, una minoría étnica que dependía del poder del clan Assad y que, en marzo, fue atacada por milicias sunitas protegidas por el nuevo gobierno, quienes masacraron a casi mil personas en cuestión de días. Como muestra del cinismo y el maquiavelismo de la burguesía, Israel ahora apoya la presencia rusa en las tres bases sirias, tanto como fuerza antiturca como para debilitar al nuevo régimen sirio. Por la misma razón, apoya a los kurdos en el norte, al este del Éufrates, y a los drusos al sur de Damasco.
La clave reside en el equilibrio de poder entre los Estados de la zona, que compiten por mercados y territorios, con alianzas que varían según las circunstancias – es decir, la conveniencia – y la dependencia en las potencias imperiales mundiales. Estados Unidos, antes la URSS – tras la contrarrevolución estalinista – y hoy Rusia y China.
Tras la segunda guerra de Estados Unidos contra Irak en 2003 y la consiguiente devastación de ese país, hasta entonces una importante potencia capitalista en la región y rival directo de Irán, este último pudo extender su influencia sobre Irak, Siria, Líbano, Gaza y Yemen durante veinte años. La guerra de Gaza desencadenó siete guerras consecutivas, lo que obstaculizó el desarrollo imperialista de Irán en favor de Turquía, Qatar, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos e Israel. Todas estas potencias burguesas estaban interesadas en limitar el poder iraní, pero también dispuestas a enfrentarse entre sí.
El imperialismo chino, principal rival del estadounidense – que se pronuncia en apoyo de la causa palestina e importa el 90% de las exportaciones de petróleo iraní, aproximadamente el 15% de sus necesidades, financiando así indirectamente la proyección imperialista iraní, que en Gaza se manifiesta en forma de apoyo a la Yihad Islámica Palestina (YIP) y a Hamás-, es también el mayor socio comercial de Israel, recibiendo el 17% de sus importaciones desde China, incluso más que el 11% que importa de Estados Unidos. Enormes empresas estatales chinas construyen y operan autopistas, centrales eléctricas y puertos, como el de Haifa (Israel). Empresas chinas especializadas en inteligencia artificial utilizan drones para espiar a los palestinos en Gaza y proporcionan sistemas de vigilancia, reconocimiento facial y recopilación de datos en Cisjordania.
La reacción rusa e iraní a los reveses de los primeros 15 meses de la guerra – desde octubre de 2023 hasta diciembre de 2024 – fue un “Tratado de Cooperación Estratégica” entre los dos países, firmado el 17 de enero en Moscú.
Mientras tanto, Israel continuó aprovechándose del conflicto que se había extendido desde Gaza a Oriente Medio, perseverando en su estrategia de hecho consumado, bombardeó repetidamente las instalaciones militares de lo que quedaba del Ejército Árabe Sirio, la fuerza aérea y la armada, para debilitar al nuevo régimen, y ganó terreno y aldeas en los Altos del Golán, llegando a estar a 40 kilómetros de Damasco.
Muy pocas voces de denuncia se han alzado en la diplomacia internacional con respecto a la violación de la soberanía territorial de Siria, en comparación con el coro mucho más limitado de indignación fingida tras el bombardeo israelí de Doha, Qatar, el 9 de septiembre.
Siria ha sido, y sigue siendo, un territorio disputado entre potencias imperialistas, que explotan las rivalidades étnicas, y entre burguesías locales, definidas como clanes dada su estructura familiar, entre Turquía al norte e Israel al sur, con Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, interesados en invertir un capital significativo en la reconstrucción del país, tras el levantamiento de la mayoría de las sanciones por parte de Estados Unidos. Los intereses del imperialismo turco están protegidos por el nuevo régimen sirio, expresión de parte de la burguesía suní, mientras que Israel – como ya se mencionó – se apoya en los kurdos sirios del noreste y los drusos del sur.
Estados Unidos está jugando con múltiples peones en la región para proteger los intereses de sus capitalistas: Israel, Turquía (miembro de la OTAN), Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos – las llamadas petromonarquías del Golfo Pérsico – con las que concluyeron acuerdos por valor de 600.000 millones de dólares, 243.000 millones de dólares y 200.000 millones de dólares, respectivamente, durante la visita de Trump el pasado mes de mayo.
El 18 de mayo, el gobierno israelí lanzó una nueva operación en Gaza, denominada “Tanques de Gedeón”, que incluyó intensos bombardeos. El 20 de agosto, la operación se convirtió en “Tanques de Gedeón 2”, con el despliegue masivo de tropas y equipo terrestre. El 16 de septiembre, comenzaron a avanzar hacia la ciudad de Gaza.
En un momento tan propicio, tras los importantes avances logrados durante esos meses de guerra, era de esperar que el régimen burgués israelí aprovechara la situación para impulsar un ataque regional contra Irán. Esto sucedió, de acuerdo con el entendimiento habitual con Estados Unidos. A partir del 13 de junio, durante doce días, la fuerza aérea israelí atacó infraestructura militar iraní, incluidas instalaciones nucleares, y a funcionarios del régimen en barrios de clase media del norte de Teherán. El breve conflicto terminó con el bombardeo estadounidense de varias plantas de enriquecimiento de uranio. A esto le siguió un lanzamiento de misiles iraníes, cauteloso y premeditado, contra la base militar estadounidense en Qatar, la mayor de ese imperio en la región. Si bien se desconoce la magnitud de los daños a las instalaciones dedicadas al desarrollo nuclear, tanto militares como civiles, los daños a las demás fueron sin duda considerables.
Pero la breve guerra también demostró cómo un país pequeño como Israel, con una población de apenas 10 millones – incluidos 2 millones de árabes israelíes que no prestan servicio militar-, tiene serios problemas para resistir un conflicto más prolongado e intenso. Los misiles iraníes han eludido repetidamente el sofisticado y potente, también costoso, sistema de intercepción, causando daños y víctimas, incluso entre la población árabe.
Esto pone de manifiesto cómo, en el marco del tercer conflicto imperialista mundial, hacia el cual avanza decididamente el capitalismo, la destrucción de Israel no es en absoluto imposible, y cómo resulta insensato para la clase obrera – también en este país – confiar en los éxitos militares de su propia burguesía. La única salvación reside en la solidaridad y en la revolución proletaria internacional, rechazando la política y la guerra imperialista, empezando por la de su propio país, más allá de las dos columnas de Hércules que se abren hacia la revolución comunista: EL ENEMIGO ESTÁ EN NUESTRO PAÍS y ¡PROLETARIOS DE TODO EL MUNDO, UNÍOS!
La breve guerra entre Israel e Irán también demostró el verdadero valor del acuerdo estratégico firmado en enero entre Moscú y Teherán. Rusia no pudo ni hizo nada para apoyar a Irán, lo que confirma las dificultades derivadas de la guerra en Ucrania, que absorbe gran parte de sus recursos.
Una prueba más de esta “cooperación estratégica” fue el acuerdo firmado el 8 de agosto entre Estados Unidos, Armenia y Azerbaiyán para el Corredor de Zangezur, de 43 kilómetros, que discurre a lo largo de la frontera iraní-armenia, conectando Azerbaiyán con su enclave de Najicheván y, desde allí, con Turquía. El acuerdo estipula la cesión de la soberanía de facto sobre el corredor, ubicado en territorio armenio, a Estados Unidos. Irán queda así aislado de Armenia y, por ende, de Rusia, que, una vez más, no ha hecho nada para oponerse. Irán ahora comparte su frontera norte, al oeste del mar Caspio, únicamente con Azerbaiyán, cuya minoría de habla túrquica representa una molestia para el régimen burgués de Teherán. Esto supuso una victoria más para el imperialismo turco y estadounidense, a costa del imperialismo iraní y ruso.
Antes de este acuerdo, en julio, tras el brote de violencia interétnica de marzo entre alauitas y sunitas, esta vez se produjo un enfrentamiento entre beduinos y drusos en la gobernación de Suwayda, al sur del país, hogar de la minoría drusa. Esto confirmó la fragilidad del nuevo régimen sirio y su incapacidad para prevenir los enfrentamientos entre los clanes burgueses de los diversos grupos étnicos. Esto tuvo dos consecuencias: los kurdos del noreste ralentizaron la integración de sus milicias en el nuevo ejército sirio, e Israel, con el pretexto de proteger a los drusos, bombardeó el cuartel general sirio en Damasco, un objetivo muy cercano al palacio presidencial – una advertencia contra el nuevo régimen y Turquía – y desplegó tropas aún más cerca de Damasco en el sur.
El último elemento de este panorama es el conflicto entre Israel y los hutíes, quienes lanzan constantemente misiles contra Israel. El miércoles 24 de septiembre, uno de ellos penetró el sistema de defensa antiaérea, impactando en Eilat e hiriendo a varios civiles. En respuesta, Israel ha bombardeado repetidamente la infraestructura de Yemen bajo control hutí, así como edificios institucionales y políticos. El 30 de agosto, prácticamente todo el gobierno hutí fue aniquilado en un bombardeo que acabó con la vida de 12 ministros y altos funcionarios, entre ellos el primer ministro y los ministros de Industria, Asuntos Exteriores y Justicia.
Guerra y lucha de clases
Si bien es necesario comprender las intrigas y maniobras del imperialismo en la lucha por el reparto de los mercados mundiales, el marxismo enmarca esta dinámica dentro del desarrollo histórico, es decir, la lucha entre clases, en los planos político y social, que, desde el inicio del Manifiesto Comunista de diciembre de 1847 de Marx y Engels, es “el motor de la historia”.
Todos los Estados capitalistas se atacan entre sí. Las alianzas siempre se dan entre depredadores, como también deja claro este informe. El “derecho internacional” es una ficción, una tapadera para el hecho de que lo único que importa es el equilibrio de poder entre las potencias. La “soberanía nacional” es otra mentira, puesto que los Estados burgueses débiles son peones de los más fuertes. Estas ficciones persisten hasta que la estructura económica capitalista entra en crisis, como es inevitable, acelerando y exacerbando la competencia económica, política y militar, lo que desemboca en una confrontación militar interminable, a menudo con guerras subsidiarias, y, a medida que este proceso avanza, escala hasta convertirse en una guerra abierta entre Estados, culminando en una guerra mundial.
Pero todos los Estados burgueses son atacados primero en su base, desde dentro, por las crisis económicas y sociales. La clase asalariada se ve impulsada a la lucha no por la propaganda comunista, sino por el empeoramiento de sus condiciones de vida, resultado de la creciente crisis de sobreproducción en el capitalismo global. Si para los Estados capitalistas el principio de “soberanía nacional” es una farsa porque los fuertes dominan a los débiles, para los trabajadores de todos los países – tanto fuertes como débiles – es una farsa porque en todas partes solo el Capital domina y dicta.
La lucha de clases, que nunca cesa, se reaviva y radicaliza con la crisis económica, y en sí misma – implícitamente – tiende a poner en peligro el orden social y político en cada Estado. Un peligro para la burguesía; una meta, para el proletariado, que se vuelve explícita – declarada y perseguida conscientemente – solo cuando se fortalece el vínculo entre la clase trabajadora y el Partido Comunista Internacional.
Frente a esta amenaza interna, la burguesía cuenta con un arma suprema: la guerra. Contra la revolución: la guerra.
Para cualquier Estado burgués es más fácil controlar a las masas proletarias sometidas a la disciplina militar, tanto en el ejército como en la sociedad, atormentadas por las masacres de soldados y civiles que conlleva la guerra imperialista – útiles para desviarlas contra un falso enemigo externo, para sustituir los supuestos intereses ideológicos de la patria por los de la clase obrera – que controlarlas en tiempos de paz con fuerzas policiales ordinarias.
Pero un proletariado en rebelión es incontrolable. La clase obrera italiana inició huelgas masivas a partir de 1943, incluso bajo la ocupación alemana y el fascismo. La fuerza policial y la represión son inútiles cuando la sociedad está en plena convulsión.
En la breve guerra de doce días entre Israel e Irán, el gobierno de Netanyahu afirmó que uno de sus objetivos era derrocar al régimen de los ayatolás. El resultado fue el opuesto: la amenaza externa unió a los grupos de oposición moderada en torno al régimen y permitió el arresto de sus opositores más acérrimos. De este modo, Israel incrementó la estabilidad del régimen iraní. El mismo mecanismo se observó el 7 de octubre de 2023: Hamás le brindó a Netanyahu y a los demás verdugos de su gobierno el regalo perfecto. Mediante la guerra, los regímenes burgueses se ayudan mutuamente: derramando la sangre del proletariado para sofocar su rebelión.
Incluso en Israel, la victoria militar parcial sobre Irán ha consolidado el frente interno, que, tras los primeros meses de unidad después de la masacre del 7 de octubre, se había fracturado, con manifestaciones cada vez más numerosas todos los sábados en Tel Aviv y en otras ciudades.
Pero el efecto beneficioso para el gobierno y el régimen israelí duró poco. En julio, las manifestaciones contra la guerra en Gaza se intensificaron. La mayoría de los participantes exigían la liberación de los rehenes que aún permanecían en manos de Hamás y la Yihad Islámica Palestina (YIP), tanto vivos como muertos. Esta liberación era indispensable para una tregua.
Sin embargo, una minoría de este movimiento denunció la masacre que se estaba cometiendo en Gaza. Desde julio, han salido a las calles con fotografías de niños palestinos torturados, desafiando la prohibición policial y rompiendo un tabú en la sociedad israelí. Estas manifestaciones han cobrado mayor fuerza.
Luego están los reservistas, un número creciente (se estima que el 25%) que se niegan a ser llamados a filas para combatir en la Franja de Gaza o Cisjordania. Al parecer, aproximadamente el 40% de los reservistas, al regresar del servicio militar, se enfrentan a dificultades laborales y penurias económicas, a menudo debido a despidos. La guerra, que ya dura 24 meses, está afectando a la economía capitalista de Israel y empeorando las condiciones laborales. Se trata de una crisis incipiente, pero que se ha prolongado durante algún tiempo, como lo demuestra la huelga de maestros contra el recorte salarial impuesto para sufragar los gastos de la guerra, la cual fue boicoteada por el sindicato Histadrut, controlado por el régimen.
En Israel, el movimiento pacifista mantiene un carácter interclasista y nacionalista en su participación e intenciones. Para el 17 de agosto, hizo un llamamiento tanto a trabajadores como a empresas para que paralizaran toda su actividad durante un día. La Histadrut no ha declarado una huelga y se ha limitado a pedir a los empresarios que no tomen represalias contra los huelguistas. El año pasado, convocó una huelga para el 1 de septiembre de 2024, cuando, sin embargo, no opuso resistencia alguna a la orden judicial que obligaba a los trabajadores a reincorporarse a sus puestos de trabajo en cuestión de horas.
Al no llamar a los trabajadores a la huelga, tanto contra la guerra como en defensa de sus condiciones de vida, explicándoles que ambos aspectos son dos caras de la misma moneda, el movimiento pacifista no aborda el problema crucial: el control del régimen a la Histadrut, y así a la clase trabajadora israelí. Hasta que no se forme una facción fuerte dentro de los sindicatos que obligue a la lucha defensiva de los trabajadores a fusionarse con la lucha pacifista, en solidaridad con los explotados de otros países, el movimiento pacifista no alcanzará el nivel de una lucha obrera efectiva capaz de doblegar la economía capitalista de Israel y frustrar las políticas imperialistas de ese régimen burgués, vasallo del imperialismo estadounidense.
La “resistencia” palestina
Desde su fundación, el Estado de Israel ha impuesto un régimen de discriminación odioso e intolerable contra los palestinos, consagrado en la ley de 2018 que lo definió como un “Estado judío”. Los trabajadores árabes palestinos, a pesar de gozar de ciudadanía e igualdad de derechos civiles y políticos – a excepción del derecho a servir en el ejército, a diferencia de los drusos y beduinos-, son el segmento más explotado de la clase trabajadora en Israel, excluidos durante años del sindicato Histadrut del régimen y, por lo tanto, sometidos a una doble opresión: de clase y étnica.
En Cisjordania, ocupada por el Reino de Transjordania desde 1948 y posteriormente por Israel en 1967 tras la Guerra de los Seis Días, las condiciones son aún peores: un auténtico apartheid bajo un rígido régimen de ocupación militar. Esta brutal persecución ha alcanzado el exterminio en Gaza.
Pero este salto cualitativo en la barbarie no se debe a las características específicas de la ideología sionista, sino a que la irresuelta cuestión nacional palestina forma parte de un mundo que ha adoptado el capitalismo en todas partes, en su fase imperialista final desde hace más de un siglo y ahora en plena marcha hacia la Tercera Guerra Mundial. En este contexto, los conflictos entre imperialismos, entre potencias regionales y globales, se vuelven cada vez más encarnizados, y las cuestiones étnicas se utilizan con creciente cinismo para proteger los intereses de los Estados burgueses.
Durante décadas, Palestina no ha sido la Argelia o el Vietnam de los años cincuenta y sesenta, sociedades atrasadas, en un mundo con regiones que apenas emergían a la modernidad y a las infamias del capitalismo. En las décadas inmediatamente posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial, algunas burguesías nacionales aún eran revolucionarias, con potencial para una expansión de la economía capitalista y un equilibrio relativamente estable entre las potencias imperialistas.
Hoy, Gaza y Cisjordania son sociedades plenamente capitalistas, con una burguesía podrida, ahora reaccionaria, anti proletaria, corrupta y vendida a las burguesías regionales y globales, inextricablemente entrelazada con la densa red de intereses capitalistas y militares en la zona.
En Occidente, la narrativa predominante en el movimiento pacifista sostiene que Gaza no es una guerra, sino un mero exterminio. Sin embargo, es cierto que el exterminio, la limpieza étnica y el genocidio son las herramientas mismas de la guerra imperialista. Según esta interpretación, existiría, por un lado, un Estado, único en su ferocidad, y por otro, un “pueblo entero y unido” que “resiste”, con o sin armas. Esto sería un acontecimiento excepcional, no una etapa del capitalismo en el camino hacia una tercera guerra mundial imperialista. Casi nunca se menciona a los grupos que dominaron y dominan Gaza, su sociedad, ni sus vínculos con las potencias imperialistas.
Como siempre, el oportunismo intenta escabullirse como una anguila, saltando de una justificación a otra para no ser atado a los reales hechos sociales.
En Gaza, la población, especialmente el proletariado, que – como siempre en tiempos de paz y de guerra – sufre más que otras clases sociales, lucha desesperadamente por sobrevivir.. ¿“Resistencia” sería “supervivencia”? ¡Por supuesto que no, para sus defensores! La “resistencia” debería ser algún tipo de acción política de las masas, pacífica o armada. Pero ni el “pueblo” en general ni el proletariado en particular en Gaza están armados. Hamás siempre se ha cuidado de no entregar armas a las masas proletarias, porque estas las habrían usado contra ese partido reaccionario y anti-proletario.
De hecho, las únicas manifestaciones pacíficas masivas en 24 meses de guerra fueron contra Hamás – “Hamás barra barra! ”, que significa “¡Hamás fuera, fuera!”, era el grito entre marzo y abril – y por la paz, o sea por la rendición. La “resistencia” del proletariado de Gaza fue contra Hamás. Fue un derrotismo de clase valiente y sano.
Los aproximadamente 20.000 milicianos de Hamás constituyen una fuerza aparte, mejor pagada, opuesta al proletariado, como cualquier cuerpo policial en un régimen capitalista. En varias ocasiones, durante los años previos a esta última guerra, reprimieron protestas y persiguieron a opositores políticos y sindicales. Fue Hamás quien abolió el Primero de Mayo en Gaza.
Con el avance y el debilitamiento del ejército israelí, comenzaron los enfrentamientos armados entre las familias burguesas gobernantes de la Franja, que durante años habían apoyado o sufrido bajo su dominio y que ahora empiezan a manifestarse abiertamente ante el posible nuevo equilibrio de poder.
La declaración del jeque Ihsan Ibrahim Ashour, muftí de la provincia de Jan Yunis, el 5 de octubre, confirma la división de clases en la sociedad gazatí y cómo la burguesía se beneficia del proletariado incluso en la desesperada situación en la que se encuentra hoy: «En el nombre de Dios… A mis queridos hermanos terratenientes en las zonas de desplazamiento… A quienes gobiernan el país… Algunos terratenientes codiciosos en las zonas de desplazamiento se han aprovechado de las personas desplazadas, alquilándoles parcelas de tierra para que instalen sus tiendas de campaña a precios exorbitantes, lo que ha vaciado sus bolsillos ya vacíos y atormentado sus almas ya afligidas… Este fenómeno se ha intensificado en estos difíciles días… ¿Acaso su comportamiento es diferente al de los agricultores explotadores, los comerciantes monopolistas abusivos, los usureros y los bandidos que causan estragos en la tierra, los criminales y los estafadores?».
El sacerdote islámico apela naturalmente a las autoridades burguesas y a la buena voluntad de las familias adineradas, pero evidentemente tiene que dar rienda suelta a la ira del proletariado.
Unos días antes, el 29 de septiembre, una parte del clan beduino Tabarin organizó una manifestación en el centro de la Franja con unos cincuenta hombres armados en protesta por el asesinato a manos de Hamas de uno de sus miembros, un funcionario responsable de la seguridad de los convoyes de alimentos que ingresan a la Franja a través del cruce de Kisufim, justo al norte de Khan Yunis.
En Gaza, por lo tanto, las milicias armadas pertenecen a los partidos y clanes burgueses que explotan y oprimen al proletariado, algunos de los cuales no se oponen a negociar con Israel, como lo ha hecho Hamás durante años. En Gaza, no se trata de un pueblo unido que lucha contra el ocupante extranjero, sino del proletariado oprimido por su propia burguesía y la israelí, que libra una guerra en nombre de las diversas burguesías regionales y globales a costa del proletariado, siendo a la vez cómplices de su masacre y exterminio. Como es bien sabido, gran parte de la burguesía de Gaza reside en el extranjero y desde allí decide las acciones de las milicias locales.
