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Indonesia es un país transcontinental entre el Sudeste Asiático y Oceanía, un área geográfica, al sur de China y al este de la India, que incluye once países soberanos: Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar (Birmania), Singapur, Tailandia, Timor Oriental y Vietnam.
Es el archipiélago más grande del mundo, compuesto por más de 17.500 islas, de las cuales poco más de 2.300 están habitadas. Con más de 280 millones de habitantes, es el más poblado del mundo, precedido por India, China y Estados Unidos, y por delante de Pakistán, Nigeria y Brasil. Solo Java, la isla más poblada del planeta y centro geográfico y económico del país, alberga a más de la mitad de la población, con aproximadamente 150 millones. La gran isla cubre 129 kilómetros cuadrados, el mismo tamaño que Inglaterra, que, sin embargo, tiene solo 56 millones de kilómetros cuadrados.
La población del archipiélago es extremadamente diversa, con cientos de grupos étnicos y lenguas habladas. Incluye la comunidad musulmana más grande del mundo.
En
la cada vez más encarnizada contienda imperialista
Indonesia, una estratégica “Puerta de Oriente” entre los océanos Índico y Pacífico, con un vasto mercado potencial de consumo, es un objetivo codiciado por las principales potencias imperialistas. Estados Unidos y China compiten por ella mediante una red de acuerdos e inversiones. A pesar de la creciente influencia del capital chino, la burguesía indonesia mantiene, por ahora, un equilibrio entre ambas fuerzas.
La participación del presidente indonesio en el desfile militar del “Día de la Victoria” en Pekín el 3 de septiembre, cuando la capital indonesia se encontraba prácticamente sitiada, demuestra un acercamiento estratégico con la República Popular y con los imperialismos alternativos a Occidente. En Pekín, el presidente indonesio supuestamente pretendía fortalecer la cooperación bilateral en materia económica y de seguridad. Sin embargo, la ampliación de los lazos comerciales con China no perturbará las relaciones actuales con Estados Unidos y Rusia, los principales proveedores de armas del vasto archipiélago.
En enero de 2025, Indonesia fue admitida en los BRICS como miembro de pleno derecho, siendo la primera nación del sudeste asiático en unirse al bloque.
Al mismo tiempo, después de casi una década de negociaciones, se alcanzó un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, conocido como Acuerdo de Asociación Económica Integral UE-Indonesia (CEPA), que prevé la eliminación de más del 98% de los aranceles al comercio bilateral.
En resumen, la clase dominante indonesia intenta no alinearse ni depender de ninguno de los imperialismos, para poder beneficiarse de ellos, obviamente a costa de la piel, el sudor y la sangre de la clase trabajadora.
La
fuerza laboral, formal e informal
Se estima que la fuerza laboral, tanto remunerada como no remunerada, asciende a aproximadamente 150 millones de personas. La tasa de desempleo se ha mantenido generalmente estable durante los últimos diez años, con un promedio del 5%, excepto durante la pandemia de COVID-19.
Al igual que en otros países de la región, la fuerza laboral se divide en dos categorías principales. Los trabajadores informales constituyen aproximadamente el 60% del total, lo que los convierte en la mayoría. Estos incluyen a pequeños agricultores y artesanos, y a asalariados con contratos por día o temporales. Estos son empleados para tareas específicas o de forma temporal, ya sea por día, semana o mes: trabajadores de la construcción, trabajadores de la cosecha y trabajadores del transporte, como los mototaxis (ojek).
El predominio del sector informal siempre ha sido una característica estructural de la economía indonesia, lo que refleja su base minorista rural y de pequeña escala.
Entre los 60-65 millones de trabajadores “formales”, predominan los asalariados, generalmente con contratos formales. El empleo en el sector público representa aproximadamente el 3% de la fuerza laboral. El sector servicios emplea a más del 45%, una categoría amplia que incluye el comercio, las finanzas, los servicios profesionales, los servicios administrativos y el sector público. La industria manufacturera emplea entre el 25% y el 30% de la fuerza laboral formal, un motor clave del capitalismo indonesio. La agricultura, aunque crucial para el país, emplea a menos del 15% de los asalariados contratados. Finalmente, entre el 5% y el 7% trabaja en la construcción. El porcentaje restante se distribuye entre la minería, el transporte y la contratación pública.