Incluso en Cisjordania, a pesar de haber presenciado el mayor martirio del pueblo palestino desde la fundación del Estado de Israel en 1948, no ha habido una reacción de las “masas populares” en apoyo a la resistencia, nada que recuerde a la primera ni a la segunda Intifada, de menor magnitud. Los partidarios occidentales de la fantasmagórica “resistencia palestina” pretenden ignorar este acontecimiento histórico de enorme importancia. ¿Cómo explicarlo? ¿La represión israelí? Por supuesto, ¡pero también estuvo presente, con extrema violencia, en 1987 y 2000!. ¿El conflicto entre Fatah y Hamás? Por supuesto, pero Fatah está profundamente desacreditado en Cisjordania.
Lo crucial es que los proletarios de Cisjordania, al igual que los de Gaza, ya no confían en la liberación nacional para su defensa, aunque reconocen seguir siendo una nacionalidad oprimida, porque comprenden que la opresión que sufren a manos de la burguesía palestina no es, ni podría ser, mejor que la de la burguesía israelí. La cuestión de clase trasciende ahora la cuestión nacional.
Carecen de un Partido Comunista internacional que ofrezca la perspectiva de la lucha social y de clases, en alianza con el proletariado de toda la región, incluido el de Israel, cada uno contra su propia burguesía, ante todo. Este es el único camino hacia la emancipación social de los palestinos y el fin de la opresión nacional.
Desde esta perspectiva, los proletarios palestinos constituyen una población excedente cada vez más inútil para el capitalismo, a medida que se profundiza su crisis económica y se avecina la tercera guerra mundial imperialista. Nadie los quiere: ni Egipto, que mantiene cerrada la Franja de Gaza desde 1980, ni siquiera Israel, que, antes del 7 de octubre, permitía la explotación diaria de al menos 15.000 proletarios gazaties; tampoco los quieren otros países árabes; en Jordania, Siria y Líbano, donde históricamente han estado presentes como refugiados durante cuatro generaciones, sufren discriminación de forma similar, o incluso peor, que los ciudadanos árabe-palestinos de Israel.
Su difícil situación se asemeja cada vez más, paradójicamente, a la de los judíos de Europa Central en la década de 1930 y durante la Segunda Guerra Mundial: todos los Estados conocían las atrocidades cometidas por el Partido Nacionalsocialista y la persecución de los judíos, pero todos se beneficiaron de ello, ya que sirvió para estabilizar socialmente el capitalismo alemán, es decir, para obstaculizar la revolución mundial que se preparaba para la guerra. Una vez finalizada la mayor masacre conocida – hasta ahora – en la historia y consumado el genocidio de los judíos, los Estados burgueses victoriosos capitalizaron la tragedia, presentándose como salvadores y, sobre todo, describiendo este holocausto del proletariado mundial como una guerra justa, en lugar de una guerra imperialista por ambas partes.
En Gaza, por lo tanto, lo que ocurre no es el exterminio por un Estado a un pueblo que resiste, sino una guerra entre dos cadenas de poder capitalista, en la que los gazaties están siendo exterminados. La asimetría de fuerzas militares y víctimas no debe engañarnos, y la atroz barbarie no debe cegarnos. Hamás lleva meses negociando con Israel, junto con todas las potencias de la región. Durante meses, han decidido que la guerra debe continuar, y con ella el exterminio.
* * *
Ahora, los Estados burgueses más conocidos que apoyan a Hamás, como Qatar y
Turquía, parecen haber llegado a un acuerdo, a instancias del imperialismo
estadounidense, e instan a Hamás a aceptar la tregua. Irán sigue excluido y es
víctima de este acuerdo. Evidentemente, Estados Unidos ha prometido proporcionar
a Qatar y Turquía importantes beneficios, comenzando por Siria, a cambio de que
Hamás abandone el conflicto o se contenga, con vistas a un nuevo ataque y a la
reducción del poderío iraní en un futuro próximo, un objetivo que todos estos
grupos burgueses acogen con satisfacción.
Las imágenes cotidianas de dos años de guerra en Gaza y la evidencia de que las “soluciones” propuestas por los diversos Estados burgueses están orientadas a beneficiar a círculos de militaristas han hecho creer que un remedio inmediato sería sabotear la industria armamentística.
“Palestine Action”, un grupo formado hace más de cinco años, manchó de pintura en julio de 2020 las oficinas de la empresa israelí Elbit Systems en Londres, y desde entonces ha escenificado acciones similares, a veces en colaboración con grupos ecologistas y animalistas, contra una serie de otros fabricantes de armas y asociados.
Cuando la respuesta de Israel a la incursión armada de Hamás en octubre de 2023 se volvió cada vez más desproporcionada, el grupo se comprometió fuertemente en manifestaciones pro palestinas. En junio dañó dos aviones cisterna en la base RAF de Brize Norton rociando pintura roja en los motores. Palestine Action pretende “prevenir el genocidio y los crímenes de guerra de la burguesía británica que sigue enviando cargamentos militares, haciendo volar aviones espía sobre Gaza y reabasteciendo de combustible a los jets de combate estadounidenses e israelíes”.
El gobierno recurrió entonces a la Ley de Terrorismo de 2000 para definir a Palestine Action como un grupo terrorista, convirtiendo en delito pertenecer a la organización, recaudar fondos para ella o “expresar una opinión o creencia de apoyo”. Pero el gobierno sigue arrestando a todos aquellos que violan incluso las cláusulas más inocuas de la draconiana legislación antiterrorista. Los arrestados durante las numerosas y crecientes manifestaciones convocadas en apoyo a Palestine Action se cuentan ya por miles. Sin embargo, esto ha atraído aún a más manifestantes, muchos de ellos personas mayores o simplemente indignados, mientras se desmiente el mito de la democracia y la libertad de expresión. Muchos de los manifestantes no corresponden a la imagen típica del joven anarcoide enfadado, quizás un signo de la crisis que afecta a los jubilados y a la clase media y de oficinistas, que sienten cada vez más cómo el suelo se derrumba bajo sus pies.
El gobierno intenta tanto reprimir las protestas como lavar el cerebro a la “opinión pública” con una campaña de desinformación, confundiendo antisemitismo con antisionismo o solo con la oposición a la política del gobierno israelí de Lebensraum, de anexión de los territorios ocupados.
El nuevo Ministro del Interior, Shaaban Mahmood, permitió a la policía el 5 de octubre prohibir “protestas repetidas” o prohibirlas directamente.
Pero la ideología que informa a estos grupos pacifistas se concentra solo en el aspecto técnico de la guerra ignorando su base económica y social: el “pueblo” oprimido por el “sistema” en lugar de la clase obrera oprimida por el capitalismo. No es solo la industria armamentística la que desempeña un papel crucial para el sistema capitalista.
En esta visión restringida, las consideraciones sociales son ignoradas y pasan a primer plano las nacionales: ¿apoyar a “Palestina contra Israel”, con palabras o con armas? Y, consecuentemente, correr a la oficina de reclutamiento de tu nación en nombre de una imaginaria justicia futura.
La verdadera fuerza que derrocará al capitalismo, y con él a la industria
armamentística, reside en la creciente conciencia de los trabajadores de todo el
mundo de que todas las guerras son contra la clase obrera; de que en tiempo de
paz y de guerra la lucha debe continuar para defender y mejorar los salarios y
las condiciones de trabajo, y que el enemigo está siempre en nuestra propia
casa, en las clases dominantes.
La guerra en Ucrania lleva más de tres años en curso y cada vez es más evidente que no terminará con un acuerdo de paz, sino que se intensificará hasta convertirse en un conflicto más amplio y letal.
En los últimos meses, Rusia ha cosechado los beneficios de la compleja adaptación de su economía y sus fuerzas armadas a la conducción de una guerra prolongada, que ha implicado el despliegue de un gran número de soldados, armas y municiones, con un gran coste financiero.
Su aparato industrial ha logrado reconvertirse a la producción bélica con bastante rapidez y actualmente, según fuentes occidentales, es capaz de producir suficientes sistemas de armas y municiones para librar la guerra, manteniendo una superioridad significativa sobre Ucrania tanto en número de soldados movilizados, como en disponibilidad de armas y municiones.
Sin embargo, al no ser una potencia industrial a la escala de China o Estados Unidos, estos gastos solo pueden financiarse con las exportaciones de petróleo y gas. Debido a las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, Rusia se ve obligada a desviar gran parte de este producto a China, India y Turquía, después de que sus clientes europeos tradicionales redujeran drásticamente sus importaciones. En agosto, la Unión Europea compró solo el 8% de los hidrocarburos rusos, mientras que China e India adquirieron el 40% y el 25%, respectivamente; Turquía, miembro de la OTAN, importó el 21%. Este reajuste forzado del mercado ha provocado una caída en los precios del petróleo y el gas. Por lo tanto, es posible que Rusia se enfrente a problemas financieros a largo plazo.
En cuanto a las exportaciones de armas, otra fuente de ingresos para Rusia, el último informe del SIPRI para 2024 registró una disminución significativa (-64%). Moscú, sin embargo, se mantiene en tercer lugar con el 7,8% de las exportaciones mundiales, superada por Francia (9,6%), mientras que el principal exportador mundial sigue siendo Estados Unidos (43%). La demanda de armas para el frente ucraniano y las sanciones internacionales dificultan que Rusia venda sus sistemas de armas. De cara al futuro, sin embargo, la producción de armas probadas en guerra y el aumento de la capacidad de producción en el sector, podrían revertir esta tendencia. El presidente Putin, durante los recientes ejercicios Zapad 2025, declaró que Rusia ha movilizado a más de 700.000 soldados en el frente ucraniano.
La estabilidad interna se ve amenazada por las elevadas pérdidas humanas en ambos frentes. Ambos Estados mantienen en reserva la cifra exacta, pero es probable que al menos 120.000 soldados rusos hayan muerto y al menos tres veces esa cifra hayan resultado heridos. El gobierno ruso está reabasteciendo su ejército principalmente con voluntarios de las regiones económicamente más pobres del vasto país, asegurándoles buenas condiciones económicas. Actualmente, parece estar logrando evitar el envío de reclutas al frente. El Instituto para el Estudio de la Guerra (abiertamente alineado con la causa ucraniana) reveló que aproximadamente 292.000 voluntarios se alistaron bajo contrato entre principios de 2025 y el 15 de septiembre, un promedio de aproximadamente 7.900 reclutas por semana. Estas cifras coinciden con datos proporcionados también por fuentes de la OTAN.
Sin embargo, los reclutas, de los cuales 160.000 fueron reclutados en primavera, no están siendo enviados al frente. Esto ha impedido hasta ahora un movimiento contra la guerra. La mayoría de la población apoya al gobierno, en parte gracias a la postura “histérica” de los Estados europeos y la OTAN, que el régimen explota para su propaganda: “La Santa Madre Rusia”, tradicional y ortodoxa, está siendo atacada por el Occidente corrupto e incrédulo, que, como en 1941, vuelve a rearmarse.
Las relaciones diplomáticas de Rusia, rotas por los Estados europeos, han tenido que fortalecerse con China, un aliado mucho más poderoso económicamente. Parece que se mantienen relaciones diplomáticas “normales” con Estados Unidos, mientras que la colaboración con India y los países BRICS parece estar fortaleciéndose, así como con muchos Estados africanos, especialmente el África subsahariana.
El proletariado ruso, que sepamos, aún no parece verse gravemente afectado por las consecuencias de la guerra. El empleo ha aumentado, con fábricas de armas trabajando a tres turnos, y los salarios también parecen haber aumentado. Sin embargo, se ha producido un marcado aumento en los precios de los productos básicos, probablemente también debido a las sanciones.
En esta situación, el gobierno ruso no tiene prisa por alcanzar un alto al fuego sin lograr los resultados que se ha propuesto: la adquisición de las cuatro provincias ya anexadas por decreto a Rusia, aunque aún no las haya ocupado por completo, y una Ucrania desmilitarizada y fuera de la OTAN.
El tiempo corre a favor de Moscú, a la espera de que el ejército ucraniano se derrumbe con un cambio de gobierno en Kiev. La situación al otro lado del frente es más compleja.
La guerra fue provocada por Estados Unidos y la OTAN, que se lanzaron a ladrar contra las fronteras rusas, como incluso el Papa Francisco reconoció de forma pintoresca pero clara hace tiempo. Pero la están librando tropas ucranianas, armadas, entrenadas y financiadas por países occidentales, especialmente Estados Unidos.
Tras contribuir durante años, desde 2014, al fortalecimiento y la depuración de las Fuerzas Armadas de Ucrania, tras la invasión rusa, Washington proporcionó a Kiev la mayor parte de la ayuda financiera y armamentística, impulsando una contraofensiva para reconquistar todos los territorios ocupados por Rusia, incluida Crimea.
Ahora, Estados Unidos, tras haber logrado su principal objetivo estratégico −enfrentar a Rusia y los Estados europeos−, quiere permitir que luchen entre sí para obtener beneficios militares (como en las dos guerras mundiales anteriores) y centrar sus esfuerzos en enfrentarse a China, su verdadero adversario global. Tras lograr su objetivo principal −cortar los lazos financieros y comerciales de los Estados europeos con Rusia− Estados Unidos ha socavado las economías de ambos países y ha obligado a los europeos a volver a la disciplina atlántica, diplomática y militar. Los Estados europeos están pagando las consecuencias políticas y sociales. La ruptura de las relaciones comerciales con Rusia ha exacerbado la crisis industrial en Alemania y otros países.
El ataque, hasta ahora impune, a los gasoductos Nord Stream 1 y 2, inspirado por Estados Unidos y llevado a cabo por un comando ucraniano con el apoyo de países de la OTAN, probablemente Gran Bretaña y Polonia, demostró claramente la sumisión de Alemania a Estados Unidos, mientras la economía alemana se encontraba en recesión. Recientemente, el primer ministro polaco Tusk escribió en X: «El problema con Nord Stream 2 no es que lo volaran: el problema es que lo construyeron», reiterando su solidaridad con Estados Unidos y contra Alemania.
Sin embargo, el intento de debilitar a Moscú empujándolo a una guerra abierta utilizando al ejército ucraniano parece haber fracasado, ya que el ejército ruso, tras varios meses de retirada y los necesarios ajustes, logró detener la contraofensiva ucraniana y pasar a la ofensiva. Actualmente, presiona a lo largo de todo el frente, y las fuerzas armadas de Moscú se han fortalecido durante estos años de guerra.
En cambio, Ucrania está agotada, tanto en la retaguardia como en el frente. Las pérdidas ucranianas son casi con certeza mayores en cifras absolutas, con una población de 40 millones (de los cuales entre 7 u 8 millones han huido al extranjero) en comparación con los 140 millones de Rusia. Sujetos a la implacable presión rusa, los soldados desertan en masa, mientras que el reclutamiento de nuevas fuerzas se vuelve cada vez más difícil.
En términos financieros, la situación de Kiev también es grave. «Ucrania gasta el 31 % de su PIB en defensa, la mayor proporción del mundo», declaró la presidenta de la comisión de presupuesto del Parlamento ucraniano. «Un día de guerra le cuesta actualmente a Ucrania 172 millones de dólares», en comparación con los 140 millones de dólares de hace un año. A mediados de septiembre, el Ministro de defensa anunció que Ucrania necesitará más de 100.000 millones de euros para financiar su defensa en 2026.
Estados Unidos ha reconocido esta situación y, a pesar de las declaraciones vacilantes del presidente Trump, lleva meses buscando un acuerdo con Moscú, a expensas, por supuesto, de Ucrania. Están decididos a poner fin a la ayuda financiera a Ucrania y trasladar la carga a los países europeos. La diplomacia estadounidense pareció aceptar inicialmente que el Donbás y otros territorios anexados por el Kremlin pasarían a manos de Rusia, pero luego el presidente Trump habló de improbables “reconquistas”. Detrás de esto, sin duda, se esconde una lucha por robar la vasta riqueza de Ucrania.
En cualquier caso, quien pagará el precio será el gobierno ucraniano, para quien entregar Donetsk equivaldría a revelar que once años de derramamiento de sangre en el frente, con cientos de miles de muertos, fueron en vano. No se trata solo del destino del desacreditado gobierno ucraniano y del propio Zelenski, sino de la estabilidad social de Ucrania, donde la ira proletaria por tantos sacrificios inútiles podría convertirse en revuelta, allanando el camino para el colapso del Estado. Los proletarios comprenderán que nunca tuvieron nada que ganar defendiendo la integridad nacional, pero si con la derrota de su propio país.
La cumbre entre Estados Unidos y Rusia celebrada en Alaska a mediados de agosto confirmó esta actitud de Washington, que no tiene ningún interés en enfrentarse directamente a Moscú. Las dos principales potencias nucleares del mundo siguen avanzando de forma concertada en varios frentes importantes, desde Oriente Medio hasta la explotación de los recursos del Ártico. Acordarán una partición amistosa de Ucrania, dejando a los europeos fuera de la ecuación.
Las burguesías europeas, que han invertido miles de millones de euros en la guerra, ahora también quedarán excluidas del gran acuerdo de reconstrucción. Esto explica su intransigencia ante cualquier acuerdo de paz que viole la “sagrada integridad territorial de Ucrania”. Por lo tanto, presionan para continuar la guerra, causando cientos de miles de muertos, heridos, mutilaciones y otra inmensa destrucción, a expensas del proletariado ucraniano y ruso, e incluso del de Europa, que también pagará las consecuencias de esta guerra.
De ahí la gran agitación del partido transversal de la guerra, representado por los más altos líderes europeos y los llamados “Voluntariosos”, que cada día destapan una provocación de Moscú, temen probables invasiones inminentes, presionan para imponer nuevas sanciones contra Rusia, proponen aumentar el gasto militar al 5% del PIB, lanzan un plan de rearme grandioso pero poco realista y avivan el fuego para impedir cualquier acuerdo, incluso hablando de enviar tropas a suelo ucraniano. La última alarma, después de la de Polonia, la han dado los pequeños Estados bálticos, temiendo la pérdida de la ayuda militar gratuita y el apoyo de Estados Unidos. Alertan sobre supuestas incursiones de aviones, drones, etc., rusos.
La solidaridad internacionalista con el proletariado de Ucrania, Rusia,
Palestina y todo Oriente Medio comienza con la lucha dentro del propio país y
consiste en defender firmemente las condiciones de vida y de trabajo, rechazar
la carrera armamentista y los sacrificios que conlleva, rechazar la propaganda
militarista y patriótica, y oponerse a los preparativos de guerra entre Estados
con la guerra entre clases.
Una de las armas ideológicas más utilizadas por la clase dominante desde la Primera Guerra Mundial hasta la actualidad, ha consistido en difundir entre el proletariado la creencia de que la forma democrática de gobierno puede garantizar un Estado “justo”, superior a las clases, preocupado por el “bien común”; no un Estado de la burguesía, sino “de todos”. Que esta postura es una mera mentira egoísta, ha sido ampliamente demostrado en la teoría y en la práctica por el marxismo, ya que toda forma de Estado, incluida la democracia, representa y protege únicamente los intereses de las clases dominantes. De ahí la necesidad para los proletarios, de la lucha revolucionaria contra la democracia y sus defensores, como contra cualquier otro sistema de gobierno basado en la división de la sociedad en clases antagónicas; la necesidad de su abolición, de la destrucción de los privilegios que defiende, bajo una ilusoria apariencia igualitaria. Los intentos de las burguesías nacionales de encadenar a los trabajadores a la carroza democrática, que tuvieron poca influencia en un proletariado liderado por un partido marxista genuinamente revolucionario, se han extendido ampliamente por el movimiento obrero tras la degeneración oportunista de los partidos de la Revolución de Octubre. Los oportunistas dependientes de la central de Moscú, en perfecta coordinación de intereses con los capitalistas occidentales, han hecho y siguen haciendo todo lo posible, abusando del prestigio que les confiere una lejana tradición revolucionaria y del nombre que denigran, para propagar esta enfermedad debilitante dentro del proletariado internacional, cuidando, si acaso, de anteponerla a los adjetivos “verdadera” y “socialista”, como si una simple operación estético-lingüística pudiera alterar la esencia de los hechos.
La evolución incesante, dentro del modo de producción capitalista, de las contradicciones que él mismo genera con su desarrollo, empujó a la burguesía de los distintos países a resolver mediante las armas disputas a las que daban nombres ya gastados de principios históricos, como Libertad, Democracia, Igualdad, etc., pero que en realidad surgían de la necesidad de destruir vidas humanas y productos con los cuales, en su miopía de comerciantes, ya no podían hacer negocio, y de extraer nueva savia de un horrible baño de sangre.
En la Segunda Guerra Mundial, el panorama de los beligerantes presentó una variante: si en la primera guerra imperialista, también proclamada como la última cruzada global por la democracia, la voz del proletariado se alzó con fuerza y de nuevo al iniciar la revolución mundial, rechazó la guerra entre Estados, la guerra entre trabajadores, cuyos cadáveres se utilizaban para regalar enormes sobreganancias a los insaciables capitalistas, y abrazó con fervor los principios de la lucha de clases, de la guerra revolucionaria contra los enemigos comunes de los proletarios de todos los países. Esta voz se silenció en la segunda carnicería: el proletariado, siguiendo las banderas del oportunismo, se masacró en los campos de batalla, y vimos al Estado que se autodenominaba socialista aceptar las alianzas más bastardas y alinearse con el frente del imperialismo.
Veinte años después de la primera, una nueva y sangrienta batalla por el reparto de los mercados planteó dilemas gigantescos, que no residían en ideas y principios inmortales, sino que brotaban irresistiblemente del corazón mismo del modo de producción imperante y no podían, ni pueden, resolverse mediante la guerra entre Estados.
Pero el oportunismo, aprovechándose de su influencia sobre el proletariado, lo llenó de ilusiones democráticas. En nombre de la democracia, la desplegaron en los campos de batalla y en las filas partisanas, enviando a los proletarios a sacrificarse por la supervivencia de un modo de producción que era su tirano: engañados por la quimera democrática, se entregaron en cuerpo y alma a la lucha imperialista.
La lucha terminó con la consolidación de la democracia, de las libertades constitucionales y de la explotación del hombre por el hombre. Pero el capital ya estaba configurando un nuevo conflicto entre los dos imperialismos victoriosos: Estados Unidos y la URSS. La mentira continuó. El miedo al renacimiento del glorioso proletariado alemán, impulsó a las democracias a reavivar el odio hacia los derrotados y a sembrar la discordia entre los explotados. Que estos caballeros nos muestren sus manos: están manchadas de sangre; que revelen el verdadero rostro de la democracia; que nos digan qué métodos utilizaron para “defendernos” de los métodos nazis; que los campeones del parlamentarismo al otro lado del Canal nos digan cómo el leonino Churchill dirigió su guerra. Quizás algunos proletarios encuentren algo sorprendente en esto, algo “fuera de lugar”.
* * *
Recientemente se revisó (“Gazzetta del Popolo”, 7 de mayo de 1963) un libro sobre una acción bélica poco conocida de la fuerza aérea aliada, ordenada directamente por Churchill: el bombardeo de Dresde el 13 de febrero de 1945. El libro, escrito por el inglés David Irving, se titula: “La destrucción de Dresde” y lleva, como sello oficial, un prefacio de un mariscal del aire británico.
Estas son las palabras del libro, parafraseadas por el periódico: «En la noche del 13 de febrero de 1945, la ciudad de Dresde, en Alemania Oriental, fue destruida por un terrible ataque aéreo angloamericano». Los británicos llevaron a cabo un ataque a las 22:10 y otro a la 1:30. Se calculó que este último sería el mejor momento para atacar con mayor eficacia, atrapando a las personas en crisis, mientras salían de los refugios tras el primer ataque, mientras acudían los equipos de rescate desde fuera de la ciudad...
«Los bombarderos iban acompañados de los cazas “Mustangs”, que descendían para ametrallar a la multitud en parques y orillas de ríos. El número total de muertos fue de 132.000, más que en Hiroshima y Nagasaki... En Dresde, se destruyeron edificios que cubrían una superficie de 28 kilómetros cuadrados, casi el triple de los destruidos en Inglaterra durante toda la guerra, y la misma proporción se aplica aún con mayor intensidad a la relación entre las muertes en Dresde y las muertes británicas por los bombardeos alemanes.
«La destrucción de Dresde −según algunas opiniones− no tenía un propósito militar inmediato (...) Esa demostración de poder destructivo ni siquiera sirvió a los fines políticos que Churchill pretendía en la Conferencia de Yalta, ya que las condiciones meteorológicas obligaron a posponer la operación hasta después de la conferencia. Aquella operación aérea y sus efectos inhumanos, desproporcionados a los resultados de la guerra, inútiles a efectos políticos, permanecieron desconocidos para los ingleses durante mucho tiempo (...) Churchill hizo decir que nada era cierto. Sabía, sin embargo, que todo era verdad».
Estos fueron los métodos del famoso estadista: primero la masacre de una población indefensa, luego la mentira más descarada. ¡Una elegante demostración de métodos democráticos!
Así pues, aquí están 132.000 muertes en pocas horas y la destrucción de una ciudad sin ningún propósito militar, ¡todo para dar una “lección”! Miles de cadáveres en Nagasaki e Hiroshima, fosas comunes en la estepa rusa, crematorios humeantes en Alemania. Puedes elegir: morir por Oriente o por Occidente, morir por la democracia o por el fascismo; pero, en Oriente o en Occidente, con la democracia y el fascismo, se muere por el capital.
Que estas montañas de cadáveres sean una lección inolvidable para el proletariado, para que pueda reorganizarse firmemente bajo la dirección de su partido y su programa, para la lucha incansable contra el capitalismo internacional, para restaurar la identidad de la humanidad con la especie.
[Una observación adicional: las armas “convencionales” son tan destructivas como las armas nucleares; los pacifistas que quisieran eliminar estas últimas y preservar las primeras −las “limpias”− encuentran aquí la respuesta].
Indonesia es un país transcontinental entre el Sudeste Asiático y Oceanía, un área geográfica, al sur de China y al este de la India, que incluye once países soberanos: Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar (Birmania), Singapur, Tailandia, Timor Oriental y Vietnam.
Es el archipiélago más grande del mundo, compuesto por más de 17.500 islas, de las cuales poco más de 2.300 están habitadas. Con más de 280 millones de habitantes, es el más poblado del mundo, precedido por India, China y Estados Unidos, y por delante de Pakistán, Nigeria y Brasil. Solo Java, la isla más poblada del planeta y centro geográfico y económico del país, alberga a más de la mitad de la población, con aproximadamente 150 millones. La gran isla cubre 129 kilómetros cuadrados, el mismo tamaño que Inglaterra, que, sin embargo, tiene solo 56 millones de kilómetros cuadrados.
La población del archipiélago es extremadamente diversa, con cientos de grupos étnicos y lenguas habladas. Incluye la comunidad musulmana más grande del mundo.
En la cada vez más encarnizada contienda imperialista
Indonesia, una estratégica “Puerta de Oriente” entre los océanos Índico y Pacífico, con un vasto mercado potencial de consumo, es un objetivo codiciado por las principales potencias imperialistas. Estados Unidos y China compiten por ella mediante una red de acuerdos e inversiones. A pesar de la creciente influencia del capital chino, la burguesía indonesia mantiene, por ahora, un equilibrio entre ambas fuerzas.
La participación del presidente indonesio en el desfile militar del “Día de la Victoria” en Pekín el 3 de septiembre, cuando la capital indonesia se encontraba prácticamente sitiada, demuestra un acercamiento estratégico con la República Popular y con los imperialismos alternativos a Occidente. En Pekín, el presidente indonesio supuestamente pretendía fortalecer la cooperación bilateral en materia económica y de seguridad. Sin embargo, la ampliación de los lazos comerciales con China no perturbará las relaciones actuales con Estados Unidos y Rusia, los principales proveedores de armas del vasto archipiélago.
En enero de 2025, Indonesia fue admitida en los BRICS como miembro de pleno derecho, siendo la primera nación del sudeste asiático en unirse al bloque.
Al mismo tiempo, después de casi una década de negociaciones, se alcanzó un
acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, conocido como Acuerdo de
Asociación Económica Integral UE-Indonesia (CEPA), que prevé la eliminación de
más del 98% de los aranceles al comercio bilateral.
En resumen, la clase dominante indonesia intenta no alinearse ni depender de
ninguno de los imperialismos, para poder beneficiarse de ellos, obviamente a
costa de la piel, el sudor y la sangre de la clase trabajadora.
La fuerza laboral, formal e informal
Se estima que la fuerza laboral, tanto remunerada como no remunerada, asciende a aproximadamente 150 millones de personas. La tasa de desempleo se ha mantenido generalmente estable durante los últimos diez años, con un promedio del 5%, excepto durante la pandemia de COVID-19.
Al igual que en otros países de la región, la fuerza laboral se divide en dos categorías principales. Los trabajadores informales constituyen aproximadamente el 60% del total, lo que los convierte en la mayoría. Estos incluyen a pequeños agricultores y artesanos, y a asalariados con contratos por día o temporales. Estos son empleados para tareas específicas o de forma temporal, ya sea por día, semana o mes: trabajadores de la construcción, trabajadores de la cosecha y trabajadores del transporte, como los mototaxis (ojek).
El predominio del sector informal siempre ha sido una característica estructural de la economía indonesia, lo que refleja su base minorista rural y de pequeña escala.
Entre los 60-65 millones de trabajadores “formales”, predominan los asalariados, generalmente con contratos formales. El empleo en el sector público representa aproximadamente el 3% de la fuerza laboral. El sector servicios emplea a más del 45%, una categoría amplia que incluye el comercio, las finanzas, los servicios profesionales, los servicios administrativos y el sector público. La industria manufacturera emplea entre el 25% y el 30% de la fuerza laboral formal, un motor clave del capitalismo indonesio. La agricultura, aunque crucial para el país, emplea a menos del 15% de los asalariados contratados. Finalmente, entre el 5% y el 7% trabaja en la construcción. El porcentaje restante se distribuye entre la minería, el transporte y la contratación pública.
El panorama sindical está muy fragmentado, aunque existen algunas confederaciones importantes que representan a la mayoría de los trabajadores organizados. A diferencia de otros países de la región, sus vínculos con los partidos políticos son menos estrechos y formales, y están más ligados a coaliciones temporales. La KSPI (Konfederasi Serikat Pekerja Indonesia) es una de las confederaciones más grandes, con un estimado de más de 2 millones de miembros, principalmente en minería y manufactura. La KSPSI (Konfederasi Serikat Pekerja Seluruh Indonesia), una de las confederaciones históricas, cuenta con alrededor de 1,5 millones de miembros.
Pero la gran mayoría de los trabajadores indonesios, particularmente en el vasto sector informal, no son miembros de ningún sindicato.
Industria y comercio
La producción industrial de Indonesia no es comparable a la de las principales potencias mundiales. Sin embargo, su crecimiento constante la ha convertido en un actor destacado entre los capitalistas del Sudeste Asiático.
En los últimos cinco años, los sectores manufacturero y minero han experimentado un crecimiento desigual debido a la pandemia de COVID-19, pero han demostrado una sólida resiliencia: tras contraerse en 2020, la producción ha vuelto a crecer, impulsada por la demanda interna y la inversión extranjera. El crecimiento promedio de la producción industrial en los últimos cinco años ha sido de aproximadamente el 4,3%.
La industria se basa principalmente en la extracción y procesamiento de níquel, del cual Indonesia es el principal productor mundial, pero entre los sectores importantes se incluyen los textiles y la confección, que están fuertemente orientados a la exportación, y otros sectores en rápida expansión, como el automotriz y la electrónica, apoyados por una creciente inversión extranjera.
La balanza comercial ha registrado un superávit en los últimos años, debido principalmente a las exportaciones de minerales y productos agrícolas: carbón, aceite de palma, níquel y sus derivados, y caucho natural. Los productos manufacturados incluyen equipos electrónicos, maquinaria, textiles y prendas de vestir. Las importaciones incluyen bienes de capital, maquinaria industrial, vehículos, equipos y componentes electrónicos; productos intermedios: productos químicos y plásticos; y bienes de consumo: productos electrónicos, farmacéuticos y alimentos.
China es el principal socio comercial, tanto en exportaciones como en importaciones. Las principales inversiones chinas se destinan a proyectos de infraestructura, como el ferrocarril de alta velocidad Yakarta-Bandung, y al sector minero, en particular el del níquel.
Le sigue Estados Unidos, importante principalmente por sus exportaciones. Japón compra productos energéticos y minerales. Singapur es un importante centro de comercio e inversión.
El gobierno de la burguesía indonesia y las necesidades del capital
El gobierno actual está liderado por el presidente Prabowo Subianto, quien asumió el cargo el 20 de octubre de 2024, sucediendo a Joko Widodo, empresario del sector del mueble que ejerció dos mandatos. Exministro de Defensa, Prabowo tiene vínculos con el ejército y la familia del exdictador Suharto, bajo cuyo mando comandó las fuerzas especiales. Prabowo lidera actualmente el partido Movimiento de la Gran Indonesia, abiertamente nacionalista y conservador. Sin embargo, en las últimas elecciones presidenciales, obtuvo una victoria aplastante al formar una amplia coalición parlamentaria, la Coalición Indonesia Avanzada Plus, que incluye a casi todos los partidos políticos del país, incluido el Partido Laborista, que controla 470 de los 580 escaños parlamentarios.
Tras no haber logrado aumentar la recaudación fiscal, el gobierno ha anunciado un recorte del gasto de casi el 20%. Aproximadamente la mitad de estos ahorros, 20 000 millones de dólares, se destinarán a financiar un fondo soberano de reciente creación, Danantara, un vehículo de inversión lanzado por la burguesía indonesia para captar financiación externa. Con su enorme base de activos −aproximadamente 900.000 millones de dólares−, es el cuarto fondo soberano de inversión más grande del mundo, superando al PIF de Arabia Saudí y al Temasek de Singapur.
Durante su campaña electoral, Subianto prometió reactivar la economía y alcanzar un crecimiento del 8% en cinco años. El objetivo es atraer inversiones y convertir a Indonesia en la mayor economía del Sudeste Asiático. Sin embargo, el Banco Mundial estima que la economía indonesia crecerá alrededor del 4,8% hasta 2027.
Además, los recientes aranceles del 19% impuestos por la administración Trump a los productos indonesios han afectado duramente a sectores clave como la electrónica, los textiles y la agroalimentación, alimentando la reticencia entre los potenciales inversores.
Creciente proletarización y urbanización
En las últimas décadas, Indonesia ha presenciado un flujo poblacional constante y significativo de las zonas rurales a las urbanas. Muchos de estos migrantes son jóvenes de familias de pequeños agricultores que abandonan sus tierras, en parte porque las parcelas, repartidas entre hermanos, son demasiado pequeñas para mantener a sus familias. Hoy en día, los pequeños agricultores no pueden competir con la agricultura a gran escala ni afrontar los costos de fertilizantes y semillas. Además, los precios de los productos agrícolas (arroz, café y aceite de palma) suelen ser volátiles, lo que precariza los ingresos de los agricultores.
Además, las zonas rurales, desatendidas por el capitalismo, a menudo carecen de atención sanitaria, de servicios básicos, de acceso a la educación y, a menudo, de agua potable.
Una tendencia común en muchos países de la región es la migración a las grandes y prósperas metrópolis en busca de un salario estable, aunque bajo y temporal. La población urbana crece rápidamente: en la década de 1950, menos del 15% de la población indonesia vivía en ciudades; hoy, supera el 50%, y la cifra sigue creciendo. Esto refleja la evolución de la estructura económica de Indonesia, desde la producción autosuficiente hasta el mercantilismo y la extracción de plusvalía mediante la venta de mano de obra.
Sin embargo, estas ciudades ofrecen viviendas caras y precarias, compartidas con otros proletarios. No todos logran encontrar un empleo formal, y muchos terminan trabajando, en el mejor de los casos, en el vasto sector informal: jornaleros, repartidores, vendedores ambulantes; una enorme masa de trabajadores que, a pesar de vivir de un salario, carecen de protección social y seguridad laboral. Otros regresan al campo, quizás no lejos de las grandes ciudades, donde buscan trabajo en el campo como jornaleros.
La ira estalla en las calles
En este contexto, desde hace varios años, un movimiento diverso e interclasista, compuesto por estudiantes, jóvenes desempleados y trabajadores precarios, ha comenzado a oponerse a las políticas gubernamentales. La desilusión y el resentimiento se gestan entre estas nuevas generaciones que, a pesar del crecimiento económico, no logran encontrar un empleo estable y comprenden instintivamente que el mundo del capital solo les ofrece pobreza, explotación y guerra.
La ola de protestas, liderada por movimientos juveniles como “Indonesia Gelap” (Indonesia Oscura), comenzó hace un año, poco después de la toma de posesión del nuevo presidente. Se quejaron de las subidas de impuestos, la precariedad laboral, el nepotismo y la brutalidad policial. Los manifestantes exigieron un aumento salarial no especificado, así como protección para las comunidades indígenas y mayor transparencia en los salarios de los funcionarios.
En febrero, decenas de miles de manifestantes salieron a las calles de la capital para protestar contra las nuevas medidas de austeridad del gobierno, que incluían profundos recortes a los pagos de asistencia social en educación, atención médica y servicios públicos.
Desde el 25 de agosto, las manifestaciones, que anteriormente se habían celebrado principalmente en Yakarta, se han extendido por todo el país, convirtiéndose en una ola sin precedentes. Su detonante fue la concesión de una bonificación de 50 millones de rupias (3.000 dólares) a los 580 parlamentarios, supuestamente para cubrir el alquiler. Esta bonificación es difícil de digerir para trabajadores que ganan un salario promedio de 4 millones de rupias, o unos 250 dólares.
En Yakarta, se produjeron manifestaciones multitudinarias en las principales avenidas de la ciudad. La policía las reprimió con cañones de agua, gases lacrimógenos y munición real. Los manifestantes incendiaron edificios públicos, incluido el Parlamento.
El 28 de agosto, varios sindicatos convocaron una huelga general. Sería más preciso decir que unieron fuerzas: en Indonesia, las huelgas generales involucran a múltiples clases sociales, no solo a los trabajadores asalariados.
Entre las demandas de las organizaciones laborales se encontraba la derogación de la Ley de Creación de Empleo, aprobada en 2020, que facilita los despidos y reduce el salario mínimo. Se produjeron huelgas en Yakarta, pero también en importantes zonas industriales como Bekasi, Karawang y Tangerang, donde las fábricas están muy concentradas.
Unos días después, Subianto se vio obligado a revocar el subsidio de vivienda y suspender los viajes al extranjero de los parlamentarios. Sin embargo, declaró que no demoraría en confrontar y castigar a los responsables de los disturbios.
El 29 de agosto, durante una manifestación, un repartidor de veinte años fue atropellado y asesinado por un vehículo blindado de la policía. El video del suceso, compartido en redes sociales, desató la indignación nacional. Las redes sociales se utilizaron como herramienta de información y organización, y muchos trabajadores denunciaron sus miserables condiciones de vida y trabajo, convocando huelgas y manifestaciones. El gobierno rápidamente restringió o desactivó el acceso a internet.
En los días siguientes, una oleada de enfrentamientos con las fuerzas del orden provocó la muerte de más manifestantes. En Makassar, en la isla de Sulawesi, una multitud enfurecida incendió el parlamento local, matando a tres personas en su interior. Los parlamentos de Pekalongan, Java Central, y Cirebon, Java Occidental, también fueron incendiados y saqueados. Incluso se produjeron protestas en el popular destino turístico de Bali, donde la jefatura de policía fue atacada.
El número de muertos aumentó rápidamente a ocho. Es difícil cuantificar el número de arrestos, pero varias fuentes informan de miles de arrestos solo en Yakarta, para un total de más de tres mil.
Las manifestaciones continuaron durante algunos días más, para luego ir disminuyendo gradualmente, volviendo el país a una aparente normalidad temporal.
El comunismo la única perspectiva
Las protestas son una expresión del profundo sufrimiento y descontento por las condiciones materiales de la población. A pesar del continuo crecimiento de la economía, los trabajadores experimentan un deterioro del poder adquisitivo de sus salarios, al tiempo que se agravan las desigualdades sociales.
Un número cada vez mayor de jóvenes trabajadores están siendo sobre-explotados, privados de todo derecho y se convierten en piezas indispensables para garantizar la flexibilidad y las exigencias del naciente capitalismo indonesio. Un millón de graduados universitarios y 1,6 millones de graduados de escuelas profesionales están desempleados. Estos jóvenes, foco de las recientes protestas, desconfían en general de la política burguesa y de los sindicatos del régimen, y están cada vez más desilusionados con las perspectivas de la sociedad capitalista.
En este fértil escenario para el comunismo y la revolución, la clase obrera debe tomar la iniciativa, presente en sus organizaciones formales, comprometida explícitamente en una lucha disciplinada y centralizada contra su propia burguesía. En Indonesia, también, muchos trabajadores participaron en la revuelta y, a menudo, se produjeron huelgas descoordinadas. Pero los sindicatos demostraron ser inadecuados para la situación, acompañándose pasivamente del movimiento interclasista y sin convocar una huelga general con reivindicaciones de clase sinceras y compartidas. Para defenderse, los trabajadores tendrán que liderar estos sindicatos, u organizarse fuera y contra ellos si es necesario, para esgrimir su única arma verdaderamente efectiva: la huelga.
El movimiento obrero, liberado de partidos oportunistas y sindicatos controlados
por el régimen, reconocerá su programa de clase, expresado por el Partido
Comunista. Asumirá entonces su lucha inquebrantable. Será así reconocido por
todos los oprimidos, incluyendo a los pequeños agricultores y jóvenes con
empleos precarios, y anhelará un futuro de redención frente a las barbaridades
cada vez más monstruosas del régimen capitalista.
Ser comunista no significa convertirse en una mejor persona, significa dejar de ser una persona en el sentido burgués del término. El individuo y su personalidad, tal como los conocemos hoy, no son un hecho eterno, sino un artefacto histórico, nacido junto con la propiedad privada, el intercambio de mercancías y la fragmentación de la especie en individuos aislados que venden su fuerza de trabajo en el mercado capitalista.
En los Manuscritos de 1844, Marx sostiene que el hombre es un ser-especie en cuanto se considera como elemento de la especie viviente, como un ser universal y, por lo tanto, libre. En cambio, en el capitalismo el ser humano está mutilado, alienado de su naturaleza, de los demás y de su propio cuerpo, reducido a un sujeto jurídico atrapado en un caparazón psicológico, en un estado de opresión.
El anti-individualismo y el naturalismo materialista de Marx derivan de la comprensión de que la historia humana, como la historia natural, se desarrolla a través de procesos materiales impersonales, que determinan la presunta voluntad individual. Como escribió a Engels en 1860, «El libro de Darwin es muy importante y me sirve como base en las ciencias naturales, de la lucha de clases en la historia», afirmando que la evolución de las especies y de la sociedad sigue leyes físicas que van más allá de la intención personal.
Hoy numerosas pruebas empíricas lo confirman. Incluso las neurociencias burguesas revelan cada vez más la ficción de un yo soberano y metafísico. «No existe un único centro cerebral en el que todo converge», escribe el neurocientífico Michael Gazzaniga, «lo que encontramos en cambio es que el cerebro izquierdo interpreta a posteriori los comportamientos y las sensaciones que ya se han producido, creando la ilusión de la unidad» (Who’s in Charge?, 2011). La mente individual no es autónoma, llega en último lugar, es socialmente construida y materialmente dispersa. Independientemente de la ilusión de un yo individual coherente y estable, los trabajadores asalariados son obligados con la violencia a aceptar y a conformarse con la realidad social, causando angustia y miserias inconmensurables.
El neurocientífico Antonio Damasio afirma: «La mente está encarnada, no está solo encerrada en el cerebro, nace de la interacción entre el interior del cuerpo, el sistema motor del organismo, y el mundo exterior» (“The Feeling of What Happens”, 1999). El pensamiento no es una función inmaterial, sino un producto de la respiración, la digestión, el movimiento y la regulación hormonal. Las decisiones no son actos soberanos de la voluntad, sino reacciones neuroquímicas moldeadas por la historia y los traumas de la lucha de clases. El alma, el ego, la vida interior del sujeto moderno es simplemente una ramificación del sistema nervioso retorcido por el capital.