El panorama sindical está muy fragmentado, aunque existen algunas confederaciones importantes que representan a la mayoría de los trabajadores organizados. A diferencia de otros países de la región, sus vínculos con los partidos políticos son menos estrechos y formales, y están más ligados a coaliciones temporales. La KSPI (Konfederasi Serikat Pekerja Indonesia) es una de las confederaciones más grandes, con un estimado de más de 2 millones de miembros, principalmente en minería y manufactura. La KSPSI (Konfederasi Serikat Pekerja Seluruh Indonesia), una de las confederaciones históricas, cuenta con alrededor de 1,5 millones de miembros.
Pero la gran mayoría de los trabajadores indonesios, particularmente en el vasto sector informal, no son miembros de ningún sindicato.
Industria
y comercio
La producción industrial de Indonesia no es comparable a la de las principales potencias mundiales. Sin embargo, su crecimiento constante la ha convertido en un actor destacado entre los capitalistas del Sudeste Asiático.
En los últimos cinco años, los sectores manufacturero y minero han experimentado un crecimiento desigual debido a la pandemia de COVID-19, pero han demostrado una sólida resiliencia: tras contraerse en 2020, la producción ha vuelto a crecer, impulsada por la demanda interna y la inversión extranjera. El crecimiento promedio de la producción industrial en los últimos cinco años ha sido de aproximadamente el 4,3%.
La industria se basa principalmente en la extracción y procesamiento de níquel, del cual Indonesia es el principal productor mundial, pero entre los sectores importantes se incluyen los textiles y la confección, que están fuertemente orientados a la exportación, y otros sectores en rápida expansión, como el automotriz y la electrónica, apoyados por una creciente inversión extranjera.
La balanza comercial ha registrado un superávit en los últimos años, debido principalmente a las exportaciones de minerales y productos agrícolas: carbón, aceite de palma, níquel y sus derivados, y caucho natural. Los productos manufacturados incluyen equipos electrónicos, maquinaria, textiles y prendas de vestir. Las importaciones incluyen bienes de capital, maquinaria industrial, vehículos, equipos y componentes electrónicos; productos intermedios: productos químicos y plásticos; y bienes de consumo: productos electrónicos, farmacéuticos y alimentos.
China es el principal socio comercial, tanto en exportaciones como en importaciones. Las principales inversiones chinas se destinan a proyectos de infraestructura, como el ferrocarril de alta velocidad Yakarta-Bandung, y al sector minero, en particular el del níquel.
Le sigue Estados Unidos, importante principalmente por sus exportaciones. Japón compra productos energéticos y minerales. Singapur es un importante centro de comercio e inversión.
El
gobierno de la burguesía indonesia y las necesidades del capital
El gobierno actual está liderado por el presidente Prabowo Subianto, quien asumió el cargo el 20 de octubre de 2024, sucediendo a Joko Widodo, empresario del sector del mueble que ejerció dos mandatos. Exministro de Defensa, Prabowo tiene vínculos con el ejército y la familia del exdictador Suharto, bajo cuyo mando comandó las fuerzas especiales. Prabowo lidera actualmente el partido Movimiento de la Gran Indonesia, abiertamente nacionalista y conservador. Sin embargo, en las últimas elecciones presidenciales, obtuvo una victoria aplastante al formar una amplia coalición parlamentaria, la Coalición Indonesia Avanzada Plus, que incluye a casi todos los partidos políticos del país, incluido el Partido Laborista, que controla 470 de los 580 escaños parlamentarios.
Tras no haber logrado aumentar la recaudación fiscal, el gobierno ha anunciado un recorte del gasto de casi el 20%. Aproximadamente la mitad de estos ahorros, 20 000 millones de dólares, se destinarán a financiar un fondo soberano de reciente creación, Danantara, un vehículo de inversión lanzado por la burguesía indonesia para captar financiación externa. Con su enorme base de activos −aproximadamente 900.000 millones de dólares−, es el cuarto fondo soberano de inversión más grande del mundo, superando al PIF de Arabia Saudí y al Temasek de Singapur.