«La mente humana misma es una confluencia de redes neurales múltiples, a menudo en competencia entre sí, que son moldeadas por la experiencia social» (“The Tell-Tale Brain”, 2010). Estas redes físicas y orgánicas nacen del lenguaje, del trabajo y de la reproducción social. No son fenómenos privados o mágicos, sino históricos y biológicos. Los estudios de Frans de Waal sobre la empatía en los primates y las investigaciones de Sarah Brosnan sobre la aversión a la desigualdad revelan que la reciprocidad social no es un constructo moral, sino un instinto evolucionado de la familia de los primates. Ningún animal se aferra a la ilusión de la autonomía individual: solo el capitalismo produce esta patología.
Esta fragmentación es intensificada por la sociedad de clases. El trauma psicológico no es un defecto individual, sino el registro biológico de la violencia sistémica. Bessel van der Kolk, investigador sobre el trastorno de estrés postraumático, escribe: «El trauma provoca una reorganización fundamental de la forma en que la mente y el cerebro gestionan las percepciones... Cambia no solo la forma en que pensamos y lo que pensamos, sino también nuestra propia capacidad de pensar» (“The Body Keeps the Score”, 2014). El estrés crónico remodela el sistema nervioso autónomo −frecuencia cardíaca, digestión, sistema inmunitario− e incluso la expresión génica. Un estudio sobre los supervivientes del Holocausto realizado por Yehuda et al. (2016) demostró que el trauma altera los patrones de metilación de los genes que regulan el cortisol. Como explica la bióloga Eva Jablonka, «los factores de estrés ambiental, incluido el trauma, pueden inducir cambios epigenéticos hereditarios... modelando las vías de desarrollo en respuesta a las necesidades ecológicas». El biólogo Massimo Pigliucci añade: «Los organismos no son pasivos en la evolución, sino que moldean activamente su propio camino». La violencia del capital no se limita a deformar la psique, sino que se inscribe en la biología.
Sin embargo, esta misma capacidad de transformación es el centro de la evolución de las especies. La mente humana ha evolucionado a través del trabajo cooperativo dirigido a la creación de herramientas, en el lenguaje y en la vida compartida. Las neurociencias confirman que la cognición prospera en ambientes activos y sociales, no en tareas intelectuales aisladas o en la especialización mecánica. Pero el capitalismo rompe esta unidad evolutiva. Divide el cerebro de la mano, el intelecto del cuerpo, el pensamiento del trabajo. El trabajo mental está reservado a una minoría ideológicamente fiel, mientras que la inmensa mayoría es reducida a un trabajo repetitivo. Bajo el comunismo, esta división es abolida. El trabajo se convierte en la actividad unificada del ser especie: una reproducción colectiva y consciente de la vida.
La investigación científica no hace más que profundizar esta intuición, ya presente en el filósofo Averroes en el siglo XII. El neurocientífico V.S. Ramachandran escribe: «La noción misma de un yo singular es una ilusión. De hecho, incluso a nivel mental, opera colectivamente. Nuestra inteligencia no reside en los cerebros individuales, sino en la mente colectiva».
Steven Sloman, científico cognitivo, escribe en “The Knowledge Illusion: Why We Never Think Alone”, «Los individuos no se basan solo en los conocimientos contenidos en nuestro cráneo, sino también en aquellos almacenados en otros lugares: en nuestro cuerpo, en el ambiente y, sobre todo, en los demás hombres». En apoyo de esta afirmación, Sloman se basa en una serie de investigaciones en el campo de las ciencias cognitivas que demuestran que los individuos sobreestiman constantemente su comprensión de los sistemas complejos, una “ilusión de profundidad explicativa”. En un experimento, los participantes estaban seguros de entender cómo funcionaban objetos de uso cotidiano como los inodoros o las cremalleras, pero cuando se les pidió que explicaran los mecanismos en detalle, su seguridad se derrumbó rápidamente. Porque lo que consideramos “conocimiento” no se encuentra en el cerebro individual, sino que está distribuido entre herramientas, lenguaje, instituciones y, sobre todo, otros hombres. La cognición humana no reside en mentes aisladas sino en un sistema interconectado de pensamiento compartido, de una “comunidad del conocimiento”.
Podemos ver aquí los aspectos fundamentales de la tesis marxista anti-individualista planteada hace ya casi 200 años y en particular el propósito y la necesidad del órgano colectivo del partido dentro de la vida biológica de la clase.
La sociedad burguesa nos impone interiorizar los sentimientos de culpa, aferrarnos a la redención personal y sufrir en aislamiento. Nos ofrece el amor romántico enraizado en la familia patriarcal, la justicia legal y las guías de autoayuda como sustitutos de la emancipación colectiva. Nuestra norma de comunistas “no amar a nadie, amarlos a todos” no es indiferencia, es solidaridad impersonal contra la desesperación personal.
En el comunismo no habrá nadie a quien perdonar o condenar, ningún registro individual de pecados y méritos. No se juzgarán las almas individuales, sino la especie en movimiento.
Como todos los animales, los seres humanos son moldeados por sistemas instintivos: apego, miedo, cohesión, todos evolucionados para la supervivencia colectiva. Pero el capitalismo nos obliga a suprimir estos sistemas y a fabricar egos para soportar la explotación. Como observa el neurocientífico Bruce Perry, el trauma desarrolla excesivamente las respuestas al miedo y bloquea la empatía, transformándonos en organismos defensivos y fragmentados. Lo que la psicología burguesa llama “personalidad” a menudo no es otra cosa que el tejido cicatricial de un ser-especie dañado.
Sin embargo, esta adaptación defensiva contiene su propia negación. Cuando la crisis rompe el caparazón del ego, los instintos de clase explotan. En el fervor de la revuelta, el falso yo se disuelve y reemerge la solidaridad proletaria, no de la ideología sino de la vida. La historia de las revueltas muestra este patrón: durante el aumento de las luchas, las crisis alimentarias y la represión, el individuo se desintegra y el cuerpo instintivo de la clase se despierta.
La teoría comunista no es terapia o refinamiento espiritual. Es la crítica despiadada de la sociedad de clases y del falso yo que esta produce. Se dirige al proletariado no como suma de personas, sino como especie que se manifiesta a través de la lucha de clases y la guerra revolucionaria. La revolución no es una cuestión de individuos mejores, es la destrucción de las relaciones que los producen.
El activismo, las terapias, el tiempo libre y el intelectualismo ofrecen un
refugio momentáneo, pero confirman la separación. La catástrofe no llegará
porque no logremos resolver nuestros problemas de individuos, sino porque el
capital ya no será capaz de reproducir sus relaciones sociales. En esa ruptura,
el falso yo se desvanecerá. La humanidad reemergerá no como un enjambre de egos,
sino como una fuerza de la naturaleza. Será guiada en el tránsito revolucionario
por el “cerebro colectivo” del Partido, órgano de la memoria histórica de las
experiencias y lecciones de la clase, portador del programa comunista inmutable.
El período que siguió a la caída del régimen de Alberto Fujimori (1990-2000) en Perú, se caracteriza por una profunda inestabilidad política y una notable fragmentación del sistema de partidos, contrastando con la aparente “estabilidad” lograda por Fujimori, en gran medida a través de un autoritarismo con fachada democrática (golpe de 1992 y cierre del Congreso) y el control de las instituciones burguesas. Desde una óptica revolucionaria, por encima de la forma de gobierno existente en un país, lo relevante es establecer cuál es la clase que está en el poder. De esta manera la historia republicana y la historia del capitalismo, han confirmado en todo el mundo que detrás de la democracia parlamentaria o del fascismo o de gobiernos dictatoriales o democracias autoritarias, incluyendo dentro de estas variantes el “socialismo democrático” y los gobiernos unipartidistas de China y Cuba o pluripartidistas de Rusia, Venezuela y Nicaragua, siempre es la burguesía la clase que controla el poder, y es su Estado, el Estado burgués, el que rige la sociedad. En el caso de Perú la inestabilidad política a la que nos referimos aplica a la inconstancia de los diferentes administradores de los intereses de la burguesía, ya que la mayoría ha tenido gobiernos fugaces y el parlamento está muy fragmentado en partidos que chocan constantemente y dificultan el avance de los negocios y planes de la burguesía. Es muy cierto que todas estas fracciones partidistas coinciden en apoyar a los capitalistas nacionales y trasnacionales y en crear condiciones para el aumento de sus ganancias a costa de la sobre-explotación de los trabajadores; pero la disputa por cuotas de poder y por pedazos de la torta de la corrupción trae consigo limitaciones a la burguesía para implementar sus planes con eficiencia y eficacia, al depender de una alianza de partidos que acumule la mayoría de los votos en el Congreso.
Bajo la premisa de que los gobiernos y parlamentos son instrumentos para los negocios del empresariado local y las trasnacionales, y que responden a pugnas imperialistas por el control de mercados, materias primas y proyectos estratégicos, la inestabilidad post-Fujimori puede interpretarse como el reflejo de que los diferentes sectores de la burguesía son políticamente incapaces de construir un consenso duradero en el reparto del poder del Estado y la administración de los negocios a través de los que controlan los recursos del país, en un contexto de creciente rivalidad entre potencias imperialistas.
Balance de la Inestabilidad Presidencial (2000-2025)
Desde la salida de Alberto Fujimori en noviembre de 2000 hasta octubre de 2025, la Presidencia de la república ha sido ocupada por un total de 10 presidentes, de los cuales solo 3 completaron su período de gobierno. El resto tuvo que renunciar o fue depuesto por el parlamento, por resoluciones de “vacancia por incapacidad moral permanente”. Con más detalle lo resumimos así: Presidentes Electos: 5 (Toledo, García, Humala, Kuczynski, Castillo); Presidentes Designados por el Congreso: 6 (Paniagua, Vizcarra, Merino, Sagasti, Boluarte, Jerí); Presidentes que Cumplieron su Periodo Completo: 3 (Toledo, García, Humala). La mayoría de los presidentes en este periodo han accedido al cargo por mecanismos de sucesión constitucional activados por el Congreso tras la caída de sus antecesores, y solo tres han logrado culminar su mandato de cinco años, demostrando una alta fragilidad institucional, donde el mecanismo de la “vacancia por incapacidad moral permanente” se ha convertido en un arma recurrente del parlamento contra el Ejecutivo.
El Congreso Fragmentado (Periodo 2021-2026)
El Congreso actual se caracteriza por una extrema fragmentación, sin que ninguna fuerza política tenga mayoría absoluta. La composición inicial (2021) se pulverizó aún más por la creación de nuevas bancadas y tránsfugas.
El balance de fuerzas ha tendido hacia una mayoría de derecha y centro-derecha (como Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Renovación Popular, entre otros) que, a pesar de sus diferencias, ha encontrado puntos en común para controlar la agenda legislativa y, fundamentalmente, ejercer el control político sobre el Ejecutivo. Esta mayoría, aunque heterogénea, ha actuado con un alto nivel de cohesión en temas de control político (vacancias) y en la aprobación de leyes que, como era de esperar, han favorecido a ciertos grupos económicos. Esta alianza de partidos en el parlamento ha funcionado como el centro político a través del cual la burguesía ha administrado sus intereses y desarrollado leyes, decretos y acuerdos de su conveniencia.
La Salida de Dina Boluarte y la Nueva Crisis
Dina Boluarte, quien asumió la presidencia tras la destitución y encarcelamiento de Pedro Castillo en diciembre de 2022, fue destituida por el Congreso el 10 de octubre de 2025 por “incapacidad moral permanente”. Boluarte se mantuvo en el gobierno por una alianza tácita con bancadas conservadoras y de derecha. Cuando su imagen se volvió políticamente desgastada y desprestigiada (con solo 3% de aprobación de la opinión pública), estas mismas fuerzas la abandonaron para evitar el costo político de mantenerla en el gobierno, activando la vacancia. Ante la opinión pública fue fácil justificar la destitución de Boluarte y se optó por usar como excusa, por un lado la creciente percepción de incapacidad del Ejecutivo para enfrentar una ola de criminalidad sin precedentes, magnificada por incidentes mediáticos de alto impacto y, por otro lado, la acumulación de investigaciones fiscales y acusaciones de tráfico de influencias (incluyendo a familiares) que minó la ya baja aprobación de Boluarte.
El nuevo presidente designado por el Congreso es José Jerí. Inmediatamente después de su juramentación, las voces de la oposición y de algunos sectores políticos manifestaron su intención de destituirlo, dada la profunda impopularidad del Congreso y la dinámica de crisis política que exige la salida de cualquier mandatario que no cuente con suficiente popularidad o que amenace la estabilidad de los intereses de la mayoría parlamentaria, que es la que ha llevado la mayor parte de la carga de la administración de los intereses de la burguesía.
Pugnas imperialistas y proyectos estratégicos
La inestabilidad política peruana es un campo de batalla para la pugna interimperialista entre China y Estados Unidos, que se manifiesta en la disputa por proyectos de infraestructura y el acceso a recursos clave.
China ha venido impulsando el Megapuerto de Chancay, considerado una “puerta de entrada” de Asia al Pacífico Sur, clave para el comercio y la logística regional. También impulsa inversiones masivas en minería (cobre, oro) y energía (hidroeléctricas, refinerías). China busca rutas interoceánicas y control de la cadena de valor de las materias primas. El avance chino reduce la influencia económica y logística de EEUU en la región. El control de Chancay genera preocupación en Washington por su potencial uso dual (civil-militar) y el dominio sobre rutas estratégicas.
Por su lado EEUU tiene interés en mantener la influencia en el sistema judicial y la política (a través de cooperación, programas anti-corrupción, y acuerdos comerciales) para asegurar un marco legal favorable a sus inversiones mineras tradicionales (ej. cobre, litio) y a sus empresas. Busca evitar la alineación de Perú con el eje chino-ruso. Esto se traduce en presión política, activando, a través de aliados internos, mecanismos legales y fiscales para frenar o ralentizar los proyectos chinos (argumentando riesgos de seguridad, medio ambiente o corrupción), como se ha visto en controversias alrededor de la firma de contratos y licitaciones.
La inestabilidad política se convierte así en un riesgo (y una oportunidad) para ambas potencias. El debilitamiento del gobierno central facilita la presión para modificar o aprobar normativas favorables a sus respectivos intereses. La alineación de las fuerzas políticas en el Congreso peruano en relación con la inversión extranjera, especialmente de China y Estados Unidos, se caracteriza por un pragmatismo económico y con una clara hegemonía de la postura pro-inversión, en el mejor interés de los grupos capitalistas peruanos. El Congreso peruano, dominado por una coalición de derecha y ultraderecha, generalmente ha favorecido la inversión extranjera pese a la siempre presente la rivalidad entre China y EEUU.
Ante los proyectos de China (Inversión en Infraestructura y Minería), la postura general ha sido mayoritariamente a favor. China es el principal socio comercial e inversionista directo en Perú (especialmente en minería y proyectos clave de infraestructura como el Megapuerto de Chancay). Los proyectos clave de inversión china han recibido un respaldo amplio en el Congreso peruano. La ratificación de acuerdos ha contado con la presencia y el voto favorable tanto de parlamentarios identificados como “neoliberales” como de algunos supuestamente “anti-imperialistas” de la “izquierda”, asumiendo un consenso en torno al beneficio económico de estas megainversiones. El Congreso ha calificado los acuerdos con China como una “alianza estratégica”.
El Congreso peruano es, sin embargo, dominantemente pro-EEUU. Es por eso que se ha priorizado la relación bilateral con EEUU. Un ejemplo notable es la ratificación de acuerdos que permiten la interceptación y derribo de aeronaves por parte de EEUU bajo el pretexto de la lucha contra el narcotráfico – un pretexto cada vez más utilizado para justificar las agresiones imperialistas a países o regiones que disputan, para controlar negocios, fuentes de materias primas, infraestructuras logísticas, cadenas de suministro o espacios de valor militar-, lo que ha ampliado el dominio e influencia estadounidense en el país. El Congreso también respalda los llamados de EEUU para que Perú reduzca la influencia china y ha fomentado las inversiones estadounidenses, como el intento de promover el puerto de Corío como contrapeso al de Chancay.
Para favorecer a las trasnacionales, la coalición mayoritaria de partidos de derecha y ultraderecha (Fuerza Popular, Renovación Popular, Avanza País, etc.) ha aprobado leyes que debilitan regulaciones ambientales, recortan derechos laborales y flexibilizan la fiscalización. Esto consolida un régimen típicamente pro-empresarial, propio de toda democracia burguesa, que prioriza los intereses de los capitales nacionales y transnacionales en sectores como la minería y los recursos naturales. Esta coalición política ha sido la que le ha permitido a la burguesía en Perú adelantar sus planes y sus negocios, pese a la crisis de gobernabilidad por mandatos presidenciales inestables y pese al choque entre diferentes representaciones partidistas dentro del Congreso. Cada presidente ha jugado a favor de proyectos de las trasnacionales, pese a la inestabilidad de sus mandatos.
La estructura económica y comercial del Perú se caracteriza por una fuerte dependencia de la minería tanto en la inversión extranjera como en sus exportaciones, manteniendo un superávit comercial gracias a los altos precios de los commodities (bienes o materias primas básicos).
Inversión Extranjera Directa (IED) y Balanza Comercial, huellas de la
competencia y del choque inter-capitalista
En términos porcentuales, la Inversión Extranjera Directa (IED) en Perú se concentra principalmente en sectores tradicionales y estratégicos, destacando históricamente la Minería y las Comunicaciones. Aunque los porcentajes varían ligeramente según el periodo de medición, la distribución y peso de las principales actividades económicas es la siguiente: Minería 21%, Comunicaciones 19,5%, Finanzas 15,3%, Industria 15,1%. Energía 13,8%. En conjunto, estos cinco sectores suelen concentrar más del 80% de la IED en el Perú.
Los tres países con la mayor Inversión Extranjera Directa (IED) acumulada en Perú, de mayor a menor importancia son: España (Telecomunicaciones, Finanzas, Energía), Reino Unido (Minería y Energía) y Estados Unidos (Minería, Finanzas, y Comercio). China no siempre aparece en el top 3 del histórico total (medido por el país de origen de la inversión), pero se ha convertido en el mayor inversionista directo por monto en nuevos proyectos en los últimos años, particularmente en Minería y Mega-infraestructura (como el puerto de Chancay).
La Balanza Comercial del Perú, la diferencia entre el valor de las exportaciones y el valor de las importaciones de bienes, ha registrado un superávit comercial (las exportaciones superan a las importaciones) durante varios años consecutivos. El principal motor de las exportaciones y del superávit, es el sector minero y los productos commodities.
Los productos de exportación se dividen en Tradicionales (materias primas) y No Tradicionales (productos con mayor valor agregado). Los Tradicionales (Aprox. 70-75% del total) son el Cobre (el principal producto individual, más del 30%), Oro, Zinc, Harina y Aceite de pescado, Petróleo y Gas Natural, que tienen como principales destinos China, Estados Unidos, Suiza, India y Corea del Sur. Los No Tradicionales (Aprox. 25-30% del total) son los Agroindustriales (Uvas frescas, Arándanos, Paltas (aguacates), Espárragos) y Textiles (Algodón Pima y lana de Alpaca), que se destinan a Estados Unidos, Países Bajos (puerta de entrada a Europa), España y China.
Los países con los que Perú concentra el mayor intercambio de bienes son: China, que es el principal destino de las exportaciones peruanas (principalmente minerales y pesca) y, a su vez, una fuente clave de importaciones (manufacturas y tecnología); Estados Unidos, que es el segundo socio comercial más importante, con una fuerte relación en la importación de bienes de capital y un destino crucial para las exportaciones No Tradicionales (agroindustriales y textiles) y mineras; Brasil, que es el principal socio comercial en la región sudamericana, con un alto intercambio de bienes, especialmente en la importación de hidrocarburos y otros productos industriales. Otros países importantes en la relación comercial son Canadá (inversiones y comercio minero), Corea del Sur, y Japón (ambos en el mercado asiático).
Todas estas actividades económicas son la base del choque de intereses entre capitalistas y repercuten en las relaciones con el poder ejecutivo y el parlamento peruanos, que trata de orientar estas relaciones hacia el beneficio de la burguesía local.
Por el sindicato de clase
La Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP) y el movimiento sindical en general, aunque ha llegado a plantear la reivindicación del aumento salarial, ha concentrado sus exigencias en la reforma de la Constitución y en el llamado a elecciones presidenciales y parlamentarias. Es decir, para los sindicatos actuales en Perú, la salida planteada al movimiento de los trabajadores es la salida democrático burguesa, ir a elecciones, votar, elegir a un nuevo Presidente y nuevos parlamentarios (nuevos verdugos), ir a una Asamblea Constituyente y reformar la Constitución, buscando un “nuevo pacto social”, es decir, policlasismo y sometimiento político a la burguesía. A esta trampa conducen los sindicatos y la CGTP a los trabajadores. Esta es la manera como ese sindicalismo traidor y patronal aparta a los trabajadores del camino hacia la Huelga General por aumento significativo de los salarios, por pago de salario a los desempleados, por rechazo a la intensificación del trabajo y a las horas extras, por la higiene y la seguridad en los centros de trabajo y otras reivindicaciones de los asalariados.
Con las elecciones convocadas para el 2026 la burguesía peruana aspira salir de su crisis de gobernabilidad y el movimiento sindical se ha plegado a la burguesía, incluso cuando lo hace con un discurso crítico, pretendiendo presentarse como de “izquierda”.
De esta manera, si bien la solución más común que usa la burguesía para administrar sus intereses desde el Estado, es un Poder Ejecutivo fuerte, que centralice toda la acción de gobierno, en Perú la burguesía ha tenido que optar por apoyarse en un núcleo del Parlamento, que agrupa a los partidos que suman más votos, para desde allí impulsar sus políticas e incluso controlar al Poder Ejecutivo. Esta fórmula tiene la debilidad de que depende de que se mantenga el consenso entre los diferentes partidos que componen esta alianza parlamentaria.
Esta fórmula de control político de la burguesía en Perú podrá mantenerse funcionando, mientras la clase obrera se mantenga desorganizada y desmovilizada, apartada de la lucha por sus reivindicaciones naturales y de la Huelga como principal forma de lucha. Necesariamente debe surgir un proceso de multiplicación de las luchas de los trabajadores, al margen de los sindicatos actuales, como base para el surgimiento de verdaderos sindicatos de clase, apartados del electoralismo y de la búsqueda de reformas a la democracia burguesa, capaces de unir en la lucha a todos los trabajadores, sin diferencias de sexo, nacionalidad, oficio, origen étnico e incluso sumando a jubilados, pensionados y desempleados.
En este camino es relevante que todos quienes entienden la necesidad de la
revolución proletaria y que entienden la necesidad de apartarse de la izquierda
parlamentaria y de toda la confusión y la traición de los oportunistas, se
acerquen y se incorporen al Partido Comunista Internacional, para emprender un
trabajo revolucionario serio y consecuente por la revolución proletaria mundial.
Las huelgas en Italia contra la guerra
La burguesía sabe bien que las masas proletarias no quieren la guerra y las grandísimas manifestaciones de estas últimas semanas en Italia contra el genocidio en Gaza lo confirman con toda evidencia.
* * *
Los regímenes burgueses definen como “existencial” cada uno de sus conflictos para convencer a los trabajadores de aceptar el riesgo del sacrificio de su propia vida, como si esta dependiera de la existencia del régimen de clase que los oprime.
Y en efecto es cierto: la guerra es una lucha existencial para cada burguesía. Pero no porque si es derrotada por la burguesía adversaria ella perecerá. Al contrario, solo perdería una cuota de beneficios, pero seguirá siendo siempre clase privilegiada, dominante sobre la clase obrera. Continuará sus negocios, con el privilegio de disfrutar plenamente de la explotación de su porción del proletariado mundial. La guerra es existencial para cada burguesía por una razón muy distinta: si no logra convencer y llevar a los proletarios al frente, a masacrarse con los hermanos de clase en uniforme de otro país, será ella la que será suprimida por la revolución de los proletarios.
La burguesía pronto aprendió a volcar la generosa necesidad de paz de los trabajadores para los fines de su guerra. Por esto en cada país busca no aparecer como la agresora sino la agredida. La guerra es siempre hecha en nombre de la paz, puesta en peligro por el adversario belicista. Y el enemigo es siempre un régimen peor, una anomalía en la democracia burguesa, una locura, un fascismo.
Ese fascismo, esa guerra, esa locura, son en cambio propios del curso natural del capitalismo, es más, expresan su naturaleza más íntima. La guerra madura en el subsuelo económico de la sociedad capitalista, y el fascismo es el contenido de los regímenes burgueses, que se manifiesta cada vez más con el progresivo precipitarse en ella.
El régimen, el Jefe de Estado, la ideología excepcionalmente locos y malvados del enemigo son útiles a todas las burguesías, porque justifican el conflicto, preparan la guerra en “defensa de la paz”, de la democracia, de la patria. Estos conceptos están bien expresados por la cancioncilla italiana más en boga en las marchas en donde el oportunismo aún hace de amo: “Una mañana me desperté y encontré al invasor...”. Defensa de la patria y liberación del fascismo hacen de una guerra imperialista una guerra justa, por la cual el proletariado puede, es más debe, combatir y ofrecer la vida.
* * *
Campo de batalla fundamental entre el comunismo revolucionario y el oportunismo es el movimiento sindical.
En Italia el movimiento contra la guerra en Gaza, que durante meses había expresado manifestaciones de dimensiones modestas, ha tenido un desarrollo notable desde finales de agosto. Uno de los factores de tan repentino crecimiento han sido los sindicatos de base, en particular el USB, que para el 22 de septiembre proclamó una huelga general junto a CUB, SGB y ADL Cobas.
Los portuarios genoveses del USB ya se habían comprometido en acciones contra la carga de armas y posteriormente en una recogida de alimentos promovida por una asociación pacifista genovesa, luego en parte cargados en veleros – en los que partió también el Coordinador nacional de los portuarios de USB – que se unieron a otros provenientes de España, Túnez y Grecia con el objetivo de llevar la ayuda a Gaza “rompiendo el bloqueo naval”. La recogida de alimentos tuvo una grandísima participación por parte de la población genovesa, y así también la manifestación que tuvo lugar la noche del sábado 30 de agosto para despedir a los barcos que zarpaban.
Al final de la manifestación, con alrededor de 25 mil participantes, un portuario del USB anunció la intención por parte de su sindicato de promover la huelga general nacional. Esto ocurrió efectivamente en una asamblea con 600 participantes en el Círculo de la Autoridad Portuaria, que tuvo lugar la noche del jueves 11 de septiembre, fijando la huelga para el siguiente lunes 22.
Nuestros compañeros distribuyeron un volante redactado específicamente en la manifestación del 30 de agosto, el mismo en la asamblea del 11 de septiembre y en otra manifestación el día 17.
Un compañero nuestro intervino en la asamblea del Coordinadora confederal del Usb de Génova, frente a 37 delegados, sosteniendo que en la guerra en Gaza hay que reconocer no un episodio anómalo en el capitalismo – una especie de eterna lucha de la democracia contra el fascismo, del Bien contra el Mal en forma laica – sino una etapa de la marcha del capitalismo hacia la guerra mundial. Luego indicó como camino para detener esta catástrofe el renacimiento de un movimiento sindical de clase y de la unidad de los trabajadores de todos los países. En Italia el movimiento contra la guerra en Israel deberá caracterizarse como una acción de lucha de la clase obrera.
Cuando la Cgil se percató de que la huelga promovida por USB, CUB, SGB y ADL tenía altas posibilidades de éxito, decidió proclamar apresuradamente otra para el día laboral anterior, viernes 19 de septiembre, con el claro objetivo de debilitar, es decir, sabotear, la huelga del 22. Esta acción cobarde resulto ser un boomerang, ya que muchos afiliados y militantes se enfurecieron con la dirección de la Cgil, y se declararon en huelga el día 22.
Nuestros compañeros intervinieron tanto en las manifestaciones por la huelga del 19, con el volante ya distribuido el 30 de agosto, como en las del 22, con un nuevo texto.
La huelga del 22 fue un gran éxito, sobre todo por el resultado de las manifestaciones en más de 70 ciudades (20 mil participantes en Génova, más de 50 mil en Roma) pero en algunas categorías también por las adhesiones: el dato del 11,3% es muy positivo entre los trabajadores de las escuelas, donde en los años recientes las huelgas mejor logradas, incluso cuando fueron proclamadas por la Cgil, no superaron el 7%; en el Inps la adhesión fue del 47%; entre los ferroviarios del 30%.
* * *
Es extremadamente significativo que este movimiento de indignación popular que estalló repentinamente se haya canalizado en las organizaciones sindicales de la clase asalariada y que los jóvenes y las clases medias se hayan instintivamente sumado a las iniciativas promovidas por los sindicatos. Y es también significativo que hayan sido los sindicatos de base los que organizaron la huelga.
Es igualmente de señalar que la gran masa de participantes en las manifestaciones va mucho más allá del perímetro de influencia de las organizaciones políticas burguesas palestinas, y más allá de los partidos a los que adhieren las direcciones de los sindicatos de base, permitiendo a nuestro partido desarrollar en ellas su propaganda.
Porque es el oportunismo el que dirige estos sindicatos y estas manifestaciones. Tarea prevista y siempre reivindicada del partido es batallar contra el oportunismo en el movimiento sindical, para desbaratar la maniobra burguesa dirigida a desviar el espontáneo, generoso pero ingenuo, pacifismo de los trabajadores hacia los fines de la propaganda para la próxima guerra imperialista.
En nuestras intervenciones, con nuestros volantes – únicos en estas manifestaciones en dar una clara dirección de lucha a los trabajadores coherente y consecuente con el comunismo revolucionario – hemos destacado cómo la clase obrera es la única fuerza social capaz, si es dirigida por el partido comunista a través de la correa de transmisión de las organizaciones sindicales de clase, de impedir el desencadenamiento de la tercera guerra mundial, a la que nos está conduciendo el capitalismo, o de detenerla si llegara a comenzar.
* * *
El oportunismo parece afirmar algo similar, pero juega sobre la ambigüedad de sus afirmaciones y sobre la ingenuidad de las masas trabajadoras. Podemos distinguir a grandes rasgos dos grupos de propaganda oportunista en las manifestaciones contra el genocidio en Gaza.
Una parte mayoritaria de las direcciones de las organizaciones promotoras (pero minoritaria entre los manifestantes en la medida en que se ha hinchado el movimiento) confía en la acción de algunos Estados burgueses, los cuales, según ellos, serían mejores que aquellos que señalan como únicos responsables de la guerra. El conflicto en Gaza, dicen, no es fruto del choque entre imperialismos, en el que los gazatíes son aplastados, sino solo de la especial maldad de Estados Unidos e Israel. Un hecho cultural, se diría, si no peor: los estadounidenses, los sionistas, los judíos...
Estos grupos terminan pidiendo salvación a la intervención de los Estados, con los trabajadores luchando por gobiernos burgueses “de izquierda”, sin darse cuenta de que esta alternancia y falsa contraposición es la trampa para impedir que el proletariado tome el camino de la lucha, de la ofensiva, es decir, de la revolución, quedando en cambio clavado en la “defensa de la democracia contra el fascismo”.
La mayor parte de las masas que han llenado las enormes manifestaciones entre finales de agosto y principios de octubre no es tan ingenua como para no entender cuán anti-proletarios y militaristas son ya todos los Estados del mundo. No menos persiste la ilusión de que solo una manifestación de opinión popular pueda inducir a los gobiernos de los países llamados democráticos a cambiar su política y a detener la guerra.
Se termina por sumarse a las mentiras de los partidos de la izquierda burguesa y al juego del parlamento. Se calla sobre el hecho de que a la guerra imperialista todos los Estados burgueses serán arrastrados por fuerzas materiales que nunca querrán ni podrán detener, y que harán lo que sea necesario para convencer a los proletarios de combatir y morir. Esto ya se ve en un partido como el PD, con sus contorsionismos sobre la cuestión del rearme europeo.
El pacifismo burgués no cierra las puertas a la guerra. Cuando el gobierno italiano “fascista” envió una fragata para escoltar a los ciudadanos italianos a bordo de algunos barcos de la “Flotilla” – al igual de lo hecho por España y Turquía – el representante del partido más izquierdista del parlamentario (Fratoianni de la Alianza de la Izquierda Verdes), después de haberse felicitado con el Ministro de Exteriores, afirmó: «Nuestra fragata debería violar el bloqueo y garantizar ella misma la llegada de la ayuda a Gaza». ¡Entrar en una zona de guerra con naves de guerra significa entrar en guerra! Si la burguesía italiana hoy se colocara en el lado opuesto del escenario entre imperialismos, es decir, contra Israel y Estados Unidos, y hubiera mandado un contingente para combatir al lado de la llamada “resistencia palestina”, es decir, de Hamás y de los Estados burgueses que la sostienen o la han sostenido, ¡estos belicistas disfrazados de pacifistas serían los primeros en ponerse el casco, o, mejor aún, se lo pondrían a los trabajadores!
La posibilidad de que la Italia burguesa cambie de bando puede hoy parecer remota pero recordemos que en dos guerras mundiales lo hizo. Los capitalistas italianos siempre han cultivado un partido anti-estadounidense, dándole espacio y viabilidad política. Incluso sectores de la derecha burguesa tienen notoriamente esta orientación, aunque solo sea porque, como es sabido, quien libró la guerra contra Estados Unidos fue Mussolini, siguiendo los pasos de Hitler. La burguesía italiana también siempre ha cultivado amistades con los partidos nacionalistas palestinos y con parte del mundo árabe, así como con el régimen iraní. El ex Presidente Cossiga explicó cómo la Unifil en Líbano cerraba 2 ojos para permitir a Hezbollah armarse al Sur del río Litani. El régimen burgués italiano cultiva su huerto imperialista en el Mediterráneo, en su orilla meridional y más lejos, antes y después de la segunda guerra mundial. Desde 1945 esto ocurre en los límites impuestos por el imperialismo estadounidense. En vista de la tercera guerra no es para nada imposible un nuevo cambio de chaqueta, como en la honrada tradición de la burguesía autóctona.
Al partido comunista le corresponde la tarea de no dejar caer al movimiento obrero en estos engaños y maniobras. La mayor parte de los trabajadores no querrá nunca la guerra, pero sin la presencia y el arraigo del Partido Comunista Internacional dentro de los sindicatos fácilmente quedaría desorientada por el oportunismo, que justificará con cualquier mezquino argumento la participación en el conflicto.
Solo la clase trabajadora podrá impedir o detener la guerra imperialista, con su movimiento de huelgas cada vez más potente. Pero esto implicará la revolución, como enseña el Octubre de 1917: el de los Bolcheviques ha sido el único partido en la historia del capitalismo en detener la guerra.
* * *
Venezuela
El gobierno convoca una constituyente sindical, al mejor estilo del fascismo y del sindicalismo amarillo
Sin siquiera cuidar las apariencias, el gobierno burgués venezolano, a través de su Ministro del Trabajo y del propio presidente Maduro, convocó a una “Constituyente Sindical” y a un Congreso Obrero que se realizará en diciembre. La convocatoria pretende reformar a la Central Bolivariana Socialista de Trabajadores (CBST), que es el ejemplo más reciente de “sindicalismo amarillo”, que se ha desarrollado desde las alturas del gobierno.
Tal es el cinismo de estos representantes de la burguesía, que han declarado que hay que acabar con los sindicatos amarillos y patronales (¡!). Hasta ahora han manifestado que los sindicatos deben adecuarse a las circunstancias actuales y a los planes y políticas del gobierno, que deben organizar a los emprendedores (figura promovida por el gobierno para que sectores de los trabajadores se asuman como pequeños empresarios) y a los “comuneros” (trabajadores que forman parte de Comunas promovidas por el gobierno y que no necesariamente laboran como asalariados sino como pequeños empresarios en proyectos de pequeña escala). Así mismo pretenden que los sindicatos estén alineados con la defensa de la patria y del territorio y que para esto organicen milicias de obreros. Igualmente el gobierno ha recalcado el papel de los sindicatos en garantizar la continuidad operativa de las empresas y en el apoyo al buen funcionamiento de la economía nacional.
Está por verse hasta qué punto el gobierno logra alcanzar avances importantes
con esta jugada politiquera, con la que también busca estar en las mejores
condiciones para frenar o manejar un posible estallido social, que surja, no por
la conjura de opositores o “conspiradores” o “terroristas”, sino por la reacción
espontánea de las masas agobiadas por los bajos salarios, el desempleo y la
pobreza.
* * *
El paro nacional en Ecuador
Un levantamiento sin orientación revolucionaria, sin reivindicaciones obreras y marcado por la aspiración reformista de mejoras dentro del capitalismo
El Paro Nacional en Ecuador, que revivió las protestas masivas de 2019 y 2022, se extendió por aproximadamente 31 días, desde su inicio en septiembre de 2025. El paro fue convocado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) y el Frente Unitario de Trabajadores (FUT), contra la decisión del gobierno de Daniel Noboa de eliminar el subsidio al diésel. La medida, que elevó el precio del combustible de forma abrupta, afectó especialmente al transporte, la producción agrícola y las zonas rurales, donde reside gran parte de la población indígena y campesina. La movilización y el cierre de vías de acceso en diferentes regiones, fueron las principales formas de lucha asumidas.
El miércoles 22 de octubre, la CONAIE anunció el cese del paro nacional, el despeje de las vías y el repliegue de sus bases a sus territorios. El gobierno mantuvo su política de desmontaje del subsidio al combustible, actuando con decisión en la represión de las protestas, aprovechando el decreto de excepción inicialmente aprobado para enfrentar grupos delictivos dedicados al narcotráfico. El gobierno, en su narrativa, ha promovido la matriz de opinión de vincular la protesta social con la actividad de grupos criminales transnacionales, calificando las acciones de protesta de actos de “terrorismo”. Todo el aparato policial, militar y judicial en el capitalismo está destinado a reprimir a la clase obrera y a cualquier estrato social oprimido y esto no cambiará en el marco de la democracia burguesa, aunque cambien los gobiernos, incluso en un hipotético gobierno apoyado por la CONAIE.
El líder de la CONAIE, Marlon Vargas, indicó que la decisión fue “difícil, pero necesaria” y se tomó horas después de que el presidente Noboa amenazara con una “decisión más fuerte” para “abrir todas las vías”. La principal razón fue la necesidad de “proteger a su pueblo” ante la intensificación de la represión gubernamental.
La movilización dejó un saldo trágico de tres comuneros fallecidos y cientos de heridos (cifras que varían entre 200 y 300), además de más de 200 detenidos.
El Gobierno decidió aumentar el precio del diésel de $ 1,80 a $ 2,80. Con esta decisión de eliminar el subsidio al diésel, el gobierno busca reducir el déficit fiscal y cumplir compromisos con organismos como el FMI. Y esta medida actuó como el detonante de las protestas, pues el alza del combustible impacta directamente el costo de transporte y, por ende, el precio de la canasta básica, pero también impacta los costos de diferentes actividades económicas desarrolladas por campesinos y comerciantes (en buena medida de origen indígena) y hasta por aquellos dedicados a la minería “artesanal” e ilegal.
Partiendo de su enfoque policlasista, la CONAIE (y las organizaciones de trabajadores como el FUT, que se plegaron al movimiento) enfocó su pliego de demandas en:
Derogatoria del Decreto 126 (eliminación del subsidio al diésel), defensa de la salud y educación públicas, y rechazo a las políticas neoliberales.
Exigencia de atención y reparación para las víctimas de la represión, liberación de los manifestantes detenidos y el fin de la criminalización de la protesta social.
Rechazo a nuevas concesiones mineras y petroleras, y su impacto ambiental en la Amazonía (que es un impacto notable también en Brasil, Perú y Venezuela).
Ni el FUT ni la CONAIE plantearon la exigencia de aumento salarial. El Salario Básico Unificado (SBU) se ha mantenido en niveles bajos ($460 en 2024), lo que contrasta con el alto costo de la Canasta Básica Familiar, que supera con creces el ingreso mínimo. La situación se agrava por el desempleo y por una creciente informalidad laboral, que precariza el empleo, y la dificultad para acceder a un empleo formal.
Los paros de la CONAIE, a los cuales siempre se ha sumado el FUT, han sido dominados por un enfoque policlasista y que prácticamente deja de lado las reivindicaciones de los trabajadores. No se puede continuar repitiendo levantamientos sin orientación revolucionaria, sin reivindicaciones obreras y restringidos a exigencias reformistas de mejoras a la democracia burguesa dentro del capitalismo. Prácticamente estos paros han funcionado como válvulas de escape a la presión social, para facilitar la continuidad de la dominación de los capitalistas, que extraen plusvalía y ganancias de todos sus negocios (incluido el negocio de la droga), explotando el trabajo asalariado.
Un nuevo camino está planteado para las luchas futuras
El único camino para avanzar en la conquista de reivindicaciones socio-económicas (pese a su efímera duración) y para enfrentar la causa-raíz de los males que sufre la clase obrera y los oprimidos en general (el capitalismo), es la lucha de clase. En el Ecuador y en todo el mundo, es preciso que las luchas por diferentes reivindicaciones se inscriban en el marco de la lucha entre el proletariado y la burguesía.
Independientemente del origen étnico (Mestizo, Montubio, Indígena, Afroecuatoriano, Blanco u otro), los trabajadores deben integrarse en verdaderos sindicatos de clase, que asuman la Huelga como principal forma de lucha y que se aparten del electoralismo y de la búsqueda de bancas en el parlamento. La organización de base debe apuntar a asambleas y comités de trabajadores en diferentes localidades, integrando a trabajadores de diferentes oficios y ramas de actividad económica, sin exclusión de ninguna etnia o nacionalidad, incluyendo a los desempleados y a los jornaleros, “trabajadores por cuenta propia” o informales.
Es importante que el movimiento se una en torno a un pliego de reivindicaciones,
donde deben destacar:
Exigencia de un aumento significativo de los salarios, jubilaciones y pensiones.
Rechazo al pago de salarios inferiores (por igual trabajo) a las minorías
étnicas. Igual trabajo, igual salario, independientemente del sexo y la etnia.
Exigencia de pago compensatorio para los desempleados.
Contra el trabajo en horas extras.
Jornada de trabajo de 30 horas semanales o menos.
Higiene y seguridad en el trabajo.
Contra la represión a las luchas de los trabajadores.
Un factor clave para que el movimiento en Ecuador tome un curso revolucionario,
lo constituye la integración de los luchadores más avanzados como militantes del
Partido Comunista Internacional, para dar al movimiento local un enfoque
comunista y una proyección internacional.
* * *
Trabajadores en lucha en Estados Unidos
En los últimos meses han estallado nuevas luchas obreras en Estados Unidos. Estas luchas son en gran parte el resultado del conflicto asumido por los trabajadores, que durante todo el año han tenido que enfrentar salarios reales más bajos a causa de la inflación, sobre el fondo de elevadas ganancias empresariales. Se trata de una leve intensificación de la lucha de clases, que no puede compararse con la “primavera de los trabajadores” de 2023 o con las huelgas generales que han afectado recientemente a otros países, pero que demuestra de todos modos un aumento de la tensión en los conflictos entre trabajadores.
Municipales en Filadelfia
En Filadelfia el problema fundamental es que el aumento salarial ofrecido por el Municipio a los trabajadores no basta para vivir. El 1 de julio los afiliados al sindicato AFSCME, que comprende alrededor de 9.000 trabajadores municipales, cruzaron los brazos tras el fracaso de las negociaciones entre el sindicato y el Municipio, poniendo al sindicato en una posición difícil. La huelga es la primera en la ciudad desde 1986, cuando la AFSCME hizo huelga por última vez. El sindicato había pedido inicialmente un aumento del 5% al año por un contrato de tres años luego lo aumentó al 8%. Pero es de todos modos muy poco para los trabajadores. El Municipio respondió con una oferta aún más baja, “financieramente responsable”: un aumento del 2,75% el primer año y del 3% en los dos años siguientes.