Durante su campaña electoral, Subianto prometió reactivar la economía y alcanzar un crecimiento del 8% en cinco años. El objetivo es atraer inversiones y convertir a Indonesia en la mayor economía del Sudeste Asiático. Sin embargo, el Banco Mundial estima que la economía indonesia crecerá alrededor del 4,8% hasta 2027.
Además, los recientes aranceles del 19% impuestos por la administración Trump a los productos indonesios han afectado duramente a sectores clave como la electrónica, los textiles y la agroalimentación, alimentando la reticencia entre los potenciales inversores.
Creciente
proletarización y urbanización
En las últimas décadas, Indonesia ha presenciado un flujo poblacional constante y significativo de las zonas rurales a las urbanas. Muchos de estos migrantes son jóvenes de familias de pequeños agricultores que abandonan sus tierras, en parte porque las parcelas, repartidas entre hermanos, son demasiado pequeñas para mantener a sus familias. Hoy en día, los pequeños agricultores no pueden competir con la agricultura a gran escala ni afrontar los costos de fertilizantes y semillas. Además, los precios de los productos agrícolas (arroz, café y aceite de palma) suelen ser volátiles, lo que precariza los ingresos de los agricultores.
Además, las zonas rurales, desatendidas por el capitalismo, a menudo carecen de atención sanitaria, de servicios básicos, de acceso a la educación y, a menudo, de agua potable.
Una tendencia común en muchos países de la región es la migración a las grandes y prósperas metrópolis en busca de un salario estable, aunque bajo y temporal. La población urbana crece rápidamente: en la década de 1950, menos del 15% de la población indonesia vivía en ciudades; hoy, supera el 50%, y la cifra sigue creciendo. Esto refleja la evolución de la estructura económica de Indonesia, desde la producción autosuficiente hasta el mercantilismo y la extracción de plusvalía mediante la venta de mano de obra.
Sin embargo, estas ciudades ofrecen viviendas caras y precarias, compartidas con otros proletarios. No todos logran encontrar un empleo formal, y muchos terminan trabajando, en el mejor de los casos, en el vasto sector informal: jornaleros, repartidores, vendedores ambulantes; una enorme masa de trabajadores que, a pesar de vivir de un salario, carecen de protección social y seguridad laboral. Otros regresan al campo, quizás no lejos de las grandes ciudades, donde buscan trabajo en el campo como jornaleros.
La
ira estalla en las calles
En este contexto, desde hace varios años, un movimiento diverso e interclasista, compuesto por estudiantes, jóvenes desempleados y trabajadores precarios, ha comenzado a oponerse a las políticas gubernamentales. La desilusión y el resentimiento se gestan entre estas nuevas generaciones que, a pesar del crecimiento económico, no logran encontrar un empleo estable y comprenden instintivamente que el mundo del capital solo les ofrece pobreza, explotación y guerra.
La ola de protestas, liderada por movimientos juveniles como “Indonesia Gelap” (Indonesia Oscura), comenzó hace un año, poco después de la toma de posesión del nuevo presidente. Se quejaron de las subidas de impuestos, la precariedad laboral, el nepotismo y la brutalidad policial. Los manifestantes exigieron un aumento salarial no especificado, así como protección para las comunidades indígenas y mayor transparencia en los salarios de los funcionarios.
En febrero, decenas de miles de manifestantes salieron a las calles de la capital para protestar contra las nuevas medidas de austeridad del gobierno, que incluían profundos recortes a los pagos de asistencia social en educación, atención médica y servicios públicos.
Desde el 25 de agosto, las manifestaciones, que anteriormente se habían celebrado principalmente en Yakarta, se han extendido por todo el país, convirtiéndose en una ola sin precedentes. Su detonante fue la concesión de una bonificación de 50 millones de rupias (3.000 dólares) a los 580 parlamentarios, supuestamente para cubrir el alquiler. Esta bonificación es difícil de digerir para trabajadores que ganan un salario promedio de 4 millones de rupias, o unos 250 dólares.