Entonces, si los otros servicios solo tuvieron retrasos, la recolección de basuras fue suspendida en toda la ciudad. Las bolsas se acumularon hasta invadir las aceras y en el curso de una semana lo reportaron los medios de todo el país. Esquiroles iban a verter los residuos, incluidos los sanitarios y los aceites alimentarios, en puntos de recolección ilegales, lo que llevó también a algunos arrestos.
Los trabajadores apoyaron la huelga negándose a cruzar los piquetes y llevando su basura frente al ayuntamiento.
La huelga duró solo 8 días, hasta un acuerdo de un bono de 1.500 dólares a la firma y un aumento del 3% al año durante tres años, para el 80% de los trabajadores, por lo tanto no para todos. De hecho, los trabajadores municipales de Filadelfia están forzados aún a vivir con salarios insuficientes. Habría sido necesaria una huelga más larga y pedir aumentos salariales significativos, coordinándose con otros sindicatos y trabajadores de la misma ciudad, generalizando la huelga.
Sin embargo, se ha acusado al sindicato y a los trabajadores de no preocuparse por la población y de amenazar las ganancias de las empresas y los presupuestos de los políticos burgueses locales.
Sin prevalecer sobre los funcionarios sindicales vendidos al régimen, que se embolsan el “servicio de negociación”, sin romper toda colaboración con los patrones, sin rechazar toda “responsabilidad financiera” y sin rechazar acuerdos a pérdida, los trabajadores serán obligados a aceptar solo migajas piadosas.
Entre los basureros
Republic Services es la segunda mayor empresa de limpieza de Norteamérica, con más de 1.000 filiales en Estados Unidos. En 2024 su facturación fue de 16 mil millones de dólares y sus ganancias de 6.682 mil millones, con un aumento del 11% respecto al año anterior. Alrededor de 7.000-8.000 trabajadores, sindicalizados en los Teamsters, trabajan en Republic.
El 1 de julio, 450 afiliados al sindicato en Boston cruzaron los brazos al vencimiento de su contrato. Republic Services se negó a aceptar las demandas de los trabajadores de alinearse con las remuneraciones y los beneficios sociales ofrecidos por las empresas competidoras en el sector de la gestión de residuos. Hasta ahora las demandas de la dirección del Sindicato de Camioneros se han limitado a plantear la paridad salarial con los competidores y a una mejor asistencia sanitaria. Poco después también los afiliados al sindicato de camioneros de las otras filiales de Republic comenzaron la huelga. En principio fueron a la huelga en cinco Estados además de Massachusetts: Georgia, California, Washington, Illinois y Ohio. Los huelguistas, coordinando la acción entre ellos, redujeron aún más los beneficios de Republic, obteniendo un mayor poder de negociación.
Como típico ejemplo de las normas de la NLRB (Junta Nacional de Relaciones Laborales) que obstaculizan la organización sindical en Estados Unidos, los trabajadores están divididos por contratos locales separados. Sin embargo, es digno de resaltar el hecho de que a nivel nacional haya sido igualmente realizada una acción de huelga coordinada y que muchos sindicatos locales hayan decidido participar en la huelga de solidaridad, aumentando así su fuerza. Las huelgas de solidaridad han sido de hecho ilegalizadas por la ley Taft-Hartley de 1947, que concedió a los empleadores el derecho de demandar a los sindicatos por “violación del contrato”.
Pero los sindicatos locales que han convocado la huelga de solidaridad están haciendo huelga sin el riesgo de ser demandados, aprovechando que la huelga de Massachusetts es una huelga por ULP (Prácticas Laborales Injustas). Este tipo de huelga entra en una excepción legal que la exime de la violación del contrato. Verse forzados a actuar de este modo implica que menos de la mitad de los trabajadores puede hacer huelga; de hecho, en el momento de máxima intensidad alrededor de 4.000 trabajadores, o sea casi la mitad, estaban en huelga.
Hasta ahora, por lo que sabemos, solo el sindicato local de Manteca, en California, ha interrumpido la huelga y ha firmado un acuerdo provisional, del cual aún no se conocen los términos.
La empresa, además de rechazar las negociaciones, hace amplio uso de esquiroles para restaurar el servicio. También ha interpuesto procedimientos legales y contratado abogados antisindicales especialistas en trabajo sucio. Una demanda federal ha sido interpuesta contra los afiliados y los delegados del sindicato, acusados de vandalismo por haber detenido vehículos, cortado las ruedas de los coches de los esquiroles y otras acusaciones insignificantes, para forzar al sindicato a gastar dinero en la defensa legal.
Entre otras reivindicaciones de la huelga figuran la demanda de condiciones de trabajo más seguras, la resistencia a la instalación de cámaras y al uso de esquiroles. La huelga es una lucha en curso y las negociaciones probablemente se reanudarán más adelante
Portuarios en huelga en Illinois
Los portuarios continúan la huelga contra el operador logístico QSL America en tres establecimientos de Illinois. La huelga, convocada por la IUOE (Unión Internacional de Ingenieros Operativos), se ha intensificado desde mayo. El sindicato local cuenta con más de 24.000 miembros en Indiana, Illinois e Iowa. Los trabajadores exigen condiciones de trabajo más seguras y pago de horas extras. Otras quejas se refieren a represalias, el uso de trabajadores sustitutos provenientes de otros Estados, un excesivo control electrónico y tácticas intimidatorias, así como la desaparición de un portuario.
El sindicato ha logrado interrumpir las operaciones en Iroquois Landing, Chicago, donde el servicio ferroviario ha sido fuertemente limitado y las mercancías han sufrido notables retrasos. Los empleados de la CN Railroad y de la UPS han demostrado su apoyo negándose a cruzar el piquete y forzando a la dirección a intervenir y a hacer funcionar los trenes manualmente. Esto ha causado la interrupción del servicio de la CN Railroad, actualmente limitado a solo dos días a la semana. Además, se registran retrasos de hasta cuatro días en los envíos internacionales, con los consiguientes shocks en la cadena de suministro y potenciales pérdidas de contratos para los clientes de QSL. También una de las grúas no funciona.
A mediados de octubre la huelga ya duraba ocho semanas y estaba probablemente costando millones de dólares a la empresa. Pero QSL pertenece a los grupos de inversión CDPQ e iCON, capitalistas financieros con un patrimonio de miles de millones de dólares que gestionan cientos de miles de millones de dólares de sus clientes. Con bolsillos tan profundos la huelga parece destinada a transformarse en una guerra de desgaste.
La ausencia de demandas económicas significativas por parte del sindicato es desalentadora y demuestra que no se trata de un sindicato fuerte y combativo. Sin un espíritu de lucha y sin una extensión de la huelga y de las demandas es improbable que la empresa ceda incluso sobre demandas en gran parte no económicas, aunque sufriera una fuerte caída de las ganancias y la huelga continuara de forma indefinida.
En los supermercados en Colorado
El 4 de julio terminó la huelga en muchas tiendas Safeway y Albertsons de Colorado. Los trabajadores, representados por la Unión Internacional de Trabajadores de Alimentos y del Comercio (United Food and Commercial Workers International Union), habían cruzado los brazos el 16 de junio. El nuevo contrato prevé asistencia sanitaria, pensión a fondo completo y aumentos salariales.
Estudiantes trabajadores en Washington
El 6 de junio terminó la huelga de alrededor de 1.200 estudiantes trabajadores
de la Western Washington University en Bellingham, en el Estado de Washington.
La huelga había comenzado el 28 de mayo. El sindicato obtuvo protección contra
los despidos, permisos más largos, apoyo para la salud mental y ajustes
salariales. Sin embargo, los trabajadores no obtuvieron el reconocimiento
sindical por parte de la universidad. El grupo decidió sindicalizarse como
United Western Academic Workers Union en diciembre de 2023.
* * *
Argentina:
Los trabajadores atrapados entre la ofensiva del gobierno burgués y la traición de las centrales sindicales
Los indicadores clave al cierre del tercer trimestre y el inicio del cuarto del 2025, enmarcados en la reciente victoria legislativa de La Libertad Avanza (LLA), confirman y profundizan la brutal transferencia de plusvalía del trabajo asalariado al capital que ha caracterizado la orientación política del actual gobierno, que, con un plan diferente al anterior de los Peronistas (o Kirchneristas), ha administrado los intereses de la burguesía.
La Inflación Estancada, el Salario Devorado y un aumento del empleo precario o
informal (desempleo encubierto)
Luego de la anunciada “estabilización” inflacionaria solo ha quedado a los trabajadores una pérdida consolidada del poder adquisitivo de los salarios, mientras que la “baja” del desempleo está maquillada por una alarmante subida de la informalidad.
La inflación ha venido desacelerándose y se estima que cierre en el 2025 en 30%. Pero la caída del salario real no se ha detenido. El Salario Mínimo Vital y Móvil (SMVM) se mantiene congelado en 322.200 pesos argentinos desde agosto de 2025, prolongandose su estancamiento. La “estabilidad” inflacionaria (cerca del 2% mensual) consagra la pérdida acumulada de la capacidad de compra de los salarios. La tasa de desempleo se ha mantenido en torno al 7,6%, pero este dato oculta la magnitud real del desempleo argentino. Esta realidad se entiende mejor cuando se observa que la tasa de informalidad laboral subió al 43,2%, lo que significa que la baja nominal de la tasa de desempleo esconde una mayor precarización y una brutal caída en la calidad del empleo.
Deuda, Austeridad y el “Auxilio” Imperialista
La austeridad fiscal se ha profundizado para alcanzar las metas de superávit
primario (estimado en 1,5% del PIB para fin de año). En este campo destaca:
-
Recortes Presupuestarios Masivos: El Gobierno ha continuado ajustando el
presupuesto, concentrando los recortes en pensiones, subsidios y, críticamente,
la obra pública y organismos descentralizados, lo que se traduce en una
contracción de servicios esenciales y pérdida de puestos de trabajo.
-
Despidos en el Sector Público: La motosierra ha sido implacable. Se eliminaron
más de 57.621 empleos públicos hasta agosto de 2025, concentrados en organismos
descentralizados y empresas estatales. Los casos más resonantes son Correo
Argentino y la ex-agencia de noticias Télam (donde el recorte superó el 80% del
personal).
-
Apoyo de EEUU y Dólares Frescos: En la antesala electoral, el gobierno logró una
promesa de auxilio financiero de EEUU, materializada en una compra de pesos
argentinos y un intercambio de divisas por 20.000 millones de dólares. Aunque
estos fondos no van directamente al gasto social, su efectividad es
esencialmente política y financiera, ya que buscan estabilizar el tipo de cambio
y dar una señal de respaldo al gobierno de Milei ante los mercados y el FMI.
Elecciones 2025 y la Tregua-Traición sostenida por las Centrales Sindicales
Las elecciones del 26 de octubre de 2025 consolidaron el poder parlamentario del oficialismo. La coalición de gobierno y aliados (LLA + PRO) ganó en 15 provincias y obtuvo más del 40% de los votos a nivel nacional, logrando una importante cantidad de escaños en Diputados (64 de 127 en juego) y un número significativo en el Senado (13 de 24 en juego). Este resultado se interpreta como un cheque en blanco para profundizar las reformas estructurales, incluyendo la temida reforma laboral (rechazada mediáticamente por la CGT) y las privatizaciones, confirmando que la burguesía ha logrado validar su plan de ajuste en las urnas.
Mientras tanto la Central General de Trabajadores (CGT) y otras centrales, han mantenido su política dual de “protesta y negociación”, evitando convocar una Huelga General de envergadura. Aunque han declarado su rechazo a la reforma laboral, las movilizaciones han sido esporádicas, priorizando el diálogo político conciliador con el gobierno.
La conflictividad laboral se concentró en el sector privado, con ejemplos como Acindar, Vicentin y General Motors (GM), enfrentando la pérdida de puestos de trabajo y del poder adquisitivo. Un informe divulgado en los medios reportó una baja general en la conflictividad con paro, pero un aumento en las acciones directas sin paro (movilizaciones y ocupaciones), lo que evidencia la existencia de focos de resistencia a la política conciliadora de las centrales sindicales. Pero estas acciones directas, fuera del control de las centrales sindicales, se presentan aisladas y sin una dirección centralizada.
Perspectiva: Reanudación de la lucha de clases, el gran desafío
El triunfo electoral de la coalición de gobierno no hace más que confirmar que en Argentina el movimiento de los trabajadores permanece atrapado en el ciclo de la crisis capitalista – deuda – ajuste – control político de los sindicatos por corrientes oportunistas. Una vez más se confirma que, a pesar de sus denuncias contra las políticas del gobierno, la izquierda parlamentaria se ha mostrado como cómplice tácito del ajuste que supuestamente rechaza y ha limitado la lucha de los trabajadores al promover desde los sindicatos la participación en las elecciones parlamentarias y en todo lo previsto en la democracia burguesa. La “izquierda” con incidencia en los sindicatos y que hace oposición a la dirección de las centrales sindicales, ha terminado siendo una oposición “controlada” por la burguesía, en la medida en que, aún con su pregón del “socialismo”, solo ofrece a los trabajadores la falsa salida democrático burguesa.
La clase obrera enfrenta un escenario más complejo, con el gobierno fortalecido
por los votos y el apoyo de EEUU y con centrales sindicales traidoras. Enfrentar
esta situación exige más que nunca:
-
La construcción urgente de un Frente Único Sindical de Clase, con amplia
participación de las bases obreras, que promueva el rompimiento con la
tregua-traición de las centrales sindicales.
-
La confluencia de las luchas de base, fuera del control de las centrales
sindicales, orientando la unidad de acción hacia una huelga general indefinida,
que paralice el país y sea una herramienta de confrontación directa para
derrotar el plan de ajuste burgués.
-
Distanciamiento total de las ilusiones parlamentarias, enfocando la lucha en la
derrota del plan burgués y la defensa innegociable del salario.
-
Resurgimiento de verdaderos sindicatos de clase, que movilicen y unan a los
trabajadores por sus reivindicaciones, sin conciliación con los patronos.
* * *
Manifestaciones "No Kings"
La dirección necesaria de la lucha: sindicalismo de clase
El siguiente es un volante escrito por miembros del Partido que fue distribuido en ciudades de los Estados Unidos después del despliegue de militares en ciudades de todo el país.
La clase capitalista devora vorazmente ganancias cada vez mayores mientras condena a los trabajadores a un sufrimiento superior. Despidos masivos, falta de atención médica y la capacidad cada vez más escasa para costear el costo de vida básico afectan a más y más trabajadores. Mientras tanto, los trabajadores inmigrantes son empujados a condiciones de esclavitud moderna a través de la intimidación y la remoción forzosa. En respuesta, los grandes cerdos burgueses están enviando tropas a ciudades de los Estados Unidos donde los trabajadores están más preparados para organizarse en su defensa. Estas tropas no se despliegan debido a ningún movimiento actual que amenace su poder. Más bien, se posicionan en anticipación a la próxima gran crisis económica que se vislumbra en el horizonte. Tal crisis producirá inevitablemente un recrudecimiento de la rabia y la acción obrera, lo que requerirá que el Estado ejerza medidas más drásticas para mantener el orden.
Los trabajadores necesitan organizarse de manera diferente a las protestas sin salida y las coaliciones activistas de frente popular que han demostrado ser ineficaces. Estas coaliciones, en nombre de la inclusividad en todo el espectro político, comprometen y subordinan el movimiento obrero y sus demandas. Se adaptan a la comodidad y las preferencias de aquellos que atarían para siempre a los trabajadores a los sufrimientos inherentes impuestos por el Estado capitalista. El Estado capitalista nunca cederá ningún cambio verdadero, significativo y duradero sin ser confrontado por un genuino poder obrero. Solo el sindicato de clase y la acción de huelga general sin restricciones pueden lograr esto.
Estas coaliciones y grupos financiados por el Partido Demócrata, como 50501, Indivisible, No Kings, Workers over Billionaires, etc., que se disfrazan con nombres inventados para atraer a una amplia base, canalizan a los trabajadores hacia otro desfile por la ciudad y exigen una sustitución de los políticos burgueses, algún tipo de reforma, ¡o no hacen ninguna demanda en absoluto! Los grupos activistas llaman a las personas a presentarse en la calle y reunirse sin rumbo fijo, indefensos, para ser atacados con las llamadas armas “menos letales” como un mero símbolo de descontento. No tienen ningún tipo de poder para obligar a nuestro enemigo de clase a producir resultados reales y duraderos.
Es el capitalismo el que da a luz los horrores experimentados por la clase trabajadora internacional, ya sea en su máscara de “policía bueno” (la democracia) o en su disfraz de “policía malo” (el fascismo). Los capitalistas que toman las riendas de los recrudecimientos de resistencia (o los impulsan) a través del Partido Demócrata y sus grupos de activistas de fachada, aplicando su multitud de estrategias para canalizar la rabia obrera a luchar por la recaptura del poder de su partido frente a la oposición, les presentan eslóganes que instan a las masas a luchar contra el régimen de Trump, o a mantener los intereses municipales con la llamada a defender Portland, Chicago, DC, etc. La clase trabajadora no tiene fronteras, y es obligada a doblegarse a la voluntad del capital por los organismos gubernamentales municipales locales y sus agentes de policía pagados, al igual que por el gobierno federal y sus tropas. Nuestra liberación reside en nuestro compromiso con la abolición completa del sistema capitalista a escala internacional.
El antifascismo es un callejón sin salida, en el sentido de que implica pensar que la democracia burguesa es algo por lo que vale la pena luchar.
El anticapitalismo busca talar el árbol entero del capitalismo, del cual el fascismo y la democracia son dos ramas. A medida que la crisis del capitalismo se profundiza, necesitamos organizarnos no para los demócratas, ni para los socialistas democráticos, sino para el proletariado.
¡Trabajadores! Organícense en sus lugares de trabajo, unan a las organizaciones obreras de todos los sectores y regiones para que puedan coordinar su poder de trabajo colectivo para aumentar el poder de negociación y la influencia. En lugar de organizar una protesta, convoquen a asambleas de trabajadores que unan a los trabajadores organizados y no organizados para que se unan en acción colectiva. Organicen una huelga general que paralice la ciudad o el país hasta que cesen los secuestros del ICE. Este es el poder y la fuerza de la clase trabajadora unida contra la clase capitalista. No su voto, no su capacidad para mantener la audición a través del sonido penetrante de las granadas de aturdimiento, o cuánto gas lacrimógeno pueden inhalar.
Si sus líderes sindicales oficiales u organizaciones obreras eligen alinearse con los jefes y su Estado, en lugar de promover la participación en estas movilizaciones que los atraparían en la rueda de hámster de la lucha dentro del marco capitalista, deséchenlos, porque el sindicato es de trabajadores organizados, no de mediadores pagados con el jefe. Esto no quiere decir que un llamado a la huelga general pueda ser hecho por una de estas organizaciones o un individuo solo porque es el camino correcto. La acción de huelga general debe ser el producto de esfuerzos coordinados preparados para movilizar y sostener una muestra de fuerza tan inmensa. Es fundamental organizar sindicatos (con o sin reconocimiento o contratos gubernamentales o del jefe), construir cauces de lucha de clases en sus sindicatos que influyan en la base más amplia en su interior, convocar una reunión de trabajadores de todos los sindicatos en asambleas donde estos grupos que los harían comprometer los objetivos necesarios de la lucha obrera estén ausentes, con sus supuestas soluciones envenenando y paralizando el cuerpo del movimiento obrero.
¡Trabajadores! Salgan de la jaula de ardilla de las acciones simbólicas y las coaliciones activistas basadas en el compromiso con aquellos que los harían arriesgar sus cuerpos al servicio del próximo político capitalista o volver a la normalidad del llamado “mal menor”, y las nociones ridículas de que esta lucha puede librarse sin una clara organización y liderazgo. Solo el Partido Comunista Internacional, el único partido no dispuesto a comprometerse y capaz de lograr la emancipación de la clase trabajadora internacional, puede proporcionar este liderazgo. Como hemos argumentado durante más de un siglo, el fascismo y la democracia son uno y el mismo sistema capitalista que, de una forma u otra, continuará explotando, asesinando, perpetuando el genocidio y, por lo demás, nos someterá a su yugo por cualquier medio necesario para generar sus ganancias. Los trabajadores no pueden permitirse repetir los errores del pasado.
¡Hacia organizaciones obreras capaces de una acción coordinada de huelga
general! ¡Hacia la construcción del sindicato de clase!
* * *
EEUU
Volante al local 492 de Teamster's
¡Trabajadores de la Fábrica Lechera Creamland, nosotros, del Partido Comunista Internacional, los saludamos con solidaridad por su disposición a luchar por sus condiciones de vida! Su postura aquí puede inspirar a los trabajadores de Albuquerque a emprender la lucha para defender los salarios y, por extensión, el sustento de sus familias. Siempre es importante conocer la historia de su lucha para comprender por qué están luchando. En 2019, en medio de la ruina financiera, Dean Foods se declaró en bancarrota y numerosas plantas en California, Utah, Minnesota, Colorado y Nuevo México fueron vendidas a Dairy Farmers of America (DFA) por un total de 433 millones de dólares en 2020. De manera similar, Prairie Foods adquirió ocho plantas por un total de 75 millones de dólares. La DFA, con la mediación de Dean Foods, exigió entonces que los Teamsters se abstuvieran de solicitar aumentos en salarios y beneficios como parte de esta nueva adquisición. El organismo Nacional de Teamster's cedió sin luchar para “salvar a la compañía” (¿por qué no a los 3.300 trabajadores que representaban?). El acuerdo se presentó como una forma de preservar los empleos, salarios, seguros de salud y pensiones y fue ratificado con una aprobación del 82%. En realidad, esto se hizo para hacer que la adquisición fuera más atractiva para los buitres de DFA y Prairie Farms, quienes solo adquirirían los activos de Dean Foods bajo tales condiciones, es decir, solo comprarían si podían privarlos de salarios y beneficios para aumentar sus ganancias. Los resultados han hablado por sí mismos durante cuatro años: no se han conseguido aumentos significativos y, en muchos casos, no se ha ganado ninguno en absoluto. De mayo de 2020 a mayo de 2025, la inflación ha subido un 25%; para ser más claro, ustedes han tenido una reducción salarial del 25%. La DFA tuvo ganancias de 756 millones de dólares el año pasado y, sin duda, utilidades modestas.
Al finalizar el acuerdo en mayo, la compañía respondió como se esperaba retrasando, rechazando y demorando las negociaciones. El 3 de junio, más de mil de ustedes y sus hermanos y hermanas aprobaron una acción de huelga, es decir, la acción de Práctica Laboral Injusta (ULP). La huelga ULP podría haber sido un trampolín para extender la lucha a todas las instalaciones de DFA bajo la afiliación de Teamster's para un solo acuerdo, ¡utilizando toda la fuerza de los 1.000 miembros! Sin embargo, lo que ha sucedido en su lugar es que, en julio, los Locales de California: 63, 186, 495, 630 y 683 llegaron a un acuerdo. En agosto, el Local 222 en Utah y el Local 120 en Minnesota, con un 50% del Local 120 votando en contra, llegaron a un acuerdo. Incluso las instalaciones de Prairie Farms bajo representación de Teamster's podrían haberse unido a esta lucha. La evidente estrategia de los jefes, en connivencia con el liderazgo sindical, es dividir y conquistar. ¿Por qué no se coordinaron todas estas luchas con la de ustedes? Se podría haber llegado a un acuerdo en pocos días, al igual que las huelgas cortas de las movilizaciones de California y Utah. ¿Se debe a los diferentes diferenciales salariales debido a los diferentes costos de vida? Esto se puede discernir fácilmente en el lenguaje del contrato, después de todo, ¿no están todos los contratos programados para tener las mismas fechas de vencimiento? Técnicamente, sin un contrato, según los Teamsters, una paralización laboral puede ocurrir en cualquiera de las 35 instalaciones. La respuesta es bastante simple: para otorgar concesiones menores que las obtenidas de una lucha coordinada.
Durante dos meses, la compañía se estuvo preparando para esta huelga movilizando esquiroles en forma de contrataciones temporales y gerencia asalariada de otras instalaciones de DFA; así como contratando matones de la compañía en la forma de IPS. De manera admirable, nuestros hermanos y hermanas de clase de otros sindicatos se han unido a los piquetes para mostrar solidaridad, pero dentro de su local, ha habido “miembros” cruzando la línea de piquete entregando productos. ¿Dónde está la solidaridad allí?
La “mejor y última oferta” es siempre un farol de las compañías para asustarlos de librar una lucha real. Antes de la bancarrota, Dean representaba el 15% de las ventas de leche de DFA. Esta adquisición les ha dado una cartera bastante rentable para sus accionistas (es decir, se ha ganado dinero con su sudor y sangre). El aumento salarial de 2 $/hora ofrecido es bastante escaso considerando la inflación que tiene una tendencia al alza. Al 3%, esto se reduce a 1,82 $/hora en tres años. Donde los beneficios de salud se pagaban en su totalidad antes de la adquisición, ahora los trabajadores se ven obligados a pagar de su bolsillo. Los conductores de la compañía se encuentran entre los peor pagados de la ciudad, con salarios alrededor de 7/dólares la hora más bajos.
Como mínimo, los salarios y beneficios deben ser restaurados. Eso es un aumento del 25% solo al salario y una vuelta al seguro de salud totalmente cubierto. Los conductores deben recibir al menos la tarifa actual en otras instalaciones. Dado que los miembros ya están luchando con los gastos de subsistencia, solo empeorarán a medida que nos dirijamos hacia una nueva desaceleración económica y posiblemente una crisis.
La amenaza de perder empleos puede superarse vinculándose con otros sindicatos a
través de la industria y los límites de la compañía en una lucha coordinada para
no solo ir a la huelga, sino tener una huelga lo suficientemente poderosa como
para ganar. La única manera de avanzar, la única manera de proteger sus empleos,
de aumentar sus salarios de manera significativa, es coordinar sus futuros
esfuerzos de huelga con los de sus hermanos y hermanas sindicales en otros
locales.
* * *
La militarización de Chicago y el Frente Popular del partido demócrata
En su más reciente ataque contra los trabajadores migrantes, el Estado burgués ha ordenado el despliegue de la ICE (Oficina de Inmigración y Control de Aduanas) y elementos de la Guardia Nacional de Texas e Illinois en Chicago, Illinois, llamando descaradamente a este ataque “Operación Midwest Blitz”. El Departamento de Seguridad Nacional afirma haber detenido al menos a 1.500 migrantes desde el comienzo de la operación a principios de septiembre. Sin duda, este número ha aumentado desde ese informe. En todo Chicago, se han desplegado filas de agentes enmascarados de la ICE marchando por las calles de la ciudad para provocar un conflicto con los lugareños y justificar una mayor militarización. El asalto alcanzó su punto máximo cuando la ICE llevó a cabo una redada televisada con helicóptero, transmitida en vivo en un complejo de apartamentos de gran altura, sacando a docenas de mujeres y niños de sus hogares en la noche para arrestos masivos. Silverio Villegas González, un trabajador inmigrante, fue asesinado a tiros por agentes de la ICE el 12 de septiembre y Marimar Martínez fue tiroteada varias veces por agentes de la Patrulla Fronteriza el 4 de octubre en Chicago. Esta manifestación del poder estatal burgués sigue a la efímera revuelta proletaria contra las redadas de la ICE en Los Ángeles y el despliegue de la Guardia Nacional en Washington D.C. y Memphis.
El terror perpetrado por el Estado se lleva a cabo con o sin precedencia legal, con o sin la lamentable “resistencia” del Partido Demócrata que ahora clama por “ley y orden”. De los miles de personas arrestadas por la ICE, muchas en Illinois fueron enviadas a la instalación Broadview de la ICE, una prisión que supuestamente solo alberga detenidos para condenas a corto plazo hasta que son enviados a otro lugar. En esta trampa infernal, no hay camas, ni personal o suministros médicos, ni cocinas, ni suministros sanitarios, inodoros abiertos y apenas espacio para respirar. Como ganado, los proletarios indocumentados son trasladados a instalaciones como estas, que ni siquiera cumplen con los estándares legales mínimos de saneamiento o seguridad. Incluso antes del Midway Blitz de Trump, la instalación había encarcelado a 143 personas por dos días o más desde principios de 2025. Desde entonces, se han proporcionado pocos datos y sigue habiendo mucho secretismo en torno a las operaciones de esta instalación, pero basta decir que probablemente tiene más personas detenidas a medida que la operación continúa haciendo reinar el terror.
En respuesta al asalto del gobierno federal, el estado de Illinois y la ciudad de Chicago presentaron demandas contra el gobierno federal por el despliegue de tropas de la Guardia Nacional el 6 de octubre, citando una falta de emergencia que justificara su despliegue. En medio de esta batalla legal, 500 guardias nacionales de Texas e Illinois han sido estacionados 55 millas al suroeste de Chicago, esperando la autorización para ingresar a la ciudad. A pesar del estatus de Chicago como “Ciudad Santuario” y bastión del Partido Demócrata en Illinois, el Partido Demócrata una vez más deja al proletariado valerse por sí mismo mientras se presenta como un partido que defiende a los trabajadores migrantes. El gobernador del estado, J.B. Pritzker, y el alcalde de Chicago, Brandon Johnson, han hecho poco además de expresar su “fuerte condena”, apelar a la “humanidad” del país y canalizar el descontento hacia disputas legales ineficaces y agencias estatales burocráticas. Si bien puede parecer encomiable que el progresista Johnson haya promulgado órdenes ejecutivas para difundir recursos de “Conozca sus Derechos” y establecer límites legales al uso de propiedades de la ciudad por parte de la ICE, esto se está haciendo al servicio del capital, para sofocar al proletariado y vincularlo a movimientos interclasistas dominados por la burguesía.
El 18 de octubre de 2025, el alcalde Brandon Johnson se presentó ante más de 100.000 personas en la manifestación “No Kings” y llamó a una huelga general, invocando a sus antepasados esclavizados que “lideraron la huelga general más grande en la historia de este país”. Del mismo modo, Johnson ha estado debatiendo recientemente con grupos activistas, sindicatos y ONG sobre el “frente popular” del Partido Demócrata como herramienta principal para combatir el fascismo en Estados Unidos. Cuando Johnson invoca la mitología estadounidense y Pritzker envuelve la resistencia en “defender Chicago”, cuando la movilización se centra en “nuestra ciudad” en lugar de los intereses internacionales de la clase trabajadora, la lucha de clases se subordina a la lucha nacional. Pritzker dijo a las multitudes: “¡Nunca nos rendiremos! Las personas Negras y Morenas están siendo atacadas por el color de su piel. Los niños están siendo atados con bridas y separados de sus familias”. La opresión es real. Pero la respuesta, “proteger nuestra ciudad”, “defender nuestra democracia”, apoyar a los “buenos” Demócratas, conduce no solo a un callejón sin salida, sino a un refuerzo y defensa del mismo sistema, que se utiliza para perseguir a estas secciones del proletariado. Así, el liberal estadounidense, el lobo con piel de cordero, vuelve a desempeñar su papel. Esta es la fórmula clásica del Frente Popular ideada por primera vez bajo Stalin, para unir a todas las fuerzas “democráticas” contra la amenaza “fascista”, subordinando la lucha de clases independiente a la preservación de la democracia burguesa. Estas coaliciones comprometen y subordinan el movimiento obrero, complaciendo a aquellos que atarían para siempre a los trabajadores a los sufrimientos del Estado capitalista. Johnson puede parecer un aliado, pero tan pronto como la situación se salga de control y los intereses de su facción de la burguesía se vean amenazados, el verdadero rostro del progresismo se mostrará como otro defensor más del capitalismo.
Nuestro análisis previo de la respuesta de los Demócratas a las redadas de la ICE en Los Ángeles se confirma en Chicago. Las políticas de las “Ciudades Santuario” no hacen lo suficiente para defender verdaderamente a los trabajadores migrantes de la ICE, que tiene las instalaciones y la autoridad para eludir cualquier ficción legal y actuar con todo el poder del gobierno federal. Las apelaciones a la moralidad no sirven de nada cuando se enfrentan a la necesidad sin rostro del Capital de explotar a los trabajadores más vulnerables, respaldada por su monopolio de la violencia ejercida a través de su Estado. La supuesta retórica a favor de los inmigrantes de los Demócratas también es ridícula, considerando su participación silenciosa en la explotación y las fuertes deportaciones de trabajadores migrantes durante la administración Obama inmediatamente después de la crisis económica de 2008. Defienden su participación en la detención y deportación de trabajadores migrantes prestando atención al llamado de la “reforma realista”, prometiendo rutas más fáciles hacia la ciudadanía e indulgencia para aquellos con antecedentes penales. Sin embargo, tales promesas parecen olvidarse con el aumento de la financiación para la ICE visto durante la administración Biden y una regulación calculada de la inmigración para satisfacer las demandas de la pequeña burguesía y los donantes burgueses que dependen de la capacidad de explotar a los trabajadores migrantes por salarios más bajos.
Han estallado protestas en Chicago contra el trato en la instalación de Broadview y contra la ICE en general con intentos de bloquear vehículos de la ICE, generando una intensa represalia estatal. Nosotros, por supuesto, celebramos la voluntad de luchar, pero condenamos la naturaleza de coalición interclasista del movimiento anti-ICE en todo el país, que está cayendo cada vez más bajo el liderazgo del Partido Demócrata. También han surgido organizaciones espontáneas interclasistas para ayudar a los perseguidos por la ICE, pero solo de maneras ineficaces que se centran en la concienciación sobre la actividad estatal y la defensa legal. El proletariado no necesita las instituciones de la burguesía para defenderse ni necesita a los llamados aliados dentro del gobierno. Solo la contienda real de fuerzas entre clases es el factor decisivo. Lo que se necesita en defensa de los proletarios inmigrantes es la reanudación de la lucha de clases, del sindicalismo de clase combativo dentro de las organizaciones de trabajadores, el liderazgo del proletariado con su partido de clase en luchas generales y particulares, y en última instancia, la dictadura proletaria que por sí sola puede abolir verdaderamente la ICE y poner fin al reino del terror contra aquellos considerados ilegales por el capital.
* * *
Incursiones del ICE en la planta de Hyundai en Georgia
La reciente incursión en una planta de Hyundai que se está construyendo en el sur de Georgia ha servido para exponer las contradicciones dentro de la retórica del régimen burgués estadounidense. El 4 de septiembre, 475 trabajadores fueron arrestados bajo la acusación de que se encontraban ilegalmente en el país o no contaban con la documentación adecuada para trabajar allí. La incursión ocurrió en una planta de propiedad conjunta entre Hyundai y LG, que se está construyendo con el propósito de fabricar baterías para vehículos eléctricos. La planta fue parte de una inversión de más de 12 mil millones de dólares, y se estima que para 2031 empleará a más de 8.000 trabajadores.
De los 475 trabajadores arrestados, 316 eran de nacionalidad surcoreana, contratados por Hyundai para realizar el complejo trabajo de instalación y prueba de la maquinaria utilizada para la fabricación de las baterías. Un abogado que representaba a algunos de los trabajadores detenidos comentó que a un estadounidense le llevaría de 2 a 3 años viviendo en Corea del Sur aprender las habilidades requeridas para hacer este trabajo.
Poco después de la incursión, el presidente Donald Trump recurrió a su plataforma de redes sociales, Truth Social, para decir que las empresas extranjeras que invierten en la manufactura estadounidense son bienvenidas a traer a sus trabajadores calificados para capacitar a los estadounidenses en la creación de los complejos productos que ahora se fabrican principalmente en otros países. Dijo además que no quería “asustar o desincentivar la inversión en Estados Unidos por parte de países o empresas extrangeras...”. Esto probablemente fue en respuesta a las declaraciones de que la incursión podría disuadir futuras inversiones de empresas surcoreanas, y el presidente surcoreano, Lee Jae Myung, calificó la redada de “desconcertante”.
Anteriormente ha sido práctica aceptada que las empresas surcoreanas envíen trabajadores a EEUU con el fin de establecer fábricas bajo visas de viaje B-1, debido al límite en el número de visas de trabajo para profesionales extranjeros H1B que se emiten cada año. 140 de los trabajadores surcoreanos que fueron detenidos estaban en EEUU con visas B-1, las cuales, según se les dijo por una “interpretación autorizada”, les permitirían instalar y probar equipos.
Esta interpretación mutuamente entendida de la naturaleza y los límites de las visas B-1, probablemente se vio socavada por la necesidad de los funcionarios de inmigración de aumentar el número de arrestos y deportaciones, para alcanzar el supuesto objetivo de Trump de deportar a 15 a 20 millones de inmigrantes. El Jefe de Gabinete Adjunto de la Casa Blanca, Stephen Miller, ha pedido cuotas diarias de arrestos de 3.000. En oposición a la afirmación de los funcionarios surcoreanos de que se les había asegurado que las visas B-1 permitirían a los surcoreanos trabajar en EEUU, los funcionarios de inmigración estadounidenses sostienen que aplicaron estrictamente la ley.
A pesar de las fantásticas afirmaciones hechas por la burguesía en las redes sociales y las imágenes de las tropas de choque del ICE reproduciéndose constantemente en las noticias, el número de arrestos y deportaciones diarias sigue siendo comparable al de la administración anterior. Aun así, los funcionarios republicanos continuarán afirmando que son ellos quienes están haciendo el trabajo de salvar al trabajador estadounidense de la mano aplastante de la competencia global. Los eventos del 4 de septiembre demuestran la imposibilidad de equilibrar las acciones que cumplen con la retórica aislacionista de las promesas de campaña de Trump, con la realidad de una economía capitalista que es, por necesidad, un fenómeno global. Esto no nos tomó por sorpresa a los marxistas, quienes nos damos cuenta de que una vez que se han alcanzado los límites de la acumulación dentro de las fronteras de un país, el Capital debe buscar en otra parte para saciar su sed inextinguible de ganancias.
Cada día, la visión de una manufactura estadounidense revitalizada, protegida por aranceles y dotada de una fuerza de trabajo nativa bien remunerada y complaciente, resulta ser más como un espejismo. Lo que se revela detrás del velo brumoso de la propaganda burguesa es un imperialismo moribundo, hambriento de plusvalía y estrangulado por contradicciones que con cada movimiento se vuelven aún más estrechas. Los aranceles que se implementaron con el propósito de restaurar y proteger los empleos estadounidenses, están haciendo que la construcción de las nuevas plantas necesarias para lograr este propósito sea prohibitivamente costosa. Según una encuesta de la Associated General Contractors of America, más del 40 por ciento de los contratistas incluidos en la encuesta han tenido trabajos retrasados o cancelados debido al aumento de los costos. Según Ken Simonson, economista jefe de la AGCA, es poco probable que cualquier cantidad de inversión por parte de empresas extranjeras como Hyundai pueda contrarrestar esto, incluso asumiendo que el riesgo de que sus empleados sean llevados a centros de detención no las disuada de invertir en primer lugar.
La afirmación de los republicanos, y la esperanza de todos aquellos proletarios que han sido encadenados al ala derecha de los representantes del capital, es que al sacar del país a los trabajadores indocumentados más fáciles de explotar, los empleadores se verán obligados a pagar a los trabajadores nacidos en el país un “salario justo”. En realidad, solo están continuando el trabajo de mantener el ejército de reserva de mano de obra, de acuerdo con las necesidades del capital de más o menos trabajadores. Cualquier aumento salarial promedio resultante de la reducción de la oferta de mano de obra es rápidamente eclipsado por el aumento del costo de vida – precipitado por los aranceles – y la caída del valor del dólar.
En consecuencia, encontramos un proletariado en no mejores condiciones que bajo
Biden. El índice de aprobación de Trump se ha desplomado y es probable que en
2028 los demócratas regresen al poder, pero los trabajadores no tienen nada que
esperar de un cambio de mando. El continuo descenso a la pobreza, la miseria y
la guerra global, no es producto de las decisiones de los encargados de la
política individual, sino más bien el resultado predecible de la continuación de
un sistema podrido, construido sobre la explotación y destinado al basurero de
la historia. Instamos a todos los trabajadores a rechazar subordinarse al
interés nacional y, en cambio, actuar bajo los principios de la solidaridad
internacional. El único camino a seguir es el camino de la lucha de clases y, en
última instancia, la revolución proletaria.
Reunion internacional del Partido
Del 31 mayo al 1 de juio de 2025
El moribundo capital, al precipitar al mundo a la guerra, desafía al proletariado a su revolución. Esta necesita del encuadramiento sindical de clase y la dirección sabia del partido comunista
Mientras la lucha entre Stalin y Zinoviev comenzaba a intensificarse, Fyodor Raskolnikov, que operaba bajo el nombre de Petrov, un estalinista, se convirtió en el jefe oficial de la Sección Oriental, reemplazando al zinovievista Safarov como su figura principal. A partir de ese momento, la consigna de la Sección Oriental fue la bolchevización. Casi inmediatamente se puso manos a la obra para organizar un nuevo Congreso del partido en estrecha colaboración con Şefik Hüsnü y su facción, que entretanto había modificado su postura sobre el kemalismo para alinearse con la de la Sección Oriental: apoyar a los kemalistas, pero solo cuando estos se encontraran en grave peligro.
El Congreso se celebró en febrero de 1925 en Estambul. Algunos de los militantes más importantes de la izquierda, como Ginzberg, Navshirvanov, Süleyman Nuri y Torosyan, no participaron porque habían huido a Rusia o al Cáucaso y habían sido excluidos del trabajo del partido. Los comunistas no musulmanes estaban representados por un nuevo aliado de Şefik Hüsnü, Nikos Zachariadis, un joven miembro griego de la IWU (Internacional de los Trabajadores).
Antes del Congreso, entre los delegados surgieron dos corrientes distintas de la línea central de Aydınlık: una de derecha pro-kemalista, liderada por Ahmet Cevat Emre, y una de izquierda, liderada por Salih Hacıoğlu y Nazım Hikmet y apoyada por algunos veteranos de la sección de Bakú, como Hamdi Şamilov y Mustafa Börklüce, que criticaba al partido por coquetear con los kemalistas, ya entonces completamente comprometidos con el imperialismo y la reacción. Además de Hacıoğlu, el único entre los viejos líderes de la izquierda presente era Kazım de Van.
Entre las críticas a la derecha se dijo: «Nuestra causa no es la de los intelectuales, sino la de los trabajadores. También necesitamos a los intelectuales, pero la cuestión principal es elevar la conciencia de la clase obrera. Dedicamos todas nuestras fuerzas a organizar a los trabajadores y a ganar su simpatía, y a establecer una unidad más sincera y sólida entre nosotros».
Şefik Hüsnü hizo una autocrítica ostentosa. Pero, gracias al apoyo de la Sección Oriental, fue elegido secretario del partido sin oposición y sus poderes se ampliaron notablemente. Ni la corriente de derecha ni la de izquierda lograron concretarse durante el Congreso. El Comité Central resultante fue un compromiso. El centro de Aydınlık era el más numeroso e incluía a Vedat Nedim Tör, elegido secretario del CC, Sadreddin Celal y Hasan Ali Ediz; Ahmet Cevat Emre y Şevket Süreyya Aydemir representaban a la derecha, mientras que Salih Hacıoğlu, Hamdi Şamilov y Nazım Hikmet representaban a la izquierda.
Sin embargo, el compromiso iba más allá de la constitución del nuevo CC. La línea de la Sección Oriental, defendida por Şefik Hüsnü, estaba formulada de manera aparentemente radical, para que los inexpertos militantes de izquierda se comprometieran con la oposición, y lo suficientemente favorable al kemalismo como para mantener a la mayoría de la derecha siguiendo al centro.
La primera prueba del nuevo CC llegó con la rebelión del Sheikh Said en el Kurdistán septentrional: un movimiento nacional reaccionario relativamente pequeño que fue brutalmente reprimido por el gobierno. La dirección del partido apoyó con entusiasmo la represión kemalista.