En Yakarta, se produjeron manifestaciones multitudinarias en las principales avenidas de la ciudad. La policía las reprimió con cañones de agua, gases lacrimógenos y munición real. Los manifestantes incendiaron edificios públicos, incluido el Parlamento.
El 28 de agosto, varios sindicatos convocaron una huelga general. Sería más preciso decir que unieron fuerzas: en Indonesia, las huelgas generales involucran a múltiples clases sociales, no solo a los trabajadores asalariados.
Entre las demandas de las organizaciones laborales se encontraba la derogación de la Ley de Creación de Empleo, aprobada en 2020, que facilita los despidos y reduce el salario mínimo. Se produjeron huelgas en Yakarta, pero también en importantes zonas industriales como Bekasi, Karawang y Tangerang, donde las fábricas están muy concentradas.
Unos días después, Subianto se vio obligado a revocar el subsidio de vivienda y suspender los viajes al extranjero de los parlamentarios. Sin embargo, declaró que no demoraría en confrontar y castigar a los responsables de los disturbios.
El 29 de agosto, durante una manifestación, un repartidor de veinte años fue atropellado y asesinado por un vehículo blindado de la policía. El video del suceso, compartido en redes sociales, desató la indignación nacional. Las redes sociales se utilizaron como herramienta de información y organización, y muchos trabajadores denunciaron sus miserables condiciones de vida y trabajo, convocando huelgas y manifestaciones. El gobierno rápidamente restringió o desactivó el acceso a internet.
En los días siguientes, una oleada de enfrentamientos con las fuerzas del orden provocó la muerte de más manifestantes. En Makassar, en la isla de Sulawesi, una multitud enfurecida incendió el parlamento local, matando a tres personas en su interior. Los parlamentos de Pekalongan, Java Central, y Cirebon, Java Occidental, también fueron incendiados y saqueados. Incluso se produjeron protestas en el popular destino turístico de Bali, donde la jefatura de policía fue atacada.
El número de muertos aumentó rápidamente a ocho. Es difícil cuantificar el número de arrestos, pero varias fuentes informan de miles de arrestos solo en Yakarta, para un total de más de tres mil.
Las manifestaciones continuaron durante algunos días más, para luego ir disminuyendo gradualmente, volviendo el país a una aparente normalidad temporal.
El
comunismo la única perspectiva
Las protestas son una expresión del profundo sufrimiento y descontento por las condiciones materiales de la población. A pesar del continuo crecimiento de la economía, los trabajadores experimentan un deterioro del poder adquisitivo de sus salarios, al tiempo que se agravan las desigualdades sociales.
Un número cada vez mayor de jóvenes trabajadores están siendo sobre-explotados, privados de todo derecho y se convierten en piezas indispensables para garantizar la flexibilidad y las exigencias del naciente capitalismo indonesio. Un millón de graduados universitarios y 1,6 millones de graduados de escuelas profesionales están desempleados. Estos jóvenes, foco de las recientes protestas, desconfían en general de la política burguesa y de los sindicatos del régimen, y están cada vez más desilusionados con las perspectivas de la sociedad capitalista.
En este fértil escenario para el comunismo y la revolución, la clase obrera debe tomar la iniciativa, presente en sus organizaciones formales, comprometida explícitamente en una lucha disciplinada y centralizada contra su propia burguesía. En Indonesia, también, muchos trabajadores participaron en la revuelta y, a menudo, se produjeron huelgas descoordinadas. Pero los sindicatos demostraron ser inadecuados para la situación, acompañándose pasivamente del movimiento interclasista y sin convocar una huelga general con reivindicaciones de clase sinceras y compartidas. Para defenderse, los trabajadores tendrán que liderar estos sindicatos, u organizarse fuera y contra ellos si es necesario, para esgrimir su única arma verdaderamente efectiva: la huelga.
El movimiento obrero, liberado de partidos oportunistas y sindicatos controlados por el régimen, reconocerá su programa de clase, expresado por el Partido Comunista. Asumirá entonces su lucha inquebrantable. Será así reconocido por todos los oprimidos, incluyendo a los pequeños agricultores y jóvenes con empleos precarios, y anhelará un futuro de redención frente a las barbaridades cada vez más monstruosas del régimen capitalista.