Aislados del trabajo en Turquía, los líderes de la vieja izquierda dirigieron su atención a los jóvenes militantes turcos que asistían a la Universidad Comunista de los Trabajadores del Este (KUTV), en Moscú o en Bakú. La constitución de la fracción de la Oposición de Izquierda, liderada por Ginzberg y Süleyman Nuri, fue anunciada a la Comintern el 17 de noviembre de 1925. El llamamiento de la izquierda, titulado Declaración sobre la situación del Partido Comunista Turco, constaba de dos secciones: política y organizativa.
Las críticas a la conducta del nuevo CC eran:
-
negar la existencia de una clase obrera en Turquía;
-
el objetivo de los trabajadores de Turquía sería favorecer el proceso de
acumulación del capital nacional;
-
desplazar el reclutamiento para el partido hacia los estudiantes universitarios
radicales persiguiendo la política burguesa de izquierda.
Ginzberg además observó que la nueva dirección trataba a las diversas nacionalidades presentes en Turquía como “enemigos del pueblo”, omitiendo criticar el éxodo forzado de los griegos.
La izquierda explicó que había obedecido la disciplina mientras había podido, pero se había llegado a un punto en el que los intereses de la clase en Turquía habían sido comprometidos. Por eso había llegado el momento de formar una fracción de oposición:
«Las crisis del Partido Comunista Turco, derivadas de las contradicciones entre la creciente actividad de la clase obrera turca en fase de despertar y la pasividad pequeñoburguesa de la dirección hostil del partido, nos obligan, en tanto que militantes trabajadores activos y fundadores de nuestro partido, a alzar nuestra voz de protesta más enérgica e insurreccional en interés del proletariado turco y de la Comintern contra la política colaboracionista burguesa del partido turco, que está destruyendo al partido del proletariado y engañando a la Comintern con faroles creados artificialmente. Los intereses del proletariado turco exigen una inevitable revisión de la línea de conducta de la Sección Oriental de la Comintern hacia la dirección del Partido Comunista Turco. Los errores de esta línea han sido señalados muchas veces antes y después del V Congreso.
«Nosotros, miembros del Partido Comunista Turco firmantes del presente documento, en calidad de militantes disciplinados, no solo no hemos impedido la aplicación de esta línea, sino que no la hemos violado hasta que los errores y crímenes del Comité Central se han acumulado en cantidad tal que han cambiado el carácter de la dirección del partido. Cerrar los ojos ante una dirección así, que para el futuro se ha convertido objetivamente en un agente de la burguesía en el movimiento obrero turco, significaría cometer un asesinato contra nuestra clase».
Pasando así a la ofensiva, la Oposición de izquierda enumeró sus demandas:
«En este contexto (...) avanzamos las siguientes demandas:
«- Convocar una Conferencia de emergencia con los emigrados de nuestro partido,
con los fundadores de nuestro partido, que eran compañeros del camarada Suphi, y
con los representantes de los trabajadores comunistas del KUTV (...)
«La Conferencia debería preparar el Congreso del Partido examinando los
siguientes problemas:
«a) La preparación de la parte teórica del programa,
«b) Revisión del programa mínimo,
«c) Preparación de las tesis de política sobre la cuestión de los campesinos y
las minorías nacionales,
«d) La cuestión de un frente único sindical y su conquista,
«e) La reorganización del partido según el modelo de las células de fábrica y de
taller,
«f) Mejora del estatuto del partido y de la composición social para garantizar la
hegemonía organizativa y directiva de los trabajadores en el partido,
«g) La organización del aparato secreto del partido y la publicación de un
periódico y una revista,
«h) Problema financiero,
«i) Revisión del programa educativo de los trabajadores comunistas turcos en el
KUTV. Nombramiento de una comisión especial encargada de examinar objetivamente
las causas de las muertes y suicidios de los compañeros exiliados y la situación
de la sección turca en el KUTV».
Cabe destacar que, en el enfoque para resolver los problemas del partido, la izquierda demostró ser favorable a un “frente único sindical” en lugar de un frente unido con otros partidos afines. Esto no era una novedad para la izquierda: la izquierda de Estambul siempre se había opuesto a cualquier tipo de colaboración con los no comunistas y había trabajado activamente para destruir los partidos socialistas y socialdemócratas. La izquierda anatolia había llegado al punto de fusionarse con los nacionalistas de izquierda y había pagado las consecuencias, arriesgándose a perder el partido por sus cuestionables dirigentes. La izquierda de Bakú había nacido del rechazo a la idea de un frente común entre comunistas y kemalistas que había llevado a la muerte de Mustafa Suphi y los otros compañeros.
En cuanto a la referencia a la reorganización del partido según el modelo de las células de fábrica, esto debe considerarse junto con el texto de Ginzberg de 1924 titulado “El crecimiento revolucionario del movimiento obrero en Turquía”, donde se habla de la organización de grupos en las fábricas, los sindicatos y los barrios. Por lo tanto, podemos concluir que el enfoque de la izquierda no se oponía a la formación de células de fábrica, pero no limitaba la organización interna a esos órganos limitados, sino que era partidaria de la creación de sindicatos y grupos locales.
Además de Ginzberg y Süleyman Nuri, los exponentes más importantes de la izquierda excluidos del trabajo del partido por su oposición fueron Navshirvanov, Kazım de Van y Torosyan. Es difícil, aunque no imposible, rastrear a la izquierda en la historia después de la formación de la Oposición de izquierda. Kazım de Van fue cooptado en el Comité Central en 1926 y no hay pruebas de que desempeñara un papel activo en la oposición después de ese momento.
El ponente presentó finalmente tres documentos pertenecientes a la última sesión de este trabajo.
El primero es la “Declaración de la izquierda sobre la situación del Partido Comunista Turco”.
El segundo es el artículo titulado “La situación en Turquía” publicado en “Die Fahne Des Kommunismus” (“La bandera del comunismo”), el periódico de la organización de oposición de izquierda alemana Leninbund, el 19 de julio de 1929.
El tercero es la Introducción a la traducción turca de “La situación real en Rusia” de Trotsky, que se distingue por el elogio a Trotsky como jefe del comunismo pero sin identificarse como trotskista.
Los tres textos serán reproducidos en la publicación extensa del informe.
La clase obrera en Burkina Faso
En las reuniones anteriores hemos proporcionado una panorámica sobre la historia de Burkina Faso desde el pre-colonialismo hasta hoy, así como un breve análisis de la situación político-económica del país después de los golpes de Estado de 2022, de sus relaciones con los otros países limítrofes del Sahel, Malí y Níger, culminadas en la primera alianza militar, luego económica y política, de los Estados del Sahel (AES), de su guerra en curso contra la insurrección islamista, factor directo que llevó a los golpes de Estado y sus potenciales perspectivas futuras para la lucha de clase global.
En esta reunión nos hemos centrado en los movimientos de la clase obrera desde el colonialismo hasta la actualidad y en las relaciones laborales dentro de la economía colonial.
El proletariado en Burkina Faso ha sido históricamente, y lo es aún, una minoría estadística de la población trabajadora total, cuya mayoría pertenece al campesinado. Sin embargo, la clase obrera, desde los últimos días del colonialismo hasta hoy, ha sido un factor decisivo en los acontecimientos políticos del país. En una economía capitalista en desarrollo inicial, el movimiento obrero organizado no ha sido aún del todo cooptado por la burguesía como en los países metropolitanos.
A finales del siglo XIX, en plena colonización capitalista moderna en África, el capitalismo francés encontró en el occidente del continente estructuras sociales pre-capitalistas y en gran parte comunitarias, caracterizadas por el trabajo interno en las unidades familiares, con el comercio de esclavos y el intercambio de pocas mercancías en los márgenes de las comunidades. La lógica vampírica del capital, escondida detrás de la ideología de la “civilización”, veía en ella un área abierta a su expansión. El Alto Volta, luego Burkina Faso, debido a la falta de recursos naturales y a la escasa fertilidad del terreno, fue designado principalmente como reservorio de mano de obra para las otras colonias de África occidental, en particular Costa de Marfil.
Esta forma de acumulación primitiva, aun manteniendo una estructura capitalista colonial, perpetuó formas de producción no capitalistas. Esto no se debía solo a la naturaleza puramente de rapiña colonial, que estabilizaba el subdesarrollo capitalista, sino también a la resistencia de la población indígena.
La población del Alto Volta colonial se subdividía en la clase colonial dominante y los campesinos. Dentro de la primera se distinguían la burocracia administrativa, los oficiales militares y la clase capitalista propiamente dicha, es decir, los compradores de fuerza de trabajo. Estos diferentes estratos estaban también en conflicto entre ellos y en su interior: entre administraciones coloniales (en 1933 entre Costa de Marfil, Sudán, hoy Malí, y Níger); entre el capital privado y el Estado representado por los administradores coloniales; entre capitales nacionales, en el caso específico francés y británico.
La colonización francesa intentó primero implantar plantaciones para el cultivo del algodón. Intentó también mercantilizar la práctica antigua de la recolección de las nueces de karité y del kapok (un material similar al algodón). Pero estos intentos no tuvieron éxito.
Con el aumento de la producción alimentaria en el transcurso de los años 30, creció también la producción comercial para el mercado mundial. Esto recibió un impulso con el ferrocarril Régie-Abidjan-Níger, inaugurado en 1910 y ampliado hasta Bobo-Dioulasso, más al suroeste de Uagadugú, en los años 30.
Las políticas económicas francesas buscaban cargar un doble yugo sobre los indígenas: además de los males de la producción capitalista y sus relaciones laborales, inundando la colonia con mercancías importadas desde la metrópoli. Pero también este intento fracasó, pues los campesinos rechazaban la economía monetaria, confiándose a la producción agrícola familiar/tribal para el abastecimiento alimentario y a la artesanía local.
Para forzar a los indígenas a participar en la economía monetaria los franceses impusieron un sistema fiscal, en particular un impuesto per cápita en 1906. Esto hizo necesarias procedimientos administrativos y contables y censos periódicos. Pero aún en los años 30 la brecha entre la economía campesina y la capitalista era todavía muy amplia. La resistencia de la economía de aldea continuó también después de la segunda guerra mundial.
El dominio colonial francés imponía a cada aldea un número de días-persona al año, prestaciones forzadas, no remuneradas: alrededor de 8 días de trabajo por persona entre 1917 y 1938. Este trabajo era utilizado para construir y mantener las infraestructuras locales básicas. La mano de obra era extraída de la esfera no capitalista a costo casi cero para la economía colonial, puesto que los costos del mantenimiento y de la reproducción de la fuerza de trabajo eran externalizados a la economía campesina.
Además del trabajo diario forzado era utilizado también el trabajo asalariado.
A finales de los años 30, con el fin de desarrollar los cultivos de Costa de Marfil, que requerían una gran masa de mano de obra, los franceses introdujeron programas para incentivar a las etnias Mossi y Gourounsi a colonizar la zona. Esta política tuvo un éxito mediocre: las familias fueron en cambio atraídas por el trabajo asalariado y por la producción de cultivos de renta.
La conscripción en el ejército francés era la otra forma de trabajo forzado. Su apogeo fue alcanzado durante la primera y la segunda guerra mundial. Ya hemos mencionado en los informes anteriores la guerra del Volta-Bani de 1915-1916, una heroica resistencia de los campesinos contra las inmensas cuotas de jóvenes hombres enviados a la guerra. Esto se transformó en una lucha armada contra los colonizadores, de la que ya hemos recordado algunos de los famosos actos de represalia.
En general, estas políticas laborales impuestas por los colonialistas eran obviamente extremadamente impopulares y los campesinos se rebelaron de forma sutil pero efectiva para evitarlas.
Los campesinos evitaban el trabajo colonial y los impuestos ya sea huyendo, simplemente trasladándose a otra aldea, o emigrando a Costa de Oro. Costa de Oro, colonia rival británica, tenía una economía mucho más desarrollada que las colonias francesas de la época, no necesitaba una política de trabajo forzado y requería mayor trabajo asalariado.
Las infraestructuras públicas, carreteras, ferrocarriles y conexiones telegráficas, no fueron construidas para integrar la colonia o las colonias en un mercado interno unificado o para favorecer la industrialización, sino para extraer de modo más eficiente mano de obra y materias primas hacia la metrópoli y el mercado mundial. Como observó Marx el colonialismo no era “progresista” ni siquiera según los estándares del capitalismo: no solo llevó a un claro empeoramiento de la calidad de vida de los africanos indígenas, sino que fracasó incluso en la razón de ser del capitalismo, terminando por bloquear el desarrollo de las fuerzas productivas. Solo el derrocamiento del dominio colonial y la subsiguiente independencia política podrían haber permitido a las relaciones capitalistas desarrollarse más allá de los límites coloniales, preparando así el terreno material para el surgimiento del proletariado y la subsiguiente revolución proletaria. Esta es la razón principal por la que los comunistas han apoyado los movimientos democrático-burgueses en las colonias.
En el próximo informe será documentado e interpretado el emerger del proletariado en la escena histórica y sus luchas de clase en el Alto Volta postcolonial (hoy Burkina Faso).
Vicisitudes del capitalismo Alemán
Desde 2008, año de la crisis financiera global, el capitalismo alemán muestra evidentes las contradicciones que lo atraviesan desde hace décadas, una inestabilidad de un sistema aparentemente sólido. Bajo la superficie de eficiencia, productividad y estabilidad se ocultan tensiones históricas, fracturas regionales y desequilibrios sociales y económicos que hunden sus raíces en la estructura del Estado-nación alemán y en el modo en que se ha desarrollado su capitalismo desde la segunda mitad del siglo XIX.
Los pasajes de esta trayectoria parten de la unificación de 1871, pasan por la división Este-Oeste después de 1945 y llegan a la fase actual del capitalismo alemán en su esfuerzo de expansión, adaptación y resistencia a las crisis.
Hasta la unificación, ocurrida formalmente en 1871 a raíz de la victoria prusiana en la guerra contra Francia, la fragmentación en múltiples regímenes políticos (monarquías constitucionales, principados, ciudades libres) había obstaculizado el desarrollo de una economía capitalista nacional. La Unión Aduanera (Zollverein) y la expansión de la red ferroviaria habían sido los primeros pasos, pero es solo después de la unificación que se puede hablar de revolución industrial alemana.
En pocas décadas, Alemania da un salto adelante excepcional: la industria pasa a representar casi el 48% del PIB contra el 30% en 1871; el PIB per cápita se duplica entre 1871 y 1913; la producción de acero alcanza los 17,6 millones de toneladas, segunda solo después de Estados Unidos, y supera con creces a Francia (4,6) y el Reino Unido (7,7); en la química (colorantes, fertilizantes, fármacos, explosivos), Alemania domina el mercado global con empresas como BASF, Bayer, Hoechst. El sector ferroviario, la mecánica pesada y la producción de máquinas herramienta son pilares de la economía nacional. Siemens y AEG lideran la innovación en el campo eléctrico y de la ingeniería industrial.
En este desarrollo impetuoso, la burguesía industrial alemana refuerza su poder económico, pero en el plano político permanece subordinada a la conservadora nobleza terrateniente.
El proletariado urbano crece numéricamente y en organización, pero sigue siendo fuertemente explotado. Las ciudades industriales ven nacer los primeros movimientos socialistas y sindicales, mientras que el campo sigue dominado por relaciones sociales atrasadas. El desarrollo del capitalismo alemán, por lo tanto, se basa desde sus orígenes en una tensión entre aceleración económica y bloqueo político, entre modernidad productiva y conservadurismo institucional.
La Alemania imperial ya en 1913 se había consolidado como el corazón industrial de la Europa continental. Este dinamismo fue la base de la competencia con las potencias coloniales europeas.
Durante la Primera Guerra Mundial, todo el aparato industrial fue reconvertido al esfuerzo bélico. La producción civil se desplomó mientras se disparaba el gasto público.
En los años siguientes, entre inflación galopante e inestabilidad política, la República de Weimar inició una reconstrucción con el apoyo americano (Plan Dawes), pero la crisis de 1929 puso la economía de rodillas de nuevo. Con más de 6 millones de desempleados en 1932, el descontento se extendió y los industriales apoyaron de forma creciente al partido nazi.
El Tercer Reich relanzó la industria a través del rearme: el gasto militar pasó de 1,9 mil millones de RM en 1933 a 15,5 en 1938; el empleo fue relanzado (con el desempleo al 2% en 1939).
Después de la derrota en la guerra, Alemania fue una de las víctimas de la nueva división del mundo en bloques. En 1949, la división de Europa entre las potencias vencedoras llevó al nacimiento de dos Estados alemanes: la República Federal (RFA), subordinada a EEUU y declaradamente capitalista, con capital en Bonn, y la República Democrática (RDA), sometida a Rusia, falsamente socialista, con capital en Berlín Oriental.
El proceso de reconstrucción fue muy diferente en las dos mitades. Alemania Occidental pudo contar con el enorme apoyo del Plan Marshall: recibió cerca de 1,4 mil millones de dólares entre 1948 y 1952, destinados sobre todo a la industria y a la modernización de las infraestructuras. Gracias a este impulso inicial y a la estructura productiva aún en parte intacta (especialmente en el Sur y el Oeste), se inauguró el llamado Wirtschaftswunder, o “milagro económico”. Durante los años 50 y 60, la RFA experimentó tasas de crecimiento extraordinarias, el PIB creció en promedio un 7-8% anual hasta 1966, mientras que el desempleo en la década 1950-60 cayó del 11% al 1,2%, faltando los 7 millones de muertos en la guerra.
La industria alemana se volvió fuertemente exportadora. Los automóviles (Volkswagen, Mercedes-Benz, BMW), las máquinas herramienta, los productos químicos y farmacéuticos colocaron a la RFA en la cima de la producción mundial. Este desarrollo fue acompañado por un fortalecimiento de los sindicatos de régimen y por un sistema de cogestión (Mitbestimmung) con el que se hacía creer a los trabajadores que podían influir en algunas decisiones empresariales.
Alemania Oriental siguió un camino muy diferente. La RDA adoptó una economía presuntamente planificada, inspirada en el capitalismo de Estado ruso. Las principales industrias fueron nacionalizadas ya entre 1946 y 1948, dando vida al llamado Volkseigener Betrieb (VEB), la “empresa popular”. La producción estaba orientada sobre todo a los bienes intermedios y a la industria pesada, mientras que la disponibilidad de bienes de consumo era limitada. El crecimiento económico fue estable, pero más contenido respecto al Oeste, y a menudo condicionado por ineficiencias estructurales.
Uno de los problemas principales para la RDA fue la fuga de trabajadores cualificados hacia Alemania Occidental: entre 1949 y 1961, cerca de 2,5 millones de alemanes orientales emigraron en busca de salarios más altos y mejores condiciones de vida. La construcción del Muro de Berlín en 1961 fue la drástica respuesta a este éxodo.
Aunque en el curso de los años 70 la RDA había alcanzado niveles notables en la mecánica y la electrónica básica, permanecía atrasada en el plano tecnológico, y dependía fuertemente de los intercambios con la URSS. La comparación con la RFA era desigual: en 1989, en vísperas de la caída del Muro, el PIB per cápita de la RDA era menos de la mitad que el del Oeste, y el índice de productividad se mantenía en el 65% del nivel occidental.
La caída del Muro de Berlín fue el 8 de noviembre de 1989. La reunificación en el plano económico, jurídico e institucional se configuró como una anexión de la RDA por parte de la RFA. El marco oriental fue convertido al cambio de 1:1 para salarios y pensiones (y 2:1 para los ahorros), desventajoso para las empresas orientales. En pocos años, gran parte del tejido industrial de la ex Alemania Oriental fue desmantelado o malvendido a inversores occidentales. La Treuhandanstalt, el ente encargado de la privatización, gestionó más de 14.000 empresas, asignadas en más del 70% a sujetos del Oeste. Muchas fueron cerradas. En los Länder orientales, cerca de 2,5 millones de puestos de trabajo se perdieron solo en los años 90.
La brecha económica entre Este y Oeste no se ha podido reducir: el PIB per cápita en el Este se mantiene hoy alrededor del 75-80% de la media occidental; los salarios son más bajos del 15-20%, en algunos casos incluso del 25%; la población joven ha seguido migrando hacia Berlín, Hamburgo, Múnich.
A partir de los años 2000, algunas áreas, como Sajonia y Brandeburgo, han atraído nuevas inversiones tecnológicas, sobre todo en los sectores de la electrónica, las energías renovables y el automóvil (ej. Tesla en Grünheide). Sin embargo, gran parte de los Länder orientales se caracterizan todavía hoy por una mayor dependencia del sector público, bajos inversiones privadas y despoblación rural, suscitando sentimientos de exclusión y desilusión post-reunificación.
Después de una primera ralentización en los años 90, causada por los costes de la unificación, la economía alemana experimentó una segunda ola de expansión en la década de 2000, impulsada: por la demanda china (sobre todo en el sector automotriz y de la mecánica); por la reducción del coste del trabajo (reformas Hartz); por la moneda única europea que favorecía sus exportaciones.
La crisis de 2008 fue muy profunda, la producción industrial se desplomó un 25% en un año, aunque Alemania fue de los primeros países en recuperarse gracias a la exportación.
En 2017 se alcanzó el máximo histórico del PIB manufacturero, iniciando a partir de 2018 una ralentización estructural, luego agravada por la pandemia y por el aumento del coste de la energía a raíz de la guerra en Ucrania.
El sector automovilístico se encuentra hoy en grave dificultad: la producción ha caído más del 20% entre 2018 y 2023; los constructores chinos (BYD, NIO, XPeng) están erosionando cuotas de mercado; en 2023 el gobierno retiró los incentivos a la compra de vehículos eléctricos.
El alto coste de la energía ha afectado pesadamente a los costes industriales, que hoy son del 30-40% superiores a la media europea, empujando a muchas empresas a la deslocalización. Al mismo tiempo, la escasez de mano de obra cualificada y el estancamiento de las inversiones públicas socavan la competitividad futura.
La confianza en el modelo alemán se está erosionando precisamente en sus fundamentos históricos: trabajo, industria y estabilidad.